Las manos de Beatriz se aferraron a los fríos barrotes de su celda, sus nudillos se blanquearon mientras miraba las paredes grises y sin vida que la encerraban. El eco de unos pasos que se acercaban retumbó en sus oídos, un sonido que parecía burlarse de su situación; cada paso era un pesado recordatorio de la cruda realidad a la que se enfrentaba.No podía creer lo que estaba ocurriendo; la idea de estar en un calabozo por un crimen que no había cometido era una pesadilla que nunca había imaginado.—No te van a servir de nada las lágrimas, nadie te va a ayudar —, la voz del policía rebotó en el hormigón con sorna, sus ojos carecían de cualquier atisbo de empatía. —Tus hermanitos también están encarcelados y tu padre ¡Qué joyitas! Una familia de criminales. Así que no te vas a poder salvar, te pudrirás en la cárcel.Sus palabras picaron como sal en una herida abierta, y Beatriz solo pudo llevarse la mano a la sien, sintiendo el peso de la incredulidad y la impotencia presionándola.
Payton bajó en el aeropuerto de Los Ángeles, subió al auto, mientras apretaba la mandíbula con la mirada perdida en el paisaje urbano, el horizonte de Los Ángeles como una silueta irregular en el crepúsculo.El agarre de su teléfono era como una prensa, mientras cada palabra que pronunciaba tallaba más profundamente su endurecido exterior. Y es que su amargura no era fortuita, hacía dos meses que su corazón se había convertido en piedra cuando su mujer se marchó, dejándole con un su hijo recién nacido y un abismo de resentimiento. Ahora, los llantos de ese bebé no eran más que ruido blanco comparado con la amargura que gritaba en su interior.—Necesito que trasladen a esa mujer a una de las prisiones más peligrosas del país —, la voz de Payton era fría, distante. Aunque no la conocía, el solo hecho de ser mujer y haberse metido con su primo, lo llenaba de una profundo rabia, casi podía saborear la satisfacción vengativa en el aire, tan densa como la niebla tóxica de la ventanilla
La luz tibia de la tarde se filtró a través de las persianas, bañando la habitación con rayos dorados que rozaban la piel pálida de Paul, como si fueran suaves caricias.Sus párpados, pesados como si estuvieran hechos de plomo, comenzaron a temblar levemente, y tras una aparente eternidad, se elevaron.Paul abrió los ojos con lentitud, para dejarlo caer de nuevo.Su madre, Tarah, quien había estado aferrada a la esperanza más fuerte que un náufrago a un salvavidas, vio aquel milagroso destello de vida. Saltó de su silla al lado de la cama, el tiempo parecía haber formado surcos de desvelo en su rostro, y su voz, quebrada por el alivio, rompió el silencio.—¡Despertó! —exclamó visiblemente emocionada, tocó el timbre para que las enfermeras llegaran y no tardaron en hacerlo —¡Enfermeras! ¡Creo que despertó! —gritó con una expresión llena de felicidad. Las enfermeras y médicos, alertados por la urgencia en su tono, acudieron rápidamente en la habitación. —Deben salir mientras lo atend
Alexis se apartó de donde estaba su esposa, se sentó en uno de los tantos asientos de la sala VIP del hospital. Sus dedos golpeaban con suavidad en la pequeña mesa, a un ritmo entrecortado, cada golpe marcando su creciente impaciencia. Con un resuelto suspiro, mantenía el teléfono en su oído, luego de haber marcado el número que se le había hecho demasiado familiar en las últimas semanas. La línea zumbó, poniéndole en contacto con uno de sus abogados, apenas lo atendió fue el grano.—Señor Rodríguez, es Alexis —dijo secamente cuando se conectó la llamada, sin dejar lugar a cumplidos.“Ah, señor Kontos ¿En qué puedo ayudarle?” La voz al otro lado del teléfono era amable, práctica, aunque en ese momento tenía un matiz de cautela.—¿Sería tan amable de pedir al tribunal una solicitud para que mi esposa y yo podamos ver a las personas que agredieron a nuestro hijo? —, dijo Alexis, con un tono firme, que reflejaba el peso de la necesidad de un padre de obtener respuestas, una necesidad qu
Tanya abrió los ojos con incredulidad, separó los labios para hablar, pero en un principio las palabras parecieron atascarse en su garganta, porque le parecía increíble que se le hubiese olvidado justamente eso.La confesión de su primo flotó en el aire, una verdad inesperada e inquietante. Estaba a punto de responder su interrogante, de contarle lo que habían ocurrido, cuando la puerta de la habitación del hospital se abrió de forma repentina y apareció el médico.—Buenas tardes, lo siento, pero no podemos forzarlo —, anunció el médico, con un tono suave, pero firme, mientras se acercaba a la cama de Paul. —Esos pequeños vacíos en su mente van a ir llenándose poco a poco.Paul, aún pálido por su terrible experiencia, se limitó a asentir. Su mirada, sin embargo, se detuvo en Tanya, reflexiva y distante. La gravedad de la situación le pesaba, evidente en el surco de su entrecejo.Horas más tarde, el hospital por fin le dio el alta a Paul. Había mejorado, pero el camino hacia la recuper
—¿Qué es eso que puede cambiarlo todo? ¿Se trata de Ludovica? —preguntó pensando que era algo relativo a su madre, la mujer que más daño le había hecho.Iker negó con la cabeza, aunque evitó responder a la pregunta de Eletta, en su lugar extendió una mano temblorosa hacia la puerta entreabierta que conducía a su oficina.—¿Puedes venir un momento a mi oficina? —Su voz, usualmente firme y segura, vaciló como el parpadeo incierto de una llama.Eletta frunció el ceño ante la solicitud, leyendo las corrientes ocultas en su tono. Se le erizó la piel bajo la fina tela de su camisa, mientras observaba el rictus de ansiedad que parecía ocupado los labios de su padre. No era habitual en él mostrar vulnerabilidad; su rostro siempre había sido un mapa de certezas y caminos claros. La inquietud zumbó en sus oídos y con cautela dio unos pasos hacia él, cada uno resonando en el silencio pesado que llenaba la sala.El trayecto hasta la oficina pareció consumirse en un abrir y cerrar de ojos, marcad
Eletta no podía evitar respirar entrecortadamente, con el pecho oprimido por una maraña de temor e incertidumbre. Su padre, cuya perspicaz mirada captó el temblor de sus manos y lo afectada que estaba por la noticia, se levantó y caminó hacia ella.La envolvió entre sus brazos, una fortaleza que buscaba calmar su tormenta de pánico. —Ven, lo mejor es que vayamos a casa —, murmuró contra su pelo, su voz como un bálsamo tranquilizador, —para que prepares tu valija. Yo mandaré a preparar el jet para que salgamos en un par de horas. Yo voy a ir contigo.Ella asintió, incapaz de confiar en su voz, anegada por los "y sí..." que picoteaban los bordes de su compostura. ¿Y si ella no hubiese huido la primera vez, ni la segunda? ¿Y si hubiese ido a buscarlo? ¿Y si no hubiese renunciado a él?El miedo a perder a Paul por siempre, la inquietante posibilidad de una vida oscurecida por su ausencia... era casi demasiado para soportarlo.El tiempo parecía correr y arrastrarse simultáneamente mientr
La mirada de Eletta se clavó en Paul, con los ojos desorbitados por la incredulidad. Y es que no podía creer que precisamente Paul se hubiese olvidado justamente de la noche en que pasaron juntos y en que habían concebido a su hijo. Sabía que eso no era algo de lo cual pudiera culparlo, sin embargo, no pudo evitar sentirse de cierta manera despreciada.¿Cómo era posible que él, de entre todas sus recuerdos, hubiera decidido olvidar aquella noche decisiva?Enseguida su conciencia se abrió paso, y es que parecía la principal defensora de Paul “¿Si estaba hecho una cuba que iba a recordarse? Lo más probable es que creyera que fue un sueño, y con lo del accidente quizás su consciente decidió olvidar todo eso porque le hacía daño”.«Si claro eres psicólogo para dar esas conclusiones», se quejó peleándose consigo misma, pero es que no podía negar que se sentía herida.Habían compartido horas de pasión, horas que habían dado lugar a la vida que ahora crecía en su interior y a pesar de esta