Tanya abrió los ojos con incredulidad, separó los labios para hablar, pero en un principio las palabras parecieron atascarse en su garganta, porque le parecía increíble que se le hubiese olvidado justamente eso.La confesión de su primo flotó en el aire, una verdad inesperada e inquietante. Estaba a punto de responder su interrogante, de contarle lo que habían ocurrido, cuando la puerta de la habitación del hospital se abrió de forma repentina y apareció el médico.—Buenas tardes, lo siento, pero no podemos forzarlo —, anunció el médico, con un tono suave, pero firme, mientras se acercaba a la cama de Paul. —Esos pequeños vacíos en su mente van a ir llenándose poco a poco.Paul, aún pálido por su terrible experiencia, se limitó a asentir. Su mirada, sin embargo, se detuvo en Tanya, reflexiva y distante. La gravedad de la situación le pesaba, evidente en el surco de su entrecejo.Horas más tarde, el hospital por fin le dio el alta a Paul. Había mejorado, pero el camino hacia la recuper
—¿Qué es eso que puede cambiarlo todo? ¿Se trata de Ludovica? —preguntó pensando que era algo relativo a su madre, la mujer que más daño le había hecho.Iker negó con la cabeza, aunque evitó responder a la pregunta de Eletta, en su lugar extendió una mano temblorosa hacia la puerta entreabierta que conducía a su oficina.—¿Puedes venir un momento a mi oficina? —Su voz, usualmente firme y segura, vaciló como el parpadeo incierto de una llama.Eletta frunció el ceño ante la solicitud, leyendo las corrientes ocultas en su tono. Se le erizó la piel bajo la fina tela de su camisa, mientras observaba el rictus de ansiedad que parecía ocupado los labios de su padre. No era habitual en él mostrar vulnerabilidad; su rostro siempre había sido un mapa de certezas y caminos claros. La inquietud zumbó en sus oídos y con cautela dio unos pasos hacia él, cada uno resonando en el silencio pesado que llenaba la sala.El trayecto hasta la oficina pareció consumirse en un abrir y cerrar de ojos, marcad
Eletta no podía evitar respirar entrecortadamente, con el pecho oprimido por una maraña de temor e incertidumbre. Su padre, cuya perspicaz mirada captó el temblor de sus manos y lo afectada que estaba por la noticia, se levantó y caminó hacia ella.La envolvió entre sus brazos, una fortaleza que buscaba calmar su tormenta de pánico. —Ven, lo mejor es que vayamos a casa —, murmuró contra su pelo, su voz como un bálsamo tranquilizador, —para que prepares tu valija. Yo mandaré a preparar el jet para que salgamos en un par de horas. Yo voy a ir contigo.Ella asintió, incapaz de confiar en su voz, anegada por los "y sí..." que picoteaban los bordes de su compostura. ¿Y si ella no hubiese huido la primera vez, ni la segunda? ¿Y si hubiese ido a buscarlo? ¿Y si no hubiese renunciado a él?El miedo a perder a Paul por siempre, la inquietante posibilidad de una vida oscurecida por su ausencia... era casi demasiado para soportarlo.El tiempo parecía correr y arrastrarse simultáneamente mientr
La mirada de Eletta se clavó en Paul, con los ojos desorbitados por la incredulidad. Y es que no podía creer que precisamente Paul se hubiese olvidado justamente de la noche en que pasaron juntos y en que habían concebido a su hijo. Sabía que eso no era algo de lo cual pudiera culparlo, sin embargo, no pudo evitar sentirse de cierta manera despreciada.¿Cómo era posible que él, de entre todas sus recuerdos, hubiera decidido olvidar aquella noche decisiva?Enseguida su conciencia se abrió paso, y es que parecía la principal defensora de Paul “¿Si estaba hecho una cuba que iba a recordarse? Lo más probable es que creyera que fue un sueño, y con lo del accidente quizás su consciente decidió olvidar todo eso porque le hacía daño”.«Si claro eres psicólogo para dar esas conclusiones», se quejó peleándose consigo misma, pero es que no podía negar que se sentía herida.Habían compartido horas de pasión, horas que habían dado lugar a la vida que ahora crecía en su interior y a pesar de esta
La mirada de Tanya osciló entre Eletta y Paul, la tensión en la habitación se espesaba como una nube de tormenta a punto de estallar. Casi podía saborear el aguijón ácido de una pelea inminente, y sus instintos le pedían a gritos que escapara de allí.Con un pensamiento que recorrió su mente como una plegaria susurrada “es mejor decir, aquí huyó que aquí quedó”, se dijo, se levantó del sofá donde se había sentado con movimientos cuidadosos y deliberados.—Lo siento, chicos —, murmuró, con la voz apenas por encima del sonido de su respiración entrecortada. —Creo que estoy de más aquí, ustedes tienen muchas cosas de qué hablar —. Miró brevemente hacia la puerta, pensando en sus mellizos, buscando en su cabeza una urgencia para alejarse. —Además, debo ver si los mellizos se orinaron o hicieron una de sus travesuras.Con esas palabras y sin esperar respuesta, salió corriendo de la habitación como si la persiguieran cientos de demonios, con la cacofonía del sonido de los latidos de su prop
Con manos temblorosas, pero decididas, Paul hizo girar a Eletta bajo su cuerpo, su respiración se entrecortó mezclándose con los suspiros de ella. Atacó los botones de la blusa con habilidad, liberándolos uno tras otro en una cadencia frenética. Con un movimiento brusco, la tela se separó revelando la intimidad de su lencería.—Espera —jadeó ella, pero era más un ruego que una súplica, perdido en el torbellino de sensaciones.Sin embargo, Paul no estaba dispuesto a esperar ni un segundo más. Agarró el borde del brasier y lo arrancó con un impulso arrebatador, liberando los senos hinchados de Eletta a la vista y al tacto.Los contempló, la luz tenue de la habitación jugaba con las sombras, creando contornos que le eran familiares, pero también sorprendentemente nuevos.—Están mucho más grandes de lo que recordaba —murmuró Paul, casi para sí mismo, mientras la admiración y el puro deseo delineaban cada palabra.Entrecerró los ojos, quizás intentando grabar mejor ese momento, esa visión,
Eletta tragó con fuerza, las palabras parecían pesadas en su lengua, pero sabía que había llegado el momento. El momento de enfrentar las sombras que a danzaban entre ellos y los distanciaban aun estando tan cerca.—Huyo... huyo de mí misma —confesó con la voz temblorosa. —No quiero hacerte daño, tengo miedo —dijo cerrando los ojos, mientras su voz se quebraba por el dolor que le producía pensar en eso.—¿Miedo de qué? ¿Qué te tiene tan aterrada mi amor? Háblame y entre los dos podemos resolver eso que te tiene así —su voz se escuchó con un tono de desesperación.—Miedo en hacerte daño, en ser una mujer malvada como… —se quedó callada.—¿Cómo quién? —insistió con preocupación.—Como mi madre, tengo miedo de convertirme en ella, en engañarte, en ser mala esposa, mala madre —concluyó con una expresión de angustia.Él negó con la cabeza, tomando su rostro para que ella lo mirara a la cara mientras hablaba.Paul sintió como si le abriera el entendimiento, iluminando los recovecos del coraz
Paul tardó unos segundos en asimilar lo que acababa de escuchar. Su sorpresa inicial era palpable, pero luego, una sonrisa ligeramente curvada nació en sus labios. Se inclinó hacia ella, colocando un dedo debajo de su barbilla para alzarle la mirada.—¿En serio? —dijo con calidez y ella asintió—, así que caíste rendida ante mí —dijo con un tono de picardía.—Pues, la verdad es que no sé, me recuerdo que llegué a la habitación que me había asignado Leandra, y no sé cómo ocurrió… creo que tú llegaste allí también. Yo creí que estaba soñando, cuando pasó todo, pero cuando me levanté me di cuenta que estabas a un lado de mi cama —respondió con una leve sonrisa.—¿O sea que te acostaste en mi cama para seducirme? —preguntó orgulloso y ella negó.—Lamento hacerte pisar tierra, la verdad es que yo me acosté ebria, porque te vi en la boda con otra mujer, me sentí tan dolida, porque según me amabas y no te tardaste ni tres meses para encontrarte a otra y de paso llevarla a la boda de mi padre