George salió de la habitación, Lenis aún dormía plácidamente.Tomó su abrigo, cubrió con él su pijama de suéter manga larga y pantalón de algodón, se calzó unos zapatos deportivos y salió a la terraza para contemplar el paisaje.Llevó su teléfono celular. Cruzó a la izquierda, subió el escalón de tarima y se acercó a la balaustrada de bloques rojos que lo cercaba todo, respirando profundo ese aire frío de noviembre.Mientras tanto, Max veía, desde una camioneta negra, el desarrollo del operativo. Rogaba al cielo que no fuese exitoso.En La Nave se presionaba a Carmen para que hablara, se coordinó una visita a Jefferson y a su sobrino, Donald, con una nueva orden de la jueza para que fuesen de nuevo interrogados en compañía de su nuevo abogado, quien, antes del operativo de búsqueda, recibió el aviso.Cindy D’Vigo logró, con sus abogados, conseguir casa por cárcel y se esperaba su juicio. Los litigantes buscaban que el tiempo detenida fuese su propia condena ya cumplida. Cindy era cómp
—Disculpa, no quise…Él se enderezó en su silla al ver a Lenis de pie bajo el umbral. Colocó la imagen boca abajo sobre la madera de su escritorio.—No te desculpes —dijo él, carraspeando su garganta—. Pensé que seguías dormida.Lenis se recostó en el marco de la puerta y se extrañó que no la invitara a pasar.Observó el escritorio: la computadora de mesa estaba apagada, no sonaba ninguna canción, tampoco veía carpetas abiertas o documentos de ningún tipo. Lo único que podía observar era un papel blanco rectangular que él volteó cuando la vio parada allí, junto a un vaso de whisky.Ella se cruzó de brazos.Mientras, George disfrutó por un momento cómo la luz que provenía de la sala y la cocina entraba por el pasillo de habitaciones y la iluminaban tenuemente en contraluz, rodeándola de un brillo luminoso excepcional.El abogado recostó su espalda en la silla, evidentemente cansado, y le dio un trago a su bebida.—¿Estás bien? —preguntó ella.Él asintió.—Sí. Termino de hacer unas cosa
El tiempo para Lenis pasó lento y veloz a la vez.En sí misma, ocurría un espesor extraño, parecía que se había quedado estancada bajo una misma expresión, como si sus latidos del corazón se establecieran y desoyeran el resto.Mientras detrás de ella la gente salía, entraba, venía gente…, mientras su ropa cambiaba, sus peniados, el maquillaje y los zapatos…, mientras su sonrisa aprecía por inercia, los abrazos también, la comida entraba a su estómago y su metabolismo no se detenía para procesar todo alimento…, mientras George, Max y Peter la observaban, de vez en cuando, preocupados…, Lenis contemplaba un horizonte inexistente, manteniendo sobriedad sobre sí, como si el interruptor desu consciencia se apagara de repente y actuara el insconciente vistiéndose de ella.Para todos, el tiempo les permitió esperar los resultados de la autopsia, los cuales arrojaron lo que ellos temían: la mujer encontrada en las aguas no tan profundas entre la costa y la isla, era Francis de Turgut.No fue
—Mi padre se ha salido de control —dijo Kheral—. La única solución para encarrilarlo es cumpliendo con todo lo que mande.—¿Dónde está? —ladró George, interrumpiédole. Lenis le miró alarmada, intentando detenerle o calmarlo—. ¿Dónde se está escondiendo? Es él quien debería asesinarnos. Si hay alguien que deba apretar el gatillo en contra nuestra, es él, Ferit Turgut, no su súbditos ni su propio hijo.Lenis se sentía cada vez más nerviosa. Su celular estaba dentro de su cartera, el de George sobr su pierna y al mirarlo, se percató que la pantalla parecía brillar.El corazón latió desbocado. George logró efectuar la llamada y la misma seguía en curso.Quiso tomar su móvil, quiso acercarse al de él, pero suponía una tarea imposible sin que el hijo de su padrastro se diera cuenta la lastimara.Lenis solo podía confiar en la experticia de Peter Embert y en la pericia para llegar hasta ellos en tiempo record.Miró a su eposo. Su lenguaje corporal y las facciones daban lectura a una tácita
El abogado miraba el horizonte desde su terraza, dos semanas después del terrible episodio con el forastero hijo de Turgut. Cerró sus ojos momentáneamente para respirar el aire puro que le rodeaba. Diciembre les tocó la puerta. En las calles de la ciudad, las casas, tiendas, oficinas y establecimientos de negocios ya se encontraban decorados con motivos navideños. Luces, alegría, comercio a rabiar, villancicos y vacaciones escribían la historia de cada ciudadano dentro de aquella metrópolis. Abrió los ojos y volvió a enfocarlos en el bello paisaje que tenía de frente. Adoraba las alturas, haciéndole sentir imponente, poderoso, como el jefe de su propio entorno. Y lo era. Era el jefe de su vida, de su bufete de abogados y de sus lugares para vivir y pernoctar. Incluso, era jefe de un hotel, ya que la mayoría de las acciones que sus amigos y él invirtieron en el mundo hotelero, eran de él, y bien que podía mencionarse dueño de aquel recinto, al igual que los otros dos jefes, a pesar
Los quejidos de una chica se filtraron por los ductos de ventilación del gimnasio. Carla Davis, hermosa mujer de casi cuarenta años aunque con un aspecto juvenil, de cabellos negros y lacios, elegantemente alta, con rasgos levemente asiáticos, mezclados con sangre y raíces inglesas, se apartó del agua de la ducha para escuchar mejor el bullicio que parecía envolverla o caerle encima. Era de noche, términos de diciembre. Carla ya llevaba tiempo sin poder asistir al spa, a nadar en la pileta o hacer ejercicio, por lo que esa noche prefirió quedarse más tiempo del establecido allí en el gimnasio donde siempre solía entrenar.La ducha estaba deliciosa. Agua tibia y relajante. Pero tuvo que cerrar la llave del grifo para así poder prestar mejor atención, quedándose absolutamente quieta, intentando comprender lo que se escuchaba en el recinto. El eco que regalaba la quietud le permitía auscultar mejor todo. Hasta un alfiler cayendo sobre ese mismo suelo podía ser escuchado por cualquiera
PREFACIO. Lisa no había dormido en toda la noche. Quería escapar desde hace mucho tiempo y no había podido conseguirlo. Esa era la noche en la que pensaba lograrlo. Jamás imaginó encontrarse en una situación como esa, donde vivir con miedo era ya el pan de cada día. No sabía hasta ese momento qué tan mal era permanecer en ese apartamento hasta que se enteró de una de las noticias más terribles de su vida. Jefferson Smith, su pareja, no era una persona fácil. Ella intentó muchísimas veces salir de su vida, pero él le dejó bien en claro en cada oportunidad, que la habría buscado de haberse ido, logrando encontrarla con un chasquido de dedos y acabado con ella y a quienes estuviesen a su alrededor. Se sentía dolida por no haber visto las señales, sentía dolor por la traición que le habían hecho, pero el sentimiento más espantoso era la vergüenza, agónica, por no protegerse a sí misma y no haberse defendido al inicio. Desde bien temprano se había quedado de pie frente al gran ventanal
—Necesito que investigues a esta mujer. —Maximiliano cedió una carpeta a su jefe de seguridad. Peter Embert, un hombre de cuarenta años y de cabellos rubios, musculoso gracias a su estricta rutina de entrenamiento físico, revisó los documentos que le había dado su jefe. Después de observarlos, preguntó: —Es hermosísima esta mujer. ¿Puedo saber qué buscas? —Nada en específico, mero protocolo. Empieza mañana a laborar aquí y no me dio tiempo pedírtelo antes. —Explicó aquello mirando para todos lados menos a él, sabía lo que vendría a continuación. —Disculpa, ¿escuché bien? ¿Entendí que la señorita… —miró de nuevo los documentos— Lenis Evans empieza a trabajar acá mañana? —Sí. —El CEO aún fingía acomodar papeles y tomar café, pero hubo un breve silencio que le hizo mirarle—. ¿Qué pasa? —¿Por qué la contrataste sin decirme nada? —Te dije que no me dio tiempo. —No me vengas con esas… —¿Has leído su currículum? —le in