—¡Ya basta! —Las palabras cortaron la tensión, mientras sus hermanos por fin se alejaban de Paul con el rostro contorsionado por la ira. —Son unos salvajes, mira cómo lo han dejado —les espetó, con una repulsión palpable en el aire.—¿Todavía eres capaz de defenderlo después de todo lo que te hizo? ¿Acaso eres una masoquista? —, la desafió, con la incredulidad marcando sus facciones.Ella sintió el calor subir a sus mejillas, no negaba que las palabras de Paul habían dejado un escozor en su piel como si alguien le hubiera propinado una fuerte bofetada.Sin embargo, no sabía ¿Cómo explicárselo a su hermano? El amor no era racional, no seguía la lógica, ni las reglas del sentido común.Le miró fijamente, endureciendo su determinación.—¡Claro que no soy masoquista! —Su voz era un susurro feroz, un escudo desafiante contra sus acusaciones. —Y por supuesto que me duele que quiera terminar conmigo. Sus ojos brillaron con lágrimas no derramadas, pero las contuvo. —Pero yo lo amo y no estoy
La noticia resonó en la estancia como un disparo silencioso, que dejaba un eco ensordecedor tras su paso. Iker y su esposa se miraron con una mezcla de sorpresa y alegría contenida, pero Eletta solo podía sentir cómo el mundo giraba peligrosamente a su alrededor. Las consecuencias de aquella noche furtiva con Paul, ahora cobraba una nueva y demandante vida y ella no sabía cómo reaccionar ante esa noticia.—No... no puede ser —murmuró Eletta, con una voz temblorosa que apenas rompía el aire cargado de la habitación —¿Un bebé? —logró murmurar con un hilo de voz, buscando en la cara del médico algún indicio de que hubiera cometido un error, incluso de que se trataba de una broma.—¿Estás completamente seguro, doctor? —preguntó la esposa de Iker, aun agarrando con fuerza la mano de Eletta, como si intentara sostenerla en pie con su contacto.—Sí, eso indican los análisis —confirmó el médico con una sonrisa amable.Se pasó la mano por la cabeza en un gesto desesperado, mientras Iker colo
Las manos de Beatriz temblaron ligeramente cuando escurrió un paño húmedo y lo pasó suavemente por la frente enfebrecida de Paul. Su rostro, lleno de moratones que habían florecido como flores oscuras sobre su piel, era un testimonio de la crueldad que había soportado. Sus dedos trazaron las líneas de su mandíbula, una disculpa silenciosa por todo el dolor que sufría, un dolor del que ella no podía protegerle. Casi podía sentir las fracturas ocultas bajo la superficie, esas heridas internas a las que sus rudimentarios cuidados no podían llegar.—Paul —, susurró, aunque sabía que él no podía oírla. —Lo siento, lo siento mucho. La culpa le oprimía el pecho y cada respiración superficial de él parecía apretar el nudo. Ella no quería eso, simplemente quería que la amara, y cuando él se fijó en ella pensó que una relación entre ellos podía funcionar.La habitación estaba impregnada del olor de los antisépticos y el aroma almizclado del sudor, un crudo recordatorio de la batalla invisibl
Los dedos de Alexis tamborileaban sobre la superficie de caoba de su escritorio mientras escuchaba la monótona música de espera en el altavoz. Por fin había podido localizar al propietario de la empresa proveedora de servicios de telefonía móvil de su hijo para que rastrera su ubicación, era un conocido suyo, y luego de explicarle la situación había accedido sin refutar.Ahora estaba en espera de los resultados. La tenue luz de su teléfono móvil proyectaba una pálida luz sobre sus rasgos, acentuando la preocupación grabada en su frente. Con los ojos fijos en la pantalla, deseó que la persona al otro lado de la línea hablara o que apareciera la notificación del correo electrónico, un presagio digital con las coordenadas de la ubicación de su hijo.Al principio estaba tranquilo, pero cuando vio la preocupación de su esposa supo que algo malo podía estar pasando, porque ella siempre era acertada con sus corazonadas.“Su llamada es importante para nosotros", repitió la voz automática por
Alexis salió de su casa conduciendo uno de los jeepes, mientras dos autos más de su gente lo seguían. Tenía un solo propósito grabado en su mente, encontrar a su hijo.En uno de los semáforos, aprovechó y sus dedos bailaron con rapidez sobre la pantalla de su teléfono, un mensaje a su hijo Paul Kontos volaba a través del espacio digital.“Hola, hijo, ¿Cómo estás?”.La respuesta inmediata no hizo más que reforzar el nudo de sospechas en sus entrañas.“Hola hombe gande, estoy bien. Ando de viaje”.Ese mensaje le parecía extraño, porque aunque su hijo lo tenía grabado en su móvil con ese nombre, siempre que le escribía lo llamaba papá, y ahora le decía por ese mote, mientras más analizaba la situación, más preocupado terminaba.Ya era pasada la medianoche, cuando Alexis llegó a la casa familiar de Beatriz, y se bajó de un solo salto, caminó con pasos firmes. Llegó a la entrada, y con sonoros golpes comenzó a tocar la puerta, para llamar la atención de los ocupantes de la casa.Un guardia
La rabia de Alexis era un ser vivo, que se abría paso a través de todos sus tendones y encendía sus venas con su ferocidad. Sus ojos, oscurecidos por la tormenta de emociones, se clavaron en la figura del segundo hermano de Beatriz. Con paso depredador, acortó la distancia que los separaba y, con un rápido movimiento, agarró al hombre por la camisa y lo estampó contra la pared. —¡Desgraciado! Dime, ¿Dónde está mi hijo? —bramó Alexis, con los puños, apretando la tela de la camisa del hombre como si fuera el único salvavidas de su hijo. —¿Qué le has hecho? Habla ahora o te juro que te sacaré la verdad a golpes. El padre y los otros dos hermanos aparecieron en la puerta, dieron un paso adelante, con los rostros marcados por la preocupación y la duda. Pero como una barrera protectora, los hombres de Alexis se interpusieron, sus imponentes formas, una clara advertencia de no interferir. —Lo juro, no sé dónde está —, jadeó el hermano inmovilizado contra la pared, con la voz tensa bajo e
El olor a antiséptico del hospital aguijoneaba las fosas nasales de Tarah mientras se apresuraba por sus complicados pasillos, agarrando la mano de Alexis con un apretón que decía mucho de su ansiedad.—Tranquila mi amor, todo estará bien —le dijo su esposo tratando de tranquilizarla, pero ella sabía que nada estaba bien, lo sentía en el pecho, en su piel, y no podía evitar ese miedo que se anidaba en su interior.—No, Alexis, te estoy diciendo desde hace días que algo no estaba bien con mi hijo, pero no me hiciste caso, en su lugar, pensaste que eran ganas mías de controlarlo —pronunció con un deje de tristeza y Alexis se sintió culpable por no haberle hecho caso desde el principio.—Lo sé mi amor, y no sabes cuánto me arrepiento de no haberte escuchado antes, de haberlo hecho quizás las cosas no estuvieran en este estado —pronunció con pesar.Lo habían llamado de esa clínica, debido a la denuncia que había puesto unas horas antes, pero lo que le habían informado, es que el pronóstic
Unas horas después el médico salió y les informó.—Ya pueden entrar a verlo, síganme.El médico comenzó a caminar y ellos se dirigieron por los fríos pasillos del hospital hasta una habitación de cuidados intensivos.Al entrar, el sonido de las máquinas y los monitores de ritmo cardíaco llenaron sus oídos. Paul yacía en la cama, inmóvil, con tubos y cables conectados a su cuerpo. Su rostro, aunque pálido y magullado, aún conservaba esa serenidad que Tarah reconocía.El contraste entre la fuerza que recordaba y la vulnerabilidad que veía ahora le partió el alma y no pudo evitar un largo sollozo salir de sus labios.Tarah se acercó a la cama, tomando la mano de su hijo entre las suyas. Estaba fría y sin respuesta, pero ella la sostuvo con la misma ternura con la que lo hacía cuando era pequeño y se caía jugando.—Paul... mi amor, estamos aquí, mi vida —susurró, las lágrimas cayendo libremente por su rostro. —Mamá y papá están aquí. Todo va a estar bien. Te lo prometo.Alexis se paró al