De prisa retrocedió y se regañó a sí mismo, mientras ella se daba la vuelta buscando inconscientemente una posición cómoda para proseguir con el descanso, quedándose quieta mientras un tintineo se hacía presente en el sitio. Sin ignorar el sonido, noto que algo brillante asomaba por la punta del edredón, descubriendo que era su esfero junto a un pequeño frasco que acompañaba una llave. >>Aquí los tenías<< saco conclusiones, evitando mirarla para no sucumbir al deseo antes desatado. Guardo el esfero, el frasco y la llave en el bolsillo del pantalón, retirándose del lugar, antes de perder la cordura y volverse un salvaje sin ética y moral. Por los pasillos, susurro las reglas que lo habían forjado, recordando los duros años que vivió cuando se independizo. La universidad le fue un calvario mezclado del pasado en una época difícil. –Pondrás límites. No te propasaras. Ganaras su confianza y si se lo merecen será mutua. Y hagas lo que hagas, los sentimientos jamás se deben mezclar –susur
Por otra parte en la habitación de Marco, desprendía tranquilidad en toda su plenitud. Sumido en el sueño pacífico, descansaba relajadamente mientras la frescura de las sabanas acariciaba la piel desnuda del mayor, quien sin prenda de vestir y solo con un bóxer, dormía encantado bajo el manto nocturno de la luz lunar.El silencio era hermoso y el ambiente relajante, hasta que el sonido de la puerta cerrándose, arrebato a Marco del sueño ligero que contenía.–Marco... Marco... –un versátil tacto sobre el hombro, lo alerto de compañía inesperada.–Señorita Mariana... –cubrió el pecho rápidamente con el manto– ¿Qué hace aquí? Debería estar durmiendo.–He tenido una pesadilla. ¿Puedo quedarme contigo?–Está demasiado crecida para pedir eso. No puede quedarse aquí –lo miro tiernamente, suplicando por la petición, a lo que Marco no pude evitar admirar con ternura.–Deja que me quede, por favor –con voz infantil y mirada angelical, Marco estuvo a punto de desordenársele la concienciaPor un m
La mirada de pánico cayó plasmada en el rostro joven. La salvación de un regaño estaría lejos de ser negociado. >>Soy pato muerto>Inocencia<< tomando el celular, cambio de canciones buscando analizar el tipo de música que le agradaba
Solicitándole que se sentara en el mueble de enfrente, ambas partes intentaron evitar hacer contacto visual previniendo que se repitiera lo antes ocurrido. El silencio en el lugar, hablaba sin duda alguna. El empezó a sentirse incómodo y ansioso, a tal grado en que deseo salir corriendo del lugar, huir lo más rápido posible, no sin antes decir la verdadera razón que lo llevo a ese sitio. –Señorita Mariana –rompió el silencio–. El motivo principal por la que había venido a verla, era para hacerle algunas preguntas –aclaro la garganta con cierta incomodidad–. Primero, deseo que me confirme sobre la información que posee del mundo exterior. Me refiero a lugares del mundo, distintas formas de convivencia, costumbres… –¿A qué viene todo esto? –alzo una ceja curiosa. –Una vez me comento que lo único que conoce fuera de esta mansión, es un pequeño pueblo –de manera expectante, jugueteo con el borde del libro que contenía en las manos. –Verdad. Un pequeño pueblo a unos no sé cuántos kiló
***El ocaso pintaba el cielo que anunciaba la oscuridad de la noche, al mismo tiempo en que el sonido de unas grandes puertas abriéndose junto a la hélice del helicóptero en marcha, complementaban la escena de la partida. Todo estaba listo para darle libertad a la joven. Pero esta no se apresuraba todavía.Observaba el tiempo en el rolex, la impaciencia en aguardar por la joven que abriría las alas fuera de la zona ya conocida, lo hacían cuestionarse sobre cuanto más demoraría para partir. La espera lo estaba torturando.Con el fin de no llevar demasiada carga, solo lo acompañaba una maleta para el viaje, a diferencia de Mariana, quien había equipado exageradamente los maletines, guardando de todo para todo.>>Que niña más exagerada<< deseo tener algo que morder, mientras la espera se volvía infinita y la mente lo aburría. Él era de esos hombres que odiaban tener que esperar. Y, mayormente, cuando el tiempo del vuelo podía llegar a retrasarse por la vanidad de la segunda persona.Al
El viaje de camino al hotel, nunca antes había sido tan emocionante para la joven, si no fuera porque era la primera vez que lo podría guardar en su memoria. La cabalgata a caballo no se comparaba con el vehículo a toda velocidad, con imágenes por la ventana de cosas desconocidas de una nueva ciudad. A diferencia del engreído KOENIGSEGG CCX, un regalo de cumpleaños entregado por el señor Méndez, estrenado en la pista subterránea de la mansión. –Sorprendente ¿verdad? –Esteban miro a Mariana por el retrovisor. Despertando la curiosidad del hombre, quien la miro y luego se dirigió al conductor. –¿Es siempre así? –¿Bromea? –noto la informalidad que uso, aclarándose la garganta–. Es decir. No señor. –Esteban, te solicite que dejaras las formalidades. Parece que puedes hacerlo. –Me disculpo. Es que solo con mi señorita las formalidades no existen. Y de eso no se trata mi trabajo –escucho atento–. Si existe alguien cerca de ella, debo actuar como si estuviera el señor Méndez –titubeo po
*** –¿Puedo comprar eso? –señalo por afuera de la vitrina, un vestido violeta con botines y un chaleco jean. –De acuerdo. Mariana entro de prisa a la tienda, probándose la ropa que quería y agregándola a las diez bolsas que cargaba Marco en compañía de Esteban, embarcados en la travesía por el centro comercial de Plaza Galileo. El mayor, de un minuto a otro, pasó de ser un Tutor a un cajero automático, portador de tarjetas de crédito y cheques a disposición de la joven, quien era complacida en cualquier deseo sin apelación alguna. Después de todo, el dinero resultaba ser del señor Méndez. –¡Oye Marquillo! ¿Y tú no compraras nada para ti? –lo observo. –No. Esto es para que lo disfrute usted. – >>Y su padre sienta el dolor del gasto que le genere en esta salida<< –De acuerdo –sonrió sin preocupación o molestia alguna. Retomando las compras, Mariana tomaba cualquier cosa al antojo. Ropa, joyería, accesorios y demás, alejándose notablemente al maquillaje como si fuera su enemigo, d
–Debería aprender a cerrar la boca –hablo de repente–. No debió hacer eso. Reforzare las clases de modales en vista de que lo necesita. –¿Necesitar? Marquillo, parecías tener babosas resbalosas en el cuerpo. Mejor dicho, tú necesitabas quitarte algunas cosas de encima. –Modere el lenguaje. –Pero es la verdad. Deberías elegir mejor a tus ex novias o lo que sea. –Ella y yo no mantuvimos esa clase de relación. Fue una de mis alumnas. –Y que alumna… –abrió fuerte los ojos, ladeo la vista con sarcasmo–. Tal parece que se pasó un poco de ser alumna. Ya hasta te quería de esposo. Si no mal recuerdo. –Es una señorita caprichosa. Demasiado para ser exacto. –Ni que se diga –lo miro de pies a cabeza, observando como empezaba a caminar hacia otra tienda–. Por cierto ¿que fue eso de Preminger Bonaparte? El día de las presentaciones, si no mal recuerdo, tu apellido era otro. Él detuvo el caminar, dejando caer las dos bolsas de la mano, dándole un vistazo antes de voltearse. –Y si no mal rec