El apartamento estaba en total silencio, por lo que fue fácil para Lenis escuchar la puerta principal abrir y cerrarse.
La noche estaba cayendo, la luz del ocaso entrando desde la terraza, penetraba las puertas de vidrio. Ella no despegó la mirada de aquel espectáculo, sentada con los pies bajo sus muslos en el mueble de tres plazas, descalza y con la ropa del trabajo aún puesta.
George entró, la vio y quedó ensimismado. Él no sabía si se trataba de algo mágico, pero sí presentía que alrededor de aquella mujer debía existir un aura indivisible a su figura, a su personalidad, a sus ojos y a su cabello, el cual llevaba suelto, que la definían como una fémina casi mística, no podía ser verdad su existencia, al conocerla era posible que cayeras rendido a sus pies. Él, conociéndose como un hombre rudo de corazón en cuanto a temas amator
El abogado la encerró con su brazo anclado aún en la cintura y la otra palma apoyada en la pared.La miró, penetró en su mirada… De nuevo la miel y la escarcha se encontraban.George apoyó la frente sobre la de ella y cerró sus ojos. Exhaló al mismo tiempo que ella y dejó que el resto de su cuerpo se acercara aún más.«Lenis…», susurró él en su mente.«Ahh, Lenis, Lenis, Lenis…», exhaló desde lo más profundo de su cerebro.Él inclinó su cabeza y dejó un tierno beso en su barbilla, luego en la base de la misma, más abajo, en el cuello… Besos, más besos que bajaban y se encontraban de pronto en la clavícula, en el medio de su pecho, entre sus senos…Lenis mantenía las manos a cada lado de su cuerpo, con los puños apretados por la tens
Él la besó de nuevo, más lento, acariciando y dejándose acariciar. Se miraron por unos largos segundos sin separarse. George sobó la cara de Lenis, acomodó algunos rizos que querían entrometerse entre su contemplación. Su corazón estaba repleto de una seguridad apabullante: se había enamorado de ella. Y era su primer amor, porque a esas alturas, él no había amado a nadie más. —¿Estás bien? —preguntó él. Ella asintió, cerró los ojos y sonrió al sentir de nuevo sus labios acariciándola—. Te pido perdón. —Lenis abrió los ojos—. No debí haber hecho nada sin consultarte. —Suspiró, sin dejar de acariciar lentamente su mejilla—. Sé a lo que nos enfrentamos, esto no será nada fácil, Lenis, temo por tu seguridad. En verdad, no creo haberle temido a nada tanto como ahora. —Tragó grueso. Por un breve momento, Lenis se quedó sin palabras. —Acepto las disculpas. —Era difícil para ella mantener los ojos abiertos, pero debía decírselo a plena consciencia. Ac
De todas las cosas malas que había experimentado en su vida, Lenis había aprendido a rescatar las buenas, a conservarlas y utilizarlas sin caer en feas nostalgias. Una de esas cosas era la cultura de su padrastro, quien había nacido en Turquía, por lo que ella aprendió a hablar turco y se le hizo fácil, como casi todos los idiomas que se había propuesto a aprender en la vida. Éste en específico lo aprendió a hablar muy rápido, pero más que curiosidad, quería saber qué cosas decía él cuando se dedicaba a hablarle a su madre en su idioma.Entonces pensó en ella, a su madre. Estando en la terraza ya en la tarde del sábado y mientras contemplaba el paisaje de flores, edificios, laguna y cielo de colores, con un nuevo atardecer a la vista y sola en el apartamento de George, se cubrió con la pashmina que él le había regalado, una prenda
Una suave caricia de dedos atravesaba la delicada espalda de Lenis. Más tarde, los labios de George sustituyeron esas yemas, ascendiendo lentamente por todo ese terreno, uno del cual el abogado comenzaba a hacerse adicto. —Me dijo Peter que Max estuvo aquí. —George dejó que su voz chocara contra la piel de Lenis. —Así es —respondió ella con la voz ronca—. Vino a traerme trabajo. —Sonrió. George hizo un sonido extraño, entre tos y carraspeo, pero no detuvo los besos y los toques en la espalda. —¿Pasa algo malo? —preguntó ella. Se sentía obnubilada, nadie en su vida la había tratado de tal forma, pero pudo percibir que algo sucedía. —Nada —casi susurró él. Ella se volteó delicadamente y lo observó, mientras él quedó con medio cuerpo erguido casi encima de ella sobre la cama. Lenis hizo una ligera señal de sus cejas para invitarle, sin necesidad de hablar, que le contara lo que pasaba. Él miró su rostro con una leve sonris
—No puede salir, señorita Evans. —T.C, no hay azúcar y no me tomaré el café amargo. En la despensa no hay y el servicio ya se fue, el cuarto de previsiones está cerrado. Si no dejas que yo vaya, irás tú. Aún tengo trabajo por hacer, quiero tomarme un café. El moreno evitó resoplar. Ambos se encontraban frente a las puertas del ascensor, por donde ella estaba dispuesta a bajar. —Debo acompañarla. —Ok, no hay problema, pero nada de vehículo, nos vamos a pie. —El ex militar, con un leve fruncimiento de cejas, repudió la idea—. No me voy a montar en la camioneta solo para ir a comprar azúcar. —Tengo órdenes específicas de no rondar el lugar, señorita Lenis. Ella respiró profundo, no se lo podía creer. —Tú me has obligado, grandulón. Ella sacó su celular del bolso y a punto de marcarle a Peter para informarle que saldría de la oficina, así tuviese que pasar por encima de T.C, recibió una llamada de George. Lo extraño
George y Lenis entraron en silencio al apartamento. El abogado caminó sin decir una palabra hasta su despacho y se encerró allí. Lenis aún sentía los efectos de lo que había ocurrido frente al consorcio, pero no había pensado hasta ese momento en la repercusión legal de sus actos. Aún eran apenas las 19:00 horas, no era tiempo de cenar, pero decidió que ambos necesitaban un momento a solas, así que se puso a cocinar la cena, darse una ducha y ponerse algo ligero, relajarse y pensar. Lenis creía que enfrentar a Smith supondría ver —como una película— cada uno de los terribles momentos vividos junto a él, pero no fue así. Solo sintió un demencial y enloquecido asco. Pudo presenciar lo que no sería de nuevo su vida al ver otra vez su cara. Él era la evidencia de los pasos que ella nunca más daría, a pesar de no haber elegido esa vida. La denuncia tendría que ser una buena cosa, en definitiva. Pero su abogado estaba molesto con ella. Y ahora dudaba si habría sido
Un par de horas después de la discusión entre George y Lenis, ella, definiendo que los muebles de la terraza ya habían surgido de calmante para toda molestia, se fue un momento a su habitación solamente para buscar su celular y regresar a contemplar el paisaje y tomarse de esa forma el tiempo necesario para seguir calmándose, para pensar y canalizar mejor las cosas. Esa noche, evidentemente, no dormiría en la habitación de George. Nuevamente dormiría sola en la recámara de huéspedes. Podía comprender la molestia de su abogado, también la de su amante. Sobre todo, después de las palabras y frases que lanzó en medio de su rabia, frases que se quedarían grabadas a partir de ahora en su memoria: “no querer perderla”, un buen ejemplo. Él no quería perderla. Alguien no quería perderla. ¿Cuándo pensó ella que algo así le sucedería? Casi no lo podía creer. Lenis se había acostumbrado a echar a un lado la congoja. Endureció muchas veces su alma y
George no había podido conciliar el sueño. Se sintió varias veces tentado a buscarla, pedirle disculpas, abrazarla toda la noche y amanecer con ella, pero prefirió no hacerlo de inmediato, sabía que necesitaban espacio. Además, la molestia, amainada, aún seguía dando vueltas dentro de él. Con su pantalón de pijama puesto, ninguna camisa que lo cubriera y el edredón tapándolo a medias, miró el techo por lo que pareció demasiado rato. Fue dibujando sus pensamientos y deseos sobre aquel lienzo verde agua encima de él, imaginando a Lenis entre sus brazos, recordando todo lo que había experimentado junto a ella, así como también, esos momentos a futuro, algo que jamás pensó querer vislumbrar con alguien. Él anhelaba (como nunca) vivir con Lenis todas las fechas emblemáticas que existiesen (un anhelo muy oculto, no se lo diría), esas mismas celebraciones que no había podido disfrutar desde hace mucho tiempo. George sabía que lo que venía sería difícil. Contarle quié