Capítulo 8

-Annabel-  

El viernes en la tarde después de clase me encontraba en mi dormitorio terminando de arreglarme para partir a la comida con el consejo. No era una reunión a la cual yo quisiera ir, pero tenía que hacerlo; lo último que quería era compartir con mi tía. Sentía que sus mentiras eran lo peor que me podía pasar, ella era la única familia que yo tenía. Fue ella la que me cuidó después de que mi madre desapareciera y ahora resultaba que solo quería vigilarme, ¿por qué? A eso todavía no le tenía respuesta. Casi no recordaba a mi mamá, ví a mi tía Morgan unas cuantas veces antes de que me explicara que mi mamá me había dejado con ella, que ahora viviríamos juntas.

Dianna me miraba mientras me arreglaba.

–Por tu cara se nota que no quieres ir. –Me dijo.

–La verdad no. –Le respondí. –Pero tengo que hacerlo.

He estado tan ocupada que ya no había seguido buscando información en la pulsera de Dianna. Además de que no quería seguir mirando y ver cosas peores de las que ya había visto. 

–Que te vaya bien. –Se despidió una vez que me vió saliendo del dormitorio con un vestido azul medianoche con manga larga.

–Estoy lista tía. –Le dije en cuanto llegué a la puerta de la academia. Ella me miró para comprobar si estaba bien vestida y cuando pasé su aprobación partimos hacia el consejo. Fue un viaje de una hora que se me hizo eterno. Me quedé en silencio todo el camino.

–Recuerda estar en tu mejor comportamiento. –Me advirtió mi tía en cuanto llegamos. 

–Sí tía. –Le respondí. –Eso lo tengo muy claro.

No pude evitar quedarme boquiabierta al ver el magnífico castillo al que habíamos llegado. Nos escoltaron hasta el salón donde nos esperaban las cinco consejeras, cada una de ellas una especialista en su área: sanación, adivinación, pocionista, selladora e invocación. 

–Muchas gracias por la invitación. –Mi tía los saludó y yo la imité. Me fueron presentando a cada uno de ellos y los fui saludando. 

La consejera Elphaba era una mujer mayor con una mirada dura, en sus ojos solo había amargura. En cuanto la ví sentí que la odiaba, lo mejor para mi sería mantenerme lo más alejada posible de ella. Solo que me fue imposible evitarla. De algún modo quedé al lado de ella. 

–Así que tú eres esa chica. –Empezó con frialdad. 

¿Esa chica?

–Mi tía me ha hablado mucho de usted. –Trate de ser amable. 

–Mmm –Hizo un sonido raro mientras me miraba de pies a cabeza. –No me gustan las inútiles. 

–No lo soy. –¿Y esta bruja que se cree?

–Veremos. –Y luego se fue. Me dejó sola. ¿Así iba a ser como mi maestra? ¡Sería un calvario!

Necesitaba unos momentos a solas, así que salí con rumbo al baño. Solo que se me olvidó un pequeño detalle. Era un castillo en el que estaba por primera vez e iba distraída. 

Me perdí.

Me paré en medio de un pasillo, buscando algún lugar a donde ir. ¿Devolverme o seguir? Retrocedí hasta el inicio de ese pasillo, pero no sabía a cual lado seguir. ¿Derecha o izquierda? Izquierda. Avancé y al fondo había unas puertas grandes las cuales abrí un poquito para observar qué había adentro. En una de esas podía ser otra entrada al salón en el que estaban todos. 

Estaba equivocada. 

Adentro estaban diferentes objetos, la curiosidad fue más fuerte y entré por completo. Había un bastón con una pequeña placa que indicaba ser del mago Galadriel. Eran pocos los magos en nuestro mundo y cuando nacía un hombre con magia en su cuerpo se sabía que sería poderoso. Hace más de cien años que no nacía uno. Dí una mirada en general y vi otros objetos y pinturas. Avancé dando una mirada superficial por el lugar hasta llegar al lugar donde estaba una corona, esta no tenía ninguna placa con alguna descripción. Esta corona era de oro con rubíes que se mostraba imponente. 

Antes de darme cuenta, mis manos iban hacía ella. Sentía que esa corona me llamaba. No pude evitarlo, tenía que poner mis manos sobre ella. 

Estaba oscuro, la corona estaba en manos de una figura que se encontraba con una capa con capucha. Estaba susurrando tan bajo que apenas escuchaba un murmullo y con sus manos iba creando diseños en la corona. Reconocía eso: era una bruja selladora. Cuando terminó volvió a dejar la corona en su sitio y salió del lugar. 

.

Esta vez aparecí al lado de un hombre que portaba la corona. Miraba a todos con furia.

–¡Si yo digo que los impuestos suben, es porque los impuestos suben! 

–Mi señor… las manadas no pueden pagar más. Entienda. –¿Manadas?

–¿Entender que? Todos son unos inútiles. Ellos tienen que pagar para que yo los proteja. ¡Yo soy el rey!

–Cariño… ¿Qué te sucede? Este no eres tú. –Una mujer trataba de apaciguarlo. 

–¿No soy yo? –El hombre repitió. –Son estos inútiles que me enfurecen. No saben hacer su trabajo. 

–Mi amor… las manadas ya pagan suficiente a la corona. Si pedimos más no tendrán para alimentar a su gente. Por favor, entiende. –Las palabras de ella sí tuvieron efecto en él. 

–Tienes razón amor mío. 

.

–¡Quiero la muerte del Alfa Casper!

–¡Mi señor! –La misma mujer, he de asumir que es la reina, habló. –No puede ordenar eso. 

–Puedo y lo haré. Ese Alfa me insultó. 

–¿Y su manada? ¿Qué será de ellos?

–No me importa. –Un momento de silencio y después habló el rey. –Matenlos a todos. 

–¡No! –Gritó la reina.

–¡Callate! –El rey golpeó a la reina. 

Ella llevó su mano a su rostro después de la bofetada completamente sorprendida. 

–Este no eres tú.

Ahí vino a reaccionar y la abrazó. 

–Lo siento. Lo siento. No se que me pasó. –Pedía disculpas mientras lloraba. –Tú tienes razón, por algo insignificante el Alfa Casper no tiene que morir. 

–¿Qué sucede mi compañero? 

–No lo sé, amada mía. No lo sé. No puedo evitarlo.

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