CAPÍTULO 4

—¿Llegaste al Maternal?

—Sí, voy caminando hacia la entrada —comentó el oficial Raymond St. John—. Ésta te la cobraré.

Vos, aún de pie frente a la puerta que encerraba a la señorita Sullivan, daba sus indicaciones a uno de sus más grandes aliados en la policía.

—No dejes que nadie toque a ese bebé y vigila bien que las cuidadoras no sean cómplices de nada.

—Entendido.

A punto de colgar, el oficial Vos escuchó:

—¿Por qué estás haciendo todo esto por ella? ¿Desde cuándo la conoces?

Vos no prestó atención y colgó sin responder. Y era mejor no hacerlo, sobre todo por no saber qué decir.

Miró al frente, sin enfocar su vista en nada en específico, necesitaba encontrar una forma de comunicarse con ella sin que las cámaras grabaran nada.

Justo cuando decidió moverse de allí con una idea en mente, escuchó ruido a su derecha.

Entrecerró los ojos, escudriñando a las tres personas que atravesaban la puerta de vidrio, la misma que cruzó el novato.

Una de sus compañeras de inteligencia, vestida de civil con un traje negro de chaqueta y pantalón de vestir, caminando como si estuviese en un prado en pleno verano, su cabello frondoso y negro ondeando en libertad, parecía compartir algo gracioso con el director de la estación, quien usaba el uniforme correspondiente a su cargo, camisa blanca y pantalón negro, enarbolando chapas y condecoraciones, siendo el mismo hombre que le colocó la misión de ubicar y traer a Sofía. Pero no venían solos. A su lado, con un rostro sereno y seguro de sí mismo, vestido de traje y corbata, Gael Cliff. Los tres parecían sentir que la situación era una tontería, mientras que detrás de esas puertas les esperaba, sin saberlo, una joven preocupada y temerosa.

—¡Vos! Te ves bien de uniforme —bromeó la mujer, lanzando su comentario con sarcasmo.

El mencionado pudo haberle dicho algo sin importarle que estuviese presente el director, pero no lo hizo por estar clavando su severa mirada en Cliff.

 —He traído a la madre de su hijo, señor —se atrevió a decir, provocando que los dos policías se detuvieran un momento.

 —Vos… —advirtió el director, sabiendo que debía poner un alto al oficial si éste no quería ser destituido también del área de patrullas.

El hombre vestido de traje lo miró con los ojos entrecerrados y una mediana sonrisa. Se acercó a la dama y le dijo algo en el oído, a lo que ella asintió.

—Oficial Vos, puede retirarse, nosotros nos encargamos.

El mencionado sintió una presión mezclada con impotencia, sentimientos que provocaron que su ritmo cardíaco aumentara.

 —Entendido —le dijo a ella, ocultando todo lo que sucedía en su mente y cuerpo—, pero la detenida ha reclamado tener frío desde que entró a la sala de interrogatorios. Evítese un problema con inspección, puedo solucionarlo.

—¿Inspección dices? —habló ella—. Es decir, ¿Asuntos Internos? Debería prestar atención, ¿cierto? Ya que eres un experto con ese departamento.

Vos sonrió con sus labios cerrados , apretando los dientes.

—Está en lo correcto, precisamente por eso le doy esa recomendación.

El director suspiró.

—Tráele algo para que se cubra y una bebida caliente —comandó rápidamente, con hartazgo—. No perdamos más tiempo. —Él abrió la puerta aledaña a la de Sofía, siendo ese el espacio donde se quedarían aquellos quienes no participarían en el interrogatorio.

Mientras Gael y el director cruzaban el umbral, Vos pudo ver el precioso rostro angustioso de Sofía a través del espejo espía, justo antes de que la puerta fuese cerrada. La mujer policía entró a la sala, siendo ella la encargada de dirigir el interrogatorio, pero eso él no lo vio, ya que se encontraba caminando de prisa hacia el interior del edificio, subió escaleras, atravesó un pasillo hasta llegar a los casilleros.

Abrió el suyo y sacó una chaqueta de color negro hecha con tela impermeable en el exterior y una especie de gamuza por dentro.

Mirando para todos lados y corroborando encontrarse solo, sacó de su bolsillo frontal la libreta de multas y su bolígrafo.

Arrancó una hoja ya teniendo en mente qué decir cuando declarara el serial de esa planilla faltante y escribió rápido un mensaje.

Dobló el papel, lo metió en el bolsillo derecho de la chaqueta y salió de allí directo a una de las máquinas expendedoras de café ubicadas en el cafetín del edificio.

Llevando sus manos ocupadas, caminó hacia el mismo pasillo y abrió la puerta donde se encontraban los dos hombres con la idea de pedir autorización para entregarle a la detenida lo que le llevaba.

—Lo mejor es que te calmes, Sofía, no estás siendo detenida, ni siquiera te hemos colocado esposas. Lo único que queremos es que nos expliques detalladamente qué te llevó a tomar ese dinero de la cuenta personal de Gael Cliff.

—Por dios, ¿cómo me pide calma? Ya lo he explicado y siento que no me doy a entender. Esa es una cuenta bancaria que el propio Gael me dio para los gastos de nuestro hijo. ¡Él mismo me entregó la tarjeta! De lo contrario, ¿cómo se explica que yo la tenga, si no le veo la cara desde hace casi un año?

—¿Por qué ahora? ¿Por qué tomaste el dinero luego de haber pasado tanto tiempo?

—¡Porque nunca tuvo dinero hasta ahora!

—Vos, ve y entrégale eso. Luego retírate.

El mencionado miró a su jefe tras su mandato, intentando que aquel no notara que respiraba por su boca para no explotar.

Miró a Gael, aquel llevaba una extraña expresión en su rostro, parecía curioso, existía algo de lamento también, pero en su escudriño y experticia, Vos detectó actuación y quiso saber, como ninguna cosa antes, el porqué ese tipo le regalaba el peor de los días a la madre de su propio hijo. Supo entonces que podía llegar a sentir verdadera repulsión por alguien.

Miró el vidrio, observó a Sofía defenderse, su rostro cansado, alerta, enrojecido.

Salió y entró en la otra habitación, sorprendiendo un poco a la mujer policía, cortando las palabras de la detenida.

El oficial miró los ojos de Sofía mientras colocaba el vaso de café sobre la mesa y le entregaba la chaqueta.

—Si tienes frío en las manos, usa los bolsillos —le susurró muy bajo, casi un murmullo.

Ella arrugó el entrecejo, en el momento le pareció un consejo extrañísimo. Tenía frío, agradecía toda la atención, de hecho, la hacía sentir que no estaba sola, pero le parecía raro que le diera ese consejo tan específico.

Él le asintió a la oficial de policía y salió sin mirar atrás, soltando un suspiro para intentar calmarse. Se sentía desesperado, no entendía muy bien la razón. Él no la conocía de nada, pero sentía tal presentimiento, como un medidor de su inocencia y una de las cosas que más odiaba era la injusticia, palabra que le había generado problemas en esa estación. Lo mejor para L. Vos era desligarse de todo eso y regresarse a su puesto de trabajo, pero simplemente no podía, por lo que buscó una forma de poder estar presente en el interrogatorio.

Salió de la estación atravesando las puertas principales y sacó de nuevo su móvil para comunicarse una vez más con su amigo, el oficial St. John.

—Necesito que me hagas un nuevo favor.

Adentro de la sala, Sofía comenzaba a tiritar y ya presentía que el frío no podía ser el culpable, tampoco unos literales nervios manifestándose. Ella estaba comprendiendo su cuerpo, el cual le decía que la mezcla de todo el miedo y la angustia le empezaban a enfermar.

—¿Te sientes bien? —le preguntó la mujer oficial.

—Tengo frío. Y quiero que esto se acabe ya.

—Colócate la chaqueta y tómate el café. Sofía, estamos aquí para aclarar tu situación, relájate.

La mencionada la miró con cara de pocos amigos y obedeció por fin, colocándose la gran chaqueta que de inmediato expidió un olor a perfume masculino que la dejó sin aliento.

El aroma era exquisito y lo percibió antes cuando aquel hermoso hombre vestido de uniforme se le acercó en la cafetería, cambiando por completo su día.

Metió las manos en su bolsillo y las estiró hacia su regazo para descansarlas allí, cuando sintió un objeto con la yema de sus dedos.

«Si tienes frío en las manos, usa los bolsillos… usa los bolsillos», recordó aquel consejo mientras toqueteaba el interior de la parte derecha del abrigo dándose cuenta que se trataba de un papel.

Bajó más las manos posicionándolas debajo de la mesa y se removió como si estuviese sintiendo alivio, lo único que ella quería era que aquella mujer no notase nada extraño.

—Queremos saber por qué sacaste dinero de una cuenta ajena.

—No es una cuenta ajena —saltó Sofía—. Como ya expliqué en varias ocasiones, el propio Gael me dio una tarjeta de débito y me dijo que dispusiera de ese dinero para los gastos del bebé, pero desde el minuto uno que intenté utilizarla, supe que la cuenta estaba vacía.

»Cuando me comuniqué con él aquella vez, me prometió que pronto depositaría y nunca sucedió, así que tomé las riendas de la situación y resolví como pude, no solo con mi trabajo, sino con una petición de ayuda en el ayuntamiento, algo temporal. Imagino que sabrá de qué trata esa manutención, una que dejé de recibir tras la pandemia y es por eso recurrí a la tarjeta para ver si por fin él había hecho el tan famoso depósito que prometió. Efectivamente así era, porque la bendita tarjeta pasó por el punto de venta del supermercado. La pasé solo por cincuenta dólares, tan solo tomé cincuenta dólares para comprar pañales, cancelar la cuota de la guardería y comprar comida, nada más, ni siquiera supe cuánto dinero había.

—¿Por qué no avisaste al señor Cliff que harías eso?

—Porque sé que la razón por la cual él me dejo ese plástico fue para que no existiera la posibilidad de comunicación entre nosotros, entendí perfecto que eso no cambiaría, así que fui directo a probar a ver si había dinero.

—Muy bien, no discutiremos la falta de responsabilidad paternal que tenemos aquí, ¿pero no le pareció extraño que, existiendo esa carencia de dinero para con el niño, apareciera dinero de la noche a la mañana en una cuenta que se suponía era dedicada solo para la manutención del infante?

—No le presté atención a si era raro o no, señora. Lo que pensé en el momento fue que él sí depositó al final, que tal vez lo hizo meses después de yo esperar y como no volví a intentar pasar la tarjeta, no podía asegurar la fecha exacta de cuándo depositó. Lo llamé, llamé a Gael y no tuve éxito, cambió su número. Llamé a su casa, nada. Llamé a la de sus padres, nada. Fui al supermercado y compré las cosas, luego fui a su apartamento y el conserje del edificio me dijo que no había nadie allí, que él se fue de viaje y no regresaría pronto. Fui y dejé una nota en casa de sus papás para que le indicaran que gasté los cincuenta dólares para el niño de la cuenta autorizada. Ellos no me recibieron, la nota se quedó en la garita. ¿Qué más desea saber? ¿Debo devolver la plata? Lo haré, billete por billete, haré un depósito a esa misma cuenta bancaria si es posible, pero me gustaría saber cómo lo voy a lograr estando retenida aquí, ¿cómo?

La oficial de cabello frondoso y traje de ejecutiva se inclinó hacia delante y colocó sus codos sobre la mesa.

—Sofía, tu historia es conmovedora, pero tenemos pruebas de que mientes. —La interrogada arrugó mucho la cara. La mujer abrió una carpeta, la giró y se la mostró a ella—. Este es el último estado de cuenta, puedes ver la fecha en su parte superior. —Señaló la zona con un bolígrafo. Luego arrastró la punta del lapicero a la parte final de los números que aparecían en fila—. Allí no dice cincuenta dólares, Sofía. Dice 100.000 dólares.

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