Capítulo 12

—¿Me puedes explicar qué sucede aquí? —preguntó la madre de Maximiliano zafándose de su ligero agarre. Él prácticamente la había llevado a rastras hasta el despacho.

El Gran Jefe esperó que ella se sentara en uno de los sillones de la pequeña sala acomodada a un lado de la oficina, pegada a uno de los tantos grandes ventanales de aquel edificio. Se trataba de un pequeño espacio que Max usaba poco, solo para recibir algunas visitas, como la de esa tarde.

Él se sentó en otro de los sillones.

—Espera que Lenis traiga el café. —El CEO comandó aquello de una forma tan seria, que la mujer hizo absoluto silencio.

Efectivamente, como lo sabía ya Maximiliano, Lenis no tardó en entrar y dejó las tazas sobre la mesa baja en medio de los muebles, intentando no mirar demasiado a la visita. Después, se retiró dejándolos solos de nuevo.

Afuera, la secretaria estampó su cuerpo en la silla frente a la computadora que usaba en el trabajo. «¿Cómo es que no sabía quién era su madre?», pensó. Solo tenía el nombre y parentesco de la dama en las anotaciones que le había dejado la antigua asistente. La madre de su jefe se llamaba Seda Bastidas según las notas, pero jamás había visto una fotografía de la mujer, Lenis no se interesó en buscarla y se regañó por tamaño error. La secretaria conocía hasta las marcas de ropa que usaba su jefe, pero no se había puesto en la tarea de conocer a la familia Bastidas…

Allí se detuvo. Ambos conservaban el mismo apellido, el cual debía heredarse del padre. Entonces, ¿por qué la señora Seda no se llamaba Seda «de» Bastidas?

«¿Madre soltera?», se preguntó.

Tenía interrogantes al respecto, y de una surgían las demás, como por ejemplo: ¿quién era el padre de su jefe? Tal vez ese detalle era un tema delicado, tal vez la señora Seda había sido por años una madre soltera, o quizás algo malo había sucedido con el progenitor que decidieron borrarlo de los documentos, porque en ninguno de ellos aparecía esa información.  

Lenis perdió la mirada hacia ningún punto en específico; ansiosa, aún nerviosa, y no sabía por qué. Sentía que conocía a la señora Bastidas de otro lugar, eso sentía. Deseaba interpretarlo de otra forma, pero le era posible.

«¡Es eso! Eso tiene que ser. La conozco, eso es, ¿pero de dónde?»

En el despacho, Maximiliano miró fijo a su madre y le preguntó:

—¿Conoces a la señorita Evans?

—¿A quién? —Seda arrugó el rostro—. ¿Qué hace la hijastra de ese imbécil trabajando para ti?

Maximiliano apretó la mandíbula. Su cuerpo estaba en tensión, sentado al borde del sillón con los codos sobre los muslos y las manos entrelazadas.

—Madre —se sentía molesto—, ¿por qué no sabía que Ferit Turgut se había casado de nuevo? —La pregunta fue lanzada con los labios bien apretados.

—Él se casó hace apenas un par años o algo más…, no lo sé. Solo sé que es demasiado reciente, no le di importancia. Ya no me importa nada de ese señor, ¿por qué debía decirte?

—¡Porque me lo debes!

Seda elevó las cejas por el grito de su hijo.

—¿Se te olvida quién soy? Respétame.

—Disculpa —le dijo él con la mirada baja— pero es que me lo debes, madre. —Ella bufó—. Sabías que ese hombre me estaba robando y aun así no dijiste nada. Seguiste casada con él tan campante.

—Cometí un error, sí, como muchas otras en la vida de ese idiota, y como muchos en esta vida. ¡Como todos! Ya te pedí perdón, ya recapacité y me divorcié de él. ¿Por qué ahora me reclamas? ¿A cuenta de qué?

—Si hubiese sabido sobre la existencia de esa mujer, no la hubiese contratado.

—Pero ahora lo sabes. Entonces, ¿por qué sigue siendo tu asistente?

—Porque llegó aquí con otro nombre.

—¿Y eso qué tiene que ver? ¡Ya sabes quién es! ¡Despídela!

—Ella no es Lisa Díaz, mamá. Dice llamarse Lenis Evans. —Seda lanzó una risa incrédula—. Iba a despedirla, por supuesto, pero George y Peter…

—¿Qué con ellos dos? ¿Ahora qué? —Hizo una corta pausa—. ¿Qué están planeando ustedes tres?

Maximiliano se levantó y caminó por el recinto.

—Nada.

—No, no, no. Me lo vas diciendo ya mismo. Estoy… Por Dios. ¡Es que hasta se pintó el cabello! La conocía rubia, no morena. ¿Y dices que se llama cómo?

—Lenis Evans. —Seda no podía creer nada de lo que escuchaba—. Queremos saber si ella colabora con Turgut, y si es así, qué se traen entre manos.

Seda negó con la cabeza y pensó muy bien las cosas. Se sentó de nuevo. Ninguno de los dos había tocado sus cafés.

—No. Tú lo que quieres es que ese hombre regrese al país. Quieres que pague por lo que te robó —le dijo a su hijo.

Maximiliano no dijo nada ante aquellas palabras y se sentó al igual que ella.

La mujer recordó cosas que le habían contado sobre su ex esposo. Ella creía, al igual que su hijo, que el exilio fue el movimiento más corrupto de todos los existentes en ese país.

Maximiliano no quería que su madre estallara y arruinara el plan, así que le contó casi todos los detalles de la llegada de Lenis a la compañía y sobre el plan de los tres.

Ella escuchó atentamente y decidió entonces armar sus propias notas mentales para brindárselas a su hijo.

—No imaginé que te querrías vengar de él —dijo ella casi para sí.

—Aún sigo pagando las consecuencias de lo que me hizo. Las autoridades gubernamentales me han ido rechazando proyecto tras proyecto desde entonces y necesito recuperar esa confianza. Gracias a Dios pude salir adelante con otros asuntos y recuperarme económicamente, lo sabes muy bien, pero esas “consecuencias” tienen que desbaratarse, madre. Hago un arduo trabajo todos los días de mi vida para que mi compañía sea confiable.

—¿Cómo saben ustedes que esa chica no miente? Su madre aún sigue con Ferit, ambos son unos delincuentes.

—No lo sabemos, pero intuimos que ella se ha cambiado de identidad y se ha mudado de ciudad escapando de él. De hecho —ella lo miró con curiosidad—, ha tenido una crisis de pánico aquí mismo.

Seda puso los ojos en blanco.

—Ay, por favor, tu padre también era un gran actor.

—Él no es mi padre —ladró por lo bajo—. No te equivoques con eso, madre.

Ella apretó los labios e irguió la cabeza.

—Tu padrastro. Ex padrastro. —Él aún seguía muy serio—. Como sea. —Ella masajeó su rostro con las yemas de sus dedos de esa forma delicada que siempre la caracterizaba—. Sé algunas cosas sobre esa chica, puedo decírtelas, pero evidentemente crees esos… ataques de pánico de los que hablas o lo que sea que haya hecho. Se nota a leguas que estás determinado a ejecutar ese plan junto a George y no me sorprende que Peter se sume, eso quiere decir que el deseo es bien compartido.

Maximiliano miró sus ojos.

—Ni siquiera te voy a preguntar qué me quieres decir con eso último. —Ella exhaló una risotada de labios cerrados—. Lo único que importa es que ese hombre tiene que pagar por todo lo que nos hizo.

Madre e hijo se miraron por un breve momento.

—Tenía entendido que esa chica se había casado —soltó ella.

Maximiliano amplió los ojos.

—¿Perdón?

—Así es. Con un político cercano al gobernador. Muy cercano.

Él no podía creerlo.

—¿Quién? —preguntó el CEO con los dientes apretados.

—El asesor del gobernador… —Ella miró al suelo, intentando recordar su nombre, pero Max la interrumpió:

—¿Jefferson Smith?

Ella sonrió.

—Ese.

Max quedó de piedra. Recordó de súbito haberle pedido a Lenis que lo contactara para la junta.

Él restregó sus ojos, sintió un repentino cansancio caer sobre sí. Ella continuó:

—Los vi juntos una vez en un evento en la capital —dijo su madre—. Él parecía feliz. Ella… No recuerdo demasiados detalles, solo que él la presentaba como su esposa.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace dos años. Creo. Muy poco tiempo después del exilio de Ferit. Recuerdo que también Turgut había contraído matrimonio apenas meses atrás… —Perdió la vista intentando recordar mejor las fechas y negó con la cabeza—. Turco bueno para nada —dijo casi para sí.

El engranaje de Maximiliano empezó a funcionar a toda máquina. Ella rompió el momentáneo silencio formado entre los dos.

—Ese plan de ustedes me parece una absoluta locura.

—Madre, te pido que no interfieras en esto…

—Ferit no es solo un corrupto, hijo, es un hombre muy peligroso, no quiero que te suceda algo malo.

—No me pasará nada. Además, no estoy solo. Peter y George también están mezclados y algo me dice, madre, y espero no estar equivocado, que Lenis también podría estar muy interesada en ver a ese imbécil de Turgut tras las rejas.

Seda hizo silencio.

—No te he conocido nunca como alguien desconfiado. Más bien, todo lo contrario. ¿A caso te gusta esa mujer?

Él arrugó la cara.

—Qué cosas dices…

—No confíes demasiado, Max, hazme caso.

—Sé lo que hago, madre.

Se hizo un corto silencio.

—Pensé que ella se había ido con él —susurró la mujer—. Pensé que esa chica se había ido junto a su madre y ese hombre fuera del país. Sé que ese tal Smith sigue conservando su cargo y creo que sale con alguien, es obvio que no siguen casados, pero ¿qué hace ella aquí fingiendo ser otra persona? La reconocí casi de inmediato. Sus ojos… Esos ojos no se olvidan tan fácilmente.

Fuera de la oficina, Lenis hacía uso de esos ojos mirando la pantalla de su celular. Comenzaba a buscar información sobre su jefe y la madre de éste, algo que le parecía demasiado invasivo, pero que no pudo evitar.

El teléfono institucional repicó, ella lo tomó, se trataba de la encargada de una empresa de catering que ella acababa de contactar para la reunión.

Miró su celular mientras atendía la llamada.

«Más tarde sigo», se dijo mentalmente, anotando, de la mima forma, continuar la investigación online. Así que apagó la pantalla, guardando el dispositivo en una de las gavetas.

No quería ser descubierta fisgoneando de esa forma. Era muy probable que si investigaba tales cosas en la computadora o en la tablet del trabajo, Peter lo descubriría, porque estaba bien segura que cada dispositivo de ese edificio se encontraba intervenido.

Seda salió del despacho acompañada por su hijo.

—No olvides visitarme este fin de semana.

—Lo haré, madre.

Ambos se dieron un abrazo. La pelirroja despampanante miró a Lenis fijo a los ojos, seria, unos segundos tardó, los mismos que incomodaron bastante a la secretaria.

—Hasta luego, señora Bastidas —quiso Lenis ser cortés.

La mencionada asintió y se retiró.

Lenis miró a su jefe intentando ocultar algún juicio sobre la actitud rara de su madre.

—Debo salir un momento —él anunció—. Si llama Peter, dile que me contacte a mi móvil, por favor.

—Sí, señor.

Max se devolvió a su escritorio, tomó todo lo necesario para salir y se alejó de Lenis rumbo a los ascensores.

—¿Desea que contacte a Jacinto? —preguntó ella.

—No, saldré en mi carro. —Y sin más, se fue.

Lenis frunció el ceño. Suspiró y entró al despacho para ver si no había quedado desorden por arreglar.

Desde la puerta, vio las tazas de café sobre la mesa baja de la pequeña salita. Se acercó al lugar y se percató, con mucha extrañeza, que el café de cada taza seguía intacto.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo