PREFACIO.
Lisa no había dormido en toda la noche. Quería escapar desde hace mucho tiempo y no había podido conseguirlo. Esa era la noche en la que pensaba lograrlo.
Jamás imaginó encontrarse en una situación como esa, donde vivir con miedo era ya el pan de cada día. No sabía hasta ese momento qué tan mal era permanecer en ese apartamento hasta que se enteró de una de las noticias más terribles de su vida.
Jefferson Smith, su pareja, no era una persona fácil. Ella intentó muchísimas veces salir de su vida, pero él le dejó bien en claro en cada oportunidad, que la habría buscado de haberse ido, logrando encontrarla con un chasquido de dedos y acabado con ella y a quienes estuviesen a su alrededor.
Se sentía dolida por no haber visto las señales, sentía dolor por la traición que le habían hecho, pero el sentimiento más espantoso era la vergüenza, agónica, por no protegerse a sí misma y no haberse defendido al inicio.
Desde bien temprano se había quedado de pie frente al gran ventanal principal de aquel lujoso lugar el cual se había convertido en su cárcel. Ya estaba amaneciendo y debía apurarse. Antes de la salida del sol, Jefferson, como hacía desde hace un mes, salió a trotar junto a su guardaespaldas de confianza. Tremenda hazaña la de ella, conseguir que él la dejara sola en el apartamento no fue una tarea sencilla. Y pensando en eso, miró su reloj de muñeca, solo tenía —como mucho— un par de horas para escapar.
Armó su maleta, la más pequeña y más fácil de manejar, metió lo esencial y dejó fuera todo lo complicado de trasladar y lo que tampoco fuese a necesitar. Tomó sus llaves, vigiló el pasillo exterior para corroborar que todo estuviese según sus cálculos. Se fue hasta el depósito de basura, lanzó su teléfono celular allí y se fue.
Con pasos rápidos y sigilosos para que nadie la viera, sobre todo el personal que trabajaba para Smith, salió por la parte trasera del edificio y caminó sin detenerse en ningún momento hasta la estación más cercana del metro.
Lisa no contempló el amanecer en plena calle, lo divisó desde su asiento en el vagón justo cuando salían del subterráneo y se alejaban de aquel infierno del que había estado planeando salir desde que la arrastraron hasta allí.
Nadie, ninguno de los allegados a Smith (a excepción de una sola persona) podría imaginar todo lo que la hermosa Lisa Díaz había vivido junto a él.
Cuando los rayos del sol tocaron su cabello castaño claro y liso, y habían logrado que esas retinas grises se tornaran acuosas, tuvo que entrecerrar los párpados a causa de la molestia, pero aquella era una dulce molestia. Lo que vendría sería duro, sin embargo, nada tan difícil como el terror del que acababa de escapar.
Eso pensaba ella.
Solo era cuestión de llegar a su destino y seguir con el plan que había trazado desde que aquel hombre, con su primer golpe sobre su bello rostro y su primera amenaza, la había marcado. Sin embargo, Lisa no sabía en verdad si podría volver a empezar, y mucho menos imaginaba todo lo que le esperaba en esa nueva vida.
Capítulo 1.
Lenis Evans sentía muchos nervios, una presión fuerte en su estómago lo confirmaba. Ese era su primer día de trabajo en las oficinas de un gran consorcio de inversiones. Confiaba en sus buenas habilidades de secretariado, pero ser la asistente del Gran Jefe suponía «un gran» reto para ella, quien no había pensado que lograría aquella plaza.
Con disimulo, ya que se encontraba en la sala de espera de la oficina principal de aquel altísimo edificio, se miró en el espejito de su polvo compacto para revisar que sus rizos largos y suaves color negro y su maquillaje sencillo pero a la altura estuviesen bien y fuesen adecuados para aquella cita.
—¿Señorita? Si es tan amable… —llamó una hermosa dama de cabellos cobrizos y alzados en un lindo moño (también bien vestida), detrás de un escritorio, indicándole con un leve gesto de su mano que ya podía pasar.
Lenis así lo hizo, y al abrir la gran puerta de madera, se encontró con un hombre de unos cuarenta años aproximadamente, de buen porte y cabellos castaños claros, sentado detrás de su escritorio, pero bien concentrado en la pantalla de su laptop junto a algunas carpetas abiertas y documentos en una de sus manos. Rápidamente, pudo notar desde allí una pluma estilográfica de color gris y reconoció la marca de la misma gracias al emblema en su parte superior.
Tuvo que tragar grueso, la marca le recordaba a una persona muy indeseable en su vida.
Intentando borrar aquel recuerdo amargo, decidió concentrarse en su objetivo: la entrevista.
—Buenos días —saludó ella.
El jefe apartó la mirada de sus quehaceres y la dirigió hacia la chica.
Los buenos días para ella se quedaron estancados en su boca.
—Eh… —Él carraspeó con su garganta—. Bienvenida. —Señaló una de las dos sillas en frente del escritorio.
Lenis procedió a sentarse, colocando la mirada en cualquier parte menos en él, intentando que no se notara demasiado su corto pero sorprendente estupor. No esperaba ver a un sujeto tan joven a cargo de aquella compañía. De hecho, pensó salir para corroborar que en el letrero de la entrada de aquella oficina decía «Presidencia» y no otro departamento, como «Publicidad» o algo por el estilo.
—Me llamo Maximiliano Bastidas, soy el CEO de esta corporación.
La voz del jefe le resultó interesante. El tono grueso, pero a la vez un tanto jovial, hizo que se dejara de penas y le mirase fijo.
—Es un placer para mí estar acá —dijo ella, pensando luego que era incorrecto haberlo dicho; eran los nervios haciendo estragos con su juicio.
—Disculpa, ¿cómo es tu nombre? —Él miraba sus carpetas mientras hacía la pregunta.
—Lenis Evans.
Él asintió. Buscó y encontró el folio que llevaba ese mismo nombre en la etiqueta. Leyó el contenido sin hacer alguna mueca que le dijera algo a ella; fue difícil para Lenis leer su lenguaje facial y corporal. Luego, él se detuvo y volvió a mirarla.
—Hablas varios idiomas.
—Así es.
—Interesante. —Miró el folio y de nuevo a ella—. ¿Por qué aprendiste a hablar turco?
Lenis no pudo evitar dejar salir una triste sonrisa que al CEO le intrigó.
—Mi padrastro es… era de Stambul. —Ella miró para otro lado por un par de segundos—. Gracias a él aprendí el idioma. Que en paz descanse —comentó.
Él dejó que ella volviese a mirarlo y entrecerró sus ojos.
—Çok iyi (muy bien) —le dijo él en el idioma del Bósforo.
Ella sonrió y esa mueca fue tan distinta a la emitida anteriormente (una valiente sonrisa), que él detuvo todos sus movimientos esperando la respuesta.
—Evet, Türkçe çok güzel bir dil (sí, el turco es un idioma muy hermoso).
Maximiliano tuvo que tragar grueso, pero nunca perdiendo la compostura. No estaba sorprendido porque ella le corroborara que efectivamente manejaba el idioma, o por su ingenio al responderle. Su sorpresa fue la forma en la que habló, su tono de voz, el acento…
Él carraspeó la garganta antes de hablar.
—Kaybınız için çok üzgünüm. Allah onu yüceliğine kavuştursun (siento mucho tu pérdida. Que Alá lo tenga en la gloria).
—Teşekkür ederim (Muchas gracias).
Él sonrió.
—Tengo negocios en Estambul, por eso aprendí.
Ella asintió, sonriendo educadamente.
Él la siguió mirando, pero por alguna razón, Lenis sintió que él no estaba viéndola “a ella”, parecía que por un instante se había ido a otro lugar.
—¿Estarías dispuesto a viajar? —le preguntó él.
La respiración de Lenis se detuvo. Salir de aquella ciudad estaba, por ahora, fuera de sus planes, pero tampoco podía desaprovechar la oportunidad de tener un empleo. Jugaba una partida de cartas importante junto a ese señor quien estaba a punto de mejorarle sus oscuros días dándole el cargo que ella había solicitado.
—Sí, por supuesto —respondió, como si por dentro no existiese angustia alguna. Ya vería cómo resolver el tema de los viajes.
—Perfecto. Entonces, señorita Evans, si no supone un problema para usted, empieza mañana mismo. La veo aquí a las 8:00 en punto de la mañana.
Ella no lo podía creer. La emoción que le produjo aquellas palabras borró un poco toda la inseguridad que había arrastrado hasta esa oficina.
Él le extendió su mano notando que ella se estaba contiendo para no demostrar lo feliz que se sentía. Sus mejillas sonrosadas, una leve agitación en su pecho… Le agradó mucho más de lo normal ver aquello.
Lenis correspondió a dar su mano y por un leve instante sintió cómo sus poros se abrieron.
Ambos retiraron las manos casi de inmediato.Él carraspeó por tercera vez en lo que iba de entrevista.
—Mi antigua asistente, y la razón por la que le contrato, está por jubilarse. Es quien le recibió hace un rato. Ella vendrá mañana y le dará todas las indicaciones de este despacho junto a mi agenda personal. Le adelanto que llegaré después de almuerzo, ya que tengo cita médica de rutina.
—Entendido.
Ya de pie, compartieron algunos datos más y él la acompañó a la puerta de la oficina. Pidió a su chofer que la llevara a casa, así ya él sabría dónde quedaba. Ella agradeció por aquello y se fue.
Al llegar a su hogar, Lenis soltó todo el aire que mantuvo contenido en el viaje hasta allí y se dejó caer en el sillón de tres plazas de su pequeña sala de estar. Aún no podía creer que lo había conseguido. Pensaba que con todos los cambios que su vida había sufrido durante ese año, el desempleo seguiría siendo algo inminente.
Y su jefe era... Él parecía… Para ella, Maximiliano Bastidas resultó ser (por lo visto) muy diferente a lo esperado, pero ¿qué había esperado? Tal vez, inconscientemente, pensaba encontrarse a un señor en su tercera edad, a alguien estricto y hasta se lo había imaginado un tanto estirado. ¿Y con qué se topó? A un hombre joven, educadísimo, muy atento…, parecía estricto, sí, pero de una forma adecuada, marcando su posición sin pretensiones de ningún tipo. Maximiliano le pareció a simple vista alguien inteligente, le agradó ver que alguien así lideraba una empresa de inversiones tan grande y poderosa como esa.
Además (y no pensaba admitirlo en voz alta), era sexi, su nuevo jefe era muy sexi.
Esa noche debía descansar bien, un nuevo horario comenzaba al día siguiente, una nueva oportunidad de vida, algo que por un tiempo no pensó conseguir jamás.
—Necesito que investigues a esta mujer. —Maximiliano cedió una carpeta a su jefe de seguridad. Peter Embert, un hombre de cuarenta años y de cabellos rubios, musculoso gracias a su estricta rutina de entrenamiento físico, revisó los documentos que le había dado su jefe. Después de observarlos, preguntó: —Es hermosísima esta mujer. ¿Puedo saber qué buscas? —Nada en específico, mero protocolo. Empieza mañana a laborar aquí y no me dio tiempo pedírtelo antes. —Explicó aquello mirando para todos lados menos a él, sabía lo que vendría a continuación. —Disculpa, ¿escuché bien? ¿Entendí que la señorita… —miró de nuevo los documentos— Lenis Evans empieza a trabajar acá mañana? —Sí. —El CEO aún fingía acomodar papeles y tomar café, pero hubo un breve silencio que le hizo mirarle—. ¿Qué pasa? —¿Por qué la contrataste sin decirme nada? —Te dije que no me dio tiempo. —No me vengas con esas… —¿Has leído su currículum? —le in
—Creo que eso es todo. ¿Qué hora es? —Maximiliano tocó su muñeca, olvidando haberse quitado el reloj hace un rato.—Las 23:00 PM —respondió Lenis.—¿Qué? —Él soltó los papeles que tenía en la mano y se recostó en la silla. Restregó sus párpados con los dedos—. Disculpa haberle retenido tantas horas, las pagaré.—No se preocupe, señor Bastidas, estoy acostumbrada —respondió ella con una sonrisa.Él negó con la cabeza y suspiró por el cansancio.—¿Sabes qué? Cada vez que me llamas «señor» me siento ultra viejo. Debemos tutearnos de ahora en adelante… Que voy tocando los cuarenta, no me pongas más edad, por favor.Ella sonrió aún más.—Me es casi imposible no llamarle así, señ... eh...—Max.Ella le miró fijo.—Así lo deben nombrar sus allegados. No lo llamaré de ese modo.—Pues, sí lo harás. —Ella negaba con su cabeza—. Es una orden —dijo, fingiendo seriedad—. Todos me llaman así. Hasta Peter. —Ella intentó no ralentizar tanto la sonrisa. Él notó el cambio en ella—. ¿Algún problema?—No,
A las 08:00 en punto de la mañana, Lenis guardaba sus cosas en una de las gavetas del escritorio que solía usar. Suponía un alivio que su jefe no estaba presente y sentía que la puntualidad debía ser algo a respetar, sobre todo en esos momentos. No lograba olvidar la expresión en el rostro de su jefe luego de darle aquel dato sobre su vida. Tampoco podía olvidar la demanda de llegar temprano al día siguiente, sus palabras sobre quién era su pasado y lo que a él le importaba. No le había aceptado la renuncia, aún se sorprendía por eso. Agradecía enormemente a Dios y a Maximiliano por la oportunidad, también agradecía que la entendiera, pero tenía un presentimiento extraño con respecto a eso, una sensación que gritaba la palabra «desconfianza». Se lo achacó a su horrendo historial: normal que a menudo desconfiara de la gente.
George y Max vieron llegar a Peter y disfrutaron de su cara de incomodidad. En cierto modo, ellos habían cuadrado verse en ese restaurante a propósito solo para fastidiarle un poco. —No sé por qué nos vemos acá, bien pudimos ir a la casa de cualquiera de los tres —dijo el jefe de seguridad. Los otros dos rieron al escucharle. —Tranquilo, Peter —dijo George—. Algún que otro platillo gourmet no te comerá, menos la gente. Se supone que es al revés, tú te comes a la gente y al platillo. La risa de los otros dos jefes se escuchó en varias mesas. En cambio, a Peter solo le faltó rebuznar de molestia e incomodidad. —¿Ya le contaste todo? —preguntó el agente a Maximiliano. Éste respondió con una negación de cabeza. —No entiendo tanto misterio —dijo el abogado. —Lo que sucede es que Dios está de nuestro lado —habló Peter. George arrugó mucho la cara. —¿Dios? —preguntó George mirándole extraño—. ¿Desde cuándo menc
Eran las seis de la tarde cuando Lenis recogía sus cosas ya lista para irse a casa. Maximiliano salió por la puerta mirando su reloj. —¿Tiene lista la reservación? «¿Ya no me tutea?», pensó ella. —Sí, señor. Su mensa al fondo está reservada. Todo está arreglado, Jacinto le está esperando. —Muy bien. —Él dio unos pasos y se detuvo. Dándole la espalda, apretó los párpados y exhaló aire. Estaba a punto de hacer algo que no le gustaba que le hicieran—. No se vaya todavía. —Se volteó hacia su secretaria y notó que ya había recogido sus cosas y estaba lista para irse. Se le veía un poco cansada y maldijo mentalmente por tener que hacerle eso. A pesar de cualquier cosa, la chica era eficiente—. Dentro de unos minutos vendrá Miller a buscar las dos carpetas color verde que están sobre mi escritorio. No hay problema si usted las quiere ver y abre las carpetas, pero es mejor que él no la vea revisándolas —explicó, sonriendo de lado; una sonrisa que no llegó a s
Capítulo 7. —¿Qué quieres, Peter? —preguntó George con evidente molestia. —Oye, oye, cálmate. ¿Dónde estás? Debemos hablar ahora mismo —le dijo el agente de seguridad a través del teléfono. —Estoy saliendo de casa de Lenis. Las palabras que diría el jefe de seguridad se quedaron atascadas un momento. —¿Qué? No me lo creo. ¿Ya te la…? —¡Joder con eso! —Cerró los ojos y se detuvo a un lado del camino para poder calmarse—. No pasó nada con ella. ¿De qué quieres hablar conmigo? —Ven a mi apartamento, Max viene en camino. Al cabo de unos minutos, Maximiliano y George atravesaban la puerta principal del gran apartamento de Peter, quien ofreció una bebida a cada uno. George no quiso nada, Max solo una soda. El rubio destapó una cerveza. —¿Para qué nos convocaste? —preguntó Max. —Ya tengo los registros de llamadas del móvil de Lenis Evans —respondió el dueño del recinto. P
George tuvo que salir del edificio y lo primero que vio fue la terraza aledaña a la sala de juntas. Recostó sus manos en el barandal y respiró profundo. Tenía que calmarse. Elevó su rostro al sol, dejó que le bañaran sus rayos y respiró, una y otra vez, para calmarse un poco, relajar los músculos, liberar tensión. Llevaba consigo una serie de sentimientos que le incomodaban, pero el problema no radicaba en sentirlos, sino por quién los sentía. Muchos pensaban que su vida era adrenalínica, defendiendo cargos difíciles, topándose con obstáculos enormes que para él no eran nada, entrando y saliendo de proyectos de gran envergadura junto al consorcio de Max, pero la realidad era que George J. Miller consideraba haber forjado una vida sencilla a sus treinta y ocho añ0s de edad, a pesar de no parecer así a simple vista. Entonces, sentir aquello, tantas cosas juntas: duda, rabia, celos… No deseaba meterse en problemas, solo ejecutar un plan, darle solución rápida a
Casi terminaba la semana, George no la había llamado. A Lenis, eso no le preocupaba demasiado. A pesar de entender que podría pasar un rato agradable compartiendo con el abogado, sentía que la cita la sacaría de su zona de confort. Y sabía que él se cohibiría en atenciones de cualquier tipo para ella, no se atrevería a tocarla ni tan siquiera una pestaña, ¿pero cuánto tiempo duraría eso? Él era hombre, uno muy guapo y según los comentarios de pasillos, uno muy versado con las mujeres. Ella era soltera y no tenía nada de Lisa, de aquella dama inocente que no conocía mucho de la vida. Ahora se había pintado como una fémina profesional, esa que supuestamente enaltecía los treinta años con la frente en alto y desde la barrera ya podía ver esos logros alcanzados por sí misma. Lenis era independiente, además, soltera; todo lo contrario a su verdadero yo, al menos, aquella mujer en la que habían convertido esas personas a quienes amaba. Por eso, solía imaginar los escenario