Una semana después…
El asesor del gobernador junto a su jefe, se encontraban reunidos en un restaurante de lujo de la ciudad, con todos los inversionistas de las nuevas obras en construcción, sobre todo, las que se llevarían a cabo justo al comenzar el tercer trimestre del año.
Debían regresar pronto a la capital del país, pero Jefferson Smith se las había arreglado —como siempre— para influenciar las decisiones de su jefe, por lo tanto, la estadía en aquella metrópolis se había alargado más de lo planificado en un principio.
Ese era el trabajo de Smith, y con ello se había independizado económicamente, siendo incluso, en ocasiones, más solicitado que el propio gobernador del estado.
Aquella reunión no era a puerta abierta, por ese hecho, la prensa no había sido convocada. Se firmarían documentos, se trazarían planes a futuro y se terminaría en un brindis y una cena en honor a los nuevos proyectos.
Mujere
Una semana antes. «El espejo no miente», decía la mente de Lenis por sí sola, con vida propia, mirándose. La secretaria acababa de darse una ducha y con un albornoz grueso color blanco puesto, peinaba su cabello mojado, echándoselo para atrás. «El espejo no miente», volvía a decirse. Debía pintarse el cabello, empezaban a notarse las raíces de su naturaleza rubia. A pesar de haberse descubierto, el miedo seguía latente. No podía dejar que el cabello de antes regresara a perturbarle su paz. No podía permitir que lo de antes regresara y succionara esa paz que ya, alguna vez, había dado por perdida. La discusión con George sobre no ir a trabajar continuó en la cena. Él estaba determinado a imponerle cosas y mandatos que ella luchaba por comprender, pero no podía adaptarse meramente. Sabiendo que se encontraría con Peter y tal vez con un poco de paciencia lograría armar seguridad a su alrededor con su ayuda, en el f
Lenis sintió una leve decepción, quiso evitarla, pero sabía que era imposible. Entendía mejor la situación: «todo se trata de a quién estaré denunciando, de dónde vengo, los intereses de ser quién soy. Si George me defiende, su bufete ganará renombre. Si Maximiliano se pone de mi lado, tal vez le vaya bien en los negocios. Si Peter me cuida, su agencia podrá usar mi caso como buen currículum…» Ella no era la importante, lo que valía era su historial. Peter comenzó a dar coordenadas de seguridad sin darse cuenta del remalazo de tristeza que sintió la mujer. —No es bueno que vayas todos los días a trabajar. Smith puede tener gente en todos lados, así que lo mejor es cambiar los días de asistencia. Si una semana fuiste miércoles, jueves y viernes, la semana siguiente irás otros días, incluyendo los fines de semana, si se requiere. Si no deseas que yo mismo te busque y te lleve, está bien, pondré a uno de mis mejores hombres para que haga la tarea; solo debes comunicarle
La secretaria de la corporación de Maximiliano Bastidas presionó el botón de respuesta a una llamada entrante desde la oficina de su jefe. —¿Lenis? —Dígame, señor. —Necesito que… —Maximiliano se detuvo en seco y bufó. Puso cara de aburrimiento—. ¿En serio? Max escuchó una risa suave que le indicaba que ella bromeaba con él. Lenis había llegado temprano ese viernes al trabajo, al igual que el día anterior. La reunión acostumbrada de los jueves resultó ser un éxito. Se mantenía ocupada desde entonces, se comportaba muy eficiente, cargándose de todo el trabajo posible, adelantándose a los requerimientos de su jefe y todo aquello lo había notado el CEO, no extrañado por la eficiencia de su secretaria, que era una genial característica suya, sino por algo que él sumaba a toda esa buena actitud: alegría. Después de lo ocurrido, la mujer volvía a la carga laboral con todos los hierros, algo que él admiraba, pero le olía muy extraño. Max tenía
Copado de gente, el sitio donde George y Maximiliano habían cuadrado verse, pertenecía a uno de los clientes del abogado, por lo que se le hizo fácil conseguir reserva. George acababa de llegar de su viaje. Iría directo a su departamento, pero el mensaje de texto de Max le hizo desviarse del camino. Al cabo de un rato, el jefe de Lenis llegaba al sitio. Maximiliano también conocía a los dueños, por lo que los mesoneros le dieron una cálida bienvenida y una joven lo dirigió a la mesa donde se encontraba su amigo. Max se sentó frente a él. La mujer le entregó la carta a ambos y se retiró. —Estás raro, ¿qué sucede? —George le preguntó sin mirarle a la cara, el abogado estaba concentrado en el menú. —¿Raro? ¿Yo? Cuéntame tú. George despegó la mirara de la carta y comenzó a relatar lo que pensaba Max deseaba saber. —Peter aún no ha llegado, porque se le ha explotado un pequeño tornillo. Hemos descubierto que Smith tiene un hijo. —Ma
El apartamento estaba en total silencio, por lo que fue fácil para Lenis escuchar la puerta principal abrir y cerrarse. La noche estaba cayendo, la luz del ocaso entrando desde la terraza, penetraba las puertas de vidrio. Ella no despegó la mirada de aquel espectáculo, sentada con los pies bajo sus muslos en el mueble de tres plazas, descalza y con la ropa del trabajo aún puesta.George entró, la vio y quedó ensimismado. Él no sabía si se trataba de algo mágico, pero sí presentía que alrededor de aquella mujer debía existir un aura indivisible a su figura, a su personalidad, a sus ojos y a su cabello, el cual llevaba suelto, que la definían como una fémina casi mística, no podía ser verdad su existencia, al conocerla era posible que cayeras rendido a sus pies. Él, conociéndose como un hombre rudo de corazón en cuanto a temas amator
El abogado la encerró con su brazo anclado aún en la cintura y la otra palma apoyada en la pared.La miró, penetró en su mirada… De nuevo la miel y la escarcha se encontraban.George apoyó la frente sobre la de ella y cerró sus ojos. Exhaló al mismo tiempo que ella y dejó que el resto de su cuerpo se acercara aún más.«Lenis…», susurró él en su mente.«Ahh, Lenis, Lenis, Lenis…», exhaló desde lo más profundo de su cerebro.Él inclinó su cabeza y dejó un tierno beso en su barbilla, luego en la base de la misma, más abajo, en el cuello… Besos, más besos que bajaban y se encontraban de pronto en la clavícula, en el medio de su pecho, entre sus senos…Lenis mantenía las manos a cada lado de su cuerpo, con los puños apretados por la tens
Él la besó de nuevo, más lento, acariciando y dejándose acariciar. Se miraron por unos largos segundos sin separarse. George sobó la cara de Lenis, acomodó algunos rizos que querían entrometerse entre su contemplación. Su corazón estaba repleto de una seguridad apabullante: se había enamorado de ella. Y era su primer amor, porque a esas alturas, él no había amado a nadie más. —¿Estás bien? —preguntó él. Ella asintió, cerró los ojos y sonrió al sentir de nuevo sus labios acariciándola—. Te pido perdón. —Lenis abrió los ojos—. No debí haber hecho nada sin consultarte. —Suspiró, sin dejar de acariciar lentamente su mejilla—. Sé a lo que nos enfrentamos, esto no será nada fácil, Lenis, temo por tu seguridad. En verdad, no creo haberle temido a nada tanto como ahora. —Tragó grueso. Por un breve momento, Lenis se quedó sin palabras. —Acepto las disculpas. —Era difícil para ella mantener los ojos abiertos, pero debía decírselo a plena consciencia. Ac
De todas las cosas malas que había experimentado en su vida, Lenis había aprendido a rescatar las buenas, a conservarlas y utilizarlas sin caer en feas nostalgias. Una de esas cosas era la cultura de su padrastro, quien había nacido en Turquía, por lo que ella aprendió a hablar turco y se le hizo fácil, como casi todos los idiomas que se había propuesto a aprender en la vida. Éste en específico lo aprendió a hablar muy rápido, pero más que curiosidad, quería saber qué cosas decía él cuando se dedicaba a hablarle a su madre en su idioma.Entonces pensó en ella, a su madre. Estando en la terraza ya en la tarde del sábado y mientras contemplaba el paisaje de flores, edificios, laguna y cielo de colores, con un nuevo atardecer a la vista y sola en el apartamento de George, se cubrió con la pashmina que él le había regalado, una prenda