Elizabeth recordaba sus primeros días en el restaurante Norton’s como si fuera ayer. Después de años de sacrificio, finalmente había logrado una oportunidad real. Desde pequeña, su vida había sido una cadena de responsabilidades: su madre la había criado sola, y Elizabeth, siendo la hermana mayor, había aprendido a ayudar en casa desde que tenía memoria.
Sus estudios siempre habían sido su refugio, y gracias a su esfuerzo y una beca, había logrado estudiar Administración y cocina en la universidad.
Ser la asistente de administración del restaurante principal de la cadena de George Norton durante dos años , fue un honor inmenso. George era un hombre serio, de carácter exigente, pero con ella había sido justo, reconociendo su empeño y dedicación.
Con el tiempo, él empezó a elogiar su trabajo, y cuando compartía sus éxitos con su esposa, Margaret, Elizabeth notaba el peso de una mirada incómoda sobre ella, una chispa de hostilidad que solo iba creciendo.
La noticia de la adjudicación de la tercera estrella Michelin para el restaurante causó alborozo en todos. George reunió al personal, incluyendo a su esposa y a los gemelos, para elogiar el dedicado, responsable y creativo trabajo que Elizabeth había ejercido al frente del restaurante y los nuevos retos y propuestas que había agregado a la cocina que ahora tenía más sabores internacionales.
Cada frase despertaba un aplauso entre los compañeros, mientras que Anthony susurraba al oído de su hermano Mark una que otra frase irónica sobre el “gran descubrimiento de su padre” a la que él solía llamar con sarcasmo “la mujer perfecta”.
Por su parte Mark se sentía feliz por los logros de Elizabeth por la que ya no sentía solo admiración: con el tiempo se había enamorado de ella, pero no había sido capaz de decírselo, aunque tenía el presentimiento de que él no le era indiferente. Sospechaba que, a pesar de las ironías y sarcasmos, su hermano
Anthony también se sentía atraído por la muchacha, pero su gemelo no era hombre “de novias”, sino de amigas de ocasión con las que pasaba noches de lujuria y excesos.
Pero a la que cada palabra de elogio de George sobre Elizabeth le caía como un mazazo en la cabeza, era a Margaret que, con el tiempo, ya no solo le fastidiaba “esa aparecida trepadora” como solía llamarla, sino que ahora sentía por ella un creciente odio: era una intrusa que estaba amenazando su imperio y su lugar.
Y es que Margaret había sido parte del mundo de los Norton toda su vida, proveniente de una familia de buen nombre y acostumbrada a tener el control sobre su entorno.
Tenía 20 años cuando conoció a George y casi que inmediatamente se casaron y siete meses después, fueron padres de dos gemelos que nacieron en perfecto estado a pesar de su parto prematuro.
Su papel en la familia y en los negocios, era importante: nada se movía si no se le consultaba a Margareth. Incluso George, antes de tomar una decisión, primero la consultaba con su esposa.
Curiosamente, la única decisión que no consultó con su mujer, fue la de traer a Elizabeth a ocupar el puesto de asistente de administración en Norton´s. Tal vez por eso, la poca simpatía que Margareth sentía por lo que ella consideraba como “una intrusa”.
En ese momento en que George comenzó a elogiar públicamente a Elizabeth, algo se encendió dentro de ella: no soportaba la idea de que una mujer tan joven y humilde hubiera ganado tanta admiración de su esposo.
Margaret veía a Elizabeth como una amenaza, una oportunista que intentaba ascender a base de seducir con su humildad y apariencia sencilla. Aun así, Elizabeth se mantenía centrada en su trabajo, evitando siempre cruzarse más de lo necesario con la esposa de George.
Fue durante una visita al restaurante que los hijos de George y Margaret, Mark y
Anthony, conocieron a Elizabeth. Los gemelos eran jóvenes y con personalidades opuestas. Mark era cálido, de corazón genuino y transparente, mientras que Anthony, aunque encantador, era calculador, un hombre que medía cada paso y pensaba en los beneficios que podía obtener de cada relación.
Aquel primer encuentro fue breve pero significativo.
Al ver a Elizabeth, ambos hermanos quedaron cautivados por su presencia. Mark se sintió atraído por su amabilidad y sencillez, encontrando en ella un respiro fresco en un mundo lleno de apariencias.
Anthony, por otro lado, la observaba con una mezcla de admiración y curiosidad, intrigado por cómo alguien sin fortuna ni conexiones había llegado tan cerca de su padre. A partir de entonces, ambos comenzaron a mostrar interés en ella, cada uno con intenciones diferentes y sin que el otro lo supiera.
Después del representativo evento en que Norton¨s celebró su nueva estrella
Michelín para el lujoso restaurante, Mark se quedó hablando un rato con Elizabeth mientras que Margaret le susurraba a su otro hijo:
--Mírala. No está conforme con manejar este lugar. Ahora quiere meterse en lafamilia. Mira como pretende atrapar a Mark…
Anthony sonrió para sus adentros pensando en qué pensaría su madre si supiera.que él también se sentía atraído por Elizabeth…pero que la necesitaba para “otros planes”.
Porque algo tenía claro Anthony: mientras su “perfecto” hermano Marck buscaba en esa mujer a una esposa, para él, Elizabeth, el bello descubrimiento de su padre, era el atajo que podría tomar para que su exigente padre lo tuviese más en cuenta.
En esa misión, como le decía a su empeño, era consciente que iba a tener como rival a su hermano --cosa que había soportado toda su vida-- pero si lograba conquistar a Elizabeth, podría usarla como una herramienta para cimentar él el poder en la cadena de restaurantes y en su familia.
--Y de paso-- pensó-- le daría una lección a su hermano que la recordaría por el resto de su vida.
Una mañana de martes, George sintió que no podía levantarse de la cama. Desde una semana antes, había sentido pequeños dolores abdominales, náuseas, pérdida del apetito y mucho cansancio.
--Carajo, verdad que los años no vienen solos-- exclamó mientras que con esfuerzo se incorpora y el espejo le devolvió la imagen de un rostro más pálido que lo normal.
-- Eso debe ser el estrés, corazón --le decía Margaret --No te tomas un minuto de descanso y los años no pasan solos ... .Y ahora, con esa mujer, parece que en vez de aliviar la carga, tuvieras más responsabilidades. ¡Esa intrusa!-- le recriminó su esposa con un dejo de rabia contenido.
--No se te olvide beber el té que te dejé en tu mesita de noche. Te hará sentir mejor-- le advirtió su esposa sonriente
En contra de los consejos de su esposa, George acudió a uno de los mejores médicos internistas quien después de realizar varios minuciosos exámenes, descubrió lo inevitable: George estaba muriendo. Algo había provocado inflamación severa en su páncreas y en su hígado provocando un daño irreversible.
Meses más tarde, una inesperada noticia cayó como un rayo en la familia: George
había sido diagnosticado con una rara enfermedad y según chismes de pasillo, los médicos no se ponían de acuerdo en su padecimiento, pero cada vez se sentía y se veía peor.
Elizabeth notó el cambio en el ambiente del restaurante cuando el patriarca de la familia empezó a faltar más de lo habitual.
Finalmente, fue él mismo quien se lo confesó en una de sus visitas. Con voz trémula, le dijo que se estaba debilitando rápido y que confiaba plenamente en ella para continuar con su legado en el restaurante.
--Algo me está quemando por dentro-- le confesó --He ido a los mejores médicos de la ciudad y solo atinan a decir que mi hígado y mi páncreas se están deteriorando muy rápido--
Elizabeth no pudo musitar palabra.
--Solo espero Elizabeth, que pueda tener tiempo para enmendar mis errores. En especial, uno muy grande que me ha perseguido toda mi vida…
La enfermedad de George avanzó de forma rápida e implacable.
Margaret estaba a su lado constantemente, casi con una devoción desesperada, mientras que Marky Anthony iban y venían, enfrentando la tragedia cada uno a su manera. Pero en las noches más oscuras, George solía murmurar el nombre de Elizabeth.
Aquella noche, Margaret se encontraba en silencio junto a George cuando él abrió los ojos, luchando por hablar. --Llama a Elizabeth-- le susurró, --;Avísale a Elizabeth. Necesito que venga-.
Margaret quiso preguntar por qué, pero no tuvo tiempo: George exhaló su último suspiro y ella sintió una mezcla de alivio y de odio: . Su marido había muerto pidiendo por esa mujer que ella tanto despreciaba.
En medio de su rabia y dolor, ella no podía entender por qué George había llamado a Elizabeth en sus últimos momentos.
Para ella, aquello era una prueba de que la joven había logrado lo que ella siempre había temido: había ganado una parte del corazón de su esposo.
Esa noche, mientras Elizabeth terminaba de cerrar el restaurante, sonó el teléfono.
Era Robert Crawford, el abogado de la familia, quien le pidió que acudiera de inmediato a la residencia de los Norton. Su tono no dejó lugar a preguntas, y aunque Elizabeth estaba confundida, accedió. Sin quitarse el delantal ni deshacer el moño que mantenía su cabello recogido, salió apresurado y tomó un taxi.
Cuando llegó a la residencia, fue guiada al estudio, donde se encontró con una escena tensa: los gemelos y Margaret, esperaban a que el abogado comenzara la lectura del testamento. Al verla entrar, Margaret la miró con asombro e ira, exclamando en voz alta: --¿Qué diablos hace ella aquí?-- Llamó a la servidumbre para que la sacaran, pero Crawford se levantó e intervino con firmeza.
--Un momento. Es necesario que ella esté. De hecho, yo mismo la cité- Es una petición exclusiva de su esposo, el difunto señor Norton.
Los ojos de Margaret, Mark y Anthony se clavaron en el abogado, sorprendidos. Crawford les indicó que se sentaran, y tras un breve silencio, comenzó la lectura del testamento.
Cuando llegó la parte del restaurante en Nueva York, la tensión en el aire se
intensificó. “Y en cuanto al restaurante Norton’s de Nueva York, la voluntad de
George es que Elizabeth sea la dueña del cincuenta y un por ciento de las acciones”, leyó Crawford.
El anuncio cayó como una roca sobre los presentes. Anthony, incapaz de ocultar
su asombro, esbozó una sonrisa burlona, mientras que Mark, complacido, asentía
con la cabeza en señal de aprobación. Margaret, en cambio, se levantó furiosa,
enfrentándose a Elizabeth con los ojos llenos de rabia.
--¿Qué fue lo que hiciste con mi esposo, desgraciada?-- le gritó.
¿Acaso sabías que iba a morir y te lo llevaste a la cama para que te dejara una herencia? ¡No descansaré hasta acabar contigo! Sus gritos asombraron a todos que miraban atónitos la inesperada escena.
Mientras Mark y Anthony trataban de controlar a su madre, Elizabeth se quedó en silencio, tratando de contener las lágrimas mientras sentía que el peso del desprecio de Margaret la abrumaba.
A la salida, el leal Peter, el mayordomo de toda la vida, le entregaba a la joven su chaqueta que había colgado en la entrada. Mientras se le acercaba tropezó inesperadamente con ella. El hombre la miró de forma extraña e intensa y rápidamente dio media vuelta y desapareció de su vista.
Las semanas posteriores a la reunión fueron una prueba constante para Elizabeth.
Mark la buscaba sinceramente, con intenciones de entablar una relación seria y formal, intentando apoyarla en medio de la tensión y acercarse a su corazón.
Anthony, en cambio, tenía un propósito distinto: quería recuperar lo que creía que Elizabeth le había robado a su familia. Para él, conquistarla era una cuestión de honor y venganza, una forma de poner fin a lo que consideraba una traición.
Pero Elizabeth, entre el dolor de la pérdida de George y la hostilidad de Margaret, ella no sabía si podría soportar el peso de los sentimientos encontrados que la rodeaban. Esa noche, desplomada sobre su cama, notó que un papel estaba en el piso de su alcoba, justo debajo de la chaqueta que había traído desde la casa de los Norton el día de la lectura del testamento. Entonces pensó en Peter, el mayordomo.
Desdobló el papel y la frase que leyó la estremeció como si un terremoto la hubiera sacudido:
“Tenga cuidado. Quieren hacerle daño. Un daño como el que le hicieron al señor George…”
Esa fría mañana de noviembre, Elizabeth demoró más de lo usual frente al espejo. No era una mujer de arreglarse demasiado. Era fresca y descomplicada, pero esta vez quería que la vieran…”distinta”. Más elegante y madura.Sabía que tenía una entrevista que podría ser crucial para su destino y el de su familia. Hurgó del pequeño clóset su mejor traje, se delineó con paciencia las cejas, se echó un poco de rubor y reafirmó con un pincel el rojo de sus labios.--Te ves hermosa hija. ¿A dónde vas tan elegante?- le preguntó su madre.-- A jugarme nuestro futuro madre. A jugarme nuestro futuro…Una hora después, estaba sentada esperando pacientemente en la oficina de Norton¨s intentando controlar el temblor en sus manos mientras su mirada recorría el lugar. Las paredes estaban adornadas con cuadros elegantes y los muebles, impecables, relucían en un estilo moderno y sofisticado. Parecía un mundo tan lejano al suyo que por un momento dudó si realmente pertenecía allí.“Qué diablos”, dijo par
La mañana era fresca y soleada en el club de tenis, y el aire vibraba con la energía contenida de los jugadores. Anthony y Mark, hermanos gemelos idénticos hijos de George Norton y Margaret, se encontraban en medio de un partido que hacía tiempo venían aplazando. Aunque ambos eran competentes en la cancha, el tenis era una de las pocas áreas en las que Anthony se sentía superior. A pesar de las discusiones, apuestas y juegos de poder que mantenían en otras facetas de sus vidas, aquel juego era el único lugar donde él sentía que tenía la ventaja.El marcador estaba ajustado, pero la ventaja la llevaba Anthony, quien disfrutaba de cada golpe, cada punto, cada expresión de frustración en el rostro de su hermano cuando erraba un tiro.—¿Te cansaste, hermano? —le dijo Anthony entre risas, mientras sacaba con fuerza y colocaba la bola al otro extremo de la cancha, obligando a Mark a correr para intentar alcanzarla. Mark bufó, levantándose para servir con una mirada de determinación.—Sabe
Esa tarde, después de una pausa en su trabajo, los recuerdos inundaron su mente. Llegó hasta ella la sonrisa cariñosa de su madre Susan, que en los últimos meses había quedado confinada a una silla de ruedas por una caída mientras esperaba el bus. Y pensaba en Stephany, su rebelde hermana menor que aunque era hija de otro hombre, compartía con ella algo en común: sus padres hoy estaban ausentes.--Por lo menos Edward de vez en cuando te visita. El mío es un fantasma: jamás lo he visto y mamá nunca habla de él-- recordó Elizabeth una de las tantas conversaciones con su hermana.En ese torrente de recuerdos llegó a su mente la imagen de Vicente, el dueño del pequeño restaurante mexicano donde trabajó, que buscaba cualquier pretexto para acosarla.Espantó la imagen y se vio sonreír cuando pensó en Bernie: era un buen muchacho, pero Bernie no estaba buscando una novia para mantener una relación: él solo quería lo que muchos solo querían de ella. Tener sexo. Relaciones casuales. Y aunque
El helado viento de noviembre azotaba con fuerza las aceras de Manhattan en Nueva York, mientras Mark y Anthony Norton, esos hermanos idénticos en apariencia, pero polos opuestos en esencia, se encontraban en uno de los rincones más solitarios del Central Park que quedaba a pocos pasos de la sede principal del restaurante Norton’s, la joya del imperio que les había dejado su difunto padre.Para cualquiera que los viera desde lejos, ambos serían indistinguibles. La misma estatura, la misma complexión atlética, el mismo cabello castaño perfectamente peinado. Sin embargo, mientras Mark tenía una expresión reservada, casi melancólica, Anthony destilaba una energía imperturbable, un aire de arroganciaque sólo empeoró cuando estaba frente a su hermano.—Mark, no me digas que tú también crees que esa mujer merece algo de esto —soltó Anthony, con desdén, rompiendo el incómodo silencio entre ellos.Mark apretó los labios y guardó silencio. Las palabras de Anthony le provocaba una especie de n
Los días posteriores al accidente fueron un torbellino de emociones y decisiones para Anthony. Asumir la identidad de Mark no solo implicaba interpretar un papel, sino también enfrentarse a un pasado que no le pertenecía. La familia Norton estaba de luto por su muerte, y aunque Anthony había pasado toda su vida sintiendo que era un extraño en su propia familia, la situación actual le presentaba una ironía brutal: el hijo que había fallecido era el único que verdaderamente quedaba con vida.En la mansión Norton, los silencios eran largos y las miradas cargadas de significados. Margaret, parecía afectada pero más decidida que nunca a controlar el legado de su esposo. Su tristeza estaba empañada por una mezcla de orgullo y una atención renovada hacia Mark, como si ahora todo recayera sobre él.Anthony, por su parte, se esforzaba en replicar las cualidades de su hermano: la compostura, su diplomacia, y la paciencia. Durante años había envidiado la facilidad con la que Mark ganaba el res
La llegada de Adrián Ríos al restaurante Norton’s marcó un cambio sutil pero significativo en la atmósfera del lugar. Desde el primer momento en que cruzó las puertas, su energía vibrante y su carisma atrajeron tanto admiradores como detractores.George Norton lo había contratado meses antes de su muerte, pero su incorporación oficial coincidió con los días más caóticos para la familia.Adrián era un chef con un currículum impresionante: había trabajado en restaurantes galardonados y liderado proyectos culinarios que marcaron tendenciasSin embargo, también tenía fama de ser volátil, de desafiar la autoridad y de provocar conflictos. Elizabeth lo recibió con profesionalismo, decidida a mantener el equilibrio en un equipo ya tensionado por las circunstancias.La primera reunión con Adrián no estuvo exenta de confrontación.—Entonces, ¿soy el único que ve lo obvio? —preguntó Adrián al equipo administrativo mientras revisaban el menú de la temporada—. Este lugar necesita innovación, algo
A Beatriz Evans la noticia de la muerte de George le produjo una serie de sentimientos encontrados. El primero, y muy fugaz, fue que al fin había pagado por lo que le había hecho. El segundo, fue de una profunda punzada de dolor. A su pesar, jamás lo había podido olvidar.Recordó entonces como de la nada apareció de repente esa mujer para arrebatarle al amor de su vida. Le pareció mentira en ese entonces, hace más de 30 años,y le seguía pareciendo mentira hoy, que una desconocida lo hubiera llevado al altar en menos de dos meses de haberla conocido.¿Qué le había hecho esa mujer a su George?¿Por qué se le acabó el amor por ella y corrió detrás de una aparecida?¿Quién era realmente Margaret?Durante tres largas décadas la mujer rumió su despecho. Jamás se casó y dividía su vida repartiendo su enorme fortuna en obras de caridad, en viajes a lugares exóticos y a buscar muchachos jóvenes que complacieran su todavía ardiente apetito sexual.Su instinto le decía que algo no estaba bien.Pe
La noche en Nueva York era un lienzo de luces titilantes y sombras danzantes. En el amplio ventanal del penthouse donde ahora vivía, Anthony —convertido en Mark para el mundo— observaba la ciudad con el corazón latiendo con fuerza. Aquella noche no era una más. Había invitado a Elizabeth a cenar, pero en su interior sabía que era mucho más que eso.Era una declaración.Un salto al abismo.Elizabeth llegó envuelta en un vestido de seda color esmeralda, que realzaba el brillo de sus ojos y su piel trigueña. Al verla, Anthony sintió un nudo en la garganta. No era solo su belleza lo que lo cautivaba, sino la fuerza con la que ella se había abierto camino en la vida. Y ahora, sin saberlo, estaba cayendo en los brazos de un hombre que no era quien decía ser.Durante la cena, las risas y las miradas furtivas fueron cediendo paso a una tensión electrizante. Anthony se acercó, deslizando su mano sobre la de Elizabeth, sintiendo cómo su piel se estremecía bajo su roce.—Nunca imaginé que podría