Ella se resistió inicialmente, sus brazos empujando contra su pecho en un intento de liberarse.
Su corazón latió con una mezcla de anticipación y desconcierto. Pero la sorpresa se transformó en shock cuando los labios del hombre encontraron los suyos. Pese a su intento de liberarse, finalmente cedió, sus labios, devolviendo el beso con una intensidad que era a partes iguales: comprensión, compasión y reproche.
La habitación giró nuevamente para Alexander, pero esta vez fue por una sensación completamente diferente. Una embriaguez de desesperación y un salvajismo indomable alimentado por la pérdida y la soledad. Él no sabía cómo parar, cómo soltarla. Su mente era un torbellino de emociones y pensamientos que iba más rápido de lo que podía detenerse a considerarlas.
Para la joven, el mundo pareció detenerse al sentir el calor de los brazos de Alexander rodeando su cuerpo. La sorpresa pintó su rostro, un lienzo en blanco ante la tormenta emocional que se avecinaba.
Sin embargo, estos no eran los besos tiernos y cautelosos que había imaginado; no había trazas de la delicadeza de un amor naciente. Eran salvajes, desesperados, como si cada uno fuera un grito ahogado, emergiendo desde lo más profundo de su ser atormentado.
Los besos de Alexander destilaban desesperación y furia, cada movimiento de sus labios era una batalla, una lucha por algo que no podía definirse con palabras.
Tanya sentía la lucha interna que se desarrollaba en ella, un enfrentamiento entre la razón y el corazón.
Algo en ella, esa parte racional y consciente, se rebelaba contra la crudeza de aquellos besos. Quería empujarlo, poner fin a ese torrente de pasión brusca e indomable que le decía que aquello estaba mal, que esos besos no eran los mensajeros del amor verdadero.
Que si seguía por ese camino iba a resultar lastimada ella y lastimando a los demás; sin embargo, siempre en el interior de las personas, hay una constante lucha entre el bien y el mal, y esa otra parte de ella, llamémosla, la romántica incurable, se negaba a ceder.
La pobre sentía que ese era el fin de todos sus caminos, para lo que había vivido, era el sueño viviente para ella. En su ingenuidad o brutalidad, quién sabe, sentía que ese era el camino para convertir la fantasía en una maravillosa historia de amor como los cuentos de hadas.
Se aferraba a la esperanza de que este fuera el momento preciso en que Alexander Ferrari abriría su corazón, que ella sería su faro en medio de la tormenta y que tendrían su final feliz. Pobre chica, muy lejos estaba de pensar esa cabecita ilusa, que allí solo iniciaba su camino a la perdición, al dolor y al sufrimiento.
Así, amarrada entre dos mundos, Tanya se dejó llevar por el deseo de consolarlo, de fundirse en su dolor para demostrarle que no estaba solo.
En el caos de ese encuentro, quería ser el anuncio de que la vida seguía adelante, que podían sanar juntos. Y, sobre todo, quería demostrarle, con esa pasión tan complicada y tan real, que ella lo amaba, sin importar la crudeza de su expresión.
Pero bueno, allí se estaba consumando el hecho, el fuerte olor a whisky mezclado con el almizcle de la pasión empezó a flotar denso en el aire del despacho de Alexander, escasamente iluminado.
Luego de abrirse la cremallera de su pantalón, las manos de Alexander agarraron con fuerza a las caderas de Tanya mientras tiraba de ella hacia el sofá de cuero de su despacho. No le importó sus gemidos, sus primeras palabras de protesta, su inexperiencia, desoyó todo, en su lugar, le subió el vestido y le arrancó las bragas, que quedaron tiradas en el suelo.
Su Miembr0, duro como una roca por el deseo, presionó su húmedo centro, provocándola antes de penetrarla hasta la empuñadura.
Tanya echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos con fuerza, se mordió el labio inferior para ahogar su grito de dolor y de deseo al mismo tiempo. Alexander siguió penetrándola salvajemente, sin descanso, y sus embestidas se volvían más salvajes a cada segundo que pasaba.
Era un hombre consumido por el dolor, la lujuria, por la necesidad de olvidar todo y de poseer a la chica.
—Mía —le gruñó al oído, con su aliento caliente, haciéndole cosquillas en el cuello. —Ahora eres mía. Siempre has querido esto después de todo.
Las uñas de la chiquilla, se clavaron en el sofá de cuero, haciéndose sangre mientras intentaba encontrar apoyo, intentaba escapar de la avalancha de sensaciones que asolaban su cuerpo. No quería esto, no quería sentir esa mezcla de placer y dolor que sabía que estaba creciendo en lo más profundo de su ser. Pero Alexander parecía saber demasiado bien de eso, sabía exactamente cómo hacerlo.
Sus movimientos carecían de suavidad, su cuerpo era un instrumento de abandono crudo y temerario.
La áspera tela del sofá rozaba la piel de Tanya, en marcado contraste con el punzante dolor que la recorría cada vez que Alexander la reclamaba sin delicadeza.
Un único gemido apagado escapó de sus labios, tragado por el caos de su unión frenética. Tanya soportó la peor parte de su fervor, su corazón tejiendo sueños de un amor que nunca florecería en un suelo tan estéril.
Sin embargo, permaneció bajo él, firme en su ilusión, recibiendo los implacables empujones tal y como venían.
Él inclinó las caderas, golpeando ese punto dulce en lo más profundo de ella, arrancándole un gemido que sonó a derrota. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer.
—No —jadeó temerosa, porque en ese momento se dio cuenta de que eso había sido un gran error, pero ya no había vuelta de hoja.
Alexander sólo se rio, y sus embestidas se volvieron aún más enérgicas.
A medida que se acercaba el orgasmo, Tanya luchaba contra él con todo su ser. Pero fue inútil; pronto el clímax la invadió como un maremoto, gritó su nombre en el despacho vacío.
Él gruñó victorioso, reclamando sus labios con los suyos mientras se unía a ella en éxtasis.
Con un último gruñido, la energía de Alexander decayó, y su cuerpo se desplomó sobre el de Tanya con el peso de un hombre sin restricciones. Su respiración era pesada, satisfecha, mientras se entregaba al olvido del sueño que lo envolvía.
Después, con sus cuerpos entrelazados, el sueño también se apoderó de Tanya, pero el suyo estaba cargado de agotamiento y mezclado con el miedo a despertar a la bestia que tenía a su lado. El cansancio tiró de ella y, durante un breve instante, el mundo se desvaneció.
El alba se coló en la habitación, proyectando largas sombras sobre las figuras enredadas en el sofá.
Los ojos de Alexander se abrieron, la bruma del alcohol se había disipado para revelar la sorprendente realidad de la delicada figura de Tanya bajo él.
El corazón se le heló en el pecho, y la calidez del sueño compartido dio paso a una fría confusión.
Su instinto no le llevó a cuestionar sus propias acciones, sino a desviar la culpa. La rabia se acumuló bajo su conmoción y, de un empujón repentino, apartó a Tanya de su cuerpo, con su voz como una cuchilla, cortando la quietud de la mañana.
—¡¿Cómo te atreves?! —le espetó, con un tono acusador —. ¡A colarte aquí, a seducirme, a aprovecharte de mi dolor y de mi estado de embriaguez!
Los ojos de Tanya, desorbitados por el dolor y la incredulidad, buscaron en su rostro alguna señal de la ternura que había imaginado que tendría cuando despertara, pero no había rastro de ella.
Abrió la boca para hablar, para explicarse, para defenderse de las injustas acusaciones, pero la mirada endurecida de Alexander y sus duras palabras acallaron sus protestas antes de que pudieran tomar vuelo.
«La única manera de librarse de la tentación es caer en ella». Óscar Wilde.
—¡Claro! Eso era lo que estaba esperando una zorr4 como tú, aprovechar cualquier oportunidad para meterte en mi cama o a cualquier lugar con tal de que te follara… ¡Eres de lo peor! Siempre supe que tu presencia aquí era una desgracia. Ni siquiera respetaste mi dolor y solo viniste a seducirme —siseo furioso.—¡Eso no es cierto! Yo solo quería ver como estabas y tú… —pero no terminó de hablar porque las palabras ofensivas de Alexander se escucharon como un latigazo.—¡No mientas! ¿Vas a negar que has estado enamorada de mí desde que empezaste a estudiar con mi hija? El rostro de Tanya palideció y Alexander se burló, confirmando con la actitud de la chica sus palabras.—Te cuento que no hiciste nada por simularlo, todos los sabíamos hasta Ludovica, así que no pongas esa cara de chica inocente porque no te va, no eres más que una trepadora, una vagabunda.Y con esas duras palabras la apartó de un empujón, se levantó y se arregló la ropa. Y luego, sin ninguna consideración, la agarró por
Tanya subió al coche y condujo sin rumbo, el dolor la traspasaba de pies a cabeza como si alguien la hubiera atravesado una filosa espada en todo su cuerpo. La humillación que le habían hecho Alexander y su amiga la atormentaba. Aunque lo más que le dolía era su propia decepción, su rabia consigo misma.¿Cuántas veces se había dicho a sí misma que dejara ese enamoramiento? Que se trataba de un hombre casado, y aunque eso lo respetó mientras vivía su esposa, porque lo veía inalcanzable, no pudo evitar caer una vez que ella ya no estuvo.Lo veía perfecto, hermoso, con tantas cualidades que deseaba tuviera el hombre de su vida, pero ahora resulta que la realidad la había golpeado en la cara, porque su héroe se había convertido en el villano de su historia.Ignorando su instinto, dejó que la besara y allí no pudo negarse a que hiciera con ella lo que quería.Tardó conduciendo horas, pasando una y otra vez por las mismas calles, los mismos paisajes, los lugares que antes le parecieron her
Alexander no había podido dormir bien, de hecho en la madrugada se levantó porque no podía soportar sus propios demonios que no dejaban de atormentarlo por lo que le había hecho a Tanya. Allí estaba en el balcón de su habitación, observando el paisaje. La tristeza ardía en su interior mientras las sombras del bosque se entrelazaban con los contornos de su culpa. Sentía el corazón hecho jirones, apretó los puños hasta que las uñas se clavaron en la carne de sus palmas. La rabia hacia sí mismo lo había consumido aquella noche, un fuego que no encontraba salida, sino a través de palabras y acciones que ahora desearía poder devorar y hacer desaparecer, lo hizo actuar de esa manera.Las manos de Alexander apretaron la barandilla de hierro del balcón y sus nudillos se blanquearon mientras fijaba su mirada a través de las siluetas de los árboles más allá de la zona de la piscina. El peso de sus actos pesaba sobre él, su propio odio hacia sí mismo se había desbordado en una furia injusta co
—¡Definitivamente sí! Te me has caído del pedestal en el que te tenía —gruñó, molesta.—¿Y cómo no lo voy a hacer si viniste a joder mi perfecto mundo? —inquirió —, ¡Tú eres la culpable de todo!—¿Sabes qué paso a creer? Que tu mundo no era tan perfecto como creías, que vivías un espejismo, que estabas enamorado de la ilusión de tener a la familia perfecta, porque si no fuese así, no te habrías desahogado conmigo por muy herido y dolido que estuvieras ¡Eres un hipócrita Alexander Ferrari! —sentenció con vehemencia—, te estás engañando a ti mismo, reconoce que te gustaba aun cuando tu esposa estaba viva y tenías miedo de que me acercara y todo lo simulabas con una fachada de desprecio hacia mí.Las palabras cayeron en el cuerpo del hombre como pequeños aguijones de avispas, que se introducían en su piel y le causaban hinchazón, porque aunque se negara a admitirlo, aunque se cerrara a eso, las palabras de Tanya no estaban lejos de la verdad, pero jamás lo admitiría.—¡Cállate! No sabes
Hubo un silencio sepulcral en la cocina, se podía escuchar hasta el ruido de una aguja si llegase a caer. Nadie se atrevió a moverse, estaban demasiado asustados para siquiera parpadear. La tensión era palpable en el ambiente.Alexander mantuvo su mirada fría sobre la cocinera, aparentemente impasible ante sus palabras. Su rostro era una máscara de piedra, sus labios una delgada línea que no revelaba ninguna emoción.—¿Y por qué consideras que mi esposa Ludovica era mala? —preguntó, su voz tan gélida como su mirada— ¿Y por qué hablas ahora que no puede defenderse?La cocinera se quedó viéndolo a los ojos antes de responder, se veía dubitativa, un poco temerosa, hasta que al final le respondió, no sin antes emitir un suspiro de resignación.—Veo por su expresión que usted no está dispuesto a creerme… por eso no creo que con mis palabras sea suficiente, pero cuando esté preparado para descubrir la verdad no se le va a ser difícil averiguarla, después de todo usted tiene los recursos pa
—¿En serio piensas eso? Si lo haces nunca me conociste, sabes muy bien que no hablé literalmente, fue un decir, Eletta —Tanya respondió, su voz temblaba ligeramente — Fui una idiota diciendo eso, pero jamás sería capaz de quitarle la vida a alguien. Alexander miró a ambas mujeres, sus ojos de color azul zafiro brillando en sus cuencas, llenos de enojo y decepción ante las palabras de Eletta y Tanya. —¡Basta ya! las dos —la voz de Alexander era firme y autoritaria. Pasó entre las dos mujeres y se colocó entre ellas como un escudo. Las miró alternativamente— ambas. Eletta parecía dispuesta a rebatirle, pero Alexander alzó la mano para detenerla. Miró firmemente a Tanya. —Alyssa ve a tomarte un jugo en la cocina —la niña lo dudó, pero un gesto afirmativo de cabeza de Tanya, la convenció y salió corriendo a cumplir la orden de su padre—, ahora tú Tanya tienes que responder por tus palabras —su voz era dura y decisiva— ¿Cuéntame cómo es eso que Ludovica se revolcó en esta misma casa c
Su propuesta fue tan repentina que Tanya no pudo hacer otra cosa que abrir la boca en shock. Alexander parecía igualmente sorprendido, como si las palabras hubiesen salido de su boca sin haberlo permitido. —¿Qué? ¿Es en serio? —logró balbucear Tanya, tratando de procesar las palabras del hombre frente a ella. —Alexander, tú... tú acabas de perder a tu esposa... Voy a terminar creyendo que le tiras piedra a los aviones, que te le caíste chiquito a tu mamá. Porque te juro que esa es la propuesta más absurda que me han hecho en la vida ¿Crees que soy tan tonta para aceptarte después de todo lo que me hiciste? ¿Quieres que le dé más argumento a la gente para que se siga metiendo conmigo? ¿Para hacer la comidilla de todos? Él se mordió el labio inferior, claramente arrepentido de su precipitada propuesta. Pero luego, sorprendentemente, levantó la barbilla y lo miró a los ojos con una determinación férrea. —Lo sé —admitió—. Y no espero que comprendas por qué te estoy pidiendo esto. Sólo
Alexander se arrodilló junto a Tanya mientras esta vomitaba en el retrete, le sujetó el pelo y le acarició suavemente la espalda con ternura en señal de apoyo y con una expresión de preocupación en su rostro.Cuando terminó de vomitar, la ayudó a ponerse en pie, la llevó hasta el lavamanos y le dio un cepillo de dientes y pasta dentífrica para que se cepillara.Una vez hubo terminado, la giró hacia él y le preguntó,—Dime Tanya ¿Acaso estás embarazada? —ante la pregunta del hombre, los ojos de la chica se abrieron de par en par, sorprendida, y negó con la cabeza.Es que a ella le daba terror, solo imaginar que eso pudiese ser cierto. ¿Cómo le diría a sus padres? ¿Con qué cara los mirarías? No, ella no podía estar embarazada, además, ella había tenido la menstruación, durante dos días. Claro que antes le duraba cinco, pero quizás era por causa del estrés, se dijo tratando de justificar la falta de su regla.—¿Qué estás diciendo? ¿De dónde sacas eso? —preguntó, claramente sorprendida po