Kamila se puso derecha sobre el asiento del conductor. —No puedo creer que estemos aquí —dijo mientras conducía el Durango entre los pilares de ladrillo hacia el camino de entrada que los llevaba directos a su escapada a la montaña. En la parte trasera del Durango, que había sido entregado desde la Base Anfibia de Little Creek por una compañera de equipo, Terry se quejó, haciéndose eco de su emoción.—Tienes que cambiar a la tracción a las cuatro ruedas —declaró Mike, con una pequeña sonrisa en los labios.—¿Así? —preguntó ella, haciendo lo que le había visto hacer un par de veces el año anterior.—Eso es todo.Nunca había sido tan feliz en su vida. Mike había engañado a la muerte, saliendo de la UCI al día siguiente de su matrimonio. Cuatro meses de rehabilitación cognitiva en Bethesda le habían dejado prácticamente como nuevo. Todavía sufría dolores de cabeza ocasionales. Su espalda estaba marcada por quemaduras y tenía las extremidades salpicadas de cicatrices de metralla. Estaba
Kamila dejó que Amer Len la sacara del Mercedes y la llevara al asiento trasero de un Dodge. Encerrando a Terry en el área de carga, saltó detrás del volante y los alejó de Silver Spring con una eficiencia que la hizo buscar a tientas su cinturón de seguridad. En cuestión de minutos, salieron de los límites de la ciudad para dirigirse hacia las ondulantes colinas campestres de Maryland.Sentada tras los cristales ahumados, Kamila se sintió reconfortada por el hecho de que no podía ser vista por nadie más en la carretera. Solo Mike y quizá su padre sabían dónde estaba ahora mismo. La idea la ayudó a calmar sus nervios deshilachados. Con alivio, sintió que el medicamento comenzaba a hacer efecto. Su temblor había disminuido. Sus músculos se habían relajado y su respiración se profundizó.«No voy a morir hoy». El pensamiento ralentizó su corazón a un ritmo aceptable.Estudió a su salvador desde el asiento trasero y se preguntó si debía darle ahora las gracias o esperar a más tarde. Él seg
Mike salió del todoterreno y sus fosas nasales se impregnaron con el olor a aire de campo y estiércol de caballo. Había intentado llamar a Cougar mientras conducía, pero la sinuosa carretera que los llevaba lejos de la circunvalación de Washington D.C. hacía que la cobertura del móvil fuese intermitente. Además, el teléfono desechable que había comprado para la misión era una basura barata, que solo funcionaba cuando inclinaba la cabeza treinta grados hacia el sur.Había llegado el momento de que Cougar, que había estado ausente sin permiso, se hiciera cargo, como estaba planeado.Mirando al Durango, se aseguró de que la hija de Stanley siguiese dormida. La píldora que se había tomado antes la había dejado inconsciente, ahorrándole el estrés de escuchar su charla nerviosa. Si llegaba a su destino, podría entregársela a Cougar sin tener que mediar palabra.No era nada personal, pero era el tipo de mujer que hacía difícil no sentir nada y no ser nada. Cuanto menos tiempo pasase con ella
Mike giró entre los pilares que flanqueaban la entrada de su casa, y silenció su reloj cuando este señaló su intrusión. Una mirada por encima de su hombro le reveló que Kamila McClellan había sucumbido al agotamiento. Ella yacía en una postura desgarbada, tumbada sobre el asiento detrás de él. Su cinturón de seguridad parecía que la estaba estrangulando.Durante la última media hora, la había visto luchar contra los efectos de la droga que había tomado. Era obvio que quería permanecer despierta, probablemente, creía que era víctima de un secuestro. Aunque él admiraba su tenacidad, el hecho de que ella se hubiera tragado esa píldora le preocupaba mucho.Sería su culpa que la hija de Stanley se convirtiera en una abusadora de píldoras recetadas. Pero él tenía una tolerancia cero a las drogas, así que iba a hacer que su estancia en su cabaña fuera una pesadilla. Se estremeció al imaginarla en medio de un delirium tremens. Demonios, tenerla en su casa iba a ser un problema. Una chica que
Kamila tuvo que encender el interruptor de la luz para confirmar sus sospechas. No, la puerta no tenía cerradura. Con un gemido ahogado, se giró para estudiar la habitación.El lavamanos y la bañera estaban manchados por depósitos minerales que atestiguaban que el agua provenía de un pozo. El aseo era tan austero como el resto de la casa, con la excepción de la bañera de patas de garra, que añadía un toque de encanto vintage. Pero, por muy básicos que fueran los servicios, al menos funcionaban.Cuando iba a lavarse las manos, advirtió que solo había un grifo. Agua fría… La única toalla pertenecía al gobierno, con el nombre CALHOUN impreso en ella. Al diablo, no pensaba tocarla. Quizá habría más en el armario. Solo que no se trataba de un armario. Después de un vistazo a los muebles espartanos de su anfitrión, supo que había dos maneras de acceder a su dormitorio.Cerró la puerta, se giró para usar la toalla y entonces vio su reflejo en el espejo moteado. Dios. La mañana le había pasad
La princesa malcriada estaba enfurruñada por sus medicamentos perdidos, decidió Mike, mientras llevaba dos platos con estofado desde la estufa hasta la mesa de campo que servía de comedor.Kamila se sentó rígida en la silla mientras sostenía un vaso de agua helada. El sol, que ya se ocultaba, iluminaba sus ojos hinchados y enrojecidos. Cómo se las arreglaba para estar tan preciosa, incluso regia, después de su arrebato emocional, era un misterio para él. Pero gracias a eso, su suavidad y su olor se habían impreso en sus sentidos, dando lugar a un molesto impulso sexual.—Retrocede —le dijo a Terry, que le cortaba el paso sin dejar de olisquear. El perro se acostó, puso la cabeza entre sus patas, y miró lastimosamente hacia arriba.—Tiene hambre —gruñó Kamila en su defensa.—Ya le he dado de comer.—Oh...Al poner la cena frente a ella, Mike se preparó para una respuesta negativa. Era la hija de un general de cuatro estrellas, por lo que imaginó que estaba acostumbrada a comer en resta
—Vale, así que el hombre de UPS no se autoinmoló —dijo Hebert, poniéndolos al día sobre sus pesquisas—. Ashwin Patel había sido ciudadano estadounidense desde los dos años, además de practicar el hinduismo.—Eso podía ser una carnada—insistió Kurt.—El gerente dijo que un pendejito había enviado el paquete, pagando en efectivo. —Hebert apartó la bolsita con el dinero para que el Equipo de Respuesta de Emergencia la llevara a Quantico y así buscar huellas dactilares—. Está todo en la cinta, la han rebobinado para nosotros.Kurt insertó la vieja cinta de cassette en un reproductor compatible de los viejos, y todos miraron con la boca abierta.—Ese es el chico —afirmó Hebert.—¡Dios! —exclamó Kurt—. ¿Qué edad tiene, quince años?«El mierdecilla», determinó Michael. Acababa de regresar de la búsqueda infructuosa de Pedro, el jardinero. El chico de la cinta parecía demasiado joven para estar involucrado.—¿Cómo diablos vamos a encontrar a un chico tan joven? —se quejó Kurt. A pesar del air
La visión de los senos maduros de Kamila, tan claramente delineados bajo su escueta camiseta de tirantes, le quemó las retinas. Las formas generosas y la sombra de sus pezones endurecidos, le desgastaron los nervios como el raspón de la lengua de un gato.Dios, y él no podía quejarse por ello.Mike buceó hasta las profundidades de su deseo y halló un poderoso anhelo, pero lo echó a un lado con la misma intensidad despiadada. Ella había alterado el delicado equilibrio que había logrado construir para sí mismo, encerrándose en las Montañas Blue Ridge.Aquí, en Overlook, nunca ocurría nada que perturbase su paz. Solo sus sueños lo obligaban a recordar el pasado. En la actualidad, su única preocupación era la supervivencia, una habilidad en la que destacaba, por lo que se dedicó a entrenar a los demás. En su soledad, casi podía autoconvencerse de que el enemigo ya no existía. Después de todo, Osama Bin Laden estaba muerto. Se había hecho una importante mella en la guerra contra el terrori