La rabia de Alexis era un ser vivo, que se abría paso a través de todos sus tendones y encendía sus venas con su ferocidad. Sus ojos, oscurecidos por la tormenta de emociones, se clavaron en la figura del segundo hermano de Beatriz. Con paso depredador, acortó la distancia que los separaba y, con un rápido movimiento, agarró al hombre por la camisa y lo estampó contra la pared. —¡Desgraciado! Dime, ¿Dónde está mi hijo? —bramó Alexis, con los puños, apretando la tela de la camisa del hombre como si fuera el único salvavidas de su hijo. —¿Qué le has hecho? Habla ahora o te juro que te sacaré la verdad a golpes. El padre y los otros dos hermanos aparecieron en la puerta, dieron un paso adelante, con los rostros marcados por la preocupación y la duda. Pero como una barrera protectora, los hombres de Alexis se interpusieron, sus imponentes formas, una clara advertencia de no interferir. —Lo juro, no sé dónde está —, jadeó el hermano inmovilizado contra la pared, con la voz tensa bajo e
El olor a antiséptico del hospital aguijoneaba las fosas nasales de Tarah mientras se apresuraba por sus complicados pasillos, agarrando la mano de Alexis con un apretón que decía mucho de su ansiedad.—Tranquila mi amor, todo estará bien —le dijo su esposo tratando de tranquilizarla, pero ella sabía que nada estaba bien, lo sentía en el pecho, en su piel, y no podía evitar ese miedo que se anidaba en su interior.—No, Alexis, te estoy diciendo desde hace días que algo no estaba bien con mi hijo, pero no me hiciste caso, en su lugar, pensaste que eran ganas mías de controlarlo —pronunció con un deje de tristeza y Alexis se sintió culpable por no haberle hecho caso desde el principio.—Lo sé mi amor, y no sabes cuánto me arrepiento de no haberte escuchado antes, de haberlo hecho quizás las cosas no estuvieran en este estado —pronunció con pesar.Lo habían llamado de esa clínica, debido a la denuncia que había puesto unas horas antes, pero lo que le habían informado, es que el pronóstic
Unas horas después el médico salió y les informó.—Ya pueden entrar a verlo, síganme.El médico comenzó a caminar y ellos se dirigieron por los fríos pasillos del hospital hasta una habitación de cuidados intensivos.Al entrar, el sonido de las máquinas y los monitores de ritmo cardíaco llenaron sus oídos. Paul yacía en la cama, inmóvil, con tubos y cables conectados a su cuerpo. Su rostro, aunque pálido y magullado, aún conservaba esa serenidad que Tarah reconocía.El contraste entre la fuerza que recordaba y la vulnerabilidad que veía ahora le partió el alma y no pudo evitar un largo sollozo salir de sus labios.Tarah se acercó a la cama, tomando la mano de su hijo entre las suyas. Estaba fría y sin respuesta, pero ella la sostuvo con la misma ternura con la que lo hacía cuando era pequeño y se caía jugando.—Paul... mi amor, estamos aquí, mi vida —susurró, las lágrimas cayendo libremente por su rostro. —Mamá y papá están aquí. Todo va a estar bien. Te lo prometo.Alexis se paró al
Las manos de Beatriz se aferraron a los fríos barrotes de su celda, sus nudillos se blanquearon mientras miraba las paredes grises y sin vida que la encerraban. El eco de unos pasos que se acercaban retumbó en sus oídos, un sonido que parecía burlarse de su situación; cada paso era un pesado recordatorio de la cruda realidad a la que se enfrentaba.No podía creer lo que estaba ocurriendo; la idea de estar en un calabozo por un crimen que no había cometido era una pesadilla que nunca había imaginado.—No te van a servir de nada las lágrimas, nadie te va a ayudar —, la voz del policía rebotó en el hormigón con sorna, sus ojos carecían de cualquier atisbo de empatía. —Tus hermanitos también están encarcelados y tu padre ¡Qué joyitas! Una familia de criminales. Así que no te vas a poder salvar, te pudrirás en la cárcel.Sus palabras picaron como sal en una herida abierta, y Beatriz solo pudo llevarse la mano a la sien, sintiendo el peso de la incredulidad y la impotencia presionándola.
Payton bajó en el aeropuerto de Los Ángeles, subió al auto, mientras apretaba la mandíbula con la mirada perdida en el paisaje urbano, el horizonte de Los Ángeles como una silueta irregular en el crepúsculo.El agarre de su teléfono era como una prensa, mientras cada palabra que pronunciaba tallaba más profundamente su endurecido exterior. Y es que su amargura no era fortuita, hacía dos meses que su corazón se había convertido en piedra cuando su mujer se marchó, dejándole con un su hijo recién nacido y un abismo de resentimiento. Ahora, los llantos de ese bebé no eran más que ruido blanco comparado con la amargura que gritaba en su interior.—Necesito que trasladen a esa mujer a una de las prisiones más peligrosas del país —, la voz de Payton era fría, distante. Aunque no la conocía, el solo hecho de ser mujer y haberse metido con su primo, lo llenaba de una profundo rabia, casi podía saborear la satisfacción vengativa en el aire, tan densa como la niebla tóxica de la ventanilla
La luz tibia de la tarde se filtró a través de las persianas, bañando la habitación con rayos dorados que rozaban la piel pálida de Paul, como si fueran suaves caricias.Sus párpados, pesados como si estuvieran hechos de plomo, comenzaron a temblar levemente, y tras una aparente eternidad, se elevaron.Paul abrió los ojos con lentitud, para dejarlo caer de nuevo.Su madre, Tarah, quien había estado aferrada a la esperanza más fuerte que un náufrago a un salvavidas, vio aquel milagroso destello de vida. Saltó de su silla al lado de la cama, el tiempo parecía haber formado surcos de desvelo en su rostro, y su voz, quebrada por el alivio, rompió el silencio.—¡Despertó! —exclamó visiblemente emocionada, tocó el timbre para que las enfermeras llegaran y no tardaron en hacerlo —¡Enfermeras! ¡Creo que despertó! —gritó con una expresión llena de felicidad. Las enfermeras y médicos, alertados por la urgencia en su tono, acudieron rápidamente en la habitación. —Deben salir mientras lo atend
Alexis se apartó de donde estaba su esposa, se sentó en uno de los tantos asientos de la sala VIP del hospital. Sus dedos golpeaban con suavidad en la pequeña mesa, a un ritmo entrecortado, cada golpe marcando su creciente impaciencia. Con un resuelto suspiro, mantenía el teléfono en su oído, luego de haber marcado el número que se le había hecho demasiado familiar en las últimas semanas. La línea zumbó, poniéndole en contacto con uno de sus abogados, apenas lo atendió fue el grano.—Señor Rodríguez, es Alexis —dijo secamente cuando se conectó la llamada, sin dejar lugar a cumplidos.“Ah, señor Kontos ¿En qué puedo ayudarle?” La voz al otro lado del teléfono era amable, práctica, aunque en ese momento tenía un matiz de cautela.—¿Sería tan amable de pedir al tribunal una solicitud para que mi esposa y yo podamos ver a las personas que agredieron a nuestro hijo? —, dijo Alexis, con un tono firme, que reflejaba el peso de la necesidad de un padre de obtener respuestas, una necesidad qu
Tanya abrió los ojos con incredulidad, separó los labios para hablar, pero en un principio las palabras parecieron atascarse en su garganta, porque le parecía increíble que se le hubiese olvidado justamente eso.La confesión de su primo flotó en el aire, una verdad inesperada e inquietante. Estaba a punto de responder su interrogante, de contarle lo que habían ocurrido, cuando la puerta de la habitación del hospital se abrió de forma repentina y apareció el médico.—Buenas tardes, lo siento, pero no podemos forzarlo —, anunció el médico, con un tono suave, pero firme, mientras se acercaba a la cama de Paul. —Esos pequeños vacíos en su mente van a ir llenándose poco a poco.Paul, aún pálido por su terrible experiencia, se limitó a asentir. Su mirada, sin embargo, se detuvo en Tanya, reflexiva y distante. La gravedad de la situación le pesaba, evidente en el surco de su entrecejo.Horas más tarde, el hospital por fin le dio el alta a Paul. Había mejorado, pero el camino hacia la recuper