—¿Robo? ¿Denuncia? ¿Cómo que robo? ¡Jamás he robado nada en mi vida!
Vos se reservó sus palabras, pero quería creerle. Pasaba por momentos difíciles en su trabajo y ahora ese era uno de ellos.
—¡No pueden llevarme sin ningún tipo de información, esto es un secuestro! ¿Quién me ha denunciado por robo? ¡¿Quién?!
—Le pedimos que permanezca en silencio hasta que lleguemos —gruñó el novato, recibiendo una severa mirada de su superior.
Vos miró entonces el retrovisor central y se encontró con la encendida mirada de Sofía.
Tragó grueso. Detenido en un semáforo, un haz de luz diurna pintó aquellos ojos y pudo verlos más claros. Inmediatamente quiso detallarlos, verlos de cerca y corroborar su inocencia.
Sofía se quedó callada, pero sostuvo su mirada con determinación, decidida a no dejarse intimidar por él, ni siquiera por el viaje que daba hacia un futuro incierto. Aún con la respiración acelerada y los nervios de punta, llevaba un enredo dentro de su cabeza intentando descubrir quién pudo haberla metido en una patrulla como si fuera delincuente.
Pensaba en su pequeño hijo de tan solo un año de edad. Lo dejaba en la guardería mientras trabajaba en el café por las mañanas y ya le preocupaba todo, quién lo buscaría, hasta qué hora podrían esperar las cuidadoras mientras ella resolvía salir de ese embrollo, si es que salía. La angustia era enorme y su presentimiento le decía que esos oficiales no entenderían su situación de ella seguir reclamando.
Llegaron en quince minutos. El vehículo no se estacionó frente al gran edificio, tampoco entró al estacionamiento a cielo abierto.
—¿A dónde me llevan? —preguntó con urgencia, cuando bordearon la conocida edificación y bajaron por un estacionamiento subterráneo que ella no sabía que existía.
El silencio de ambos oficiales hizo que pegara su cuerpo al asiento. Todas las alarmas en su mente fueron encendidas.
Estacionaron el vehículo junto a otros, también rotulados, aunque distintos, y le abrieron la puerta para que saliera. La carencia de ruido, de gente y el eco que producían los movimientos la llenó de ansiedad, por lo que optó por memorizarse bien los rostros de los uniformados para no olvidar a los sujetos que la llevaron hasta allí.
—Por acá —habló Vos, pero ella no se movió. Pies pegados al suelo, ojos afilados—. ¿Se encuentra bien? —preguntó él notando su aprehensión.
Ella vio cómo el otro policía se adelantó a ellos, caminó hacia una pequeña puerta de vidrio ahumado y se paró allí a esperarlos.
—No entiendo por qué estamos entrando por aquí y no por la puerta principal —dijo ella.
Vos inhaló de nuevo por la nariz y por allí mismo sacó todo el aire. Debía seguir órdenes, hacer que la mujer Sofía Sullivan entrara por la puerta de atrás, así mismo le indicó su jefe al colocarle esa extraña misión, pero él sabía quién auspiciaba todo eso y ahora, viendo la respuesta de ella ante lo que sucedía, comenzaba a entender que la mujer estaba metida en un gran aprieto y no lo merecía. Él esperó encontrarse con una altanera, quizás con una mujer de sangre fría, consciente de sus perversos actos delictivos, así como las que solía ver en los bajos fondos y otros estatus sociales, féminas creyentes de poseer un poder sin igual y sobre todo, que la justicia les resbala.
Por el contrario, frente a sí tenía a una chica joven, asustadiza, muy nerviosa y a la vez muy segura de lo que defendía. Su intuición de policía le gritaba: “te estás equivocando con ella”.
Dándole la espalda a su compañero, la enfrentó, acercándose todo lo que pudo sin que pareciera acosador. El estacionamiento llevaba cámaras y no podía arriesgar nada.
—Si usted es inocente, no debe asustarse —susurró lo más que pudo, sin moverse para que su compañero no se percatara de ese quiebre en el protocolo policial—. Míreme bien y no se atreva a mentirme, esto no es un interrogatorio oficial. ¿Está segura que no sabe por qué la trajimos acá?
—¡Por supuesto que no! —susurró fuerte, siguiéndole la corriente en el tono de su voz, percatándose que aquel oficial no quería que el más jovencito escuchase ni viese nada.
Vos exhaló una buena ráfaga de aire. No quería expresar demasiado, pero sus dudas fueron claras en su cara.
—La ha denunciado Gael Cliff —le aclaró él—. ¿Usted le conoce?
El rostro de Sofía se tornó pálido, tan pálido como la hoja de un cuaderno.
—Le conoce —respondió él mismo, apretando la mandíbula.
Ella sostuvo la respiración al escuchar ese nombre, le costó mucho hablar de nuevo.
—¿Cómo es posible? —susurró ella para sí misma.
—¿De dónde le conoce y por qué la ha denunciado por robo?
Ella, quien perdió su mirada un instante en los recuerdos no tan lejanos que trajeron a colación ese nombre y apellido, levantó la cara, anonadada, para responderle.
—No tengo la menor idea del porqué él me ha denunciado.
El oficial apretó los dientes nuevamente. Vio su rostro en el carnet de identificación que la data arrojó y que su jefe le proporcionó con datos menores sobre ella, además del nombre y lugar de trabajo. La identificó justo al entrar al café, pero puso en duda toda la misión cuando la tuvo cerca. La mujer de la fotografía no era tan hermosa como la que tenía de frente. Cuando la vio detrás de la barra usando ese delantal, jamás pensó encontrarse a esa hermosa chica.
Joven, con el rostro más angelical que hubiese visto, su cabello se veía oscuro dentro del local, pero al ser tocado por la luz del sol pudo darse cuenta que era rojo como el fuego. Su piel blanca y su rostro de porcelana parecían brillar, a pesar de los nervios, el desconcierto y la rabia. Sus ojos claros como el caramelo, sus labios carnosos, rojizos también. Mirándola de cerca, se preguntó fugazmente cómo se verían si sonriera. Sofía Sullivan no podía ser culpable de nada, pensó él y ahora lo ratificaba. Y conociendo al personaje que la denunció, sus dudas se fortalecían.
Sofía sentía mucha rabia, una lejana y que ya pensaba extinta. No podía creer que aquel sujeto que llevaba más de un año sin ver le estuviese haciendo esto. Tan solo fue escuchar ese nombre y sus ojos comenzaron a arder.
—¿Él fue quien me denunció? ¿Está seguro? —indagó ella con los dientes apretados, manteniendo la voz baja.
—Dígame de dónde lo conoce y le responderé.
—No hace falta que lo haga, oficial, ya me ha dado la respuesta al colocarme una condición.
Ella tuvo que suspirar y tragar para calmarse. No se había dado cuenta que llevaba las manos empuñadas, ya le dolían por tenerlas así. Además, el oficial L. Vos, como lo indicaba su pequeña insignia del lado izquierdo del pecho, parecía tener razones para romper las reglas. Sofía no desaprovecharía esa oportunidad, la misma que le mostraba una luz de esperanza en medio de tanta rareza.
Le miró al rostro muy bien, así como ya había decidido hacer después de salir del vehículo. Vos era guapo, muy guapo, demasiado, y quiso saber de qué era la L. de su nombre. ¿A caso era Luis? ¿Leonardo? Su mentón era un tanto cuadrado, pero conservaba un rostro de niño. Parecía ser muy joven, pero su anatomía musculosa y delgada a la vez, añadido el uniforme, le hacían ver mayor. Era la primera vez que veía a un uniformado tan apuesto.
Ella no sabía qué edad tenía o cuánto tiempo llevaba de servicio, pero sus ojos, los cuales parecían estar llenos de expectativa y preocupación, además de gallardía, le decían que ahora, y por una desconocida razón, estaba de su lado.
—Gael Cliff es el padre de Liam —decidió contestar, sintiendo su estómago revolverse por haberle mencionado.
—¿Liam?
Su rostro se tornó triste.
—Sí. Liam es nuestro pequeño hijo.
El rostro del policía quedó congelado al escuchar semejante noticia. Maldijo para sus adentros, pero a la vez crecieron sus propias interrogantes. La familia Cliff hacía de las suyas en todos lados, en los negocios, en los bancos, en la política, en los juzgados y en la policía. Él era de inteligencia, no le tocaba investigar casos cercanos a ellos, pero todos en la estación sabían que el departamento de Asuntos Internos perseguía a todo aquel que estuviese vinculado con corrupción policial y las versiones más fuertes: que esa corrupción era patrocinada por los Cliff y sus negocios. Nunca fue su jurisdicción atrapar cuellos blancos, pero sabía quiénes eran los líderes de esas mafias. Su jefe le dio ese caso, el de buscar a Sofía, el cual mencionaba a Gael como demandante. Solo debía buscar a la mujer y llevarla a la estación, ahora entendía la razón de hacerla entrar por detrás y dirigirla a la sala de interrogatorio especial. Él había creído que era por evitar el papeleo ordinario y
—¿Llegaste al Maternal?—Sí, voy caminando hacia la entrada —comentó el oficial Raymond St. John—. Ésta te la cobraré.Vos, aún de pie frente a la puerta que encerraba a la señorita Sullivan, daba sus indicaciones a uno de sus más grandes aliados en la policía.—No dejes que nadie toque a ese bebé y vigila bien que las cuidadoras no sean cómplices de nada.—Entendido.A punto de colgar, el oficial Vos escuchó:—¿Por qué estás haciendo todo esto por ella? ¿Desde cuándo la conoces?Vos no prestó atención y colgó sin responder. Y era mejor no hacerlo, sobre todo por no saber qué decir.Miró al frente, sin enfocar su vista en nada en específico, necesitaba encontrar una forma de comunicarse con ella sin que las cámaras grabaran nada.Justo cuando decidió moverse de allí con una idea en mente, escuchó ruido a su derecha.Entrecerró los ojos, escudriñando a las tres personas que atravesaban la puerta de vidrio, la misma que cruzó el novato.Una de sus compañeras de inteligencia, vestida de
La joven detenida abrió su boca de par en par y sintió cómo si el techo le cayera encima. Quiso articular palabra, pero no pudo, el nudo en su garganta se fortificó, aprisionándola, así como el sentimiento agónico de las paredes amenazando con aplastarla.—Esto… —miró a la mujer, luego al vidrio. Y haciendo silencio por un par de segundos, entendió que lo que allí sucedía parecía un circo de mal gusto—. ¿Dónde está él? —Sus palabras atravesaron la presión de sus dientes—. ¡¿Dónde está Gael?! ¿Está allí? —Señaló el gran espejo con su cara—. Él está allí viendo todo, ¿no es así? ¡Gael! Mírame, Gael, mira bien mi cara, ¿qué te he hecho yo para que me hagas esto? ¿Qué? ¿Por qué me estás haciendo esto?Ambas mujeres dieron un brinco al escuchar la puerta abrirse de manera intempestiva.—¡¿Qué rayos sucede acá?! —exclamó la mujer policía—. Estoy en medio de un interrogatorio.Se trataba del novato.—Disculpe, teniente, tenemos una información de suma importancia que debe revisar.—¿Qué info
Cinco años después… —¿Estás segura que te quieres ir? Aún estás a tiempo. —La angustia de Dolores Sullivan se evidenciaba en su rostro lleno de pecas y en sus líneas de expresión bastante acentuadas.De pie en el aeropuerto de Barajas, Sofía y su hermana se despedían.—Mamá, ¿es cierto que tía no puede venir con nosotros?Ambas mujeres arrugaron sus caras con ternura mirando hacia abajo, hacia la carita triste del pequeño Liam, aunque ya tuviese sus recién cumplidos seis años.Sofía se agachó para hablarle de tú a tú, Dolores lo haría si no fuese por sus lágrimas, las cuales intentaba ocultar.—Amor, tía debe quedarse por trabajo, lo sabes, ¿cierto? Pero en navidades ella irá a casa para pasarla con nosotros, ¿qué te parece eso? ¿Te gusta la idea?El hombrecito de cabellos castaños, un color que fue cambiando con el tiempo, asintió con una especie de sonrisa, no muy convencido por lo que su mamita le decía.—Hey, compañero, dame esos cinco —pidió Dolores ya con su cara limpia y choca
—Mamá, ¿por qué debo asistir hoy a la escuela? Apenas llegamos antes de ayer en la noche.Sofía se sorprendía por la forma tan madura que tenía su hijo al hablar, además, cada cosa que decía no carecía de lógica, puesto que era cierto, apenas hace un par de días como mucho, llegaron a Nueva York y desde aquella ciudad viajaron en tren hasta Albany, específicamente hasta una zona llamada Stone Village, casi a las afueras. Llegaron al hospedaje de madrugada y durmieron prácticamente todo el día, recuperando fuerzas en la noche con la idea de prepararse para ir al colegio en un pronto comienzo de clases.—Amor, sé que ha sido duro, pero no logré llegar antes, no conseguí otros vuelos, ni siquiera directos y menos en otras fechas. Te entiendo tanto, mi vida. Yo también estoy cansada porque debo dar clases, pero todo estará bien, te lo prometo. —Apretó más a su pequeño Liam en un caluroso abrazo, ya estando dentro del taxi que los llevaba a su destino.Sofía no dejaba de hacer cuentas en s
Leonel empezó a sentirse mal.Sentado en la silla asignada dentro del evento, se vio atrapado en sí mismo, como estar en el interior de una escafandra muy pesada, arcaica y fuera del mar. No podía enfocar nada, tampoco escuchar con precisión las palabras de los anfitriones que iban incorporándose al escenario, quienes amenamente explicaban las funciones de aquel edificio.No pudo quitar su mirada de Sofía, de quien se alejó gracias al protocolo, ahora teniéndola a su izquierda, bastantes puestos lejos de ella, sentada allí, entre la gente, mirándole también.Apartó sus ojos cuando sintió un mareo repentino, tuvo que inhalar y exhalar, respirar profundamente con la intensión de calmar el arsenal de cosas que sentía. Jamás imaginó verla de nuevo, en la vida pensó encontrársela en los Estados Unidos y mucho menos que la sorpresa escociera.Ella parecía sonreír y eso era peor.«¿Qué hace aquí? ¿Desde cuándo está en el país? ¡¿Qué hace aquí?!», reiteró para sus adentros, respirando con may
Leonel intentaba estirarse el cuello de la camisa. Lo menos que pudo hacer fue arrancarse la corbata y lanzarla a un lado con severa molestia.Su acompañante al volante dividía su mirada entre la carretera y el retrovisor central, inspeccionando a su jefe, quien no se veía precisamente bien allá en el puesto de atrás.Leonel sacó su móvil, tecleó poseso y colocó el aparato en su oreja.—Deja de hacer lo que estés haciendo, ¡necesitamos hablar ahora mismo! —Trancó y así como con la corbata, lanzó su teléfono celular a un lado en el asiento.—Señor, ¿se encuentra bien?—Solo maneja hasta la oficina —ladró por lo bajo, con una voz ahogada. De inmediato se arrepintió de hablarle así.El dueño de ese lujoso vehículo respiraba con dificultad y no podía quitar de su cabeza la imagen de una sonriente —casi llorosa— Sofía Sullivan, perforando su alma como no pensó jamás sucedería. Le dolió a rabiar haberla tratado de esa forma tan fría, pero no pudo hacerlo de otra manera.«¿Dónde estará vivie
—Ella es la hermana de la señorita Sofía —indicó Frank, entregándole unos documentos.Leonel se encontraba en su amplia oficina, emplazada en un edificio de apenas tres pisos. A él le gustaba pasar un poco desapercibido la mayor parte del año, por lo que le pareció perfecto, en vez demudarse de allí a un sitio más lujoso, ampliar lo que vendría siendo su primer centro de operaciones cuando todo se oscureció en su vida, en aquellos momentos en los cuales no tuvo más remedio que empezar a crecer de otras formas para poder sobrevivir.Por eso, el despacho del empresario Leonel Vos quedaba dentro de un mini centro comercial, algo poco usual para personas como él. Para poder entrar, había que rodear la edificación, atravesar un portón eléctrico y seguir algunos protocolos de seguridad. Muchas personas pensarían que era su lugar favorito, o uno de ellos, por la gran cantidad de tiempo que allí pasaba.—Sí, es ella —susurró, corroborando la identidad al ver la foto que mostraban los document