—George… —Lenis intentaba reaccionar, ordenar las cosas—. George, por favor…
En otras circunstancias, ese «por favor» sería un ruego tan distinto… Él estaba dispuesto a complacerla en todo, a darle el mundo de placer, a adorarla como bien sabía él que ella se merecía, pero ya estaba entendiendo que ese «por favor» intentaba detenerlos.
George culminó el beso, colocó ambas manos en su cara, pegó su frente a la de ella, cerró los ojos y suspiró.
Se quedaron así por un largo minuto, hasta que la sintió temblar un poco.
Separó la cara y la miró.
—Tienes frío —aseguró él.
A ella no le dio tiempo corroborarlo con palabras. Él la presionó contra sí para que no pasara por la incomodidad de no poder taparse bien con la pequeña toalla que él le había puesto encima. Estiró el brazo y le acercó un albornoz que, gracias a Dios, estaban muy cerca de ellos.
—Ten —le dijo él.
Ambos maniobraron para que ella se pudiera cubrir bien sin q
George arrimó una de las sillas altas que estaban alrededor de la encimera y se sentó, apoyando los codos encima de los azulejos de mármol. Jamás le contaría lo del beso. —Se está bañando. Ha estado bastante afectada por lo que pasó. —Se culpa. —No fue una pregunta. —Así es —aceptó George—, pero es inteligente, lo superará. Maximiliano lo miró. Conocía muy bien a George, habían sido varios los años de conocerle. Sabía que podía ser un hijo de p**a cuando se lo proponía, que era la mayoría de las veces de su día a día. De hecho, admitía agradarle esa parte de él, pero Max sentía que ahora las cosas debían ser distintas, estaba Lenis de por medio. —Debes tener cuidado con tu forma de ser, tienes que cambiar eso, bájale dos, Miller. Trátala bien. El abogado arrugó las cejas. —¿Qué mier…? —¿Señor Bastidas? —Lenis abrió mucho los ojos y se acercó a ellos, pero por un segundo no pudo evitar ver un poco todo lo que le rodeaba.
Lenis miraba el horizonte desde la terraza del apartamento de George. Hacía fresco, fresco frío. El suéter que cargaba puesto no le ayudaba a conseguir calentarse demasiado. El abogado la vio desde la sala y notó que ella luchaba con sus brazos para obtener algo de calor. Quiso preguntarle por qué no entraba, pero sabía que tal vez ella necesitara respirar aire puro, además, conocía de sobra el efecto tranquilizador de aquel paisaje. Lenis casi respinga por el ligero susto al sentir que la cubrían con algo. —Ten. Era de mi madre, te servirá —explicó George, mientras colocaba sobre los hombros de ella una gran tela suave color turquesa. Lenis miró la tela y se sorprendió. —Oh, ¡qué belleza, George! —Acomodó la prenda de tal forma, que pudiese ver mejor el diseño y al mismo tiempo seguir estando cubierta contra la ventisca—. Es una pashmina turca —acertó ella—. Tu madre… —Detuvo sus palabras. Ella le diría que su madre tenía buen gusto,
Lenis suspiró. Estaba cansada de sentirse mal, de tener miedo, del fresco frío de la terraza también y hasta del enorme gusto por ese hombre, lo que sentía presionarse contra su cuerpo en todo momento, como una almohada pesada y cruel, cada vez que la miraba, cada vez que le hablaba, recordándole repetidas veces que hace unas horas había estado en sus brazos, la había deseado y tocado como ningún otro hombre antes. Su esposo nunca la había tocado así, ni siquiera en ese corto lapso de tiempo en el que ella no se percataba de lo que él tenía guardado, de su realidad, de su verdadero yo, de lo que venía a continuación con un matrimonio arreglado por su madre y su padrastro, en ese tiempo donde él fingía ser una pareja hermosa, acertada y hasta fiel. Sin embargo, debía batallar contra esos sentimientos. Además, no podía seguir queriéndose esconder siempre en una madriguera, como un animal asustado por el mundo exterior. Se volteó de nuevo hacia él y habló con firmeza.
Una semana después… El asesor del gobernador junto a su jefe, se encontraban reunidos en un restaurante de lujo de la ciudad, con todos los inversionistas de las nuevas obras en construcción, sobre todo, las que se llevarían a cabo justo al comenzar el tercer trimestre del año. Debían regresar pronto a la capital del país, pero Jefferson Smith se las había arreglado —como siempre— para influenciar las decisiones de su jefe, por lo tanto, la estadía en aquella metrópolis se había alargado más de lo planificado en un principio. Ese era el trabajo de Smith, y con ello se había independizado económicamente, siendo incluso, en ocasiones, más solicitado que el propio gobernador del estado. Aquella reunión no era a puerta abierta, por ese hecho, la prensa no había sido convocada. Se firmarían documentos, se trazarían planes a futuro y se terminaría en un brindis y una cena en honor a los nuevos proyectos. Mujere
Una semana antes. «El espejo no miente», decía la mente de Lenis por sí sola, con vida propia, mirándose. La secretaria acababa de darse una ducha y con un albornoz grueso color blanco puesto, peinaba su cabello mojado, echándoselo para atrás. «El espejo no miente», volvía a decirse. Debía pintarse el cabello, empezaban a notarse las raíces de su naturaleza rubia. A pesar de haberse descubierto, el miedo seguía latente. No podía dejar que el cabello de antes regresara a perturbarle su paz. No podía permitir que lo de antes regresara y succionara esa paz que ya, alguna vez, había dado por perdida. La discusión con George sobre no ir a trabajar continuó en la cena. Él estaba determinado a imponerle cosas y mandatos que ella luchaba por comprender, pero no podía adaptarse meramente. Sabiendo que se encontraría con Peter y tal vez con un poco de paciencia lograría armar seguridad a su alrededor con su ayuda, en el f
Lenis sintió una leve decepción, quiso evitarla, pero sabía que era imposible. Entendía mejor la situación: «todo se trata de a quién estaré denunciando, de dónde vengo, los intereses de ser quién soy. Si George me defiende, su bufete ganará renombre. Si Maximiliano se pone de mi lado, tal vez le vaya bien en los negocios. Si Peter me cuida, su agencia podrá usar mi caso como buen currículum…» Ella no era la importante, lo que valía era su historial. Peter comenzó a dar coordenadas de seguridad sin darse cuenta del remalazo de tristeza que sintió la mujer. —No es bueno que vayas todos los días a trabajar. Smith puede tener gente en todos lados, así que lo mejor es cambiar los días de asistencia. Si una semana fuiste miércoles, jueves y viernes, la semana siguiente irás otros días, incluyendo los fines de semana, si se requiere. Si no deseas que yo mismo te busque y te lleve, está bien, pondré a uno de mis mejores hombres para que haga la tarea; solo debes comunicarle
La secretaria de la corporación de Maximiliano Bastidas presionó el botón de respuesta a una llamada entrante desde la oficina de su jefe. —¿Lenis? —Dígame, señor. —Necesito que… —Maximiliano se detuvo en seco y bufó. Puso cara de aburrimiento—. ¿En serio? Max escuchó una risa suave que le indicaba que ella bromeaba con él. Lenis había llegado temprano ese viernes al trabajo, al igual que el día anterior. La reunión acostumbrada de los jueves resultó ser un éxito. Se mantenía ocupada desde entonces, se comportaba muy eficiente, cargándose de todo el trabajo posible, adelantándose a los requerimientos de su jefe y todo aquello lo había notado el CEO, no extrañado por la eficiencia de su secretaria, que era una genial característica suya, sino por algo que él sumaba a toda esa buena actitud: alegría. Después de lo ocurrido, la mujer volvía a la carga laboral con todos los hierros, algo que él admiraba, pero le olía muy extraño. Max tenía
Copado de gente, el sitio donde George y Maximiliano habían cuadrado verse, pertenecía a uno de los clientes del abogado, por lo que se le hizo fácil conseguir reserva. George acababa de llegar de su viaje. Iría directo a su departamento, pero el mensaje de texto de Max le hizo desviarse del camino. Al cabo de un rato, el jefe de Lenis llegaba al sitio. Maximiliano también conocía a los dueños, por lo que los mesoneros le dieron una cálida bienvenida y una joven lo dirigió a la mesa donde se encontraba su amigo. Max se sentó frente a él. La mujer le entregó la carta a ambos y se retiró. —Estás raro, ¿qué sucede? —George le preguntó sin mirarle a la cara, el abogado estaba concentrado en el menú. —¿Raro? ¿Yo? Cuéntame tú. George despegó la mirara de la carta y comenzó a relatar lo que pensaba Max deseaba saber. —Peter aún no ha llegado, porque se le ha explotado un pequeño tornillo. Hemos descubierto que Smith tiene un hijo. —Ma