—¡No puedes irte! Eres una niña —sentenció su padre visiblemente afectado.
Tanya siempre había sido la más tranquila de las gemelas, la más obediente, la más centrada y ahora no entendían porque ese cambio tan drástico en ella, que si no las conocieran bien, pensarían que Leandra había tomado su lugar.—Soy una mujer, siempre he sido responsable, no quiero seguir bajo el ala de ustedes como un pichón recién nacido, quiero volar… conocer mundo, equivocarme ¿Por qué te cuesta aceptarlo? —inquirió la chica con firmeza.—Puedes volar en la misma ciudad, cruzando la tierrita, hasta a México te puedes ir, ¡Pero no! A ti te da por experimentar cruzando el Atlántico —dijo Levi, su padre sin poder contener su nerviosismo.Su madre respiró profundo, aunque le dolía la decisión de su hija, no podía hacer nada, había crecido, tenía que desplegar sus alas, y no podía detenerla. Tanya la observó y se dio cuenta por la expresión en su cara que la apoyaría en esa decisión y así fue.—¡Déjala Levi! Los hijos no son nuestros, son de la vida. Solo espero que sepas comportarte, te dimos todas las herramientas, te educamos, te enseñamos valores, ahora tú verás si vives de acuerdo a eso —y con un nudo en la garganta tomó la decisión más difícil de su vida.Tres días después, allí estaba la familia despidiendo a Tanya.—Quién lo iba a creer, se suponía que yo era el vendaval, pero resultó que la más tranquila fue la que tomó esa decisión. Espero que estés bien hermanita y no olvides que te amo —fueron las palabras de su gemela, antes de abrazarla.A pesar de su decisión no pudo contener el nudo en su garganta, le daba cierto temor empezar tan lejos, pero ella necesitaba salir de la protección y dominio de los Hall, en Estados Unidos eso sería imposible, pero en Italia no, porque allá ella era una desconocida, una persona común y corriente.Tres años después.“Así quedamos, es cuestión de horas para que lo hagamos”, se escuchó al otro lado de la línea.—Perfecto, espero que te hagas cargo… te haré llegar el pago tal como acordamos una vez que cumplas tu parte del trato —la mujer sonrió con malicia, por fin esperaba poder cumplir con sus más anhelados deseos, no en vano había esperado tanto.Fuera Alexander llegó y bajó del auto con una amplia sonrisa, estaba ansioso por darle a su esposa su regalo de cumpleaños, quería ver esa expresión de sorpresa cuando se diera cuenta que le iba a dar un auto igual al suyo, el que tanto había deseado.—Amor, ¿Dónde estás? Te tengo una sorpresa —comenzó a decir apenas entró, buscando a su esposa.Se detuvo cuando en la sala encontró a su hija Eletta con su mejor amiga Tanya. Quien al verlo se levantó con el rostro teñido por el leve color carmesí.—Señor Alexander —dijo la chica nerviosa.—Hola Tanya, ¿Tan temprano en mi casa? —dijo con seriedad y fue su hija quien interrumpió el intercambió y corrió hacia él.—¡Papá! —lo reprendió, pero luego cambió de actitud— ¡Qué alegría verte! ¿Cómo te fue? —sin esperar respuesta se inclinó y susurró en voz baja solo para que él escuchara—, no seas odioso con mi amiga.—Es que tu amiga me mira como si fuera un jugoso bistec para un perro —gruñó molesto en voz baja.—¡Quien te manda a ser tan guapo! Además, es solo una ilusión de una jovencita, ella sabes que estás casado con mamá y sería incapaz de ir más allá de unas miradas… sé amable con ella —le dijo la jovencita y él asintió.Y como su princesa mayor conseguía de él todo lo que quería, cambió de actitud hacia la chica.—Disculpa Tanya, era solo una broma. Me alegro de verte —dijo Alexander, su rostro se relajó y le ofreció una sonrisa amable, mientras extendía la mano.Tanya levantó la de ella, mientras trataba de contener el temblor en todo su cuerpo y sobre todo en su voz.—Ah, no hay problema, señor Alexander —respondió Tanya, intentando que su voz no temblara.Realmente era guapo, con su cabello oscuro peinado de forma despreocupada y sus ojos azules brillantes, ella sintió como una especie de corriente eléctrica recorrerla y los latidos acelerados de su corazón.Se quedó con la mano de él más tiempo de lo necesario, y otra vez la actitud molesta de Alexander se dejpo ver.—¿Será posible que me entregues mi mano? —inquirió odioso y ella la liberó apenada.—¡Oh lo siento! Disculpe, no fue mi intención.Él ignoró sus palabras y giró hacia su hija.—Bueno, ¿dónde está tu madre? Tengo algo para ella —Eletta se encogió de hombros.—Creo que está en el despacho, sabes que ese es su lugar preferido… nunca sale de allí —cuestionó.—No critiques a tu madre, sabes que le gusta mucho trabajar y con esas palabras se alejó de ellas.Tanya se quedó viendo al padre de su amiga alejarse, mientras trataba de controlar su alocado corazón, cuando se hubo marchado, suspiró profundo y se dejó caer de nuevo en el sofá.—Si yo fuera tu madre no lo dejaría salir ni a la esquina… vas a decir que estoy loca Eletta, pero es que te juro que hasta sería capaz de matar por tu papá —pronunció la chica distraída.Tanya no se dio cuenta que su amiga se quedó viéndola como si le hubiesen salido dos cabezas, hasta que ella le preguntó.—¿Estás hablando en serio? —preguntó Eletta y Tanya se dio cuenta de lo que había dicho.—¡Claro que no! Es solo un decir, aunque si es verdad que estoy enamorada de tu padre… aunque llegué tarde, porque los novios de mis amigas y los hombres casados son mujeres para mí y no volteo a verlo de nuevo.****Cuando Alexander iba a tocar la puerta su esposa salió.—Alexander ¡Llegaste! ¿Cuánto tiempo tienes aquí afuera? —preguntó con un deje de nerviosismo en su tono.—¿Qué pasa amor? Pareces como nerviosa, cualquiera diría que viste un fantasma.—¡Claro que no! Es solo que no te esperaba —dijo ella llevándose la mano a la nuca y masajeándola suavemente.—Ven que te traje una sorpresa —expresó Alexander, atrayéndola hacia él para abrazarla.Tomándola de la mano, la llevó al patio delantera de la casa donde la estaba esperando un auto idéntico al suyo con un gran lazo rojo.—Feliz cumpleaños mi amor —le dijo mientras Ludovica miraba de manera inexpresiva, pero segundos después, la cambió mientras la posaba en el gran lazo rojo que adornaba el auto.—Alexander... no puedo creerlo, ¿esto es para mí?— preguntó aparentemente sorprendida por el generoso regalo de su esposo.Alexander asintió y un atisbo de sonrisa alegre se dibujó en su rostro antes de contestar.—Por supuesto, mi amor. Todo lo mejor para la mujer más increíble del mundo —pronunció dándole un beso apasionado.Entretanto, por la ventana Tanya observaba a la pareja deseando ser ella la mujer que Alexander estuviera besando, haría y daría cualquier cosa por serlo.«El amor prohibido es el más dulce». Oscar Wilde.La envidia y el deseo brillaron en los ojos de Tanya mientras observaba a la pareja, por más que se aconsejaba evitarlo. Había una vibrante energía entre ellos que la hacía anhelar lo que nunca podría tener. El sonido de Eletta la sacó de sus pensamientos. —Tanya, ¿Estás bien? —preguntó Eletta frunciendo el ceño con preocupación. Tanya se giró hacia su amiga, ocultando rápidamente cualquier signo de sus sentimientos. —Claro, solo estoy un poco cansada —respondió Tanya rápidamente. —Espero que sea eso amiga, debes entender que mi padre y mi madre se aman, son felices juntos y ese enamoramiento que tienes con él, jamás prosperará y debe mantenerse allí, en el campo de tu imaginación, no más. Entretanto, fuera, Ludovica subió al auto en el puesto del chofer, visiblemente emocionada, mientras que Alexander lo hizo a su lado, en el puesto de copiloto. —Vamos a probarlo —propuso él, pero ella se negó. —Después, tengo muchas cosas qué hacer, y no puedo perder tiempo. Con esas
Minutos antes de que ocurriera el accidente de Ludovica, Alexander recibió una llamada.“Señor, se ha presentado una falla en los motores de la serie de vehículos del modelo nuevo. Estuve llamando a sus primos, tanto a Roberto como a Paolo, y como no pude comunicarme con ellos, lo estoy llamando a usted. Lamento tener que molestarlo, pero es urgente su presencia”.—Estaré allí lo más pronto posible.Sin pérdida de tiempo pasó por el despacho donde estaba su esposa y se despidió.—Debo ir a la empresa, no sé cuánto tiempo tardaré —le dijo a su esposa y ella asintió.—Tárdate todo el tiempo que quieras, esposo… espero que te vaya bien —susurró mirándolo con una expresión extraña en su mirada.Alexander salió luego de darle un beso de despedida, cuando llegó a la altura de la sala, vio a Eletta sentada, miró a los lados buscando a Tanya y cómo no la vio, le preguntó a su hija.—¿Dónde está tu amiga? —sin esperar respuesta siguió hablando—, debes estar pendiente de lo que haga… no me gust
Alexander se quedó atónito ante las palabras del oficial. Un hecho provocado. Un enemigo. ¿Cómo era posible que Ludovica tuviera un enemigo dispuesto a llegar al extremo de acabar con su vida? Dio vueltas a la pregunta en su mente, pero no podía pensar con claridad. Aunque eran personas de dinero, vivían en un mundo de exclusividad, lujo y protección, siempre habían estado rodeados de personas leales. Alexander tragó con dificultad, tratando de procesar la nueva información. ¿Quién querría matar a Ludovica? Era divertida. La mujer más dulce que nadie jamás podría conocer. Siempre dispuesta a ayudar y con una sonrisa para regalar a todos. Ella era para él la perfección personificada. Vio al oficial y se dio cuenta de que no parecía bromear, su rostro era una máscara de seriedad. —No... —respondió Alexander, su voz era apenas audible—. Ludovica siempre fue muy amable y amada por todos. No puedo pensar en alguien que quisiera hacerle daño y mucho menos que deseara verla muerta. —Enten
Ella se resistió inicialmente, sus brazos empujando contra su pecho en un intento de liberarse. Su corazón latió con una mezcla de anticipación y desconcierto. Pero la sorpresa se transformó en shock cuando los labios del hombre encontraron los suyos. Pese a su intento de liberarse, finalmente cedió, sus labios, devolviendo el beso con una intensidad que era a partes iguales: comprensión, compasión y reproche. La habitación giró nuevamente para Alexander, pero esta vez fue por una sensación completamente diferente. Una embriaguez de desesperación y un salvajismo indomable alimentado por la pérdida y la soledad. Él no sabía cómo parar, cómo soltarla. Su mente era un torbellino de emociones y pensamientos que iba más rápido de lo que podía detenerse a considerarlas. Para la joven, el mundo pareció detenerse al sentir el calor de los brazos de Alexander rodeando su cuerpo. La sorpresa pintó su rostro, un lienzo en blanco ante la tormenta emocional que se avecinaba. Sin embargo, est
—¡Claro! Eso era lo que estaba esperando una zorr4 como tú, aprovechar cualquier oportunidad para meterte en mi cama o a cualquier lugar con tal de que te follara… ¡Eres de lo peor! Siempre supe que tu presencia aquí era una desgracia. Ni siquiera respetaste mi dolor y solo viniste a seducirme —siseo furioso.—¡Eso no es cierto! Yo solo quería ver como estabas y tú… —pero no terminó de hablar porque las palabras ofensivas de Alexander se escucharon como un latigazo.—¡No mientas! ¿Vas a negar que has estado enamorada de mí desde que empezaste a estudiar con mi hija? El rostro de Tanya palideció y Alexander se burló, confirmando con la actitud de la chica sus palabras.—Te cuento que no hiciste nada por simularlo, todos los sabíamos hasta Ludovica, así que no pongas esa cara de chica inocente porque no te va, no eres más que una trepadora, una vagabunda.Y con esas duras palabras la apartó de un empujón, se levantó y se arregló la ropa. Y luego, sin ninguna consideración, la agarró por
Tanya subió al coche y condujo sin rumbo, el dolor la traspasaba de pies a cabeza como si alguien la hubiera atravesado una filosa espada en todo su cuerpo. La humillación que le habían hecho Alexander y su amiga la atormentaba. Aunque lo más que le dolía era su propia decepción, su rabia consigo misma.¿Cuántas veces se había dicho a sí misma que dejara ese enamoramiento? Que se trataba de un hombre casado, y aunque eso lo respetó mientras vivía su esposa, porque lo veía inalcanzable, no pudo evitar caer una vez que ella ya no estuvo.Lo veía perfecto, hermoso, con tantas cualidades que deseaba tuviera el hombre de su vida, pero ahora resulta que la realidad la había golpeado en la cara, porque su héroe se había convertido en el villano de su historia.Ignorando su instinto, dejó que la besara y allí no pudo negarse a que hiciera con ella lo que quería.Tardó conduciendo horas, pasando una y otra vez por las mismas calles, los mismos paisajes, los lugares que antes le parecieron her
Alexander no había podido dormir bien, de hecho en la madrugada se levantó porque no podía soportar sus propios demonios que no dejaban de atormentarlo por lo que le había hecho a Tanya. Allí estaba en el balcón de su habitación, observando el paisaje. La tristeza ardía en su interior mientras las sombras del bosque se entrelazaban con los contornos de su culpa. Sentía el corazón hecho jirones, apretó los puños hasta que las uñas se clavaron en la carne de sus palmas. La rabia hacia sí mismo lo había consumido aquella noche, un fuego que no encontraba salida, sino a través de palabras y acciones que ahora desearía poder devorar y hacer desaparecer, lo hizo actuar de esa manera.Las manos de Alexander apretaron la barandilla de hierro del balcón y sus nudillos se blanquearon mientras fijaba su mirada a través de las siluetas de los árboles más allá de la zona de la piscina. El peso de sus actos pesaba sobre él, su propio odio hacia sí mismo se había desbordado en una furia injusta co
—¡Definitivamente sí! Te me has caído del pedestal en el que te tenía —gruñó, molesta.—¿Y cómo no lo voy a hacer si viniste a joder mi perfecto mundo? —inquirió —, ¡Tú eres la culpable de todo!—¿Sabes qué paso a creer? Que tu mundo no era tan perfecto como creías, que vivías un espejismo, que estabas enamorado de la ilusión de tener a la familia perfecta, porque si no fuese así, no te habrías desahogado conmigo por muy herido y dolido que estuvieras ¡Eres un hipócrita Alexander Ferrari! —sentenció con vehemencia—, te estás engañando a ti mismo, reconoce que te gustaba aun cuando tu esposa estaba viva y tenías miedo de que me acercara y todo lo simulabas con una fachada de desprecio hacia mí.Las palabras cayeron en el cuerpo del hombre como pequeños aguijones de avispas, que se introducían en su piel y le causaban hinchazón, porque aunque se negara a admitirlo, aunque se cerrara a eso, las palabras de Tanya no estaban lejos de la verdad, pero jamás lo admitiría.—¡Cállate! No sabes