Lenis se separó del todo y se alejó unos pasos, mirando a la nada, negando con la cabeza.
Lo miró de vuelta.
—Siento que es hora de buscarla, George. Creo que el miedo a… a todo, siempre me paralizó, siempre me congeló. Nunca más intenté saber de ella, solamente pensaba en desaparecerme de la vida de mi esposo, de escapar y ser otra. De huir. Ya estoy cansada de huir. Me cansé hace rato.
Él mordió su labio inferior, pensando bien sus palabras.
—Entiendo. —Hizo una pausa—. ¿No tienes idea de dónde pueda estar tu madre? —preguntó él con una pizca de inocencia, intentando no dejar que se notase nada fingido.
Ella bufó y lanzó una risa sardónica.
—Si lo supiera, querido J. Miller, no estaría buscándola, ¿no lo crees?
Él no mostró signos de ningún sentimiento, pero quiso sonreír. Lenis le había tapado la boca.
Ella suspiró profundamente. Caminó de vuelta al sillón, seguida por él. Se dejó caer y lo pensó bien, porque a fin d
Lenis realizaba su habitual trabajo de oficina, un día después de la reconciliación con George. Su jefe le había avisado que tardaría en llegar, cumpliría con un compromiso temprano, almorzaría con su madre después y luego pasaría por la oficina para reunirse con el departamento de proyecto. La secretaria estaba descubriendo el nivel de aguante que tenía. A pesar de recuperar energía en el momento que durmió en la terraza, la noche anterior George casi no la deja dormir. No sabía muy bien cuándo exactamente pudo conciliar el sueño, tuvo que haber sido muy tarde, ya que al despertar con la alarma de su teléfono, el abogado seguía durmiendo. Imaginó que él había tardado en dormirse, o tal vez tenía trabajo por hacer. Pensar en George le sonrojaba. Él era tan apuesto, tan dedicado, tan atento…, aunque descabellado a veces. Un poco osado y prepotente, ella podía decir. Pero en definitiva, lo que vivía con él era un milagro. Había transcurrido poco tiempo, agreste
Ella tuvo que mirar para abajo. Fingió que se quitaba una pelusa de su pantalón. —¿Lenis? ¿Te encuentras bien? —preguntó George con un tono un tanto burlón. «Idiota», pensó ella con una sonrisa. Sabía que él, en estos temas, siempre ganaría. Ella estaba consciente que todo lo que él le dijo, las imágenes que le ayudó a proyectar, fueron lanzadas con premeditación para provocarle una alta excitación. Se estaba dando cuenta que su propio juego de ser sincera y abierta se estaba volteando en contra suya…, o a su favor, dependiendo de por dónde lo miraba. Y también comprendía que George era un sujeto altamente sexual, algo que le empezaba a gustar. —Sí, me encuentro bien, pero estaré mejor cuando llegue a casa —respondió ella y colgó la llamada. Lenis, luego de tragar para aliviar la sequedad en su garganta y escondiendo el rostro detrás de la pantalla de la computadora que tenía sobre el escritorio, intentó calmarse y volver al ruedo, debía darle un recado a la señora Seda, quien tod
Max y George no se dejaron de mirar, retadores. El CEO pensó bien en la respuesta del litigante. La forma directa de emitirla y lo que dijo, había sido lo más obvio que le había escuchado antes decir a su abogado desde que el plan entró en ejecución, ya que el mismo, en definitiva, era sacarle toda la información a Lisa Díaz (o Lenis Evans) que tuviese sobre el paradero de su padrastro. Al principio, la idea era descubrir de qué lado estaba Lenis en todo aquello, si ella era víctima o no. Luego, el fulano plan estipulaba endulzarla, atraerla, como polilla a la luz, hacia la plena confianza que pudiese brindarle un caballero atento en el que esta vez sí pudiese ella confiar. Al parecer, George lo había logrado, un plan triunfante que a Max no le gustaba, no le gustaba nada. —¿Cuándo comenzaste a tener… «éxito» en este plan? —preguntó el jefe de Lenis, con la voz apretada, hablando entre dientes y con el corazón un tanto acelerado. George negó con la cabeza, indicándole que no obtend
—Pediré ensalada con berenjenas y un té helado, gracias —dijo la señora Seda, entregándole la carta al mesonero—. Me encanta el té helado —agregó, mirando a Lenis con una sonrisa. La secretaria le sonrió de vuelta. —Para mí lo mismo, gracias. —Entregó la carta—. Me comí un sándwich hace rato, prefiero algo ligero. —Muy bien —dijo el mesonero, retirándose luego. Seda miró el lugar mientras le daba un sorbo a su agua, cayendo su vista sobre el guardaespaldas de la asistente de su hijo. Lenis obvió esa mirada, intentando también no hacer contacto visual con la madre de su jefe. —Quiero agradecerte por haber aceptado almorzar conmigo. Pensé que en verdad te negarías en redondo. Lenis volvió a sonreír. —No me agradezca, señora Seda, al contrario. Gracias por la invitación, es un placer. A la secretaria le parecía un poco extraña la excelente actitud de la madre de Maximiliano para con ella. La última vez que se encontraron en persona, fue la misma vez que se conocieron. La señora S
Lenis se extrañó muchísimo. —¿Quiere que le ayude con algo en específico dentro de la fiesta? Seda sonrió, exhalando una ligera risa nasal. —No, eso no. Lo que quiero es que vayas como una invitada más. Así que, en la lista que me pasarás, anotarás tus datos también. Necesitaremos enviarte formalmente la invitación junto a tu pase de asistencia. Lenis no lo podía creer, sentía desconfianza ante aquella estupenda invitación, pero ya estaba empezando a entender que casi todos los días de su vida, desde hace dos años, se arropaba con esa palabra, «desconfianza», y que la lucha en ese instante era combatir cualquier obstáculo que el mismo término pusiese en su camino. Sin embargo, sospechaba la razón por la cual Seda la estaba invitando. —Me siento halagada por la invitación, señora Seda, pero… debo confesarle que ya no tengo conexiones con la política. De hecho, nunca la tuve. —¿Qué? —Seda arrugó sus bien (y casi perfectas) arregladas cejas—. No comprendo lo que me estás diciendo,
George se encontraba en la terraza nuevamente. Le habían avisado que Lenis y la señora Seda ya no se encontraban en el restaurante. Y antes de eso, que su «ex esposo» se había ido. La tarde estaba por caer, el fresco había llegado y el clima no dejaba que él entrase, sintiéndose a gusto allí afuera; se estaba mejor allí. —Ten —le dijo Maximiliano, entregándole otra botella de cerveza. George había dejado la suya a medias, mientras Peter con su gente, informaban todo momento de lo que sucedía en el restaurante. El abogado tomó la cerveza y agradeció con un asentimiento de cabeza. El CEO tomó de la suya con la mano derecha, mientras que metía la izquierda en el bolsillo de su pantalón de vestir. George seguía recostado con una de sus palmas sobre los ladrillos que bordeaban el balcón. La derecha, al igual que su compañero, era con la que sostenía la botella. Bastidas miró al frente, posiblemente a los mismos rincones del paisaje que observaba George: los jardines, algunos edificios
Lenis se había colocado una bata corta de dormir color dorado y se había calzado sus pantuflas de gamuza que ya comenzaba a amar. Empujó lentamente la puerta del despacho de George. Ya estaba entreabierta y supo que él había regresado allí. El abogado aún no se había colocado su pijama, que generalmente consistía solamente en un pantalón de cordón en la parte frontal de la cintura. En cambio, seguía con sus prendas del trabajo, con solo el pantalón y la camisa blanca. Iba descalzo, estaba sentado en una de las sillas de invitados, de espalda a la entrada, con un vaso de whisky en la mano, escuchando una canción. Lenis no podía saber si tenía los ojos abiertos o cerrados, mucho menos su expresión, pero su cuerpo daba lectura a una severa concentración, tensión casi, y se preguntó si tenía tiempo bebiendo. Durante la ducha que ella había tomado, no pudo saberlo. Tocó la puerta abierta con sus nudillos. —¿Te encuentras bien? —le preguntó a él. George se volteó y le sonrió. Lenis, en
El abogado se salió del cuerpo de Lenis y la giró, tragando saliva para quitarse la terrible sequedad en su garganta.Lenis había quedado aletargada y sonriente. Él miró sus senos, estaban rojos, cada uno tenía marcas de tela doblada y dedos, ni siquiera él recordaba en qué momento los presionó, pero ella no parecía adolorida o molesta, al contrario, parecía haber encontrado la tierra prometida.George pasó la lengua por sus propios labios y retiró unos mechones negros y ondulados de cabello sobre el hermoso rostro de ella, hasta chocar con aquellos ojos grises de párpados entrecerrados, cansados por el maratón sexual que acababan de protagonizar.Él no estaba bien, su ánimo anterior regresó intacto, pero esta vez traía consigo algo peor: aridez. La decisión tomada lo cambiaría todo. La hora había llegado.