La visión de los senos maduros de Kamila, tan claramente delineados bajo su escueta camiseta de tirantes, le quemó las retinas. Las formas generosas y la sombra de sus pezones endurecidos, le desgastaron los nervios como el raspón de la lengua de un gato.Dios, y él no podía quejarse por ello.Mike buceó hasta las profundidades de su deseo y halló un poderoso anhelo, pero lo echó a un lado con la misma intensidad despiadada. Ella había alterado el delicado equilibrio que había logrado construir para sí mismo, encerrándose en las Montañas Blue Ridge.Aquí, en Overlook, nunca ocurría nada que perturbase su paz. Solo sus sueños lo obligaban a recordar el pasado. En la actualidad, su única preocupación era la supervivencia, una habilidad en la que destacaba, por lo que se dedicó a entrenar a los demás. En su soledad, casi podía autoconvencerse de que el enemigo ya no existía. Después de todo, Osama Bin Laden estaba muerto. Se había hecho una importante mella en la guerra contra el terrori
—Nuestro activo no reconoce al chico de la tienda de UPS —anunció Brad, justo cuando Michael regresaba al motel, con la respiración agitada después de su carrera matutina.La habitación aún estaba oscura con las cortinas cerradas. La pantalla del teléfono móvil de Brad se apagó al terminar la llamada que debió haber despertado a los otros dos mientras Michael se encontraba fuera. Catorce años en el cuerpo de marines habían condicionado al soldado para que se levantara de la cama antes del amanecer y corriera cinco millas.—Eso es porque el chico no es un terrorista.Michael se mordió la lengua. No había necesidad de provocar a Kurt a primera hora de la mañana.—¿Qué hay del tipo que se hace pasar por Pedro? —preguntó Hebert, sofocando un bostezo—. ¿Lo reconoció el activo?—Apenas pudo ver su cara —dijo Kurt, que había empezado a sonar enfadado.—¿Pedro no ha aparecido todavía? —Michael ya sabía la respuesta; solo quería hacer un comentario de manera indirecta.—Todavía no. —Kurt sacó
Kamila McClellan lo estaba castigando con su silencio. Mike sonrió contento. Había logrado pasar veinte minutos sin decir una palabra, probablemente un récord para ella. En el proceso, se había mordido el labio inferior tantas veces que parecía que la habían besado a fondo. Maldita sea, ahora estaba pensando en besarla.«Ni siquiera la mires», se ordenó a sí mismo.Pero no podía dejar de hacerlo. Incluso sin una mota de maquillaje, con su cabello recién lavado recogido en un moño húmedo, su ropa del día anterior y una mirada enfurruñada en su cara, Kamila no se parecía a ninguna otra mujer de Elkton, Virginia, con una población de dos mil habitantes.Era demasiado atractiva y, cuando hablaba —lo que sin duda no tardaría en hacer—, usaba un inglés apropiado y gramatical muy diferente al acento montañés de esta parte de Virginia.Y comprar ropa en Dollar General estaba claro que era una tarea poco habitual para ella. —Casi no hay nada de mi tamaño —gruñó, después de revisar sin éxito l
—Acaba de verte —anunció Michael, apartándose de la ventana polarizada con un rictus. Sabía que debían haber traído el Taurus, mucho menos molesto que el Centro de Comando Móvil de cuarenta pies de largo.—No seas ridículo. —Kurt bajó los binoculares y le dirigió una mirada despectiva.—Lo seguiremos —dijo Hebert, quien dejó su asiento para comprobar la consola del ordenador.—Espera. —Kurt miró el Durango que ya enfilaba hacia la salida—. Deja que se vaya. Nos supera en velocidad. Además, sabrá que estamos aquí.«Demasiado tarde», pensó Michael.Hebert abrió los ojos como platos tras sus gafas de repuesto.—¿Quién es ese tipo?—Sabemos quién es —dijo Kurt, mientras consultaba el informe que acababa de ser enviado por fax desde el Departamento de Vehículos Motorizados de Virginia—. Y la matrícula lo confirma: Isaac Thackery Calhoun. Hebert, llévalo al Servicio de Investigación Criminal de la Marina ahora mismo. Y compruébalo en la oficina del sheriff. Tal vez tengan antecedentes penal
—Caballeros, digámosle al sheriff Olsen quién vive en Overlook Mountain, ya que no parece tener ni idea. —El tono burlón de Brad Kurt llenó la estrecha sala de reuniones en el sótano del ayuntamiento, donde se encontraba la oficina del sheriff del condado de Rockingham.Molesto por la grosería de su supervisor, Michael miró las cejas pobladas del sheriff y se dio cuenta de que el hombre no se sentía intimidado en lo más mínimo.—Michael, empieza tú —dijo Kurt.Michael miró las notas que tenía en la mano, información suministrada por sus analistas una hora antes, ninguna de las cuales le había sorprendido. —El nombre del propietario es Isaac T. Calhoun. Antes de marzo del año pasado, trabajó para la Marina de los EE.UU. como francotirador SEAL. Sirvió en África, Irak y Afganistán y se le atribuyen dieciocho asesinatos. En marzo pasado, renunció a su cargo y compró sesenta y tres acres en Overlook Mountain.—¿Sabe, sheriff? —interrumpió Kurt—. Puede que le beneficie conocer a sus elect
Farshad estudió al líder de la Hermandad del Islam con un desprecio que mantuvo oculto tras una piadosa sonrisa.—¿Por qué los medios dicen que nos atribuimos el mérito del atentado? —lo regañó el imán Abdullah Nasser, de pie ante los seguidores devotos postrados de rodillas—. ¿Acaso ordené la persecución de la hija del general McClellan? —Su voz indignada resonó bajo el techo abovedado de la mezquita.Los feligreses, la mayoría de ellos musulmanes moderados, murmuraron que no lo había hecho. Farshad trató de adivinar qué joven de los presentes había elegido el clérigo para reemplazar a Eiker.En la sala de chat en línea donde los extremistas se reunían cada dos noches, el nombre del nuevo chico era Venganza. Farshad lo había persuadido para que fuera a una escena más privada para probar su lealtad. Eventualmente, había informado al nuevo chico del nombre de usuario y la contraseña de una cuenta de correo electrónico ficticia. Allí, compartían los mensajes, que guardaban en la carpeta
Al regresar a la casa de sus padres, Shahbaz Wahidi se conectó a la cuenta de correo ficticia electrónica, deseoso de leer los comentarios del Maestro sobre el sermón del imán Nasser.Como él esperaba, el Maestro había escrito una larga y cáustica réplica sobre la débil interpretación del imán del Corán. Después de despotricar, el Maestro le dio a Shahbaz su primera tarea: acercarse a Mustafá Masoud en persona y preguntarle si podía descubrir el paradero de la hija del comandante.Shahbaz se estremeció entusiasmado. Resultaba que sabía dónde trabajaba Mustafá: en el Wardman Park Marriot Hotel, como conserje.Shahbaz se frotó las manos con anticipación. Toda su vida había soñado con castigar a Estados Unidos por publicitarse como la tierra de la libertad, el hogar de los valientes. ¡Bah! Aquí solo había conocido la injusticia y discriminación. Encontrarse bajo la guía del misterioso Maestro fue providencial, y ser elegido para tal tarea, un privilegio.Se dispuso a escribir una respuest
Otra vez no. Aquí estaba ella, tratando de establecer una comunicación, y él imaginaba su muerte. ¿Cuándo iba a dejar de ser una estúpida?—Movámonos —ordenó él señalando hacia abajo—. Hay una milla de regreso a la cabaña. Luego desayunaremos.La dejó atrás de una zancada y la obligó a correr. Al menos, la gravedad estaba ahora de su lado.Mientras ella perseguía su sombra, sus escalofriantes palabras resonaban en su cabeza. «Si te detienes, terminarás muerto».¿Eso fue lo que le pasó a Mike? ¿Había aprendido a apagar sus emociones para sobrevivir? Eso explicaría por qué rara vez sonreía; por qué se comportaba como si fuera más una máquina que un hombre.Sin embargo, había sabiduría en sus consejos. Ojalá no volviera a saber de los terroristas, pero si la encontraban, poder reaccionar a pesar de su miedo podría ser lo único que la salvara.Por otro lado, ¿cuál era el sentido de la vida, si ya no podías sentir nada?La idea de entrenar a Kamila quizá no fue tan buena.Mike estaba acost