Leonel empezó a sentirse mal.Sentado en la silla asignada dentro del evento, se vio atrapado en sí mismo, como estar en el interior de una escafandra muy pesada, arcaica y fuera del mar. No podía enfocar nada, tampoco escuchar con precisión las palabras de los anfitriones que iban incorporándose al escenario, quienes amenamente explicaban las funciones de aquel edificio.No pudo quitar su mirada de Sofía, de quien se alejó gracias al protocolo, ahora teniéndola a su izquierda, bastantes puestos lejos de ella, sentada allí, entre la gente, mirándole también.Apartó sus ojos cuando sintió un mareo repentino, tuvo que inhalar y exhalar, respirar profundamente con la intensión de calmar el arsenal de cosas que sentía. Jamás imaginó verla de nuevo, en la vida pensó encontrársela en los Estados Unidos y mucho menos que la sorpresa escociera.Ella parecía sonreír y eso era peor.«¿Qué hace aquí? ¿Desde cuándo está en el país? ¡¿Qué hace aquí?!», reiteró para sus adentros, respirando con may
Leonel intentaba estirarse el cuello de la camisa. Lo menos que pudo hacer fue arrancarse la corbata y lanzarla a un lado con severa molestia.Su acompañante al volante dividía su mirada entre la carretera y el retrovisor central, inspeccionando a su jefe, quien no se veía precisamente bien allá en el puesto de atrás.Leonel sacó su móvil, tecleó poseso y colocó el aparato en su oreja.—Deja de hacer lo que estés haciendo, ¡necesitamos hablar ahora mismo! —Trancó y así como con la corbata, lanzó su teléfono celular a un lado en el asiento.—Señor, ¿se encuentra bien?—Solo maneja hasta la oficina —ladró por lo bajo, con una voz ahogada. De inmediato se arrepintió de hablarle así.El dueño de ese lujoso vehículo respiraba con dificultad y no podía quitar de su cabeza la imagen de una sonriente —casi llorosa— Sofía Sullivan, perforando su alma como no pensó jamás sucedería. Le dolió a rabiar haberla tratado de esa forma tan fría, pero no pudo hacerlo de otra manera.«¿Dónde estará vivie
—Ella es la hermana de la señorita Sofía —indicó Frank, entregándole unos documentos.Leonel se encontraba en su amplia oficina, emplazada en un edificio de apenas tres pisos. A él le gustaba pasar un poco desapercibido la mayor parte del año, por lo que le pareció perfecto, en vez demudarse de allí a un sitio más lujoso, ampliar lo que vendría siendo su primer centro de operaciones cuando todo se oscureció en su vida, en aquellos momentos en los cuales no tuvo más remedio que empezar a crecer de otras formas para poder sobrevivir.Por eso, el despacho del empresario Leonel Vos quedaba dentro de un mini centro comercial, algo poco usual para personas como él. Para poder entrar, había que rodear la edificación, atravesar un portón eléctrico y seguir algunos protocolos de seguridad. Muchas personas pensarían que era su lugar favorito, o uno de ellos, por la gran cantidad de tiempo que allí pasaba.—Sí, es ella —susurró, corroborando la identidad al ver la foto que mostraban los document
Leonel la vio de nuevo. Y no solamente una vez. Tomó su camioneta y se dirigió al hotel, aunque no lo hizo de inmediato, aún debía cuadrar algunas cosas, mandatos, con dos de sus personas de mayor confianza, las mismas con las que se encontró reunido (como tantas veces) en su oficina. El empresario pensó que no pudo ser más perfecto el salir casi al caer la noche del mini centro comercial. De haberlo hecho distinto, no hubiese alcanzado a ver a Sofía salir con dos maletas del hotel tres estrellas en el que Raymond le dijo que se hospedaba. No quería hacer nada de lo que estaba dispuesto a hacer, pero no veía más alternativa. Tenía que convencerla de salir de Stone Village, e incluso, del estado de Nueva York. Y estaba seguro que eso no sería suficiente. Que ella se devolviera era su objetivo. No llamó a la hermana, no quería involucrar a más personas, aunque aquella mujer debía haberse enterado de la situación completa, eso pensaba él. Leonel aún tenía rabia porque Raymond no le co
—¿Podemos hablar un momento?Larry miró a Sofía, mientras terminaba de acomodar los vasos de cristal en la alacena, luego de que ella le hablara.Miró el pasillo, donde se habían ido su mujer y sus hijas.—Pensé que no me lo preguntarías, claro que podemos hablar.La maestra arrugó las cejas por lo primero que él dijo y sonrió al mismo tiempo. No supo de qué hablaba, pero no se lo preguntaría.—La cena estuvo muy deliciosa —dijo ella—. Fabiola cocina riquísimo.Larry sonrió.—De seguro, cuando termine de acostar a las niñas, se viene para revisar que todo esté bien acá en la cocina. Se vuelve loca con el orden.—Y vaya que vale la pena, esta casa está impoluta y hermosa.Larry dejó la tarea que hacía. Secó sus manos con el trapo de cocina y se acercó a la encimera para encontrarse con Sofía ya sentada en una de las sillas altas al otro lado del mesón. Él se mantuvo de pie.—No te ofrezco vino hoy, mañana hay trabajo, pero pronto en… —miró su reloj de muñeca— en casi siete días haremos
—Muy bien, lo han hecho muy bien.Los aplausos y la algarabía, más las risas, no se hacían esperar cada vez que la maestra Sullivan explicaba lo que había en la pizarra acrílica.—Ok, ok, ok. Ahora, presten atención. ¿Cuál es la letra que viene? A ver.Sofía sonreía abiertamente, mirando las caritas de todos sus alumnos.—Parece una… ¿ene?—Mmm… ¿Es una pregunta, o es una afirmación? —le dijo a la niña que acababa de intervenir, quien se echó a reír con sus mejillas sonrojadas—. A ver, ¿quién ha visto esta…? —Dibujó la letra mucho más grande, parecía una linda caricatura—. Esta letra de acá —miró a la niña, señalando la pizarra con el rotulador—, que es muy parecida a la ene, así es. ¿Quién me dice cómo se llama esta letra?Miró a todos, nadie decía nada.De pronto, Sofía sintió que algo se movía a un lado de la puerta. Miró hasta allí y su sonrisa amainó.—¡EÑE! Es una eñe, profesora —saltó Jack Patterson, el sobrino del detective Raymond St. Jhon, muy animado, seguro de lo que decía
Sofía miró hacia su izquierda y de se detuvo en seco.—Hola, Liam. Es un placer —dijo el apuesto hombre detrás del volante de una lujosa camioneta negra, el vidrio el copiloto abajo para hablarles, una tenue sonrisa acompañó al saludo.Sofía no se movió, sintió como si la piel se le congelara en el acto.—¿Mamá? Mamá, ¿quién es él?Ella miró a su pequeño y sintió el motor del vehículo apagarse, una puerta abrirse y cerrarse. Como si la suela de sus zapatos se hubiese amalgamado con el suelo, ella aquedó clavada allí y pudo ver al hombre que saludó, rodear el auto y dirigirse a ellos. La figura fantasmal ahora era real.—Me llamo Leonel —le dijo a Liam, pero la miró a ella. Luego, extendió una mano hacia Sofía—. Te debo una disculpa.Ella miró la mano extendida, luego su rostro. No habló de inmediato.—Está disculpado —le dijo casi en un hilo de voz, pero no le dio la mano.Leonel la bajó y asintió.—Puedo llevarlos.—¿Llevarnos?—Sí, un aventón. Y así hablamos. —La miró a los ojos, di
Sofía corrió con mucha emoción hacia su habitación dentro de la casita que Larry le alquiló para poder calmar sus nervios sin que su hijo la viera.Se sentía como una adolescente. Esa tarde no seguiría contemplando la casita como cada vez hacía, sin dejar de sentirse impresionada por vivir en un lugar tan bonito.Estuvo presente en las tareas de su hijo, pero no encontraba una manera de rechazar la cena que estaba segura Larry y su esposa Fabiola le propondrían.Llamó a su hermana y le pidió conectarse con ella a través de una videollamada. Dolores quiso ver a su sobrino y así fue, pero Sofía se sentía impaciente. En cuanto pudo, vigilando que Liam se quedara viendo algo por la pantalla del televisor de la sala, entró de nuevo a su habitación y cerró la puerta. Habló despacio y comedida para que allá afuera no se escuchara nada.—¿Pero qué sucede? Estás extrañísima.—Me he topado con Leonel Vos —lanzó Sofía.Dolores, mujer de cuarenta años con facciones muy parecidas a las de su herma