Capítulo 11

—George, yo… —comenzó a decir Lenis, sintiéndose incómoda por tutearle. Suspiró. Los nervios y las dudas, así como la aprehensión, acabarían con ella— deseo hablar con el abogado, no con el hombre con quien comparto un almuerzo.

Su cara, sus muecas determinadas, la seriedad en sus ojos, más sus palabras, hicieron que George se enderezara y la mirara fijamente.

—Lenis, si deseas una asesoría legal, podemos hacer una cita en mi despacho.

—Entiendo que no quieras hablar de trabajo ahora, pero… —su rostro se arrugó un poco— no tengo mucho tiempo.

Él cambió la expresión, una especie de preocupación mezclada con intriga afloró a través de sus muecas.

—Está bien. —Se despegó del espaldar y pegó los codos al mantel, uniendo sus manos. Él presentía que, lo que ella le contaría, no sería nada bueno. Por alguna razón quería retrasar esa conversación—. Déjame proponerte algo. Disfrutemos del almuerzo, ¿está bien? Mira estas vistas. —Volteó la cara hacia el horizonte y de vuelta a ella.

Esperó que la chica entendiera muy bien que ella misma era parte de ese espectáculo visual.

El abogado alzó una copa de agua y jocosamente brindó. 

Lenis permitió que regresara su buen estado de ánimo. Sonrió precioso, porque así lo contempló George, y chocó su copa con la de él.

—Por este día —dijo el abogado, junto a una mirada intensa que hizo que ella tragara grueso.

—Por este día.

George estaba claro, ella le contaría algo que lo espesaría todo. No sabía cuál sería la historia que ella develara, si sería una verdad o una mentira. Teniéndola de frente, con esa sonrisa sincera que intentaba ocultar su nerviosismo, hermosa y amable, sentía la necesidad de disfrutar de ella antes que el cielo se oscureciese.

Le brindó un postre, el mejor del lugar: chocolate encima y granitos de arroz tostado por dentro, un pastel que crepitaba en la boca.

La vio saborear aquel manjar, con ese deleite… Por primera vez la deseó, sentía ese deseo fuerte, poderoso, tuvo demasiadas ganas de arrancarle el postre y besarla. Y por increíble que pudiese parecer, aquel postre asemejaba a un combustible, gasolina para ese par de ojos grises que ella se gastaba, George pensó que brillaban con cada bocado que entraba a su boca.

Le pidió salir temprano del trabajo ese día para que ambos conversaran sobre ese asunto que ella deseaba consultarle. Incluso, le dijo que hablaría con Max si era necesario para que la dejara libre o le brindara otro horario. Ella se negó, siempre profesional, siempre atenta a cumplir con su desempeño en el consorcio, y le dijo que mejor le llamaría, sintiéndose ella un poco mal por retrasar de nuevo lo inminente.  

George no hallaba qué pensar, quería retenerla un rato más, no deseaba dejarla en la empresa de Maximiliano tan pronto.

—¿Te gusta caminar? —le preguntó—. El consorcio no queda lejos y hace un día estupendo.

—¿Y tu carro?

—No te preocupes por eso, caminaré de vuelta para recogerlo.

Se miraron unos segundos estando de pie en la salida del restaurante.

—Bueno, está bien, me encanta caminar —le dijo Lenis con una sonrisa.

Y él sonrió de vuelta.

Bajaron por el ascensor y comenzaron el recorrido.

La gente a su alrededor seguían sus vidas, vivían en su mundo, pasando apurados por un lado de ellos sin percatarse de la existencia de nadie más. Los niños jugaban en el parque junto a sus padres o cuidadores, George contaba anécdotas de su juventud recorriendo esas calles, tiempos de universidad… Quería hacerla reír, porque se veía hermosa riendo, y ella agradeció en silencio el buen trato hacia su persona, intentando recordar la última vez que alguien le había hecho sentir alegre y tranquila. De hecho, era la primera vez en mucho tiempo que por una hora entera no sentía tensión por mentir, miedo por ser encontrada o tristeza por estar sola.

Llegaron al consorcio. Ella miró hacia arriba, hacia lo más alto de la torre, luego a él.

—Gracias por acompañarme hasta acá —le dijo Lenis.

—Es un placer para mí.

Un mechón de cabello de nuevo surcando el rostro de Lenis… George escondió las manos en sus bolsillos, era el mejor movimiento que podía ejecutar para no tocarla.

La secretaria bajó la mirada antes de volver a su rostro y mirarle como a él le gustaba que ella hiciese, con confianza, directo.

—¿Puedo contactarte pronto? —preguntó ella. El rostro de George se tiñó de esperanza. «¿Desea llamarme una próxima vez?»—. Para lo de la asesoría legal.

«Ah…», pensó él. «¿Cómo pude haberlo olvidado?» El bogado creyó por un instante que ella tomaba la iniciativa para una nueva cita.

Él exhaló, aún con las manos en los bolsillos y asintió.

—Avísame cuándo y le pediré a mi asistente que te anote en agenda.

—Gracias.

No se movieron de inmediato. La verdad, es que había sido un encuentro especial para ambos.

Lenis miró a los lados sin mover la cabeza, con cara de circunstancias. Apretó los labios y pidió permiso para retirarse con una mueca ligera de cabeza.

Él asintió también y la vio caminar hacia los ascensores.

Entonces, George detalló su cuerpo, la forma cómo le quedaba la ropa. Sus curvas, la altura, los tacones… Apretó la mandíbula. En su vida, había estado con un número considerable de mujeres, pero más allá de la historia que lo conectaba a él con Lenis, él ya había captado el poder de sensualidad que ella tenía, demasiado atrayente, demasiado hermosa.

Se dio la vuelta y se fue.

Lenis agradeció que el ascensor estuviera solo. Al cerrarse las puertas, soltó todo el aire que había contenido mientras esperaba su llegada. Apoyó las manos en la pared del fondo, inhaló y exhaló, porque sabía que si no se calmaba, tal vez haría un espectáculo, como llorar delante de la gente, algo que odiaba hacer, porque la hacía sentir muy vulnerable.  

Se volteó y recostó su espalda en la misma pared donde estuvo apoyada, tocó su pecho, su estómago, necesitaba aire, necesitaba… llorar.

Cerró sus ojos e inhaló profundo varias veces, rápidas veces, el ascensor estaba a punto de llegar a su destino, pero por mucho que intentó evitarlo, al abrir los ojos, una lágrima rodó sobre su mejilla.

La secó rápidamente, el ascensor se había abierto. Aún no era su piso, así que se echó a un lado para dejar entrar a los nuevos pasajeros.

—Buenas tardes —dijo una pelirroja en sus, aparentemente cincuenta años, hermosa, vestida de piel y gamuza de pies a cabeza. Su formas bien cuidadas y rostro de porcelana le hacía parecer más joven.

A Lenis le llamó la atención tanta opulencia y tan buenos cuidados. Lo que para muchas mujeres aquellas prendas pudiesen parecer una exageración, a la dama en cuestión le quedaban muy bien.

—Buenas tardes —respondió la secretaria.

Ambas mujeres se lanzaron miradas rápidas y de cortesía. La pelirroja le dio la espalda enfrentando las puertas del ascensor, el cual no tardó en aterrizar al piso de presidencia.

Cuando Lenis se dio cuenta que la mujer se dirigía al mismo lugar, la recibió:

—Bienvenida, ¿en qué puedo servirle?

La dama se detuvo en seco al mirar fijo a Lenis, quien sintió un escalofrío recorrerle la espalda bajo aquel extraño escrutinio.

Imperceptiblemente, la secretaria echó un paso hacia atrás. Jamás había visto a esa mujer, pero algo llevaba en su mirada, o tal vez era la forma cómo la miraba. Parecía que ella sí la conocía.

—Busco al señor Maximiliano Bastidas.

Lenis asintió. Le costó un poco hablar. No sabía por qué razón se sentía ansiosa ante aquella mujer.

—Por supuesto. Disculpe, ¿quién lo busca?

Le pelirroja se quedó mirándola con los ojos entrecerrados, directo a su cara. Luego de unos segundos, algo sucedió dentro de ella, pareció que algo se aclaraba en su mente.

Una tenue sonrisa curveó sus labios.

—No lo puedo creer. ¿Desde cuándo trabajas aquí?

—Madre, bienvenida —interrumpió el saludo del jefe, mientras éste se acercaba hasta ellas.

«¿Madre?», se preguntó mentalmente su asistente.

Maximiliano dejó un beso en la mejilla de su hermosa progenitora, el cual no fue correspondido a causa de la estupefacción de la mujer. Ella no dejaba de mirar a Lenis, aunque lo intentase y luego, ya con su hijo allí, los empezó a mirar a ambos.

—¿Me explican qué está pasando aquí?

Maximiliano, hasta ese momento, no había pensado en si su madre conocía más detalles de la vida oculta de Turgut, pero ya que ella era su ex esposa, no significaría algo descabellado que la respuesta fuese afirmativa. Sinceramente no lo había pensado, ni él y tampoco los tres que planeaban traerlo de vuelta para hacer justicia. Ya se estaba regañando por eso, debía actuar rápido sino quería que su madre arruinara todo.

—Mamá, ella es mi nueva secretaria —aclaró rápidamente—. Vamos a la oficina, deseo que me cuentes de tu viaje. —Miró a Lenis—. ¿Nos llevas dos cafés, por favor?

—Enseguida —respondió la secretaria.

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