La envidia y el deseo brillaron en los ojos de Tanya mientras observaba a la pareja, por más que se aconsejaba evitarlo. Había una vibrante energía entre ellos que la hacía anhelar lo que nunca podría tener.
El sonido de Eletta la sacó de sus pensamientos. —Tanya, ¿Estás bien? —preguntó Eletta frunciendo el ceño con preocupación. Tanya se giró hacia su amiga, ocultando rápidamente cualquier signo de sus sentimientos. —Claro, solo estoy un poco cansada —respondió Tanya rápidamente. —Espero que sea eso amiga, debes entender que mi padre y mi madre se aman, son felices juntos y ese enamoramiento que tienes con él, jamás prosperará y debe mantenerse allí, en el campo de tu imaginación, no más. Entretanto, fuera, Ludovica subió al auto en el puesto del chofer, visiblemente emocionada, mientras que Alexander lo hizo a su lado, en el puesto de copiloto. —Vamos a probarlo —propuso él, pero ella se negó. —Después, tengo muchas cosas qué hacer, y no puedo perder tiempo. Con esas palabras, salió del coche, dejando a Alexander en el auto, desconcertado. Sin embargo, al entrar en la sala, se quedó viendo a las chicas y sonrió complacida. —¿Vieron ese hermoso auto que me regaló Alex? Es que mi esposo es el mejor, siempre me complace en todo, y hace lo que quiere para cumplir mis deseos —alardeó—. Ustedes, niñas, deben conseguirse un marido así, que las consienta y les demuestre su amor con detalles lindos. En ese momento, entró Alexander, y Ludovica, sin medir su efusividad, tomó a su marido y lo besó con pasión. Alexander la apartó de él riéndose y la reprendió con suavidad. —¡Amor! Nuestra hija está presente, contrólate —. le susurró a la mujer en voz baja. —Ay, amor, no seas exagerado. Un día tu hija va a tener novio y hará lo mismo que tú y yo hacemos —pronunció la mujer con dulzura, dándole un beso en la nariz y caminando de regreso al despacho. Alexander la siguió mientras Tanya lo miraba con un deje de tristeza, preguntándose si algún día lograría que él la mirara como miraba a Ludovica. “Ya Tanya, ese hombre nunca te va a mirar a ti, ama a su esposa, mejor búscate a alguien de tu edad”, se aconsejó. Comenzó a recoger sus cosas, y Eletta la vio con curiosidad. —¿Qué haces? —preguntó. —Recogiendo mis cosas… y creo que lo mejor es que la próxima vez estudiemos en mi residencia —respondió terminando de recoger sus cosas. —Sabes que mi padre no le gusta que vaya contigo… te considera demasiado ligera y que vas a mal influenciar a su niña —pronunció la chica encogiéndose de hombros en tono divertido. —¡Qué cosas no! Si supiera que eres tú la que me sonsaca y me quiere llevar por el mal camino, y que debería ser yo la que tendría que tener cuidado contigo —respondió Tanya con una sonrisa irónica. Eletta soltó una carcajada, y ambas se echaron a reír, olvidando por un momento la tensión palpable que había en la habitación. —Estaré encantada de seguir corrompiéndote, querida Tanya, es que debo enseñarte que en el mundo hay otros hombres que estarían encantados de recibir una mirada tuya, y para que no andes de tonta regando la baba por mi papá —dijo Eletta con una sonrisa juguetona. Mientras Tanya iba saliendo, la pequeña Alyssa, de seis años, llegó corriendo y se paró en frente de la joven. —¿Puedes hacerme un dibujo? —preguntó. —Es que ya iba de salida —le dijo y la niña hizo un puchero conteniendo sus ganas de llorar, eso la conmovió. —Está bien, te haré un dibujo rápido —concedió Tanya. Se agachó hasta quedar a la altura de Alyssa. Tomó el lápiz y el bloc que traía la niña. —¿Qué quieres que te dibuje? —preguntó Tanya con una sonrisa. Alyssa pensó detenidamente antes de contestar. —Una princesa con un dragón, por favor. Con una risita, Tanya comenzó a esbozar la figura de una princesa valiente montada en su fiel y feroz dragón; sus dedos se movieron con una gracia natural. Alyssa observó con los ojos bien abiertos, con asombro y emoción cómo las líneas simples se transformaron en una escena mágica. Una vez terminado, Tanya le entregó el dibujo a Alyssa. —Espero te guste —le dijo dándole un beso. Después de despedirse, Tanya salió de la casa, sin darse cuenta de que tras de ella, un par de ojos azules la observaban atentos mientras se alejaba, esbozando una mueca de disgusto. ***** Ludovica miró a un lado viendo las llaves del auto, las tomó y sus dedos recorrieron sus bordes fríos. Se le escapó una risita nerviosa al mirarlas, no podía soportar la ansiedad, quizás era el símbolo de su nueva libertad. El peso de la expectación burbujeó en su interior; tal vez un paseo en su nuevo coche calmaría la energía inquieta que bailaba en sus venas. Salió por la puerta y sus movimientos fueron sigilosos, para no ser vista por nadie. Una vez instalada en el asiento del conductor, Ludovica aspiró el aroma del coche, respirando profundo una mezcla de plástico y nuevo. Introdujo la llave en el contacto y sintió el suave rugido del motor al arrancar La estrecha carretera que tenía por delante la llamaba, una cinta de aventura que se desplegaba bajo el cielo crepuscular. Pisó a fondo el acelerador, sacando más velocidad del ronroneante motor mientras el paisaje se desdibujaba junto a su ventanilla. Con un movimiento de muñeca, la música sonó por los altavoces y las notas se entrelazaron con el aire del atardecer. Tarareó, su voz ganó confianza y su cuerpo se balanceó al ritmo. Una sonrisa iluminó su expresión y sus ojos brillaron celebrando con emoción su buena suerte. Estaba a pocas horas de que todo cambiara. Lo que no sabía es que el destino se torcería y su suerte se cruzaría. Un animal salió repentinamente, precipitándose sobre el asfalto. El corazón de Ludovica dio un vuelco y pisó con fuerza el pedal del freno, exigiendo una respuesta. Pero este no respondió. El pánico se apoderó de su garganta cuando el freno la traicionó, inflexible ante su frenética presión. El coche derrapó y un chirrido metálico desgarró la melodía de la música. Se sacudió violentamente, virando hacia la valla de protección colocada en el borde de la carretera, una barrera implacable que se erguía centinela sobre el abismo. El metal gimió, rindiéndose al brutal abrazo de la barandilla, antes de ceder por completo. Y luego, el silencio, mientras el mundo de Ludovica se inclinaba, el suelo desapareció y el coche se precipitó al vacío para un minuto después explotar. «La vida es el viaje, no el destino» Albert Camus.Minutos antes de que ocurriera el accidente de Ludovica, Alexander recibió una llamada.“Señor, se ha presentado una falla en los motores de la serie de vehículos del modelo nuevo. Estuve llamando a sus primos, tanto a Roberto como a Paolo, y como no pude comunicarme con ellos, lo estoy llamando a usted. Lamento tener que molestarlo, pero es urgente su presencia”.—Estaré allí lo más pronto posible.Sin pérdida de tiempo pasó por el despacho donde estaba su esposa y se despidió.—Debo ir a la empresa, no sé cuánto tiempo tardaré —le dijo a su esposa y ella asintió.—Tárdate todo el tiempo que quieras, esposo… espero que te vaya bien —susurró mirándolo con una expresión extraña en su mirada.Alexander salió luego de darle un beso de despedida, cuando llegó a la altura de la sala, vio a Eletta sentada, miró a los lados buscando a Tanya y cómo no la vio, le preguntó a su hija.—¿Dónde está tu amiga? —sin esperar respuesta siguió hablando—, debes estar pendiente de lo que haga… no me gust
Alexander se quedó atónito ante las palabras del oficial. Un hecho provocado. Un enemigo. ¿Cómo era posible que Ludovica tuviera un enemigo dispuesto a llegar al extremo de acabar con su vida? Dio vueltas a la pregunta en su mente, pero no podía pensar con claridad. Aunque eran personas de dinero, vivían en un mundo de exclusividad, lujo y protección, siempre habían estado rodeados de personas leales. Alexander tragó con dificultad, tratando de procesar la nueva información. ¿Quién querría matar a Ludovica? Era divertida. La mujer más dulce que nadie jamás podría conocer. Siempre dispuesta a ayudar y con una sonrisa para regalar a todos. Ella era para él la perfección personificada. Vio al oficial y se dio cuenta de que no parecía bromear, su rostro era una máscara de seriedad. —No... —respondió Alexander, su voz era apenas audible—. Ludovica siempre fue muy amable y amada por todos. No puedo pensar en alguien que quisiera hacerle daño y mucho menos que deseara verla muerta. —Enten
Ella se resistió inicialmente, sus brazos empujando contra su pecho en un intento de liberarse. Su corazón latió con una mezcla de anticipación y desconcierto. Pero la sorpresa se transformó en shock cuando los labios del hombre encontraron los suyos. Pese a su intento de liberarse, finalmente cedió, sus labios, devolviendo el beso con una intensidad que era a partes iguales: comprensión, compasión y reproche. La habitación giró nuevamente para Alexander, pero esta vez fue por una sensación completamente diferente. Una embriaguez de desesperación y un salvajismo indomable alimentado por la pérdida y la soledad. Él no sabía cómo parar, cómo soltarla. Su mente era un torbellino de emociones y pensamientos que iba más rápido de lo que podía detenerse a considerarlas. Para la joven, el mundo pareció detenerse al sentir el calor de los brazos de Alexander rodeando su cuerpo. La sorpresa pintó su rostro, un lienzo en blanco ante la tormenta emocional que se avecinaba. Sin embargo, est
—¡Claro! Eso era lo que estaba esperando una zorr4 como tú, aprovechar cualquier oportunidad para meterte en mi cama o a cualquier lugar con tal de que te follara… ¡Eres de lo peor! Siempre supe que tu presencia aquí era una desgracia. Ni siquiera respetaste mi dolor y solo viniste a seducirme —siseo furioso.—¡Eso no es cierto! Yo solo quería ver como estabas y tú… —pero no terminó de hablar porque las palabras ofensivas de Alexander se escucharon como un latigazo.—¡No mientas! ¿Vas a negar que has estado enamorada de mí desde que empezaste a estudiar con mi hija? El rostro de Tanya palideció y Alexander se burló, confirmando con la actitud de la chica sus palabras.—Te cuento que no hiciste nada por simularlo, todos los sabíamos hasta Ludovica, así que no pongas esa cara de chica inocente porque no te va, no eres más que una trepadora, una vagabunda.Y con esas duras palabras la apartó de un empujón, se levantó y se arregló la ropa. Y luego, sin ninguna consideración, la agarró por
Tanya subió al coche y condujo sin rumbo, el dolor la traspasaba de pies a cabeza como si alguien la hubiera atravesado una filosa espada en todo su cuerpo. La humillación que le habían hecho Alexander y su amiga la atormentaba. Aunque lo más que le dolía era su propia decepción, su rabia consigo misma.¿Cuántas veces se había dicho a sí misma que dejara ese enamoramiento? Que se trataba de un hombre casado, y aunque eso lo respetó mientras vivía su esposa, porque lo veía inalcanzable, no pudo evitar caer una vez que ella ya no estuvo.Lo veía perfecto, hermoso, con tantas cualidades que deseaba tuviera el hombre de su vida, pero ahora resulta que la realidad la había golpeado en la cara, porque su héroe se había convertido en el villano de su historia.Ignorando su instinto, dejó que la besara y allí no pudo negarse a que hiciera con ella lo que quería.Tardó conduciendo horas, pasando una y otra vez por las mismas calles, los mismos paisajes, los lugares que antes le parecieron her
Alexander no había podido dormir bien, de hecho en la madrugada se levantó porque no podía soportar sus propios demonios que no dejaban de atormentarlo por lo que le había hecho a Tanya. Allí estaba en el balcón de su habitación, observando el paisaje. La tristeza ardía en su interior mientras las sombras del bosque se entrelazaban con los contornos de su culpa. Sentía el corazón hecho jirones, apretó los puños hasta que las uñas se clavaron en la carne de sus palmas. La rabia hacia sí mismo lo había consumido aquella noche, un fuego que no encontraba salida, sino a través de palabras y acciones que ahora desearía poder devorar y hacer desaparecer, lo hizo actuar de esa manera.Las manos de Alexander apretaron la barandilla de hierro del balcón y sus nudillos se blanquearon mientras fijaba su mirada a través de las siluetas de los árboles más allá de la zona de la piscina. El peso de sus actos pesaba sobre él, su propio odio hacia sí mismo se había desbordado en una furia injusta co
—¡Definitivamente sí! Te me has caído del pedestal en el que te tenía —gruñó, molesta.—¿Y cómo no lo voy a hacer si viniste a joder mi perfecto mundo? —inquirió —, ¡Tú eres la culpable de todo!—¿Sabes qué paso a creer? Que tu mundo no era tan perfecto como creías, que vivías un espejismo, que estabas enamorado de la ilusión de tener a la familia perfecta, porque si no fuese así, no te habrías desahogado conmigo por muy herido y dolido que estuvieras ¡Eres un hipócrita Alexander Ferrari! —sentenció con vehemencia—, te estás engañando a ti mismo, reconoce que te gustaba aun cuando tu esposa estaba viva y tenías miedo de que me acercara y todo lo simulabas con una fachada de desprecio hacia mí.Las palabras cayeron en el cuerpo del hombre como pequeños aguijones de avispas, que se introducían en su piel y le causaban hinchazón, porque aunque se negara a admitirlo, aunque se cerrara a eso, las palabras de Tanya no estaban lejos de la verdad, pero jamás lo admitiría.—¡Cállate! No sabes
Hubo un silencio sepulcral en la cocina, se podía escuchar hasta el ruido de una aguja si llegase a caer. Nadie se atrevió a moverse, estaban demasiado asustados para siquiera parpadear. La tensión era palpable en el ambiente.Alexander mantuvo su mirada fría sobre la cocinera, aparentemente impasible ante sus palabras. Su rostro era una máscara de piedra, sus labios una delgada línea que no revelaba ninguna emoción.—¿Y por qué consideras que mi esposa Ludovica era mala? —preguntó, su voz tan gélida como su mirada— ¿Y por qué hablas ahora que no puede defenderse?La cocinera se quedó viéndolo a los ojos antes de responder, se veía dubitativa, un poco temerosa, hasta que al final le respondió, no sin antes emitir un suspiro de resignación.—Veo por su expresión que usted no está dispuesto a creerme… por eso no creo que con mis palabras sea suficiente, pero cuando esté preparado para descubrir la verdad no se le va a ser difícil averiguarla, después de todo usted tiene los recursos pa