George no había podido conciliar el sueño. Se sintió varias veces tentado a buscarla, pedirle disculpas, abrazarla toda la noche y amanecer con ella, pero prefirió no hacerlo de inmediato, sabía que necesitaban espacio. Además, la molestia, amainada, aún seguía dando vueltas dentro de él.
Con su pantalón de pijama puesto, ninguna camisa que lo cubriera y el edredón tapándolo a medias, miró el techo por lo que pareció demasiado rato.
Fue dibujando sus pensamientos y deseos sobre aquel lienzo verde agua encima de él, imaginando a Lenis entre sus brazos, recordando todo lo que había experimentado junto a ella, así como también, esos momentos a futuro, algo que jamás pensó querer vislumbrar con alguien. Él anhelaba (como nunca) vivir con Lenis todas las fechas emblemáticas que existiesen (un anhelo muy oculto, no se lo diría), esas mismas celebraciones que no había podido disfrutar desde hace mucho tiempo. George sabía que lo que venía sería difícil. Contarle quié
Jefferson acababa de colgar la llamada con su superior, quien ni siquiera se había molestado en encontrarse con él, estando hospedados en el mismo hotel. Debían devolverse a la capital del país. Por más que recomendó y dio sus puntos de vista, como era su trabajo, asesorar, esta vez no logró su cometido, la decisión de regresarse estaba tomada. No tenían más nada qué hacer allí, las reuniones se habían dado en absoluto. Tampoco sirvió de mucho la existencia de una futura audiencia, el Gobernador era partidario de las juntas online, cuando le convenía. ¿Por qué no exigirle a su asesor que asistiera a su compromiso de la misma manera? Aparte de no querer darle demasiada importancia al hecho de que su asesor político estaba bajo demanda. De todos modos, Smith logró convencerlo de irse de allí justo el mismo día de finalizada la audiencia. Al parecer, todos esperaban que se celebrara una sola reunión. Irse a la capital del país no suponía una gran d
George no dijo nada por unos segundos. —Revisen las cámaras, tuvo que haber salido, aquí no está. Habla con la seguridad del estacionamiento, ¡comunícate con ellos! —Enseguida, señor. El abogado trancó y miró el bowl de las llaves, allí estaban las de su carro y su camioneta. Corrió hasta su recámara. Buscó su celular y marcó el número de T.C. Mientras el agente contestaba, Miller daba vueltas, no podía quedarse quieto. Se rascaba la nuca, resoplaba, era demasiada la impaciencia. —¿Señor? —¿Lenis está contigo? T.C se extrañó muchísimo por la pregunta. —No, señor. Ya no era molestia por creer que se fue de su apartamento, era miedo puro, alerta total era lo que sentía en ese momento. —Lenis no está aquí… ¿Peter? —Acá está, señor. No hizo falta que George pidiera que se lo pasara. —¿Qué pasó? —habló Peter. —Lenis no está en el apartamento. Silencio. —
Lenis se separó del todo y se alejó unos pasos, mirando a la nada, negando con la cabeza. Lo miró de vuelta. —Siento que es hora de buscarla, George. Creo que el miedo a… a todo, siempre me paralizó, siempre me congeló. Nunca más intenté saber de ella, solamente pensaba en desaparecerme de la vida de mi esposo, de escapar y ser otra. De huir. Ya estoy cansada de huir. Me cansé hace rato. Él mordió su labio inferior, pensando bien sus palabras. —Entiendo. —Hizo una pausa—. ¿No tienes idea de dónde pueda estar tu madre? —preguntó él con una pizca de inocencia, intentando no dejar que se notase nada fingido. Ella bufó y lanzó una risa sardónica. —Si lo supiera, querido J. Miller, no estaría buscándola, ¿no lo crees? Él no mostró signos de ningún sentimiento, pero quiso sonreír. Lenis le había tapado la boca. Ella suspiró profundamente. Caminó de vuelta al sillón, seguida por él. Se dejó caer y lo pensó bien, porque a fin d
Lenis realizaba su habitual trabajo de oficina, un día después de la reconciliación con George. Su jefe le había avisado que tardaría en llegar, cumpliría con un compromiso temprano, almorzaría con su madre después y luego pasaría por la oficina para reunirse con el departamento de proyecto. La secretaria estaba descubriendo el nivel de aguante que tenía. A pesar de recuperar energía en el momento que durmió en la terraza, la noche anterior George casi no la deja dormir. No sabía muy bien cuándo exactamente pudo conciliar el sueño, tuvo que haber sido muy tarde, ya que al despertar con la alarma de su teléfono, el abogado seguía durmiendo. Imaginó que él había tardado en dormirse, o tal vez tenía trabajo por hacer. Pensar en George le sonrojaba. Él era tan apuesto, tan dedicado, tan atento…, aunque descabellado a veces. Un poco osado y prepotente, ella podía decir. Pero en definitiva, lo que vivía con él era un milagro. Había transcurrido poco tiempo, agreste
Ella tuvo que mirar para abajo. Fingió que se quitaba una pelusa de su pantalón. —¿Lenis? ¿Te encuentras bien? —preguntó George con un tono un tanto burlón. «Idiota», pensó ella con una sonrisa. Sabía que él, en estos temas, siempre ganaría. Ella estaba consciente que todo lo que él le dijo, las imágenes que le ayudó a proyectar, fueron lanzadas con premeditación para provocarle una alta excitación. Se estaba dando cuenta que su propio juego de ser sincera y abierta se estaba volteando en contra suya…, o a su favor, dependiendo de por dónde lo miraba. Y también comprendía que George era un sujeto altamente sexual, algo que le empezaba a gustar. —Sí, me encuentro bien, pero estaré mejor cuando llegue a casa —respondió ella y colgó la llamada. Lenis, luego de tragar para aliviar la sequedad en su garganta y escondiendo el rostro detrás de la pantalla de la computadora que tenía sobre el escritorio, intentó calmarse y volver al ruedo, debía darle un recado a la señora Seda, quien tod
Max y George no se dejaron de mirar, retadores. El CEO pensó bien en la respuesta del litigante. La forma directa de emitirla y lo que dijo, había sido lo más obvio que le había escuchado antes decir a su abogado desde que el plan entró en ejecución, ya que el mismo, en definitiva, era sacarle toda la información a Lisa Díaz (o Lenis Evans) que tuviese sobre el paradero de su padrastro. Al principio, la idea era descubrir de qué lado estaba Lenis en todo aquello, si ella era víctima o no. Luego, el fulano plan estipulaba endulzarla, atraerla, como polilla a la luz, hacia la plena confianza que pudiese brindarle un caballero atento en el que esta vez sí pudiese ella confiar. Al parecer, George lo había logrado, un plan triunfante que a Max no le gustaba, no le gustaba nada. —¿Cuándo comenzaste a tener… «éxito» en este plan? —preguntó el jefe de Lenis, con la voz apretada, hablando entre dientes y con el corazón un tanto acelerado. George negó con la cabeza, indicándole que no obtend
—Pediré ensalada con berenjenas y un té helado, gracias —dijo la señora Seda, entregándole la carta al mesonero—. Me encanta el té helado —agregó, mirando a Lenis con una sonrisa. La secretaria le sonrió de vuelta. —Para mí lo mismo, gracias. —Entregó la carta—. Me comí un sándwich hace rato, prefiero algo ligero. —Muy bien —dijo el mesonero, retirándose luego. Seda miró el lugar mientras le daba un sorbo a su agua, cayendo su vista sobre el guardaespaldas de la asistente de su hijo. Lenis obvió esa mirada, intentando también no hacer contacto visual con la madre de su jefe. —Quiero agradecerte por haber aceptado almorzar conmigo. Pensé que en verdad te negarías en redondo. Lenis volvió a sonreír. —No me agradezca, señora Seda, al contrario. Gracias por la invitación, es un placer. A la secretaria le parecía un poco extraña la excelente actitud de la madre de Maximiliano para con ella. La última vez que se encontraron en persona, fue la misma vez que se conocieron. La señora S
Lenis se extrañó muchísimo. —¿Quiere que le ayude con algo en específico dentro de la fiesta? Seda sonrió, exhalando una ligera risa nasal. —No, eso no. Lo que quiero es que vayas como una invitada más. Así que, en la lista que me pasarás, anotarás tus datos también. Necesitaremos enviarte formalmente la invitación junto a tu pase de asistencia. Lenis no lo podía creer, sentía desconfianza ante aquella estupenda invitación, pero ya estaba empezando a entender que casi todos los días de su vida, desde hace dos años, se arropaba con esa palabra, «desconfianza», y que la lucha en ese instante era combatir cualquier obstáculo que el mismo término pusiese en su camino. Sin embargo, sospechaba la razón por la cual Seda la estaba invitando. —Me siento halagada por la invitación, señora Seda, pero… debo confesarle que ya no tengo conexiones con la política. De hecho, nunca la tuve. —¿Qué? —Seda arrugó sus bien (y casi perfectas) arregladas cejas—. No comprendo lo que me estás diciendo,