Minutos antes de que ocurriera el accidente de Ludovica, Alexander recibió una llamada.
“Señor, se ha presentado una falla en los motores de la serie de vehículos del modelo nuevo. Estuve llamando a sus primos, tanto a Roberto como a Paolo, y como no pude comunicarme con ellos, lo estoy llamando a usted. Lamento tener que molestarlo, pero es urgente su presencia”.
—Estaré allí lo más pronto posible.
Sin pérdida de tiempo pasó por el despacho donde estaba su esposa y se despidió.
—Debo ir a la empresa, no sé cuánto tiempo tardaré —le dijo a su esposa y ella asintió.
—Tárdate todo el tiempo que quieras, esposo… espero que te vaya bien —susurró mirándolo con una expresión extraña en su mirada.
Alexander salió luego de darle un beso de despedida, cuando llegó a la altura de la sala, vio a Eletta sentada, miró a los lados buscando a Tanya y cómo no la vio, le preguntó a su hija.
—¿Dónde está tu amiga? —sin esperar respuesta siguió hablando—, debes estar pendiente de lo que haga… no me gusta que esté merodeando por la casa, no confío en ella ¿Hasta cuándo vas a tener esa amistad? Sabes que no me gusta, seguramente debe estar pendiente de que le puedes dar… no es más que una interesada ¿Quién sabe de dónde ha salido?
La chica se envaró ante las palabras de su padre.
—Vamos a dejar algo claro, papá. Primero, a quien le tiene que gustar es a mí. Tanya es mi amiga y no puedes decirme a quien debo o no tratar. Segundo, a mí ella no me quita nada y tercero, te agradezco que no hables de ella porque no la conoces.
Con un bufido, el hombre salió de su casa molesto con su hija, condujo hasta las instalaciones de las empresas Ferrari, apenas entró, le dio una orden a su asistente.
—Comuníqueme de inmediato con el departamento de Ingeniería de Motores y el departamento de Investigación y Desarrollo, necesito saber quién carajos es el responsable de esa falla —espetó molesto.
Alexander se reunió con la gente y luego de más de un par de horas de reunión, se recostó en su silla, tratando de encontrar la paz dentro de él, pero justo en ese momento el agudo timbre del teléfono perturbó su tranquilidad.
—Señor —comenzó a decir la recepcionista con evidente urgencia en su voz—hay un agente de policía en la sala de espera. Insiste en hablar con usted.Alexander frunció el ceño, su mente recorrió un sinfín de posibilidades, ninguna de las cuales le proporcionaba una respuesta reconfortante.Con un gesto seco de la cabeza, le indicó que permitiera la entrada al visitante. Unos minutos después, la figura que se materializó en la puerta vestía el inconfundible uniforme policial, pero fue el sutil desvío de los ojos del oficial y la tristeza grabada en sus rasgos, lo que lo dijo todo antes de que pudiera intercambiar palabras.—Buenos días —saludó Alexander extendiendo la mano hacia él de manera cordial —¿Puedo preguntarle qué le trae por aquí?Mientras tomaba asiento, el oficial vaciló, como si el peso de su mensaje fuera una carga física sobre su lengua. —Lamento darle esta noticia —su voz se entrecortó momentáneamente, preparándose para el impacto de sus siguientes palabras. —Ha habido un accidente, por la carretera que conduce a la playa… el auto de su esposa chocó contra las defensas de protección… ¡Y ha muerto! Nada más terminar la frase, una palidez se extendió por el rostro de Alexander, el color se desvaneció como si cada palabra fuera una gota de sangre. El corazón se le estrujó, con una súplica silenciosa en los ojos, para que el agente deshiciera el momento, para que se retractara de la insoportable noticia que ahora arañaba los límites de la realidad.—¡No es posible! Mi esposa estaba en la casa cuando salí… no pudo haberle pasado nada —dijo sintiendo su corazón encogerse en su pecho.—Lo siento, señor, pero es la verdad —dijo el agente.En su desesperación, Alexander buscó un destello de mentira en los ojos del oficial, pero solo encontró una profunda y honesta pena.Tragó saliva, los sonidos del mundo exterior, los ruidos cotidianos de la empresa Ferrari parecían haberse silenciado, y el paso del tiempo se había suspendido en un vacío ensordecedor.Se levantó, comenzó a caminar de un lugar a otro mientras sentía la rabia y la impotencia agitándose dentro de él, de hecho con la mano en un puño golpeó una y otra vez la pared hasta hacerla sangrar.—Ella no pudo haber sido —dijo, su voz apenas un hilo de esperanza.—Estamos seguros, señor, lo es. —respondió el oficial con tristeza.El agente le mostró un video del accidente. La imagen mostraba el coche que recién le había regalado ese mismo día a Ludovica, destrozado y ardiendo en llamas en el fondo de un barranco.La escena era demasiado real para ser desestimada. Alexander miró la foto fijamente, como si el mero hecho de no apartar la vista pudiera revertir el terrible hecho. Sus sollozos llenaron la estancia, cada uno cargado con el dolor que se abría paso en su interior como si le destrozaran el alma.—Necesito verla —exigió, finalmente, su voz quebrada por la pena y la negación.El oficial asintió con una expresión sombría. —Señor, como el coche explotó, la explosión provocó un alto nivel de daño físico, tanto al vehículo como a su esposa, por lo cual no hay cuerpo que ver… ella quedó por completo destrozado.Alexander se quedó paralizado en el lugar, mirando con horror al oficial. Su cuerpo parecía haberse convertido en una estatua de piedra, su mente se negaba a asimilar lo que acababa de escuchar. La oficina se llenó de un silencio tan profundo que podía escucharse el latido irregular de su corazón.—No... Eso no es posible... —logró murmurar, finalmente, sus ojos clavados en el uniformado, buscando en su rostro algún indicio de que todo era una cruel broma. Pero el agente simplemente bajó la mirada, como si quisiera evitar su desesperada súplica.Alexander se dejó caer en su silla, sus manos temblaban ligeramente cuando intentó aferrarse a los brazos del asiento. Miró hacia la ventana de la oficina, hacia el exterior, queriendo despertar de esa espantosa pesadilla.Su esposa muerta, la mujer que amaba casi desde que tenía uso de razón, con la que había planeado envejecer.No pudo evitar sentir un vertiginoso vacío en el estómago. Aquella información parecía golpearlo más fuerte que la noticia inicial. Sintió los fríos dedos del shock, empezar a apoderarse de él, el aire parecía haber sido aspirado de la habitación.—No puede ser... no puede ser real —repetía como un mantra, pero las palabras sonaban huecas incluso para él.El oficial pareció incómodo con la situación, jugueteando con su gorra entre sus manos. Sus ojos miraban con pesar a Alexander, aunque no había nada que pudiera decir para aliviar ese dolor.—Lo lamento mucho, señor Ferrari —dijo finalmente, su voz suave que contrastaba con la crudeza de su mensaje—, hay algo más.—¿Qué más me va a decir? —inquirió con una evidente expresión de dolor en su rostro.Sus manos estaban temblorosas y el sudor frío de su frente era una prueba de su ansiedad mientras permanecía con la mirada perdida.—Hemos iniciado una investigación —empezó el agente, con un tono profesional, pero no exento de empatía. Miró a Alexander directamente a los ojos, consciente de la necesidad de mantener el contacto visual cuando se dan noticias que pueden hacer añicos el frágil barniz de la conmoción.—Sobre el accidente para determinar sus causas y descartar que haya sido un hecho provocado. Varios testigos que —añadió—, vieron el momento del accidente, afirman que su esposa... intentó frenar, pero no pudo… de hecho en el asfalto de la carretera están las marcas de los neumáticos al momento de frenar… lo que hace presumir que el accidente pudo ser provocado ¿Tiene su esposa algún enemigo?«Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y podrás librar cien batallas sin desastre». Sun Tzu.
Alexander se quedó atónito ante las palabras del oficial. Un hecho provocado. Un enemigo. ¿Cómo era posible que Ludovica tuviera un enemigo dispuesto a llegar al extremo de acabar con su vida? Dio vueltas a la pregunta en su mente, pero no podía pensar con claridad. Aunque eran personas de dinero, vivían en un mundo de exclusividad, lujo y protección, siempre habían estado rodeados de personas leales. Alexander tragó con dificultad, tratando de procesar la nueva información. ¿Quién querría matar a Ludovica? Era divertida. La mujer más dulce que nadie jamás podría conocer. Siempre dispuesta a ayudar y con una sonrisa para regalar a todos. Ella era para él la perfección personificada. Vio al oficial y se dio cuenta de que no parecía bromear, su rostro era una máscara de seriedad. —No... —respondió Alexander, su voz era apenas audible—. Ludovica siempre fue muy amable y amada por todos. No puedo pensar en alguien que quisiera hacerle daño y mucho menos que deseara verla muerta. —Enten
Ella se resistió inicialmente, sus brazos empujando contra su pecho en un intento de liberarse. Su corazón latió con una mezcla de anticipación y desconcierto. Pero la sorpresa se transformó en shock cuando los labios del hombre encontraron los suyos. Pese a su intento de liberarse, finalmente cedió, sus labios, devolviendo el beso con una intensidad que era a partes iguales: comprensión, compasión y reproche. La habitación giró nuevamente para Alexander, pero esta vez fue por una sensación completamente diferente. Una embriaguez de desesperación y un salvajismo indomable alimentado por la pérdida y la soledad. Él no sabía cómo parar, cómo soltarla. Su mente era un torbellino de emociones y pensamientos que iba más rápido de lo que podía detenerse a considerarlas. Para la joven, el mundo pareció detenerse al sentir el calor de los brazos de Alexander rodeando su cuerpo. La sorpresa pintó su rostro, un lienzo en blanco ante la tormenta emocional que se avecinaba. Sin embargo, est
—¡Claro! Eso era lo que estaba esperando una zorr4 como tú, aprovechar cualquier oportunidad para meterte en mi cama o a cualquier lugar con tal de que te follara… ¡Eres de lo peor! Siempre supe que tu presencia aquí era una desgracia. Ni siquiera respetaste mi dolor y solo viniste a seducirme —siseo furioso.—¡Eso no es cierto! Yo solo quería ver como estabas y tú… —pero no terminó de hablar porque las palabras ofensivas de Alexander se escucharon como un latigazo.—¡No mientas! ¿Vas a negar que has estado enamorada de mí desde que empezaste a estudiar con mi hija? El rostro de Tanya palideció y Alexander se burló, confirmando con la actitud de la chica sus palabras.—Te cuento que no hiciste nada por simularlo, todos los sabíamos hasta Ludovica, así que no pongas esa cara de chica inocente porque no te va, no eres más que una trepadora, una vagabunda.Y con esas duras palabras la apartó de un empujón, se levantó y se arregló la ropa. Y luego, sin ninguna consideración, la agarró por
Tanya subió al coche y condujo sin rumbo, el dolor la traspasaba de pies a cabeza como si alguien la hubiera atravesado una filosa espada en todo su cuerpo. La humillación que le habían hecho Alexander y su amiga la atormentaba. Aunque lo más que le dolía era su propia decepción, su rabia consigo misma.¿Cuántas veces se había dicho a sí misma que dejara ese enamoramiento? Que se trataba de un hombre casado, y aunque eso lo respetó mientras vivía su esposa, porque lo veía inalcanzable, no pudo evitar caer una vez que ella ya no estuvo.Lo veía perfecto, hermoso, con tantas cualidades que deseaba tuviera el hombre de su vida, pero ahora resulta que la realidad la había golpeado en la cara, porque su héroe se había convertido en el villano de su historia.Ignorando su instinto, dejó que la besara y allí no pudo negarse a que hiciera con ella lo que quería.Tardó conduciendo horas, pasando una y otra vez por las mismas calles, los mismos paisajes, los lugares que antes le parecieron her
Alexander no había podido dormir bien, de hecho en la madrugada se levantó porque no podía soportar sus propios demonios que no dejaban de atormentarlo por lo que le había hecho a Tanya. Allí estaba en el balcón de su habitación, observando el paisaje. La tristeza ardía en su interior mientras las sombras del bosque se entrelazaban con los contornos de su culpa. Sentía el corazón hecho jirones, apretó los puños hasta que las uñas se clavaron en la carne de sus palmas. La rabia hacia sí mismo lo había consumido aquella noche, un fuego que no encontraba salida, sino a través de palabras y acciones que ahora desearía poder devorar y hacer desaparecer, lo hizo actuar de esa manera.Las manos de Alexander apretaron la barandilla de hierro del balcón y sus nudillos se blanquearon mientras fijaba su mirada a través de las siluetas de los árboles más allá de la zona de la piscina. El peso de sus actos pesaba sobre él, su propio odio hacia sí mismo se había desbordado en una furia injusta co
—¡Definitivamente sí! Te me has caído del pedestal en el que te tenía —gruñó, molesta.—¿Y cómo no lo voy a hacer si viniste a joder mi perfecto mundo? —inquirió —, ¡Tú eres la culpable de todo!—¿Sabes qué paso a creer? Que tu mundo no era tan perfecto como creías, que vivías un espejismo, que estabas enamorado de la ilusión de tener a la familia perfecta, porque si no fuese así, no te habrías desahogado conmigo por muy herido y dolido que estuvieras ¡Eres un hipócrita Alexander Ferrari! —sentenció con vehemencia—, te estás engañando a ti mismo, reconoce que te gustaba aun cuando tu esposa estaba viva y tenías miedo de que me acercara y todo lo simulabas con una fachada de desprecio hacia mí.Las palabras cayeron en el cuerpo del hombre como pequeños aguijones de avispas, que se introducían en su piel y le causaban hinchazón, porque aunque se negara a admitirlo, aunque se cerrara a eso, las palabras de Tanya no estaban lejos de la verdad, pero jamás lo admitiría.—¡Cállate! No sabes
Hubo un silencio sepulcral en la cocina, se podía escuchar hasta el ruido de una aguja si llegase a caer. Nadie se atrevió a moverse, estaban demasiado asustados para siquiera parpadear. La tensión era palpable en el ambiente.Alexander mantuvo su mirada fría sobre la cocinera, aparentemente impasible ante sus palabras. Su rostro era una máscara de piedra, sus labios una delgada línea que no revelaba ninguna emoción.—¿Y por qué consideras que mi esposa Ludovica era mala? —preguntó, su voz tan gélida como su mirada— ¿Y por qué hablas ahora que no puede defenderse?La cocinera se quedó viéndolo a los ojos antes de responder, se veía dubitativa, un poco temerosa, hasta que al final le respondió, no sin antes emitir un suspiro de resignación.—Veo por su expresión que usted no está dispuesto a creerme… por eso no creo que con mis palabras sea suficiente, pero cuando esté preparado para descubrir la verdad no se le va a ser difícil averiguarla, después de todo usted tiene los recursos pa
—¿En serio piensas eso? Si lo haces nunca me conociste, sabes muy bien que no hablé literalmente, fue un decir, Eletta —Tanya respondió, su voz temblaba ligeramente — Fui una idiota diciendo eso, pero jamás sería capaz de quitarle la vida a alguien. Alexander miró a ambas mujeres, sus ojos de color azul zafiro brillando en sus cuencas, llenos de enojo y decepción ante las palabras de Eletta y Tanya. —¡Basta ya! las dos —la voz de Alexander era firme y autoritaria. Pasó entre las dos mujeres y se colocó entre ellas como un escudo. Las miró alternativamente— ambas. Eletta parecía dispuesta a rebatirle, pero Alexander alzó la mano para detenerla. Miró firmemente a Tanya. —Alyssa ve a tomarte un jugo en la cocina —la niña lo dudó, pero un gesto afirmativo de cabeza de Tanya, la convenció y salió corriendo a cumplir la orden de su padre—, ahora tú Tanya tienes que responder por tus palabras —su voz era dura y decisiva— ¿Cuéntame cómo es eso que Ludovica se revolcó en esta misma casa c