Las manos de Beatriz temblaron ligeramente cuando escurrió un paño húmedo y lo pasó suavemente por la frente enfebrecida de Paul. Su rostro, lleno de moratones que habían florecido como flores oscuras sobre su piel, era un testimonio de la crueldad que había soportado. Sus dedos trazaron las líneas de su mandíbula, una disculpa silenciosa por todo el dolor que sufría, un dolor del que ella no podía protegerle. Casi podía sentir las fracturas ocultas bajo la superficie, esas heridas internas a las que sus rudimentarios cuidados no podían llegar.—Paul —, susurró, aunque sabía que él no podía oírla. —Lo siento, lo siento mucho. La culpa le oprimía el pecho y cada respiración superficial de él parecía apretar el nudo. Ella no quería eso, simplemente quería que la amara, y cuando él se fijó en ella pensó que una relación entre ellos podía funcionar.La habitación estaba impregnada del olor de los antisépticos y el aroma almizclado del sudor, un crudo recordatorio de la batalla invisibl
Los dedos de Alexis tamborileaban sobre la superficie de caoba de su escritorio mientras escuchaba la monótona música de espera en el altavoz. Por fin había podido localizar al propietario de la empresa proveedora de servicios de telefonía móvil de su hijo para que rastrera su ubicación, era un conocido suyo, y luego de explicarle la situación había accedido sin refutar.Ahora estaba en espera de los resultados. La tenue luz de su teléfono móvil proyectaba una pálida luz sobre sus rasgos, acentuando la preocupación grabada en su frente. Con los ojos fijos en la pantalla, deseó que la persona al otro lado de la línea hablara o que apareciera la notificación del correo electrónico, un presagio digital con las coordenadas de la ubicación de su hijo.Al principio estaba tranquilo, pero cuando vio la preocupación de su esposa supo que algo malo podía estar pasando, porque ella siempre era acertada con sus corazonadas.“Su llamada es importante para nosotros", repitió la voz automática por
Alexis salió de su casa conduciendo uno de los jeepes, mientras dos autos más de su gente lo seguían. Tenía un solo propósito grabado en su mente, encontrar a su hijo.En uno de los semáforos, aprovechó y sus dedos bailaron con rapidez sobre la pantalla de su teléfono, un mensaje a su hijo Paul Kontos volaba a través del espacio digital.“Hola, hijo, ¿Cómo estás?”.La respuesta inmediata no hizo más que reforzar el nudo de sospechas en sus entrañas.“Hola hombe gande, estoy bien. Ando de viaje”.Ese mensaje le parecía extraño, porque aunque su hijo lo tenía grabado en su móvil con ese nombre, siempre que le escribía lo llamaba papá, y ahora le decía por ese mote, mientras más analizaba la situación, más preocupado terminaba.Ya era pasada la medianoche, cuando Alexis llegó a la casa familiar de Beatriz, y se bajó de un solo salto, caminó con pasos firmes. Llegó a la entrada, y con sonoros golpes comenzó a tocar la puerta, para llamar la atención de los ocupantes de la casa.Un guardia
La rabia de Alexis era un ser vivo, que se abría paso a través de todos sus tendones y encendía sus venas con su ferocidad. Sus ojos, oscurecidos por la tormenta de emociones, se clavaron en la figura del segundo hermano de Beatriz. Con paso depredador, acortó la distancia que los separaba y, con un rápido movimiento, agarró al hombre por la camisa y lo estampó contra la pared. —¡Desgraciado! Dime, ¿Dónde está mi hijo? —bramó Alexis, con los puños, apretando la tela de la camisa del hombre como si fuera el único salvavidas de su hijo. —¿Qué le has hecho? Habla ahora o te juro que te sacaré la verdad a golpes. El padre y los otros dos hermanos aparecieron en la puerta, dieron un paso adelante, con los rostros marcados por la preocupación y la duda. Pero como una barrera protectora, los hombres de Alexis se interpusieron, sus imponentes formas, una clara advertencia de no interferir. —Lo juro, no sé dónde está —, jadeó el hermano inmovilizado contra la pared, con la voz tensa bajo e
El olor a antiséptico del hospital aguijoneaba las fosas nasales de Tarah mientras se apresuraba por sus complicados pasillos, agarrando la mano de Alexis con un apretón que decía mucho de su ansiedad.—Tranquila mi amor, todo estará bien —le dijo su esposo tratando de tranquilizarla, pero ella sabía que nada estaba bien, lo sentía en el pecho, en su piel, y no podía evitar ese miedo que se anidaba en su interior.—No, Alexis, te estoy diciendo desde hace días que algo no estaba bien con mi hijo, pero no me hiciste caso, en su lugar, pensaste que eran ganas mías de controlarlo —pronunció con un deje de tristeza y Alexis se sintió culpable por no haberle hecho caso desde el principio.—Lo sé mi amor, y no sabes cuánto me arrepiento de no haberte escuchado antes, de haberlo hecho quizás las cosas no estuvieran en este estado —pronunció con pesar.Lo habían llamado de esa clínica, debido a la denuncia que había puesto unas horas antes, pero lo que le habían informado, es que el pronóstic
Unas horas después el médico salió y les informó.—Ya pueden entrar a verlo, síganme.El médico comenzó a caminar y ellos se dirigieron por los fríos pasillos del hospital hasta una habitación de cuidados intensivos.Al entrar, el sonido de las máquinas y los monitores de ritmo cardíaco llenaron sus oídos. Paul yacía en la cama, inmóvil, con tubos y cables conectados a su cuerpo. Su rostro, aunque pálido y magullado, aún conservaba esa serenidad que Tarah reconocía.El contraste entre la fuerza que recordaba y la vulnerabilidad que veía ahora le partió el alma y no pudo evitar un largo sollozo salir de sus labios.Tarah se acercó a la cama, tomando la mano de su hijo entre las suyas. Estaba fría y sin respuesta, pero ella la sostuvo con la misma ternura con la que lo hacía cuando era pequeño y se caía jugando.—Paul... mi amor, estamos aquí, mi vida —susurró, las lágrimas cayendo libremente por su rostro. —Mamá y papá están aquí. Todo va a estar bien. Te lo prometo.Alexis se paró al
Las manos de Beatriz se aferraron a los fríos barrotes de su celda, sus nudillos se blanquearon mientras miraba las paredes grises y sin vida que la encerraban. El eco de unos pasos que se acercaban retumbó en sus oídos, un sonido que parecía burlarse de su situación; cada paso era un pesado recordatorio de la cruda realidad a la que se enfrentaba.No podía creer lo que estaba ocurriendo; la idea de estar en un calabozo por un crimen que no había cometido era una pesadilla que nunca había imaginado.—No te van a servir de nada las lágrimas, nadie te va a ayudar —, la voz del policía rebotó en el hormigón con sorna, sus ojos carecían de cualquier atisbo de empatía. —Tus hermanitos también están encarcelados y tu padre ¡Qué joyitas! Una familia de criminales. Así que no te vas a poder salvar, te pudrirás en la cárcel.Sus palabras picaron como sal en una herida abierta, y Beatriz solo pudo llevarse la mano a la sien, sintiendo el peso de la incredulidad y la impotencia presionándola.
Payton bajó en el aeropuerto de Los Ángeles, subió al auto, mientras apretaba la mandíbula con la mirada perdida en el paisaje urbano, el horizonte de Los Ángeles como una silueta irregular en el crepúsculo.El agarre de su teléfono era como una prensa, mientras cada palabra que pronunciaba tallaba más profundamente su endurecido exterior. Y es que su amargura no era fortuita, hacía dos meses que su corazón se había convertido en piedra cuando su mujer se marchó, dejándole con un su hijo recién nacido y un abismo de resentimiento. Ahora, los llantos de ese bebé no eran más que ruido blanco comparado con la amargura que gritaba en su interior.—Necesito que trasladen a esa mujer a una de las prisiones más peligrosas del país —, la voz de Payton era fría, distante. Aunque no la conocía, el solo hecho de ser mujer y haberse metido con su primo, lo llenaba de una profundo rabia, casi podía saborear la satisfacción vengativa en el aire, tan densa como la niebla tóxica de la ventanilla