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CAPÍTULO 2. SIN NINGÚN DOLOR

Permaneció estático por un momento, sin dejar de observar a la chica desmayada, era hermosa, tenía el aspecto de un ángel, cuando reaccionó no pudo evitar acariciar su rostro con las yemas de sus dedos, sintió una especie de corriente fluyendo entre ellos, vio un líquido rojo recorriéndole la frente, se había herido en la colisión. Por un momento tuvo sentimientos encontrados, una parte de él, quería alejarse de ella como quien huía de la peste, porque tan solo recordar de quien era hija, le producía una profunda repulsión, removiendo su estómago con asco, la rabia se agitaba en su interior, la otra, deseaba atenderla y protegerla, sacudió la cabeza con confusión “¿Qué diablos me importa esta chica? Solo debe interesarme para mis planes de usarla en contra del desgraciado de su padre, nada más”, se dijo mentalmente.

La soltó, dejándola caer en el asiento sin ninguna consideración, como una muñeca sin vida, sin embargo, no esperaba que ese movimiento provocara su reacción, enseguida la vio abrir sus ojos y lo miró con esos intensos ojos azules, daba la impresión de estar esculcándolo hasta lo profundo de su alma, entreabrió sus labios, pasando su lengua por ellos en un gesto que le pareció sensual, luego comenzó a pronunciar palabras incoherentes.

—Morí, estoy en el cielo, frente a mí tengo a un ángel —profirió al ver al hermoso hombre de ojos azules, alto, musculoso, con una barba bien cuidada y cabello castaño, con su imponente presencia intensificada al reflejarse los luminosos rayos del sol, el mismo que había visto en horas de la mañana.

Christian iba a retirarse, no obstante, ella lo tomó por el brazo impidiéndole alejarse. El hombre poco le gustaba recibir el contacto físico de desconocidos, iba a apartar su mano, pero la vio tan vulnerable que terminó permitiéndoselo. Además, le causó curiosidad sentir de nuevo esa especie de corriente eléctrica en el lugar donde ella hizo contacto con su piel, la cual segundos después se extendió por todo su cuerpo, hasta instalarse en un punto específico de su anatomía.

Ella seguía hablando incoherencias, no pudo evitar reprenderla.

—¡Cállate! ¿Por qué dice tantas estupideces? ¿Acaso quedaste loca con el golpe en tu frente o ya lo estabas? —espetó molesto y con un gesto despectivo—. Quédate quieta. Voy a llamar al 911 para pedir ayuda para ti.

Intentó apartarse por segunda vez, más ella intensificó su agarre, tomándolo con mayor fuerza como si no quisiera dejarlo ir.

—¡Por favor no se vaya! No me deje sola… me siento cansada y mareada —hizo una pausa, mientras su rostro palidecía más—. Acompáñeme hasta que vengan por mí. Tengo mucho miedo de quedarme sola, no me gusta la soledad. —suplicó la chica con un gesto de tormento en sus ojos.

No pudo evitar recordar, todos esos momentos en los cuales estuvo enferma y no había nadie para atenderla, porque su padre nunca quiso ver por ella, y ni siquiera permitía que la atendiera alguna niñera o señora de servicio, no supo que era tener un padre afectuoso, no se le dio esa dicha, siempre se comportó  indolente e inclemente con ella, jamás le había dado el mínimo indicio de amor, todo era para Lynnet, ella era la hija renegada, a quien no le perdonaba haber sido la responsable del accidente donde murió su madre, un intenso dolor la invadió, las lágrimas se agolparon en sus ojos, su cuerpo comenzó a temblar.

—¡Yo no quise! No lo recuerdo. No soy una niña mala ¿Verdad que soy buena? —decía como si estuviese hablando con alguien, en un tono de voz

Christian la escuchó, frunció el ceño, pero no tenía el mínimo interés de involucrarse con ella, no deseaba sensibilizarse frente a su sufrimiento, incluso ni siquiera tenía ningún interés en quedarse, “¿Por qué debería  hacerlo?” se preguntó, sintiéndose irritado, le tenía sin cuidado la hija de Jonás de su parte nunca encontraría ningún consuelo de su parte, por eso le molestó su petición y en tono déspota agregó.

—No soy tu niñera para cuidarte ¡Suéltame!  —la apartó con brusquedad, tirándola en el asiento de nuevo, con ese gesto la hizo golpear, la chica profirió un gemido de dolor, que fue ignorado por el hombre, procediendo de inmediato a llamar a emergencias.

Una vez cortó la llamada, recibió otra, frunció el ceño con un poco de desconcierto al ver en la pantalla de su teléfono móvil de última generación, registrando el nombre de Sally.

Su corazón pegó un brinco de la emoción, ella era la mujer más importante en su vida, pues por un tiempo se sintió atraído por su extraordinaria belleza, pero como su único objetivo en la vida había sido la venganza, la rechazó, ella terminó casada con su mejor amigo, quien se encontraba en ese momento de viaje y le había encargado de cuidarla, protegerla mientras durara su ausencia, por eso sin perder tiempo, le atendió la llamada.

—¡Sally! —exclamó sin ocultar su tono de preocupación, para enseguida su oído ser invadido por la dulce voz de la mujer.

—¡Oh Christian! —exclamó con un tono de lamento—. Siento mucho molestarte, juro que de no ser una emergencia no lo habría hecho, estoy avergonzada porque sé eres un hombre muy ocupado, pendiente de tantas cosas para yo cargarte con la mía, pero ahora eres lo único que tengo.

—No te preocupes Sally, siempre estaré para ti cuando me necesites. Dime ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó tratando de controlar los latidos acelerados de su corazón.

—Tuve un terrible accidente, caí subiendo las escaleras y me golpeé bastante fuerte, necesito atención médica urgente. Me siento muy mal, no tengo a quien más acudir, mi esposo no está, solo puedo contar contigo. ¡Por favor, ven! —suplicó la mujer al otro lado de la línea, en un tono de sufrimiento.

Escucharla con ese tono de voz, como si padeciera un profundo dolor despertó un incidió de preocupación en su interior, sin embargo, por un par de segundos un atisbo de duda cruzó por su mente, se volteó a ver a la chica en el asiento sangrando, no había llegado la ambulancia, no obstante, su prioridad era Sally, la consideraba como su familia, sin dudarlo le respondió en tono tranquilizador.

—No te preocupes cariño, dame diez minutos y estaré a tu lado —respondió, cortándole la llamada.

Escuchó a la chica en el auto llamarlo de nuevo.

—Por favor, no me deje sola, ¿podrías quedarte conmigo? Hasta que llegue la ambulancia —el tono de voz de la chica era de angustia, pero él endureció el corazón, se negaba a percibir algún sentimiento de bondad por ella, poco le importaba su sufrimiento, por eso no hizo caso de su dolor.

—Lo lamento, pero no puedo quedarme contigo. Tengo compromisos ineludibles y son más importantes que permanecer al lado de una desconocida. Además, tienes bien merecido lo sucedido, por haberte saltado el semáforo en rojo, has sido negligente. Ahora, no solo estás herida, sino también deberás pagar por los daños ocasionados a mi auto, no crea te vas a librar de ello. Enviaré a mis abogados al hospital, también voy a darte la tarjeta, por si sales antes de que ellos vayan, una vez seas atendida, procedas a llamar.

»Te advierto, más vale que no intentes eludir tu responsabilidad, porque si lo haces juro que vas a sufrir las consecuencias de tu omisión, no soy un hombre tolerante —, cuando vio la sangre corriendo en mayor volumen por su rostro, se sacó un pañuelo del pantalón sin ninguna ceremonia y se lo extendió —. Ten, colócatelo en la herida para evitar continúes sangrando, mantén la presión en ella —pronunció, para luego a pasos apresurados, sin mirar atrás alejarse, dejándola completamente sola.

Entretanto, la chica olía el pañuelo y acariciaba las iniciales observadas en el mismo, CGJ, suspiró con ilusión, nunca creyó conocer un príncipe andante tal cual los describían en los cuentos infantiles de niños contados por su madre, suspiró con ilusión, pero enseguida, un intenso dolor de cabeza la acechó, al punto de hacerla perder el conocimiento una vez más, sumiéndola en la profunda oscuridad, a ese mismo lugar donde muchas veces entraba y no quería salir, sino permanecer por siempre allí, donde no sentía ningún dolor, ni físico ni del alma.

“No existe la oscuridad suficiente en todo el mundo para apagar la luz de una pequeña vela.” Robert Alden.

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