—¿Me puedes explicar qué sucede aquí? —preguntó la madre de Maximiliano zafándose de su ligero agarre. Él prácticamente la había llevado a rastras hasta el despacho.
El Gran Jefe esperó que ella se sentara en uno de los sillones de la pequeña sala acomodada a un lado de la oficina, pegada a uno de los tantos grandes ventanales de aquel edificio. Se trataba de un pequeño espacio que Max usaba poco, solo para recibir algunas visitas, como la de esa tarde.
Él se sentó en otro de los sillones.
—Espera que Lenis traiga el café. —El CEO comandó aquello de una forma tan seria, que la mujer hizo absoluto silencio.
Efectivamente, como lo sabía ya Maximiliano, Lenis no tardó en entrar y dejó las tazas sobre la mesa baja en medio de los muebles, intentando no mirar demasiado a la visita. Después, se retiró dejándolos solos de nuevo.
Afuera, la secretaria estampó su cuerpo en la silla frente a la computadora que usaba en el trabajo. «¿Cómo es que no sabía quién era su madre?», pensó. Solo tenía el nombre y parentesco de la dama en las anotaciones que le había dejado la antigua asistente. La madre de su jefe se llamaba Seda Bastidas según las notas, pero jamás había visto una fotografía de la mujer, Lenis no se interesó en buscarla y se regañó por tamaño error. La secretaria conocía hasta las marcas de ropa que usaba su jefe, pero no se había puesto en la tarea de conocer a la familia Bastidas…
Allí se detuvo. Ambos conservaban el mismo apellido, el cual debía heredarse del padre. Entonces, ¿por qué la señora Seda no se llamaba Seda «de» Bastidas?
«¿Madre soltera?», se preguntó.
Tenía interrogantes al respecto, y de una surgían las demás, como por ejemplo: ¿quién era el padre de su jefe? Tal vez ese detalle era un tema delicado, tal vez la señora Seda había sido por años una madre soltera, o quizás algo malo había sucedido con el progenitor que decidieron borrarlo de los documentos, porque en ninguno de ellos aparecía esa información.
Lenis perdió la mirada hacia ningún punto en específico; ansiosa, aún nerviosa, y no sabía por qué. Sentía que conocía a la señora Bastidas de otro lugar, eso sentía. Deseaba interpretarlo de otra forma, pero le era posible.
«¡Es eso! Eso tiene que ser. La conozco, eso es, ¿pero de dónde?»
En el despacho, Maximiliano miró fijo a su madre y le preguntó:
—¿Conoces a la señorita Evans?
—¿A quién? —Seda arrugó el rostro—. ¿Qué hace la hijastra de ese imbécil trabajando para ti?
Maximiliano apretó la mandíbula. Su cuerpo estaba en tensión, sentado al borde del sillón con los codos sobre los muslos y las manos entrelazadas.
—Madre —se sentía molesto—, ¿por qué no sabía que Ferit Turgut se había casado de nuevo? —La pregunta fue lanzada con los labios bien apretados.
—Él se casó hace apenas un par años o algo más…, no lo sé. Solo sé que es demasiado reciente, no le di importancia. Ya no me importa nada de ese señor, ¿por qué debía decirte?
—¡Porque me lo debes!
Seda elevó las cejas por el grito de su hijo.
—¿Se te olvida quién soy? Respétame.
—Disculpa —le dijo él con la mirada baja— pero es que me lo debes, madre. —Ella bufó—. Sabías que ese hombre me estaba robando y aun así no dijiste nada. Seguiste casada con él tan campante.
—Cometí un error, sí, como muchas otras en la vida de ese idiota, y como muchos en esta vida. ¡Como todos! Ya te pedí perdón, ya recapacité y me divorcié de él. ¿Por qué ahora me reclamas? ¿A cuenta de qué?
—Si hubiese sabido sobre la existencia de esa mujer, no la hubiese contratado.
—Pero ahora lo sabes. Entonces, ¿por qué sigue siendo tu asistente?
—Porque llegó aquí con otro nombre.
—¿Y eso qué tiene que ver? ¡Ya sabes quién es! ¡Despídela!
—Ella no es Lisa Díaz, mamá. Dice llamarse Lenis Evans. —Seda lanzó una risa incrédula—. Iba a despedirla, por supuesto, pero George y Peter…
—¿Qué con ellos dos? ¿Ahora qué? —Hizo una corta pausa—. ¿Qué están planeando ustedes tres?
Maximiliano se levantó y caminó por el recinto.
—Nada.
—No, no, no. Me lo vas diciendo ya mismo. Estoy… Por Dios. ¡Es que hasta se pintó el cabello! La conocía rubia, no morena. ¿Y dices que se llama cómo?
—Lenis Evans. —Seda no podía creer nada de lo que escuchaba—. Queremos saber si ella colabora con Turgut, y si es así, qué se traen entre manos.
Seda negó con la cabeza y pensó muy bien las cosas. Se sentó de nuevo. Ninguno de los dos había tocado sus cafés.
—No. Tú lo que quieres es que ese hombre regrese al país. Quieres que pague por lo que te robó —le dijo a su hijo.
Maximiliano no dijo nada ante aquellas palabras y se sentó al igual que ella.
La mujer recordó cosas que le habían contado sobre su ex esposo. Ella creía, al igual que su hijo, que el exilio fue el movimiento más corrupto de todos los existentes en ese país.
Maximiliano no quería que su madre estallara y arruinara el plan, así que le contó casi todos los detalles de la llegada de Lenis a la compañía y sobre el plan de los tres.
Ella escuchó atentamente y decidió entonces armar sus propias notas mentales para brindárselas a su hijo.
—No imaginé que te querrías vengar de él —dijo ella casi para sí.
—Aún sigo pagando las consecuencias de lo que me hizo. Las autoridades gubernamentales me han ido rechazando proyecto tras proyecto desde entonces y necesito recuperar esa confianza. Gracias a Dios pude salir adelante con otros asuntos y recuperarme económicamente, lo sabes muy bien, pero esas “consecuencias” tienen que desbaratarse, madre. Hago un arduo trabajo todos los días de mi vida para que mi compañía sea confiable.
—¿Cómo saben ustedes que esa chica no miente? Su madre aún sigue con Ferit, ambos son unos delincuentes.
—No lo sabemos, pero intuimos que ella se ha cambiado de identidad y se ha mudado de ciudad escapando de él. De hecho —ella lo miró con curiosidad—, ha tenido una crisis de pánico aquí mismo.
Seda puso los ojos en blanco.
—Ay, por favor, tu padre también era un gran actor.
—Él no es mi padre —ladró por lo bajo—. No te equivoques con eso, madre.
Ella apretó los labios e irguió la cabeza.
—Tu padrastro. Ex padrastro. —Él aún seguía muy serio—. Como sea. —Ella masajeó su rostro con las yemas de sus dedos de esa forma delicada que siempre la caracterizaba—. Sé algunas cosas sobre esa chica, puedo decírtelas, pero evidentemente crees esos… ataques de pánico de los que hablas o lo que sea que haya hecho. Se nota a leguas que estás determinado a ejecutar ese plan junto a George y no me sorprende que Peter se sume, eso quiere decir que el deseo es bien compartido.
Maximiliano miró sus ojos.
—Ni siquiera te voy a preguntar qué me quieres decir con eso último. —Ella exhaló una risotada de labios cerrados—. Lo único que importa es que ese hombre tiene que pagar por todo lo que nos hizo.
Madre e hijo se miraron por un breve momento.
—Tenía entendido que esa chica se había casado —soltó ella.
Maximiliano amplió los ojos.
—¿Perdón?
—Así es. Con un político cercano al gobernador. Muy cercano.
Él no podía creerlo.
—¿Quién? —preguntó el CEO con los dientes apretados.
—El asesor del gobernador… —Ella miró al suelo, intentando recordar su nombre, pero Max la interrumpió:
—¿Jefferson Smith?
Ella sonrió.
—Ese.
Max quedó de piedra. Recordó de súbito haberle pedido a Lenis que lo contactara para la junta.
Él restregó sus ojos, sintió un repentino cansancio caer sobre sí. Ella continuó:
—Los vi juntos una vez en un evento en la capital —dijo su madre—. Él parecía feliz. Ella… No recuerdo demasiados detalles, solo que él la presentaba como su esposa.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace dos años. Creo. Muy poco tiempo después del exilio de Ferit. Recuerdo que también Turgut había contraído matrimonio apenas meses atrás… —Perdió la vista intentando recordar mejor las fechas y negó con la cabeza—. Turco bueno para nada —dijo casi para sí.
El engranaje de Maximiliano empezó a funcionar a toda máquina. Ella rompió el momentáneo silencio formado entre los dos.
—Ese plan de ustedes me parece una absoluta locura.
—Madre, te pido que no interfieras en esto…
—Ferit no es solo un corrupto, hijo, es un hombre muy peligroso, no quiero que te suceda algo malo.
—No me pasará nada. Además, no estoy solo. Peter y George también están mezclados y algo me dice, madre, y espero no estar equivocado, que Lenis también podría estar muy interesada en ver a ese imbécil de Turgut tras las rejas.
Seda hizo silencio.
—No te he conocido nunca como alguien desconfiado. Más bien, todo lo contrario. ¿A caso te gusta esa mujer?
Él arrugó la cara.
—Qué cosas dices…
—No confíes demasiado, Max, hazme caso.
—Sé lo que hago, madre.
Se hizo un corto silencio.
—Pensé que ella se había ido con él —susurró la mujer—. Pensé que esa chica se había ido junto a su madre y ese hombre fuera del país. Sé que ese tal Smith sigue conservando su cargo y creo que sale con alguien, es obvio que no siguen casados, pero ¿qué hace ella aquí fingiendo ser otra persona? La reconocí casi de inmediato. Sus ojos… Esos ojos no se olvidan tan fácilmente.
Fuera de la oficina, Lenis hacía uso de esos ojos mirando la pantalla de su celular. Comenzaba a buscar información sobre su jefe y la madre de éste, algo que le parecía demasiado invasivo, pero que no pudo evitar.
El teléfono institucional repicó, ella lo tomó, se trataba de la encargada de una empresa de catering que ella acababa de contactar para la reunión.
Miró su celular mientras atendía la llamada.
«Más tarde sigo», se dijo mentalmente, anotando, de la mima forma, continuar la investigación online. Así que apagó la pantalla, guardando el dispositivo en una de las gavetas.
No quería ser descubierta fisgoneando de esa forma. Era muy probable que si investigaba tales cosas en la computadora o en la tablet del trabajo, Peter lo descubriría, porque estaba bien segura que cada dispositivo de ese edificio se encontraba intervenido.
Seda salió del despacho acompañada por su hijo.
—No olvides visitarme este fin de semana.
—Lo haré, madre.
Ambos se dieron un abrazo. La pelirroja despampanante miró a Lenis fijo a los ojos, seria, unos segundos tardó, los mismos que incomodaron bastante a la secretaria.
—Hasta luego, señora Bastidas —quiso Lenis ser cortés.
La mencionada asintió y se retiró.
Lenis miró a su jefe intentando ocultar algún juicio sobre la actitud rara de su madre.
—Debo salir un momento —él anunció—. Si llama Peter, dile que me contacte a mi móvil, por favor.
—Sí, señor.
Max se devolvió a su escritorio, tomó todo lo necesario para salir y se alejó de Lenis rumbo a los ascensores.
—¿Desea que contacte a Jacinto? —preguntó ella.
—No, saldré en mi carro. —Y sin más, se fue.
Lenis frunció el ceño. Suspiró y entró al despacho para ver si no había quedado desorden por arreglar.
Desde la puerta, vio las tazas de café sobre la mesa baja de la pequeña salita. Se acercó al lugar y se percató, con mucha extrañeza, que el café de cada taza seguía intacto.
—Jefferson Smith. Asesor del gobernador desde el primer mandato. Tiene fama de mujeriego, aunque… espera… Sí, tu madre no se equivoca, aquí dice que se casó hace dos años. —Peter leía un informe que le habían enviado a su email personal desde una de sus oficinas donde operaba su agencia de seguridad. Maximiliano escuchaba atentamente la información y todas las interrogantes que iban surgiendo, mientras esperaba que George le devolviera la llamada. No había podido hablar con él, ya que se encontraba en los juzgados. Peter hizo un sonido raro con su voz. —¿Qué? —preguntó Max. El rubio negó con pesar. —No creerás lo que acaban de enviarme. Ambos se habían reunido en el apartamento de Peter y se sentaron en la sala, como casi siempre hacían. El agente de seguridad se quedó contemplando algo en su pantalla, serio, ojos afilados. Max sabía que analizaba lo que veía y vio cómo el jefe de seguridad de su compañía transformaba su cara e
—Buenos días, Lenis. Adelante, toma asiento. —George sostuvo la puerta de su despacho para la hermosa secretaria de Maximiliano Bastidas. —Gracias. —Muy bien. ¿Para qué soy bueno? —preguntó el abogado, con una sonrisa amena, ya cuando se encontraba sentado tras su escritorio. Él había visto demasiado en una sola fotografía hace tan solo unos días. Cuando eso sucedió, luego de ver lo que Peter le había enviado, George decidió no llamar a Lenis esa tarde, sino esperar que ella misma le contactase. No era buena idea presionar, tampoco estar frente a ella sintiendo todo aquello que la imagen le había provocado. Tenía que primero, calmarse un poco para hacer bien su trabajo. Lenis miró su alrededor. Era la primera vez que visitaba la oficina de aquel abogado. Se trataba de un precioso espacio decorado con colores blanco, gris y azul claro. Se parecía mucho al jefe del lugar. George J. Miller siempre se veía impoluto, así como esa oficina, limpia, arreglada
Lenis no se había dado cuenta que George estaba al lado suyo, mucho menos pudo percatarse de la batalla interna que él tenía consigo mismo. El abogado estaba allí cumpliendo una función, siendo su confesor de ley, la escuchaba como clienta, pero estaba consciente de sus ganas de tocarla, abrazarla fuerte y también (y sobre todo), de no poder hacerlo. Además, estaba seguro que si la tocaba, se volvería loco. Lenis no pudo evitar que George viera sus lágrimas, las que por fin cayeron. El abogado le acercó una caja con pañuelos de papel. Ella había secado su cara con las manos, pero aceptó y agradeció el ofrecimiento. —¿Cómo lograste escapar? Lenis absorbió por la nariz y secó mejor su rostro con el papel. —Esperé —respondió ella. Él hizo de nuevo esa mueca de curiosidad—. Sí, esperé que él confiara que yo no me escaparía. Fingí. Esperé que él pensara que en verdad lo amaba, que deseaba estar con él, que me gustaba esa vida que me daba. Esperé que llegar
La secretaria de Maximiliano Bastidas había entrado al gran edificio donde se encontraba el bufete de uno de los mejores abogados de la ciudad. Y había salido ya, con otro semblante en todo su bello rostro. Lenis botó algo en una de las papeleras ubicadas en la acera y se fue caminando, alejándose a pasos agigantados de allí. Una mano masculina acarició la pequeña fotografía de la misma dama que caminaba alejándose de la construcción, la misma que había sido observada entrar y salir por el dueño de esa palma. Al lado de aquella imagen, aparecía el nombre «Lenis Evans» escrito a computadora, aquello se trataba de una planilla de currículum. El dueño de la mano sonrió. Su celular sonó y respondió: —Dime. —Señor, ya tengo la dirección de la señorita Díaz —escuchó al teléfono. Intentando no destruir la pequeña foto por los arranques de rabia que de repente sentía, el receptor de la llamada escuchó bien la información que persona de
Lenis sacó la cabeza para checar los alrededores de la casa. No vio nada anormal ni agentes con actitudes atrevidas a la vista. —¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste a la ciudad? —Lenis miró la gorra unicolor que Sias cargaba puesta y con la que, nerviosamente, intentaba esconderse. —Déjame entrar —exigió él, mirando para todos lados. Ella se apartó rápidamente del umbral y cerró la puerta luego de verlo a él estamparse en uno de los sillones de la sala, quitarse la gorra y pasarse una mano por la cabeza. —Tu cabello… —También me lo cambié —respondió él. Él era de cabello negro, como su padre, pero se lo había aclarado un poco. Estiró su pierna izquierda y del bolsillo de su jean sacó un sobre rectangular un poco alargado que sobresalía—. Toma. —Lanzó el sobre sobre la mesa baja—. Ve por tus cosas que nos vamos. —¿Qué? —Ella por fin movió su cuerpo, se había quedado estática viendo a su hermanastro aparecer de la nada, desesperado, con ca
—¡Lenis! Temblaba. Lenis miraba el techo, congelada, y no paraba de temblar. Se sintió liberada del hombre que había caído como saco encima de ella. Después, percibió, como lejanos, unos fuertes brazos elevándola y sacándola de allí. Sus lágrimas, el temblor, el dolor en el cuello, el cansancio emocional y físico, más los recientes recuerdos presentándose frente a ella, no la dejaban divisar quién era la persona que la rescataba. «Mira su rostro», se exigió mentalmente. «Solo un poco más arriba…» —¿Peter? —preguntó, al darse cuenta que era él. Ella percibió, en sus ojos, concentración. La miró fijo segundos antes de ser removida de su agarre. —Llévala —le escuchó decirle a alguien más. Lenis sintió que otra persona la cargaba y la sacaba de la casa. Sentía mareo, dolor de cabeza. Cerró los ojos. El frescor del día la golpeó como si se tratase de hielo seco. Se dejó hacer, se dejó arrullar por alg
—George… —Lenis intentaba reaccionar, ordenar las cosas—. George, por favor… En otras circunstancias, ese «por favor» sería un ruego tan distinto… Él estaba dispuesto a complacerla en todo, a darle el mundo de placer, a adorarla como bien sabía él que ella se merecía, pero ya estaba entendiendo que ese «por favor» intentaba detenerlos. George culminó el beso, colocó ambas manos en su cara, pegó su frente a la de ella, cerró los ojos y suspiró. Se quedaron así por un largo minuto, hasta que la sintió temblar un poco. Separó la cara y la miró. —Tienes frío —aseguró él. A ella no le dio tiempo corroborarlo con palabras. Él la presionó contra sí para que no pasara por la incomodidad de no poder taparse bien con la pequeña toalla que él le había puesto encima. Estiró el brazo y le acercó un albornoz que, gracias a Dios, estaban muy cerca de ellos. —Ten —le dijo él. Ambos maniobraron para que ella se pudiera cubrir bien sin q
George arrimó una de las sillas altas que estaban alrededor de la encimera y se sentó, apoyando los codos encima de los azulejos de mármol. Jamás le contaría lo del beso. —Se está bañando. Ha estado bastante afectada por lo que pasó. —Se culpa. —No fue una pregunta. —Así es —aceptó George—, pero es inteligente, lo superará. Maximiliano lo miró. Conocía muy bien a George, habían sido varios los años de conocerle. Sabía que podía ser un hijo de p**a cuando se lo proponía, que era la mayoría de las veces de su día a día. De hecho, admitía agradarle esa parte de él, pero Max sentía que ahora las cosas debían ser distintas, estaba Lenis de por medio. —Debes tener cuidado con tu forma de ser, tienes que cambiar eso, bájale dos, Miller. Trátala bien. El abogado arrugó las cejas. —¿Qué mier…? —¿Señor Bastidas? —Lenis abrió mucho los ojos y se acercó a ellos, pero por un segundo no pudo evitar ver un poco todo lo que le rodeaba.