El rostro del policía quedó congelado al escuchar semejante noticia. Maldijo para sus adentros, pero a la vez crecieron sus propias interrogantes. La familia Cliff hacía de las suyas en todos lados, en los negocios, en los bancos, en la política, en los juzgados y en la policía. Él era de inteligencia, no le tocaba investigar casos cercanos a ellos, pero todos en la estación sabían que el departamento de Asuntos Internos perseguía a todo aquel que estuviese vinculado con corrupción policial y las versiones más fuertes: que esa corrupción era patrocinada por los Cliff y sus negocios. Nunca fue su jurisdicción atrapar cuellos blancos, pero sabía quiénes eran los líderes de esas mafias. Su jefe le dio ese caso, el de buscar a Sofía, el cual mencionaba a Gael como demandante. Solo debía buscar a la mujer y llevarla a la estación, ahora entendía la razón de hacerla entrar por detrás y dirigirla a la sala de interrogatorio especial. Él había creído que era por evitar el papeleo ordinario y no por algo peor.
La miró por varios segundos, mordió su labio inferior pensando en cómo proceder. Tenía que hacer algo pronto, intuía que la querían perjudicar más de lo que ella ya podía imaginarse, incluso más de lo que ya estaba.
—¿Has sacado dinero de alguna de las cuentas de Cliff? —Ella no respondió, congelada en el acto—. ¿Sí o no? ¡Responde, Sullivan!
—¿Eso…? ¿Eso es lo que dice en la denuncia?
—¿Lo hiciste? ¿Robaste dinero?
—¡No robé nada! —enfatizó ella con los dientes apretados—. Es una cuenta que Gael me proporcionó para gastos del bebé hace más de un año, pero dejó de entrarle dinero luego de haber nacido el niño.
Él la miró con desconcierto, no entendió si la respuesta era afirmativa o negativa.
—No toqué dinero alguno porque nunca lo hubo. Conseguí ayuda del ayuntamiento, pero la pandemia congeló todos los procesos y aún estoy esperando el retroactivo, que ya no creo que llegue. No tenía dinero, no podía con los gastos y tampoco podía dejar de trabajar. Intenté comunicarme con Gael, pero nunca contestó. Lo busqué, pero jamás salió. Ni en su apartamento y tampoco me atendió nadie de su familia. Así que fui y tomé la vieja tarjeta, revisé en el cajero automático y vi dinero allí. Lo tomé y le compré las cosas a mi hijo, a su hijo, a quien nunca ha querido conocer. No es robo, es algo que le corresponde darme. —Sofía explicó todo con el corazón en un puño, casi quedando sin respiración—. ¿En serio me está denunciando por haberle sacado unos cuántos billetes? ¡Qué miserable!
Vos escudriñó sus ojos, sus determinados y claros ojos buscando certeza en ellos.
—¿Dónde está tu hijo?
—En el maternal, a dos cuadras del café.
—Bien. —Miró hacia atrás, el novato aún seguía esperando como un centinela. Luego, ladeó su vista tan solo un segundo para revisar rápidamente dónde se encontraba la cámara más cercana—. Vas a entrar con nosotros, te interrogarán. ¿Tienes algún documento que compruebe lo que me has contado?
Ella hizo un gesto en negación, mezclado con angustia.
—Es su hijo, ¿qué más prueba tengo para dar?
—¿Lleva el apellido Cliff?
Ella apretó la mandíbula.
—Sí. Es lo único que él le dio, además de su vida.
Vos asintió y evitó que ella no viese que tragaba grueso, volviendo a mirar hacia atrás y hacia una esquina del techo. Intuía que todo se trataba de un capricho de paternidad y presentía lo peor.
—Mandaré a un oficial de confianza para que vigile la maternidad mientras sales de aquí —explicó, mientras volvía a agarrarla del brazo y retomaban la caminata.
—¿Por qué enviará a alguien a que vigile? —Su pecho se apretó e intentó detenerse en seco—. ¿Puede sucederle algo a mi hijo? ¡Oficial!
Ya estaban cerca de la pequeña puerta de vidrio y del novato, por lo que Vos ya no podía seguir violando el protocolo.
—Haga silencio —susurró en su oído, pero sus palabras fueron medidas por si aquel o alguien más les escuchaba—. Sabe que puede pedir un abogado —enfatizó la última palabra y Sofía pudo corroborar que efectivamente, el oficial Vos quería ayudarla.
Cruzaron el umbral, luego giraron a la derecha, transitando por un largo pasillo con paredes y pisos blancos con gris, carente de sillas o cuadros, aunque con algunas puertas de lado y lado.
El aire acondicionado la hizo temblar, él lo notó, mientras el otro oficial lideraba la marcha yendo delante de ellos.
—Evite mostrar nervios —le pudo susurrar, antes de cruzar a la izquierda y adentrarse a otro pasillo y posicionarse ante una puerta de madera al final derecho del rellano.
Ella quiso decirle que su temblor era por frío, pero no pudo hacerlo. Sí, sentía nervios, era uno de sus sentimientos más fuertes, pero la angustia por no poder ver de nuevo a su pequeño, sobre todo después de lo que el apuesto policía le había insinuado, pasó de largo todo lo demás. No era una ladrona, era inocente de todo, no le robó a nadie y se defendería, pero su pequeño bebé le preocupaba demasiado, casi no podía pensar en nada más.
—Puedes indicar en Inteligencia que ya Sofía Sullivan está en la sala de interrogatorios —indicó Vos al novato—. Yo me quedaré acá hasta que lleguen.
Grant frunció el ceño al ver que su superior inmediato, L. Vos, no cerraba la puerta y se quedaba afuera, como era lo reglamentario, sino que parecía indicar que entraría a la sala y permanecería allí junto a la detenida.
Pero era el nuevo, no discutiría, tampoco daría su opinión, por lo que asintió, giró su cuerpo hacia la izquierda y atravesó una puerta de vidrio que lo dirigía al resto del edificio.
Vos entró y cerró la puerta tras de sí. No podía hablar libremente con ella, todo podía quedar grabado.
—También tiene derecho a una llamada, pero no soy yo quien debe permitírsela, por lo que no olvide pedirla cuando venga algún otro oficial a interrogarla —le dijo, señalándole una de las dos sillas grises del lugar.
Sofía obedeció, sentándose y cruzándose de brazos, casi abrazándose a sí misma.
—¿Qué sucederá con mi pequeño?
Él no respondió, prefirió no hacerlo.
—¿Desea algo? La estación puede brindarle un refrigerio. ¿Fuma?
—No fumo y no tengo hambre, solo quiero saber qué está pasando, qué pasará conmigo, ¡quiero respuestas!
El oficial salió, encerrándola allí. Respiró profundo y se puso en marcha.
Sin importarle mucho las cámaras, ya que se encontraba fuera de aquel cuarto y no dentro, donde hacer eso podría significar otra violación al protocolo, sacó su móvil y marcó un número de teléfono.
Luego de un par de tonos, alguien contestó al otro lado de la línea.
—Raymond, necesito un favor.
Dentro, Sofía cerró sus ojos y sostuvo su cabeza en sus manos, echándose el cabello rojo, ondulado y largo hacia atrás. Se sentía arrepentida en parte por haber utilizado ese dinero, pero a la vez sabía que no era un delito, ya que ella poseía una tarjeta que el mismo Gael le había dado. Se preguntó si era una buena cosa o no que Liam tuviese el apellido Cliff, algo que nunca le había servido para nada bueno, porque ni su padre y menos su familia se responsabilizaron, exceptuando ese único acto repleto de mentiras y carencia de ceros al otorgarle una tarjeta de débito de una cuenta inutilizada.
Ella no llevó su teléfono celular, lo había dejado en el café. Tampoco usaba reloj de muñeca porque lo había vendido para poder comer. No sabía la hora exacta, solo podía adivinarla. «Liam, Liam, ¡Liam!», pensaba una y otra vez.
«Miserable Gael», pensó también, por haber aparecido después de un año de la manera más vil y rastrera.
—¿Llegaste al Maternal?—Sí, voy caminando hacia la entrada —comentó el oficial Raymond St. John—. Ésta te la cobraré.Vos, aún de pie frente a la puerta que encerraba a la señorita Sullivan, daba sus indicaciones a uno de sus más grandes aliados en la policía.—No dejes que nadie toque a ese bebé y vigila bien que las cuidadoras no sean cómplices de nada.—Entendido.A punto de colgar, el oficial Vos escuchó:—¿Por qué estás haciendo todo esto por ella? ¿Desde cuándo la conoces?Vos no prestó atención y colgó sin responder. Y era mejor no hacerlo, sobre todo por no saber qué decir.Miró al frente, sin enfocar su vista en nada en específico, necesitaba encontrar una forma de comunicarse con ella sin que las cámaras grabaran nada.Justo cuando decidió moverse de allí con una idea en mente, escuchó ruido a su derecha.Entrecerró los ojos, escudriñando a las tres personas que atravesaban la puerta de vidrio, la misma que cruzó el novato.Una de sus compañeras de inteligencia, vestida de
La joven detenida abrió su boca de par en par y sintió cómo si el techo le cayera encima. Quiso articular palabra, pero no pudo, el nudo en su garganta se fortificó, aprisionándola, así como el sentimiento agónico de las paredes amenazando con aplastarla.—Esto… —miró a la mujer, luego al vidrio. Y haciendo silencio por un par de segundos, entendió que lo que allí sucedía parecía un circo de mal gusto—. ¿Dónde está él? —Sus palabras atravesaron la presión de sus dientes—. ¡¿Dónde está Gael?! ¿Está allí? —Señaló el gran espejo con su cara—. Él está allí viendo todo, ¿no es así? ¡Gael! Mírame, Gael, mira bien mi cara, ¿qué te he hecho yo para que me hagas esto? ¿Qué? ¿Por qué me estás haciendo esto?Ambas mujeres dieron un brinco al escuchar la puerta abrirse de manera intempestiva.—¡¿Qué rayos sucede acá?! —exclamó la mujer policía—. Estoy en medio de un interrogatorio.Se trataba del novato.—Disculpe, teniente, tenemos una información de suma importancia que debe revisar.—¿Qué info
Cinco años después… —¿Estás segura que te quieres ir? Aún estás a tiempo. —La angustia de Dolores Sullivan se evidenciaba en su rostro lleno de pecas y en sus líneas de expresión bastante acentuadas.De pie en el aeropuerto de Barajas, Sofía y su hermana se despedían.—Mamá, ¿es cierto que tía no puede venir con nosotros?Ambas mujeres arrugaron sus caras con ternura mirando hacia abajo, hacia la carita triste del pequeño Liam, aunque ya tuviese sus recién cumplidos seis años.Sofía se agachó para hablarle de tú a tú, Dolores lo haría si no fuese por sus lágrimas, las cuales intentaba ocultar.—Amor, tía debe quedarse por trabajo, lo sabes, ¿cierto? Pero en navidades ella irá a casa para pasarla con nosotros, ¿qué te parece eso? ¿Te gusta la idea?El hombrecito de cabellos castaños, un color que fue cambiando con el tiempo, asintió con una especie de sonrisa, no muy convencido por lo que su mamita le decía.—Hey, compañero, dame esos cinco —pidió Dolores ya con su cara limpia y choca
—Mamá, ¿por qué debo asistir hoy a la escuela? Apenas llegamos antes de ayer en la noche.Sofía se sorprendía por la forma tan madura que tenía su hijo al hablar, además, cada cosa que decía no carecía de lógica, puesto que era cierto, apenas hace un par de días como mucho, llegaron a Nueva York y desde aquella ciudad viajaron en tren hasta Albany, específicamente hasta una zona llamada Stone Village, casi a las afueras. Llegaron al hospedaje de madrugada y durmieron prácticamente todo el día, recuperando fuerzas en la noche con la idea de prepararse para ir al colegio en un pronto comienzo de clases.—Amor, sé que ha sido duro, pero no logré llegar antes, no conseguí otros vuelos, ni siquiera directos y menos en otras fechas. Te entiendo tanto, mi vida. Yo también estoy cansada porque debo dar clases, pero todo estará bien, te lo prometo. —Apretó más a su pequeño Liam en un caluroso abrazo, ya estando dentro del taxi que los llevaba a su destino.Sofía no dejaba de hacer cuentas en s
Leonel empezó a sentirse mal.Sentado en la silla asignada dentro del evento, se vio atrapado en sí mismo, como estar en el interior de una escafandra muy pesada, arcaica y fuera del mar. No podía enfocar nada, tampoco escuchar con precisión las palabras de los anfitriones que iban incorporándose al escenario, quienes amenamente explicaban las funciones de aquel edificio.No pudo quitar su mirada de Sofía, de quien se alejó gracias al protocolo, ahora teniéndola a su izquierda, bastantes puestos lejos de ella, sentada allí, entre la gente, mirándole también.Apartó sus ojos cuando sintió un mareo repentino, tuvo que inhalar y exhalar, respirar profundamente con la intensión de calmar el arsenal de cosas que sentía. Jamás imaginó verla de nuevo, en la vida pensó encontrársela en los Estados Unidos y mucho menos que la sorpresa escociera.Ella parecía sonreír y eso era peor.«¿Qué hace aquí? ¿Desde cuándo está en el país? ¡¿Qué hace aquí?!», reiteró para sus adentros, respirando con may
Leonel intentaba estirarse el cuello de la camisa. Lo menos que pudo hacer fue arrancarse la corbata y lanzarla a un lado con severa molestia.Su acompañante al volante dividía su mirada entre la carretera y el retrovisor central, inspeccionando a su jefe, quien no se veía precisamente bien allá en el puesto de atrás.Leonel sacó su móvil, tecleó poseso y colocó el aparato en su oreja.—Deja de hacer lo que estés haciendo, ¡necesitamos hablar ahora mismo! —Trancó y así como con la corbata, lanzó su teléfono celular a un lado en el asiento.—Señor, ¿se encuentra bien?—Solo maneja hasta la oficina —ladró por lo bajo, con una voz ahogada. De inmediato se arrepintió de hablarle así.El dueño de ese lujoso vehículo respiraba con dificultad y no podía quitar de su cabeza la imagen de una sonriente —casi llorosa— Sofía Sullivan, perforando su alma como no pensó jamás sucedería. Le dolió a rabiar haberla tratado de esa forma tan fría, pero no pudo hacerlo de otra manera.«¿Dónde estará vivie
—Ella es la hermana de la señorita Sofía —indicó Frank, entregándole unos documentos.Leonel se encontraba en su amplia oficina, emplazada en un edificio de apenas tres pisos. A él le gustaba pasar un poco desapercibido la mayor parte del año, por lo que le pareció perfecto, en vez demudarse de allí a un sitio más lujoso, ampliar lo que vendría siendo su primer centro de operaciones cuando todo se oscureció en su vida, en aquellos momentos en los cuales no tuvo más remedio que empezar a crecer de otras formas para poder sobrevivir.Por eso, el despacho del empresario Leonel Vos quedaba dentro de un mini centro comercial, algo poco usual para personas como él. Para poder entrar, había que rodear la edificación, atravesar un portón eléctrico y seguir algunos protocolos de seguridad. Muchas personas pensarían que era su lugar favorito, o uno de ellos, por la gran cantidad de tiempo que allí pasaba.—Sí, es ella —susurró, corroborando la identidad al ver la foto que mostraban los document
Leonel la vio de nuevo. Y no solamente una vez. Tomó su camioneta y se dirigió al hotel, aunque no lo hizo de inmediato, aún debía cuadrar algunas cosas, mandatos, con dos de sus personas de mayor confianza, las mismas con las que se encontró reunido (como tantas veces) en su oficina. El empresario pensó que no pudo ser más perfecto el salir casi al caer la noche del mini centro comercial. De haberlo hecho distinto, no hubiese alcanzado a ver a Sofía salir con dos maletas del hotel tres estrellas en el que Raymond le dijo que se hospedaba. No quería hacer nada de lo que estaba dispuesto a hacer, pero no veía más alternativa. Tenía que convencerla de salir de Stone Village, e incluso, del estado de Nueva York. Y estaba seguro que eso no sería suficiente. Que ella se devolviera era su objetivo. No llamó a la hermana, no quería involucrar a más personas, aunque aquella mujer debía haberse enterado de la situación completa, eso pensaba él. Leonel aún tenía rabia porque Raymond no le co