El helado viento de noviembre azotaba con fuerza las aceras de Manhattan en Nueva York, mientras Mark y Anthony Norton, esos hermanos idénticos en apariencia, pero polos opuestos en esencia, se encontraban en uno de los rincones más solitarios del Central Park que quedaba a pocos pasos de la sede principal del restaurante Norton’s, la joya del imperio que les había dejado su difunto padre.
Para cualquiera que los viera desde lejos, ambos serían indistinguibles. La misma estatura, la misma complexión atlética, el mismo cabello castaño perfectamente peinado. Sin embargo, mientras Mark tenía una expresión reservada, casi melancólica, Anthony destilaba una energía imperturbable, un aire de arrogancia
que sólo empeoró cuando estaba frente a su hermano.
—Mark, no me digas que tú también crees que esa mujer merece algo de esto —soltó Anthony, con desdén, rompiendo el incómodo silencio entre ellos.
Mark apretó los labios y guardó silencio. Las palabras de Anthony le provocaba una especie de náusea, pero se había acostumbrado a la naturaleza corrosiva de su hermano. Era lo único que lo alejaba de él, el único recordatorio de que, a pesar de compartir el mismo rostro, eran dos seres radicalmente distintos.
—Elizabeth no es lo que piensas, Anthony —respondió Mark con voz firme—. Si papá decidió darle una parte del restaurante, fue porque confiaba en ella. Y yo también lo hago.
Anthony rio con frialdad y sacudió la cabeza, como si la ingenuidad de su hermano le causara una mezcla de diversión y desprecio.
—Confiaba en ella... claro —respondió, poniendo los ojos en blanco—. Elizabeth es una oportunista, ambiciosa. Exactamente el tipo de mujer que papá siempre dijo que deberíamos evitar. Pero ¿no es curioso, Mark? Pareces tan cegado por ella que prefieres ignorar que eres tú quien terminará siendo el idiota en esta historia.
El rostro de Mark se ensombreció. Elizabeth no era sólo una mujer cualquiera para él. Había conocido su sensibilidad, su inteligencia, y la devoción con la que había trabajado en el restaurante cuando nadie más estaba dispuesto a hacerlo.
Más de una vez, se había encontrado en la cocina de madrugada, observándola en silencio mientras ella organizaba pedidos o se aseguraba de que cada detalle estuviera perfecto. Elizabeth no buscaba el dinero, estaba seguro de ello, pero ¿cómo explicárselo a Anthony?
Antes de que Mark pudiera responder, Anthony cambió el tema de la conversación bruscamente.
-Ven, súbete al vehículo y vamos a ver a mamá - dijo - Seguramente estará destrozada con el capricho de nuestro padre de dejarle más de la mitad del restaurante principal a una extraña...
Mientras se embarcan en el lujoso Mercedes Benz azul metálico, Mark pensaba en el mal trato que Elizabeth había soportado por parte de su madre. Y es que Margaret no entendía el cariño que su difunto marido le tenía a esa aparecida a la que ponía a veces incluso por encima de ella y de sus propios hijos.
Mark sabía también que, muerto su padre, los días de Elizabeth estarían contados en el negocio...pero develado el testamento y anunciado que ella era ahora dueña del 51 por ciento del restaurante principal, no le iba a ser fácil a su madre deshacerse de ella. No pudo evitar sonreír mientras se imaginaba la cara de su madre.
La voz de su hermano lo aterrizó: —Hablando de la herencia, ¿qué piensas hacer con tu parte? —preguntó, Anthony adoptando un tono casual, aunque su mirada delataba que sus palabras no eran una pregunta inocente.
Mark miró a su hermano con desconfianza, sabiendo que detrás de esa sonrisa calculadora se escondía algo más.
—Lo que papá esperaba que hiciera —respondió con calma—. No tengo intención de vender ni de cambiar nada. Norton’s es un legado, y estoy aquí para protegerlo.
Anthony resopló, exasperado, aumentando la velocidad del vehículo.
—Por supuesto, el noble Mark, siempre tan perfecto, tan correcto. ¿No te cansas de esa pose, hermano? —Lo miró de reojo, casi con desprecio—. Pero ¿qué tal si te digo que ese restaurante no es para ti? Que esa mujer no es para ti. Pero para papá solo existías tú. ¡Mira! Hasta te regaló a ti ese maldito anillo que llevas puesto, el que era del abuelo
—¿Ese es el problema? ¿el anillo?¡tómalo! ¡Quédate con él!-- Le gritó Mark enfadado arrojándole la joya.
—Bueno, a mi me interesa poco este anillo, pero sí, me lo quedaré. Y en alguna noche de fiesta se lo regalaré a la primera furcia con quien me acueste— le respondió Anthony mientras se ajustaba el anillo en su dedo.
Mark lo miró fijamente, sabiendo que esas palabras iban cargadas de veneno.
—No me interesa lo que digas, Anthony. Sé lo que siento y no voy a permitir que me manipules.
Anthony apretó los labios, irritado. Aceleró el coche, con una sonrisa cruel en su rostro, como si intentara asustar a su hermano.
—¿Sabes qué, Mark? Creo que esta ciudad ya no tiene lugar para dos Norton, ¿no crees?
Mark lo miró con preocupación y un destello de miedo. La velocidad del coche aumentaba, y Anthony no dejaba de mirar al frente, con los ojos fijos en la curva que se acercaba rápidamente.
—¡Anthony, baja la velocidad! —gritó Mark, intentando hacer que su hermano entrara en razón.
Pero Anthony no respondió. Su mirada estaba fija en el asfalto, su sonrisa cada vez más oscura, cada vez más llena de esa locura que lo hacía tan peligroso.
Y entonces, sucedió.
El chirrido de las llantas contra el asfalto fue ensordecedor, un eco que resonó en la noche mientras el Mercedes Benz perdía el control y giraba violentamente hacia el lado derecho.
Un segundo después perdió el control del coche que se estrelló contra la baranda metálica de la curva que no fue suficiente para detener el carro.
El impacto estremeció el aire, el auto se salió de la carretera y cayó dando tumbos por un profundo barranco. Anthony, que no tenía puesto el cinturón de seguridad, papudo abrir la puerta y lanzarse fuera del coche antes de que este cayera rodando con violencia contra arbustos y piedras,
El vehículo, con Mark dentro, cayó al final del barranco para desplomarse definitivamente sobre el brazo de un río que cruzaba la zona y minutos después desapareció de la superficie..
Cuando Anthony abrió los ojos, le costó entender dónde estaba. Había oscurecido y todo a su alrededor era una mezcla de dolor y confusión, pero al tratar de moverse, lo invadió un dolor penetrante en sus costillas. Su cabeza sangraba y su ropa estaba destrozada. Notó que su fino Rolex que solía llevar extrañamente en la mano derecha ya no estaba, seguramente en la caída se había soltado, pero notó que en su dedo seguía el anillo que su padre había regalado a su hermano.
No soportaba el dolor en su cabeza y en los costados de su cuerpo. Trató de incorporarse para buscar a su hermano, pero no podía moverse. Sentía que perdía el conocimiento y todo se volvía más oscuro y confuso.
—Mark... —murmuró, en voz baja, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él.
Fue lo último que alcanzó a decir antes de perder el conocimiento.
Minutos después las luces de la ambulancia lo rodearon mientras los paramédicos lo asistían.
Se desvaneció.
Cuando abrió los ojos se encontró recostado en una cama de hospital. Tenía la cabeza y el torso vendados. Apenas podía musitar palabra.
Su quejido, alertó a la enfermera que estaba vigilando los líquidos que le estaban suministrando.
--No se levante señor Mark. No trate de hablar.
-Dónde estoy---
-- Está en el Hospital Central. Lleva dos días aquí. Ya su madre estuvo visitando y está ahí afuera.
Apenas si pudo balbucear: --Mi hermano…—
--Su hermano Anthony no tuvo tanta suerte. Aunque no han encontrado su cuerpo, descubrieron su reloj en el fondo del abismo. El vehículo se incendió y después cayó al río-
En medio del sopor de los analgésicos pudo entenderlo: para su madre y para el mundo, Anthony, había muerto y creían que Mark era quien sobrevivió.
El eco de la vida de su hermano parecía desvanecerse entre las luces de la habitación y era la misma vida que el destino le estaba ofreciendo que tomara: estaba a un paso de lograr lo que siempre había deseado: el control, la fortuna y, sobre todo, el amor de Elizabeth Clifford.
Los días posteriores al accidente fueron un torbellino de emociones y decisiones para Anthony. Asumir la identidad de Mark no solo implicaba interpretar un papel, sino también enfrentarse a un pasado que no le pertenecía. La familia Norton estaba de luto por su muerte, y aunque Anthony había pasado toda su vida sintiendo que era un extraño en su propia familia, la situación actual le presentaba una ironía brutal: el hijo que había fallecido era el único que verdaderamente quedaba con vida.En la mansión Norton, los silencios eran largos y las miradas cargadas de significados. Margaret, parecía afectada pero más decidida que nunca a controlar el legado de su esposo. Su tristeza estaba empañada por una mezcla de orgullo y una atención renovada hacia Mark, como si ahora todo recayera sobre él.Anthony, por su parte, se esforzaba en replicar las cualidades de su hermano: la compostura, su diplomacia, y la paciencia. Durante años había envidiado la facilidad con la que Mark ganaba el res
La llegada de Adrián Ríos al restaurante Norton’s marcó un cambio sutil pero significativo en la atmósfera del lugar. Desde el primer momento en que cruzó las puertas, su energía vibrante y su carisma atrajeron tanto admiradores como detractores.George Norton lo había contratado meses antes de su muerte, pero su incorporación oficial coincidió con los días más caóticos para la familia.Adrián era un chef con un currículum impresionante: había trabajado en restaurantes galardonados y liderado proyectos culinarios que marcaron tendenciasSin embargo, también tenía fama de ser volátil, de desafiar la autoridad y de provocar conflictos. Elizabeth lo recibió con profesionalismo, decidida a mantener el equilibrio en un equipo ya tensionado por las circunstancias.La primera reunión con Adrián no estuvo exenta de confrontación.—Entonces, ¿soy el único que ve lo obvio? —preguntó Adrián al equipo administrativo mientras revisaban el menú de la temporada—. Este lugar necesita innovación, algo
A Beatriz Evans la noticia de la muerte de George le produjo una serie de sentimientos encontrados. El primero, y muy fugaz, fue que al fin había pagado por lo que le había hecho. El segundo, fue de una profunda punzada de dolor. A su pesar, jamás lo había podido olvidar.Recordó entonces como de la nada apareció de repente esa mujer para arrebatarle al amor de su vida. Le pareció mentira en ese entonces, hace más de 30 años,y le seguía pareciendo mentira hoy, que una desconocida lo hubiera llevado al altar en menos de dos meses de haberla conocido.¿Qué le había hecho esa mujer a su George?¿Por qué se le acabó el amor por ella y corrió detrás de una aparecida?¿Quién era realmente Margaret?Durante tres largas décadas la mujer rumió su despecho. Jamás se casó y dividía su vida repartiendo su enorme fortuna en obras de caridad, en viajes a lugares exóticos y a buscar muchachos jóvenes que complacieran su todavía ardiente apetito sexual.Su instinto le decía que algo no estaba bien.Pe
La noche en Nueva York era un lienzo de luces titilantes y sombras danzantes. En el amplio ventanal del penthouse donde ahora vivía, Anthony —convertido en Mark para el mundo— observaba la ciudad con el corazón latiendo con fuerza. Aquella noche no era una más. Había invitado a Elizabeth a cenar, pero en su interior sabía que era mucho más que eso.Era una declaración.Un salto al abismo.Elizabeth llegó envuelta en un vestido de seda color esmeralda, que realzaba el brillo de sus ojos y su piel trigueña. Al verla, Anthony sintió un nudo en la garganta. No era solo su belleza lo que lo cautivaba, sino la fuerza con la que ella se había abierto camino en la vida. Y ahora, sin saberlo, estaba cayendo en los brazos de un hombre que no era quien decía ser.Durante la cena, las risas y las miradas furtivas fueron cediendo paso a una tensión electrizante. Anthony se acercó, deslizando su mano sobre la de Elizabeth, sintiendo cómo su piel se estremecía bajo su roce.—Nunca imaginé que podría
Los días siguientes al encuentro con Elizabeth fueron una mezcla de euforia y miedo para Anthony. Por primera vez en su vida, se sentía completo, pero al mismo tiempo, la culpa lo devoraba. Sabía que estaba viviendo en un castillo de naipes, y tarde o temprano, la verdad se derrumbaría sobre él.Estaba atrapado en una tormenta de sentimientos que jamás había experimentado. Durante años, se había rodeado de mujeres, juegos, licor y noches interminables de juerga. Pero nada de eso lo había llenado. Nada de eso le había dado la sensación de pertenencia y paz que ahora, con Elizabeth en sus brazos, sentía.Sin embargo, sabía que era una felicidad ficticia. Una mentira disfrazada de pasión. Porque el hombre que ella amaba no existía. Él no era Mark.Una mañana, mientras revisaba documentos en su oficina, un sobre misterioso llegó a su escritorio. Dentro había una foto borrosa, pero clara en su significado: él, Anthony, entrando al penthouse con Elizabeth la noche anterior. Junto a la imagen
Stephany se envolvió en su abrigo mientras caminaba por las calles silenciosas de Brooklyn. Sabía que su hermana no aprobara sus constantes escapadas nocturnas, pero no podía resistirse a la atracción inexplicable que sentía por aquel hombre misterioso.Lo había conocido semanas atrás, en un café poco concurrido, cuando un incidente trivial con su té caliente los había hecho cruzar miradas. Desde entonces, se habían encontrado en diferentes rincones de la ciudad, siempre en la penumbra, siempre con una promesa de algo prohibido en el aire. Sus charlas eran breves, en susurros, y aunque Stephany quería saber más de él, nunca respondía con claridad. Se presentó como "Daniel", pero no estaba segura de que ese fuera su verdadero nombre.—Stephany —su voz grave la estremeció. —Llegaste tarde.—Siempre me esperas, eso es lo que importa —contestó ella, con una sonrisa desafiante.El hombre, de semblante marcado y con cicatrices en el rostro, le tomó la mano con una delicadeza que contrastaba
Margaret observaba su reflejo en el espejo con una mezcla de nostalgia y amargura. Aquella noche, había soñado con él. Con el hombre al que había amado antes de casarse con George.Su mente viajó al pasado, a un tiempo en que ella era joven e impulsiva. Recordó los encuentros a escondidas, las cartas apasionadas y, sobre todo, el miedo de que sus padres descubrieran su romance prohibido. Pero lo que nunca pudo borrar fue el momento en que supo que estaba embarazada.Había crecido en una familia de prestigio, donde la reputación y las apariencias lo eran todo. Su padre, un hombre estricto y de costumbres inquebrantables, no habría tolerado un escándalo. Y su madre, una mujer de mirada severa y fría, se encargaba de recordarle constantemente que su deber era casarse bien. Pero Margaret tenía otros planes, hasta que la vida se encargó de destruirlos.Se había enamorado de un hombre que no pertenecía a su mundo. Un hombre apasionado, libre, sin las ataduras de la sociedad en la que ella
Dos años y tres meses después del accidente en el que Mark Norton desapareció para el mundo, él aún seguía reviviendo, cada día, el momento en que su vida, lo que era, lo que poseía y lo que amaba, había desaparecido para siempre.Una pareja de granjeros lo encontraron derribado a un lado de un solar enmontado, a más de 20 kilómetros del casco de la ciudad. --Este hombre debió haber caminado herido hasta aquí-- le dijo el hombre a su esposa.-¿Qué vamos a hacer con él?- Primero vamos a donde el doctor Lancaster…- ¿Y por qué no a un hospital- El doc sabrá qué hacer.¡Ayúdame! - le dijo enérgico a su mujer.Como pudieron subieron a Mark a la camioneta hasta la casa de Lancaster.-¿Y quién es? ¿Dónde lo encontraron?-Doc, primero revíselo y luego le contamos…Cuarenta minutos más tarde, el doctor salió quitándose los guantes y despojándose de su bata azul.-Su cara sufrió un golpe fuerte del que quedará una fea cicatriz.Tiene contusiones fuertes en tórax y extremidades, pero se recupe