Capítulo 6

Eran las seis de la tarde cuando Lenis recogía sus cosas ya lista para irse a casa. Maximiliano salió por la puerta mirando su reloj.

—¿Tiene lista la reservación?

«¿Ya no me tutea?», pensó ella.

—Sí, señor. Su mensa al fondo está reservada. Todo está arreglado, Jacinto le está esperando.

—Muy bien. —Él dio unos pasos y se detuvo. Dándole la espalda, apretó los párpados y exhaló aire. Estaba a punto de hacer algo que no le gustaba que le hicieran—. No se vaya todavía. —Se volteó hacia su secretaria y notó que ya había recogido sus cosas y estaba lista para irse. Se le veía un poco cansada y maldijo mentalmente por tener que hacerle eso. A pesar de cualquier cosa, la chica era eficiente—. Dentro de unos minutos vendrá Miller a buscar las dos carpetas color verde que están sobre mi escritorio. No hay problema si usted las quiere ver y abre las carpetas, pero es mejor que él no la vea revisándolas —explicó, sonriendo de lado; una sonrisa que no llegó a sus ojos.

A ella no le gustó el comentario. Nunca se atrevería a revisar nada sin permiso.

—Entendido, yo se las entrego sin problemas —dijo con voz apretada, aunque sin perder la compostura—. Que disfrute de su noche, señor Bastidas.

Él asintió y salió.

«Ya no soy “Lenis”, ¿n0? Confirmado, adiós al tuteo», pensó ella. Aunque, en sus circunstancias, prefería esa distancia entre jefe y asistente que perder su trabajo.

Entró en el despacho y desde la puerta, vio las dos carpetas que mencionó Maximiliano. Detalló el lugar asegurándose que todo estaba bien. Dio un paso para atrás cerrando la puerta…

—¡Ay! —gritó ella al tropezarse con alguien, había dado un brinco por el susto.

—Perdón, perdón…

Lenis, al voltearse, se quedó sin voz.

El susto no había amainado, pero su estado de congelamiento, lo que hizo que su respiración se detuviera por un instante, fue el olor del perfume que entró por su nariz, como si el aroma tuviese vida propia. Y al mirar y ver quién era en definitiva, un par de ojos color miel se la estaban comiendo por completo. Fue en ese momento que detalló bien el color de esos ojos.

«No sabía que eran claros», pensó.

Ya conocía al dueño de esas mieles, había hecho bromas con él intentando adivinar su estilo de café. ¿Por qué ahora se sentía así de nerviosa e invadida, como si fuese primera vez que lo veía?

Ella carraspeó su garganta y se separó de él.

—Bienvenido, señor Miller. El señor Bastidas me informó de los documentos. En segundos se los entrego. —Se dio media vuelta y trancó la puerta del despacho tras de sí.

George sonrió un poco y se alejó hasta el gran ventanal de aquel espacio. Quedó de pie admirando la belleza de la noche citadina que reinaba como un mar de luces y vida urbana bajo sus pies. Esa ventana, a cualquier hora, servía de relajante (o tal vez, estimulante) para muchas personas. Atraía verlo todo desde allí y hacía sentir a la gente poderosa. Tuviese o no poder en sus manos, así se sentía quien sea que estuviese frente a ese paisaje.

Y esa noche necesitaba mucho poder, mucha entereza para comenzar a poner en marcha el plan que había ideado junto a Peter y Maximiliano.

—Acá tiene. —La dulce voz de Lenis habló a sus espaldas.

Se volteó y… Las luces de la noche la iluminaban, sus ojos grises, unos que (estaba seguro) a cualquiera le costaba no mirar, tenían un brillo especial justo en ese instante. La señorita Evans cargaba puesto un sencillo maquillaje en su rostro de porcelana, el mismo que había usado la primera vez que la vio, pero nada podía ocultar ese cansancio que tenía.

Alguna vez él había escuchado que existen cuatro cosas que no son objetivas en la vida: la felicidad, la tristeza, el cansancio y la rabia; no se pueden ocultar por más que se desee.

—Muchas gracias —le dijo, recibiendo las carpetas—. Aún sigues aquí, espero que Max te esté pagando las horas extras.

Ella lanzó una tenue sonrisa.

—No responderé a eso, señor Miller. —Él se rió—. Si no desea nada más, con su permiso…

—No, está bien. Gracias. —Ella se dio media vuelta dirigiéndose hacia su escritorio mientras él pensaba en mil cosas a la vez. Reaccionó—: Espera. —Lenis se detuvo camino al elevador, ya con el antebrazo metido en su bolso y unas carpetas en las manos—. ¿Tienes cómo irte?

Ella lo miró durante unos segundos.

—No se preocupe por mí, señor Miller. No estoy tan lejos de casa.

—Por favor, déjame llevarte. Estoy libre, no me cuesta nada y no aceptaré un no por respuesta.

***

Salieron del edificio, él intentando no liderar la caminata, siempre caminando a la par. Sin embargo, como manejaría, se adelantó un poco hasta legar a su Aston Martin del año. Lenis alzó las cejas intentando que él no se diera cuenta, pero lo que ella no sabía, era que él estaba detallando todas sus expresiones y todos sus movimientos.

Le abrió la puerta del copiloto de forma caballerosa, algo que ella agradeció, aunque le pareció un tanto innecesario. Se montaron y arrancaron.

—¿Qué tal es trabajar para Max? Es cabezota. A veces un pan duro y en otras ocasiones se pasa de arrogante, pero es buena gente.

Ella lo miró de reojo con una extraña sonrisa en sus labios.

—¿Usted me está probando para ver qué opino sobre el señor Bastidas?

Él dejó de sonreír por un segundo, pero pensó rápido.

—Sí, me descubriste. Es que él me cae bien, no puedo evitar protegerle.

Él observó la reacción ante aquellas palabras, pero ella siguió sonriendo. De hecho, fue una sonrisa muy sincera y casi… tierna.

—Se nota que son grandes amigos —dijo ella—. Eso no es muy común verlo en este mundo tan competitivo.

«¿Y cómo sabes tanto de eso, querida Lisa?», se preguntó.

—Bueno, de todo hay en esta tierra, ¿no es así? —dijo él.

—Disculpe si me entrometo demasiado, pero… ¿cómo se conocieron?

Él frunció el ceño fingiendo que era por pensar en la respuesta. Él estaba casi seguro que ella sabía quiénes eran ellos; o fingía muy bien, o su pregunta era genuina.

—El trabajo nos unió —respondió George—. Gracias a Dios y a nuestra lucha diaria, mi bufete es uno de los más importantes del país. Y como debes saber, el consorcio de Max se ha convertido en uno de nuestros clientes predilectos. Nuestra fusión ha traspasado las barreras de los negocios.

Ella hizo un sonidito de decepción, aunque una mueca de aceptación.

—¿Qué sucede? —preguntó él.

—Mmm, pensaba que la historia sería otra.

—¿Como cuál?

—No sé… Tal vez, que se conocieron siendo más jóvenes, quizás en la universidad. Pensé que me regalaría alguna anécdota de juventud.

—¿Por qué lo dices? —En ese momento, él se estacionaba frente al domicilio de Lenis.

Ella miró su casa y sin abandonar esa tenue sonrisa, apartó la vista de la ventana para mirarlo.

—Se tratan con mucha camaradería, es agradable verlos interactuar… En serio —reiteró ella cuando él hizo una mueca de no creerle mucho—. Es como si fueran familia. —Él quedó atento ante sus palabras—. Cualquiera pensaría que son hermanos —terminó diciendo con una ligera risa.

Él la miró fijo, justo a sus ojos. Quería meterse en ellos, atravesarlos y revisar qué había allí dentro.

Maldijo mentalmente. Deseaba con fervor descubrir si ella mentía, pero él había creado un plan y lo seguiría al pie de la letra.

—Bueno, aquí entre nos, Max es como mi hermano. No lo decimos mucho para que las decisiones que ambos tomamos no se vean comprometidas por ningún motivo. —Ella asintió, comprendiendo—. Tampoco se lo digo mucho él, no vaya a ser que se lo crea. —Ambos rieron—. Espero que seas discreta con esta información.

—No se preocupe. No suelo hablar con nadie, no tengo a nadie a quién contarle nada y la privacidad de mi jefe y de su negocio es prioridad. No quiero perder mi trabajo.

Él sonrió y entrecerró los ojos ligeramente. Él había apagado el carro y el silencio en el habitáculo los envolvió por completo.

—¿No conoces a nadie en la ciudad?

Ella miró al frente y respondió:

—Suelo ser un tanto… reservada —dijo casi en un susurro.

Él observó su perfil, era absolutamente hermoso. Lenis tenía un rostro angelical, pero teñido de sensualidad. El cabello negro la adornaba perfecto. Agradeció a la razón que ella había tenido (sea cual sea) para cambiar de apariencia, porque la había embellecido. Según la foto de Lisa, ese cambio que le veía ahora, ahora siendo Lenis, le sentaba maravilloso.

Ella lo miró y él no pudo evitar observar de nuevo ese gris luminoso metido en esos dos preciosos ojos. Además, había un mechón de cabello interrumpiendo el espectáculo. Quiso tocárselo, tenía ganas de acercar la mano y…

—¡No! ¿Qué hace?

La mano de George se echó para atrás en el acto. Él estuvo a punto de tocarle el cabello casi sin darse cuenta. Miró su rostro, Lenis estaba horrorizada y se había pegado casi por completo a la puerta.

—Yo… lo siento, no… —Él no sabía bien qué decir y no entendía por qué ella se había puesto así.

Lenis se mantuvo pegada a la puerta por largos segundos y él solo la miraba, sorprendido, esperando tal vez que ella se calmara, o algo por el estilo. Parecía que se había ido a un lugar terrible. No lo miraba a él, estaba mirando a la nada.

—Lenis… ¿Lenis? —susurró e intentó tocarla de nuevo.

—¡No me toque!

El asombro de George le hizo reaccionar de su terror, y se dio cuenta que estaba actuando como una loca. Apretó los párpados y tragó, su boca se había secado. Obviamente, él no iba a entender nada de lo que le pasaba.

—Lo siento. Sien… Siento mucho haberle gritado, no quiero que me malinterprete, señor Miller.

—No, tú discúlpame. Fue un atrevimiento de mi parte.

—No se disculpe, por favor. —Exhaló bastante aire y dijo lo primero que se le ocurrió para arreglarla—. Acabo de terminar una relación un tanto complicada.

Por primera vez, George no le creyó de plano. Eso que acababa de escuchar, fue la primera cosa que ella le decía que él claramente había notado que era mentira.

El abogado George J. Miller era un hombre buscado por las damas y así como Peter o Max solían decirle (y burlarse), él no siempre había sido el ejemplo de fidelidad o caballerosidad, pero también había sido rechazado, y varias veces le habían lanzado a la cara la frase «relación terminada hace poco», o la de «no estar preparada para una nueva relación». Él sabía que esa reacción no se debía a ninguna de las dos. Algo malo le había pasado a Lenis, algo muy malo.

—Debo irme —dijo ella—. Muchas gracias por traerme y de nuevo pido disculpas. —Abrió la puerta, la cerró y casi corrió a su casa.

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