—Mi padre se ha salido de control —dijo Kheral—. La única solución para encarrilarlo es cumpliendo con todo lo que mande.—¿Dónde está? —ladró George, interrumpiédole. Lenis le miró alarmada, intentando detenerle o calmarlo—. ¿Dónde se está escondiendo? Es él quien debería asesinarnos. Si hay alguien que deba apretar el gatillo en contra nuestra, es él, Ferit Turgut, no su súbditos ni su propio hijo.Lenis se sentía cada vez más nerviosa. Su celular estaba dentro de su cartera, el de George sobr su pierna y al mirarlo, se percató que la pantalla parecía brillar.El corazón latió desbocado. George logró efectuar la llamada y la misma seguía en curso.Quiso tomar su móvil, quiso acercarse al de él, pero suponía una tarea imposible sin que el hijo de su padrastro se diera cuenta la lastimara.Lenis solo podía confiar en la experticia de Peter Embert y en la pericia para llegar hasta ellos en tiempo record.Miró a su eposo. Su lenguaje corporal y las facciones daban lectura a una tácita
El abogado miraba el horizonte desde su terraza, dos semanas después del terrible episodio con el forastero hijo de Turgut. Cerró sus ojos momentáneamente para respirar el aire puro que le rodeaba. Diciembre les tocó la puerta. En las calles de la ciudad, las casas, tiendas, oficinas y establecimientos de negocios ya se encontraban decorados con motivos navideños. Luces, alegría, comercio a rabiar, villancicos y vacaciones escribían la historia de cada ciudadano dentro de aquella metrópolis. Abrió los ojos y volvió a enfocarlos en el bello paisaje que tenía de frente. Adoraba las alturas, haciéndole sentir imponente, poderoso, como el jefe de su propio entorno. Y lo era. Era el jefe de su vida, de su bufete de abogados y de sus lugares para vivir y pernoctar. Incluso, era jefe de un hotel, ya que la mayoría de las acciones que sus amigos y él invirtieron en el mundo hotelero, eran de él, y bien que podía mencionarse dueño de aquel recinto, al igual que los otros dos jefes, a pesar
Los quejidos de una chica se filtraron por los ductos de ventilación del gimnasio. Carla Davis, hermosa mujer de casi cuarenta años aunque con un aspecto juvenil, de cabellos negros y lacios, elegantemente alta, con rasgos levemente asiáticos, mezclados con sangre y raíces inglesas, se apartó del agua de la ducha para escuchar mejor el bullicio que parecía envolverla o caerle encima. Era de noche, términos de diciembre. Carla ya llevaba tiempo sin poder asistir al spa, a nadar en la pileta o hacer ejercicio, por lo que esa noche prefirió quedarse más tiempo del establecido allí en el gimnasio donde siempre solía entrenar.La ducha estaba deliciosa. Agua tibia y relajante. Pero tuvo que cerrar la llave del grifo para así poder prestar mejor atención, quedándose absolutamente quieta, intentando comprender lo que se escuchaba en el recinto. El eco que regalaba la quietud le permitía auscultar mejor todo. Hasta un alfiler cayendo sobre ese mismo suelo podía ser escuchado por cualquiera
PREFACIO. Lisa no había dormido en toda la noche. Quería escapar desde hace mucho tiempo y no había podido conseguirlo. Esa era la noche en la que pensaba lograrlo. Jamás imaginó encontrarse en una situación como esa, donde vivir con miedo era ya el pan de cada día. No sabía hasta ese momento qué tan mal era permanecer en ese apartamento hasta que se enteró de una de las noticias más terribles de su vida. Jefferson Smith, su pareja, no era una persona fácil. Ella intentó muchísimas veces salir de su vida, pero él le dejó bien en claro en cada oportunidad, que la habría buscado de haberse ido, logrando encontrarla con un chasquido de dedos y acabado con ella y a quienes estuviesen a su alrededor. Se sentía dolida por no haber visto las señales, sentía dolor por la traición que le habían hecho, pero el sentimiento más espantoso era la vergüenza, agónica, por no protegerse a sí misma y no haberse defendido al inicio. Desde bien temprano se había quedado de pie frente al gran ventanal
—Necesito que investigues a esta mujer. —Maximiliano cedió una carpeta a su jefe de seguridad. Peter Embert, un hombre de cuarenta años y de cabellos rubios, musculoso gracias a su estricta rutina de entrenamiento físico, revisó los documentos que le había dado su jefe. Después de observarlos, preguntó: —Es hermosísima esta mujer. ¿Puedo saber qué buscas? —Nada en específico, mero protocolo. Empieza mañana a laborar aquí y no me dio tiempo pedírtelo antes. —Explicó aquello mirando para todos lados menos a él, sabía lo que vendría a continuación. —Disculpa, ¿escuché bien? ¿Entendí que la señorita… —miró de nuevo los documentos— Lenis Evans empieza a trabajar acá mañana? —Sí. —El CEO aún fingía acomodar papeles y tomar café, pero hubo un breve silencio que le hizo mirarle—. ¿Qué pasa? —¿Por qué la contrataste sin decirme nada? —Te dije que no me dio tiempo. —No me vengas con esas… —¿Has leído su currículum? —le in
—Creo que eso es todo. ¿Qué hora es? —Maximiliano tocó su muñeca, olvidando haberse quitado el reloj hace un rato.—Las 23:00 PM —respondió Lenis.—¿Qué? —Él soltó los papeles que tenía en la mano y se recostó en la silla. Restregó sus párpados con los dedos—. Disculpa haberle retenido tantas horas, las pagaré.—No se preocupe, señor Bastidas, estoy acostumbrada —respondió ella con una sonrisa.Él negó con la cabeza y suspiró por el cansancio.—¿Sabes qué? Cada vez que me llamas «señor» me siento ultra viejo. Debemos tutearnos de ahora en adelante… Que voy tocando los cuarenta, no me pongas más edad, por favor.Ella sonrió aún más.—Me es casi imposible no llamarle así, señ... eh...—Max.Ella le miró fijo.—Así lo deben nombrar sus allegados. No lo llamaré de ese modo.—Pues, sí lo harás. —Ella negaba con su cabeza—. Es una orden —dijo, fingiendo seriedad—. Todos me llaman así. Hasta Peter. —Ella intentó no ralentizar tanto la sonrisa. Él notó el cambio en ella—. ¿Algún problema?—No,
A las 08:00 en punto de la mañana, Lenis guardaba sus cosas en una de las gavetas del escritorio que solía usar. Suponía un alivio que su jefe no estaba presente y sentía que la puntualidad debía ser algo a respetar, sobre todo en esos momentos. No lograba olvidar la expresión en el rostro de su jefe luego de darle aquel dato sobre su vida. Tampoco podía olvidar la demanda de llegar temprano al día siguiente, sus palabras sobre quién era su pasado y lo que a él le importaba. No le había aceptado la renuncia, aún se sorprendía por eso. Agradecía enormemente a Dios y a Maximiliano por la oportunidad, también agradecía que la entendiera, pero tenía un presentimiento extraño con respecto a eso, una sensación que gritaba la palabra «desconfianza». Se lo achacó a su horrendo historial: normal que a menudo desconfiara de la gente.
George y Max vieron llegar a Peter y disfrutaron de su cara de incomodidad. En cierto modo, ellos habían cuadrado verse en ese restaurante a propósito solo para fastidiarle un poco. —No sé por qué nos vemos acá, bien pudimos ir a la casa de cualquiera de los tres —dijo el jefe de seguridad. Los otros dos rieron al escucharle. —Tranquilo, Peter —dijo George—. Algún que otro platillo gourmet no te comerá, menos la gente. Se supone que es al revés, tú te comes a la gente y al platillo. La risa de los otros dos jefes se escuchó en varias mesas. En cambio, a Peter solo le faltó rebuznar de molestia e incomodidad. —¿Ya le contaste todo? —preguntó el agente a Maximiliano. Éste respondió con una negación de cabeza. —No entiendo tanto misterio —dijo el abogado. —Lo que sucede es que Dios está de nuestro lado —habló Peter. George arrugó mucho la cara. —¿Dios? —preguntó George mirándole extraño—. ¿Desde cuándo menc