Una suave caricia de dedos atravesaba la delicada espalda de Lenis. Más tarde, los labios de George sustituyeron esas yemas, ascendiendo lentamente por todo ese terreno, uno del cual el abogado comenzaba a hacerse adicto.
—Me dijo Peter que Max estuvo aquí. —George dejó que su voz chocara contra la piel de Lenis.
—Así es —respondió ella con la voz ronca—. Vino a traerme trabajo. —Sonrió.
George hizo un sonido extraño, entre tos y carraspeo, pero no detuvo los besos y los toques en la espalda.
—¿Pasa algo malo? —preguntó ella. Se sentía obnubilada, nadie en su vida la había tratado de tal forma, pero pudo percibir que algo sucedía.
—Nada —casi susurró él.
Ella se volteó delicadamente y lo observó, mientras él quedó con medio cuerpo erguido casi encima de ella sobre la cama.
Lenis hizo una ligera señal de sus cejas para invitarle, sin necesidad de hablar, que le contara lo que pasaba.
Él miró su rostro con una leve sonris
—No puede salir, señorita Evans. —T.C, no hay azúcar y no me tomaré el café amargo. En la despensa no hay y el servicio ya se fue, el cuarto de previsiones está cerrado. Si no dejas que yo vaya, irás tú. Aún tengo trabajo por hacer, quiero tomarme un café. El moreno evitó resoplar. Ambos se encontraban frente a las puertas del ascensor, por donde ella estaba dispuesta a bajar. —Debo acompañarla. —Ok, no hay problema, pero nada de vehículo, nos vamos a pie. —El ex militar, con un leve fruncimiento de cejas, repudió la idea—. No me voy a montar en la camioneta solo para ir a comprar azúcar. —Tengo órdenes específicas de no rondar el lugar, señorita Lenis. Ella respiró profundo, no se lo podía creer. —Tú me has obligado, grandulón. Ella sacó su celular del bolso y a punto de marcarle a Peter para informarle que saldría de la oficina, así tuviese que pasar por encima de T.C, recibió una llamada de George. Lo extraño
George y Lenis entraron en silencio al apartamento. El abogado caminó sin decir una palabra hasta su despacho y se encerró allí. Lenis aún sentía los efectos de lo que había ocurrido frente al consorcio, pero no había pensado hasta ese momento en la repercusión legal de sus actos. Aún eran apenas las 19:00 horas, no era tiempo de cenar, pero decidió que ambos necesitaban un momento a solas, así que se puso a cocinar la cena, darse una ducha y ponerse algo ligero, relajarse y pensar. Lenis creía que enfrentar a Smith supondría ver —como una película— cada uno de los terribles momentos vividos junto a él, pero no fue así. Solo sintió un demencial y enloquecido asco. Pudo presenciar lo que no sería de nuevo su vida al ver otra vez su cara. Él era la evidencia de los pasos que ella nunca más daría, a pesar de no haber elegido esa vida. La denuncia tendría que ser una buena cosa, en definitiva. Pero su abogado estaba molesto con ella. Y ahora dudaba si habría sido
Un par de horas después de la discusión entre George y Lenis, ella, definiendo que los muebles de la terraza ya habían surgido de calmante para toda molestia, se fue un momento a su habitación solamente para buscar su celular y regresar a contemplar el paisaje y tomarse de esa forma el tiempo necesario para seguir calmándose, para pensar y canalizar mejor las cosas. Esa noche, evidentemente, no dormiría en la habitación de George. Nuevamente dormiría sola en la recámara de huéspedes. Podía comprender la molestia de su abogado, también la de su amante. Sobre todo, después de las palabras y frases que lanzó en medio de su rabia, frases que se quedarían grabadas a partir de ahora en su memoria: “no querer perderla”, un buen ejemplo. Él no quería perderla. Alguien no quería perderla. ¿Cuándo pensó ella que algo así le sucedería? Casi no lo podía creer. Lenis se había acostumbrado a echar a un lado la congoja. Endureció muchas veces su alma y
George no había podido conciliar el sueño. Se sintió varias veces tentado a buscarla, pedirle disculpas, abrazarla toda la noche y amanecer con ella, pero prefirió no hacerlo de inmediato, sabía que necesitaban espacio. Además, la molestia, amainada, aún seguía dando vueltas dentro de él. Con su pantalón de pijama puesto, ninguna camisa que lo cubriera y el edredón tapándolo a medias, miró el techo por lo que pareció demasiado rato. Fue dibujando sus pensamientos y deseos sobre aquel lienzo verde agua encima de él, imaginando a Lenis entre sus brazos, recordando todo lo que había experimentado junto a ella, así como también, esos momentos a futuro, algo que jamás pensó querer vislumbrar con alguien. Él anhelaba (como nunca) vivir con Lenis todas las fechas emblemáticas que existiesen (un anhelo muy oculto, no se lo diría), esas mismas celebraciones que no había podido disfrutar desde hace mucho tiempo. George sabía que lo que venía sería difícil. Contarle quié
Jefferson acababa de colgar la llamada con su superior, quien ni siquiera se había molestado en encontrarse con él, estando hospedados en el mismo hotel. Debían devolverse a la capital del país. Por más que recomendó y dio sus puntos de vista, como era su trabajo, asesorar, esta vez no logró su cometido, la decisión de regresarse estaba tomada. No tenían más nada qué hacer allí, las reuniones se habían dado en absoluto. Tampoco sirvió de mucho la existencia de una futura audiencia, el Gobernador era partidario de las juntas online, cuando le convenía. ¿Por qué no exigirle a su asesor que asistiera a su compromiso de la misma manera? Aparte de no querer darle demasiada importancia al hecho de que su asesor político estaba bajo demanda. De todos modos, Smith logró convencerlo de irse de allí justo el mismo día de finalizada la audiencia. Al parecer, todos esperaban que se celebrara una sola reunión. Irse a la capital del país no suponía una gran d
George no dijo nada por unos segundos. —Revisen las cámaras, tuvo que haber salido, aquí no está. Habla con la seguridad del estacionamiento, ¡comunícate con ellos! —Enseguida, señor. El abogado trancó y miró el bowl de las llaves, allí estaban las de su carro y su camioneta. Corrió hasta su recámara. Buscó su celular y marcó el número de T.C. Mientras el agente contestaba, Miller daba vueltas, no podía quedarse quieto. Se rascaba la nuca, resoplaba, era demasiada la impaciencia. —¿Señor? —¿Lenis está contigo? T.C se extrañó muchísimo por la pregunta. —No, señor. Ya no era molestia por creer que se fue de su apartamento, era miedo puro, alerta total era lo que sentía en ese momento. —Lenis no está aquí… ¿Peter? —Acá está, señor. No hizo falta que George pidiera que se lo pasara. —¿Qué pasó? —habló Peter. —Lenis no está en el apartamento. Silencio. —
Lenis se separó del todo y se alejó unos pasos, mirando a la nada, negando con la cabeza. Lo miró de vuelta. —Siento que es hora de buscarla, George. Creo que el miedo a… a todo, siempre me paralizó, siempre me congeló. Nunca más intenté saber de ella, solamente pensaba en desaparecerme de la vida de mi esposo, de escapar y ser otra. De huir. Ya estoy cansada de huir. Me cansé hace rato. Él mordió su labio inferior, pensando bien sus palabras. —Entiendo. —Hizo una pausa—. ¿No tienes idea de dónde pueda estar tu madre? —preguntó él con una pizca de inocencia, intentando no dejar que se notase nada fingido. Ella bufó y lanzó una risa sardónica. —Si lo supiera, querido J. Miller, no estaría buscándola, ¿no lo crees? Él no mostró signos de ningún sentimiento, pero quiso sonreír. Lenis le había tapado la boca. Ella suspiró profundamente. Caminó de vuelta al sillón, seguida por él. Se dejó caer y lo pensó bien, porque a fin d
Lenis realizaba su habitual trabajo de oficina, un día después de la reconciliación con George. Su jefe le había avisado que tardaría en llegar, cumpliría con un compromiso temprano, almorzaría con su madre después y luego pasaría por la oficina para reunirse con el departamento de proyecto. La secretaria estaba descubriendo el nivel de aguante que tenía. A pesar de recuperar energía en el momento que durmió en la terraza, la noche anterior George casi no la deja dormir. No sabía muy bien cuándo exactamente pudo conciliar el sueño, tuvo que haber sido muy tarde, ya que al despertar con la alarma de su teléfono, el abogado seguía durmiendo. Imaginó que él había tardado en dormirse, o tal vez tenía trabajo por hacer. Pensar en George le sonrojaba. Él era tan apuesto, tan dedicado, tan atento…, aunque descabellado a veces. Un poco osado y prepotente, ella podía decir. Pero en definitiva, lo que vivía con él era un milagro. Había transcurrido poco tiempo, agreste