Capítulo 3

—Creo que eso es todo. ¿Qué hora es? —Maximiliano tocó su muñeca, olvidando haberse quitado el reloj hace un rato.

—Las 23:00 PM —respondió Lenis.

—¿Qué? —Él soltó los papeles que tenía en la mano y se recostó en la silla. Restregó sus párpados con los dedos—. Disculpa haberle retenido tantas horas, las pagaré.

—No se preocupe, señor Bastidas, estoy acostumbrada —respondió ella con una sonrisa.

Él negó con la cabeza y suspiró por el cansancio.

—¿Sabes qué? Cada vez que me llamas «señor» me siento ultra viejo. Debemos tutearnos de ahora en adelante… Que voy tocando los cuarenta, no me pongas más edad, por favor.

Ella sonrió aún más.

—Me es casi imposible no llamarle así, señ... eh...

—Max.

Ella le miró fijo.

—Así lo deben nombrar sus allegados. No lo llamaré de ese modo.

—Pues, sí lo harás. —Ella negaba con su cabeza—. Es una orden —dijo, fingiendo seriedad—. Todos me llaman así. Hasta Peter. —Ella intentó no ralentizar tanto la sonrisa. Él notó el cambio en ella—. ¿Algún problema?

—No, para nada. Solo que... —No estaba muy segura de opinar—. No es nada, de verdad.

—Oye, Peter puede ser un grano en el trasero si se lo propone, pero lo hace por un bien, nada con malas intenciones.

—Lo sé y es lo que debe hacer. Si yo tuviese su responsabilidad, también sería de ese modo. Solo que... —Ella miró para otro lado.

—Dime, Lenis, no te cohíbas, me gusta la sinceridad. —Y esto último se lo dijo mirándola fijamente. Ella no notó el énfasis de aquella palabra, «sinceridad», pero bien sabía lo que significaba.

—Creo no caerle bien al señor Embert —soltó en definitiva y se arrepintió luego, haciendo ligeras muecas que lo corroboraban.

Maximiliano se echó a reír.

—Eso le pasa a todo el mundo, no te preocupes. Cuando él se dé cuenta de quién eres, cambiará su modo de pensar con respecto a ti. Capaz y se hacen amigos.

Ella miró a la nada pensando en esa posibilidad... «Darse cuenta de quién soy». Esperaba que no lo supiera jamás y ya ponía en duda que aquello se cumpliera. Sentía la sombra de Embert sobre sí, aunque él no estuviese cerca.

—Bueno, sé que es tarde —habló él, pero ella interrumpió:

—No se preocupe, de verdad. Aún falta checar este documento. Podrá ver allí el informe de la reunión del pasado jueves, la propuesta del departamento de proyectos puede ser relevante mencionar en la junta de mañana. Se lo anoté para que no lo olvide. —Él suspiró y asintió. Ella sonrió amable—. Presiento que un café no le caería mal.

—No solamente un café, tengo muchísima hambre, no he cenado, y tú tampoco has cenado. ¿Por qué no pedimos algo de comer?

—Considérelo hecho. Con su permiso. —Ella se estiró un poco para hacer el pedido a través del teléfono fijo—. ¿Qué desea?

—Pizza. Gigante. —Ella sonrió. El Gran Jefe pidiendo pizza de esa forma tan mundana. No solo se le hacía extraño, también le hacía ver más joven. —Pídela en la pizzería que está a dos cuadras, la de la esquina debe estar cerrada a esta hora.

Ella asintió.

***

—Cuéntame un poco sobre ti —pidió él cuando ya estaban compartiendo los últimos trozos de la cena.

Lenis se paró en seco con esa petición. Dejó su pedazo camino hacia su boca y el que tragaba estuvo a punto de atorarse en su garganta.

No esperaba que esa pregunta sucediera tan pronto, pero tampoco ensayó el momento en el que él se la hice, o que cualquier otra persona de aquel edificio la formulara. De hecho, incluía a cualquier miembro cercano al consorcio, ¡a cualquier ser vivo alrededor! Aunque sí estuvo preparada para responderle a Peter, pero ahora tenía de frente el significado de la palabra «transparencia». Dudaba seriamente si contarle algo de su verdad, lo estaba considerando de veras. Lenis había tenido que inventarse una nueva vida, pero no se inventó unos nuevos padres o familiares. Tampoco se cuidó mucho al momento de preguntarle cómo había aprendido a hablar turco. Se vio acorralada, no le gustaba, tampoco mentir. De todas las cosas que debía hacer, mentir era una de las más incómodas.

—¿Lenis? —Ella regresó de su viaje por las dudas al escuchar su nombre—. Te has quedado colgada. ¿Dije algo malo?

Ella tragó grueso. Aspiró bastante aire y exhaló un par de veces.

—Sé que antes le dije que mi padrastro había perecido. Lo cierto es que… no es así.

Maximiliano se puso serio de inmediato y decidió callar para escucharla atentamente. Ella continuó:

—Él está vivo. De hecho, tal vez lo conozca. —Él frunció un poco el ceño—. Mi padre es el empresario Ferit Turgut… Sí, así como escucha —corroboró ella al ver su elevación de cejas—. Sé que no es correcto lo que hice, pero era preferible decir que estaba muerto para que nadie indagara su existencia. Actualmente y desde hace un tiempo no hemos tenido… la mejor de las relaciones. Creo que nunca la tuvimos. —Ella se detuvo unos segundos para poder calmar el revuelo en su interior—. Si sabe quién es él, podrá entender por qué prefiero mantenerme bajo perfil y que no me relacionen con su persona. No es por vergüenza, es porque no quiero que él…  —tragó con dificultad— no quiero que mi padrastro me encuentre.

Se hizo un absoluto silencio en la sala. Lenis no sabía cómo reaccionaría su jefe ante tal información y Maximiliano estaba ordenando sus pensamientos para decir y hacer las preguntas correctas.

—Sé quién es Ferit Turgut, pero lo sé por las noticias, las mismas que informan sobre su exilio.

Ella dejó salir mucho aire y asintió.

—Así es. Yo… me salvé de esa sentencia porque no conservo su apellido.

Max entrecerró los ojos levemente y asintió.

—¿De quién es el Evans?

—De mi madre —mintió rápidamente.

—¿Dónde está ella?

Lenis apretó sus labios convirtiéndolos en una fina línea.

—Creo que con él.

La mandíbula de Maximiliano se movió un tanto. Luego de hacer silencio, él habló:

—A pesar del exilio, a tu padrastro no le han decomisado nada, puedes tenerlo todo, ¿qué haces aquí?

Lenis lo miró fijo. El tono de voz que él usó fue seco y contundente.

—Tengo derecho a vivir mi propia vida —le respondió, tratando de emular el mismo tono de él—. Le he contado esto porque me pareció justo y correcto que usted lo sepa, pero por eso mismo prefiero mantenerme bajo perfil, porque no quiero que me vean como una Turgut cuando no lo soy. Y no quiero ni un penique de ese sucio dinero, por eso trabajo. —Maximiliano tragó grueso—. Si usted piensa que mi presencia en esta empresa manchará su reputación, no hace falta que me despida, yo misma dimito de mi cargo como asistente. —Ella se levantó con la clara decisión de irse de una vez por todas. Su corazón iba a mil por hora. Lo había intentado, conseguir un trabajo digno y ser independiente y libre de nuevo, pero tal parecía que nada duraba para siempre y era mejor moverse, que ser expuesta y lamentarlo todo. No le gustaba mentir, ¿cuánto iba a durar haciéndolo?—. Lo único que le pediré es que no comente nada sobre esta reunión. Mi confidencialidad con respecto a la empresa queda intacta, no se preocupe, no deseo que mi padrastro o la prensa me encuentre, así que, por favor… —Tuvo que detener su discurso para tomar aire.

Maximiliano no daba crédito a todo lo que sucedía en su oficina. Quedó estático con lo que ella confesó, viéndola defenderse con uñas y dientes y… ¿renunciando?

Cuando vio que recogía sus cosas y caminaba hacia la puerta, saltó de su silla.

—¿Qué estás haciendo? —Ella se detuvo y lo miró con sus bártulos en la mano—. ¿Para dónde vas? ¿Qué haces?

Ella exhaló como si de repente sintiera un gran cansancio caerle encima.

—Señor Bastidas, acabo de renunciar…

—No, no la acepto —interrumpió—. No acepto tu renuncia y tampoco voy a despedirte. —Él se acercó a ella y se detuvo cuando la sintió lo suficientemente cerca. La miró desde arriba, él era alto. Ella en tacones aún le llegaba a la barbilla y no era precisamente baja de estatura. Lenis miró hacia él, hacia sus ojos, buscaba certeza en sus palabras. Él por el contrario, se fijó en su preciosa boca. Lenis era muy hermosa. Decidió morderse los labios. Exhaló bastante aire y se alejó unos pasos—. Mañana vienes a trabajar la misma hora...

—Pero…

—No sueles nunca interrumpirme, Lenis. Hoy no será la primera vez que lo hagas. —Ella solo pudo asentir—. Mañana te vienes a la misma hora, como siempre, a cumplir con tu trabajo. El que seas hijastra de un hombre como Ferirt Turgut no cambiará ni tu rol aquí, ni mis razones por las cuales te he contratado. Tu vida, es tu vida. —Ahora, quién no daba crédito era ella. No sabía cómo reaccionar ante eso. Se había visto en los peores escenarios en el momento que dejara ver un poco de su realidad—. Pero te daré un consejo, no trates de ocultarte con mentiras. Aquí nadie va a exponerte. No mientas más.

La respiración de Lenis se detuvo unos segundos. Cuando volvió a tomar aire, asintió y pidió permiso para retirarse.

Él asintió.

—Pídele a Jacinto que te lleve. No quiero un no por respuesta.

No le quedó más remedio que aceptar.

Él esperó que ella saliera del edificio para sentarse detrás de su escritorio y tomar su celular.

—Peter, ¿me escuchas? ¿Qué haces? No, todo bien en la oficina… Sí, aún estoy acá. Necesito que vengas, tenemos que hablar sobre Lenis Evans.

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