A las 08:00 en punto de la mañana, Lenis guardaba sus cosas en una de las gavetas del escritorio que solía usar. Suponía un alivio que su jefe no estaba presente y sentía que la puntualidad debía ser algo a respetar, sobre todo en esos momentos. No lograba olvidar la expresión en el rostro de su jefe luego de darle aquel dato sobre su vida. Tampoco podía olvidar la demanda de llegar temprano al día siguiente, sus palabras sobre quién era su pasado y lo que a él le importaba. No le había aceptado la renuncia, aún se sorprendía por eso. Agradecía enormemente a Dios y a Maximiliano por la oportunidad, también agradecía que la entendiera, pero tenía un presentimiento extraño con respecto a eso, una sensación que gritaba la palabra «desconfianza». Se lo achacó a su horrendo historial: normal que a menudo desconfiara de la gente.
George y Max vieron llegar a Peter y disfrutaron de su cara de incomodidad. En cierto modo, ellos habían cuadrado verse en ese restaurante a propósito solo para fastidiarle un poco. —No sé por qué nos vemos acá, bien pudimos ir a la casa de cualquiera de los tres —dijo el jefe de seguridad. Los otros dos rieron al escucharle. —Tranquilo, Peter —dijo George—. Algún que otro platillo gourmet no te comerá, menos la gente. Se supone que es al revés, tú te comes a la gente y al platillo. La risa de los otros dos jefes se escuchó en varias mesas. En cambio, a Peter solo le faltó rebuznar de molestia e incomodidad. —¿Ya le contaste todo? —preguntó el agente a Maximiliano. Éste respondió con una negación de cabeza. —No entiendo tanto misterio —dijo el abogado. —Lo que sucede es que Dios está de nuestro lado —habló Peter. George arrugó mucho la cara. —¿Dios? —preguntó George mirándole extraño—. ¿Desde cuándo menc
Eran las seis de la tarde cuando Lenis recogía sus cosas ya lista para irse a casa. Maximiliano salió por la puerta mirando su reloj. —¿Tiene lista la reservación? «¿Ya no me tutea?», pensó ella. —Sí, señor. Su mensa al fondo está reservada. Todo está arreglado, Jacinto le está esperando. —Muy bien. —Él dio unos pasos y se detuvo. Dándole la espalda, apretó los párpados y exhaló aire. Estaba a punto de hacer algo que no le gustaba que le hicieran—. No se vaya todavía. —Se volteó hacia su secretaria y notó que ya había recogido sus cosas y estaba lista para irse. Se le veía un poco cansada y maldijo mentalmente por tener que hacerle eso. A pesar de cualquier cosa, la chica era eficiente—. Dentro de unos minutos vendrá Miller a buscar las dos carpetas color verde que están sobre mi escritorio. No hay problema si usted las quiere ver y abre las carpetas, pero es mejor que él no la vea revisándolas —explicó, sonriendo de lado; una sonrisa que no llegó a s
Capítulo 7. —¿Qué quieres, Peter? —preguntó George con evidente molestia. —Oye, oye, cálmate. ¿Dónde estás? Debemos hablar ahora mismo —le dijo el agente de seguridad a través del teléfono. —Estoy saliendo de casa de Lenis. Las palabras que diría el jefe de seguridad se quedaron atascadas un momento. —¿Qué? No me lo creo. ¿Ya te la…? —¡Joder con eso! —Cerró los ojos y se detuvo a un lado del camino para poder calmarse—. No pasó nada con ella. ¿De qué quieres hablar conmigo? —Ven a mi apartamento, Max viene en camino. Al cabo de unos minutos, Maximiliano y George atravesaban la puerta principal del gran apartamento de Peter, quien ofreció una bebida a cada uno. George no quiso nada, Max solo una soda. El rubio destapó una cerveza. —¿Para qué nos convocaste? —preguntó Max. —Ya tengo los registros de llamadas del móvil de Lenis Evans —respondió el dueño del recinto. P
George tuvo que salir del edificio y lo primero que vio fue la terraza aledaña a la sala de juntas. Recostó sus manos en el barandal y respiró profundo. Tenía que calmarse. Elevó su rostro al sol, dejó que le bañaran sus rayos y respiró, una y otra vez, para calmarse un poco, relajar los músculos, liberar tensión. Llevaba consigo una serie de sentimientos que le incomodaban, pero el problema no radicaba en sentirlos, sino por quién los sentía. Muchos pensaban que su vida era adrenalínica, defendiendo cargos difíciles, topándose con obstáculos enormes que para él no eran nada, entrando y saliendo de proyectos de gran envergadura junto al consorcio de Max, pero la realidad era que George J. Miller consideraba haber forjado una vida sencilla a sus treinta y ocho añ0s de edad, a pesar de no parecer así a simple vista. Entonces, sentir aquello, tantas cosas juntas: duda, rabia, celos… No deseaba meterse en problemas, solo ejecutar un plan, darle solución rápida a
Casi terminaba la semana, George no la había llamado. A Lenis, eso no le preocupaba demasiado. A pesar de entender que podría pasar un rato agradable compartiendo con el abogado, sentía que la cita la sacaría de su zona de confort. Y sabía que él se cohibiría en atenciones de cualquier tipo para ella, no se atrevería a tocarla ni tan siquiera una pestaña, ¿pero cuánto tiempo duraría eso? Él era hombre, uno muy guapo y según los comentarios de pasillos, uno muy versado con las mujeres. Ella era soltera y no tenía nada de Lisa, de aquella dama inocente que no conocía mucho de la vida. Ahora se había pintado como una fémina profesional, esa que supuestamente enaltecía los treinta años con la frente en alto y desde la barrera ya podía ver esos logros alcanzados por sí misma. Lenis era independiente, además, soltera; todo lo contrario a su verdadero yo, al menos, aquella mujer en la que habían convertido esas personas a quienes amaba. Por eso, solía imaginar los escenario
Lenis se había quedado paralizada. Había dejado caer la tablet sobre la mesa. Un extraño pitido sonaba desde algún lugar, ella no sabía de dónde, pero si se concentraba, tal vez se diera cuenta que venía desde lo más profundo de su cabeza. Quizás, desde los recuerdos frescos que navegaban dentro de sí. O de repente, el odioso sonido nacía desde esas memorias que había intentado poner en pausa y (pensaba ella) aún permanecían congeladas. —¿Lenis? La asistente de Maximiliano Bastidas parecía no respirar. Tan solo fue escuchar aquel cargo político, aquel nombre, y todo comenzó a atropellarse. —Lenis... La señorita Evans simplemente no podía funcionar. Ella conocía muy bien a ese hombre. —¡Lenis! «Tu madre se fue con él…» «Quédate quieta… De aquí sales muerta.» —Lenis, reacciona. «Él fue exiliado, no tienes salida.» «Quédate quieta… ¡Quédate quieta! ¡QUÉDATE QUIETA!» —Lenis, por favor, por Di
La brisa removía su cabello negro bien cortado, pero también le hacía cerrar los ojos y sentir un momento de tranquilidad. George necesitaba estar así, tranquilo, al ras de sus sentidos. La hermosa secretaria de una de las personas en las que más confiaba, Lenis Evans, le había devuelto la llamada para decirle que sí a un almuerzo. Y por increíble que pareciera, eso lo había puesto muy nervioso. Max le había relatado lo sucedido en el despacho del consorcio, desde entonces, la preocupación no había amainado. Estaba más que seguro (los tres, Max, Peter y él) de que a ella le había ocurrido algo muy malo. Pero para averiguarlo y saber si sus sospechas eran ciertas, debía seguir con el plan. El Plan A se daba, si él aseguraba que ella no sabía quién era él y quiénes eran los otros dos caballeros en la vida de Ferit Turgut. De ser así, entonces él intentaría todo lo que estuviese a su alcance para que ella depositara plena confianza en él y así averiguar el parad