Kamila se aferró al cuello de Mike con tanta fuerza, que habría podido estrangular a un hombre más pequeño. Contempló con asombro la belleza del paisaje. ¿Cómo pudo ocurrir una experiencia tan horrible aquí, en este lugar tan hermoso?Los altos árboles formaban un dosel de todas las sombras de verde; el cielo más allá era de un azul profundo y brillante. Ni siquiera el hedor de la gasolina podía superar la pureza del aire fresco de la montaña o el olor familiar del hombre que amaba. La llevó sin decir palabra dejando atrás a Hebert, que entró en la caravana. Cruzó al otro lado de la carretera y la depositó sobre una roca.—Déjame ver —dijo, inspeccionando el hilo de sangre de su cuello que ya comenzaba a secarse. Después arrancó una tira de la parte inferior de su camiseta.—Ni siquiera lo siento —le tranquilizó ella, sorprendida por el temblor desconocido de sus dedos mientras le tocaba el cuello.Mike estaba obviamente conmocionado, sus ojos vidriosos reflejaban todas las cosas que
Kamila intentó animarse. Aquí estaba, disfrutando de una comida a domicilio en su propia casa de Georgetown, con los dos hombres que más amaba en el mundo. Estaba rodeada de comodidades, pero el impactante anuncio de Mike de que regresaba al ejército le había robado su tranquilidad.Hizo a un lado su taza de sopa tom yum y se dirigió a su padre.—¿Cuándo tienes que volver? —La idea de que los dos la dejaran al mismo tiempo amenazaba con hundirla en la desesperación.—No voy a volver —contestó él—. He renunciado a mi mando, cariño.Kamila lo miró con los ojos abiertos como platos. —¿Tú qué?—Trabajaré en el Pentágono, voy a asesorar al Presidente y al Estado Mayor Conjunto. Espero que no te importe si me quedo aquí mientras busco mi propia casa.Ella observó a Mike y vio cómo removía sus tallarines pad thai. —Por supuesto que no. —Al menos no la iban a abandonar del todo—. Espero que no lo hayas hecho solo por mí, papá.—No, no. —Stanley imitó el gesto de Mike—. Le he dado treinta añ
El Centro Médico del Ejército Walter Reed era un hospital gigantesco, de buen gusto, con amplios y brillantes pasillos y obras de arte modernas. Pero aun así olía como un hospital, recordándole a Kamila las ocasiones en que había acompañado a su madre a sus tratamientos. «Ahora soy más fuerte», se recordó a sí misma.Sin embargo, cuando llamaron a la puerta de Spellman, no pudo sofocar su aprehensión. Miró a Mike, pero no vio miedo, solo firmeza.—Adelante —dijo una voz firme.Mike entró en un apartamento diseñado para pacientes que necesitaban rehabilitación a largo plazo. Le había advertido que Spellman había perdido varios miembros, aunque Kamila no estaba preparada para lo que vio: un joven tan terriblemente mutilado, que su visión era más que espantosa. La reconstrucción y la cirugía plástica le habían dado un rostro, pero no era simétrico.—¡TT! —exclamó con un ceceo que indicaba daño en el paladar—. Mierda, ¿eres tú? —preguntó dejando a un lado el mando de un videojuego.—Sí, s
—¡Michael! Kamila sonrió sorprendida al hombre parado en la puerta de su casa.—¿Cómo estás? —Su piel color moka se había oscurecido con el sol de agosto, haciendo que sus ojos gris-verdosos fueran aún más sorprendentes.—Estoy genial. ¿Qué estás haciendo aquí?—Iba a dejar esto en tu buzón cuando escuché tu música.—Sí, estaba haciendo ejercicio. —Hizo un gesto en dirección a su ajustado traje de yoga—. ¿Quieres entrar?—Solo si no te interrumpo —dijo con una rápida mirada.—No, ya he terminado. —Ella dio un paso atrás para dejarlo entrar—. Es verano —añadió encogiéndose de hombros—, así que tengo mucho tiempo libre. —Eso era algo positivo, ya que le había sido imposible concentrarse en el aula, con su corazón y la mente a medio mundo de distancia.—Hola, Terry. —Michael se detuvo en la entrada para saludar al perro, que se le acercó moviendo la cola con entusiasmo.—¿Puedo ofrecerte un trago? ¿Té helado?—Claro.Lo dejó en la sala de estar para traerle un vaso alto de la cocina.—Bo
Mientras subía los escalones, el recuerdo familiar de la frente de Mike contra su pecho la asaltó casi cada vez que subía los escalones de su casa. Pero esta noche, tal vez debido a la confesión emocional de Michael sobre su anhelo por la muerte de su esposa, le picaron los ojos. Metió la llave en la cerradura y encontró la puerta abierta.Detrás de ella, el motor de Michael rugió y retrocedió. Al entrar, su padre salió de la sala de estar. Al ver su expresión demacrada, sintió que la sangre escapaba de su rostro. —¿Qué ocurre?Él se acercó lentamente y puso sus manos sobre sus hombros. —Es Mike —dijo sombríamente—. Está herido.Las llaves se le cayeron al piso de madera. —¿Cómo de herido? —Su voz era apenas un susurro.—No lo sé. Recibí la noticia hace una hora. Fue alcanzado por un artefacto explosivo casero.—Oh, Dios. —Le vino a la mente una visión de Mike con el aspecto de Anthony Spellman.—Lo están transportando a Lanstuhl, Alemania.Unas manchas oscurecieron su visión. El p
Kamila se puso derecha sobre el asiento del conductor. —No puedo creer que estemos aquí —dijo mientras conducía el Durango entre los pilares de ladrillo hacia el camino de entrada que los llevaba directos a su escapada a la montaña. En la parte trasera del Durango, que había sido entregado desde la Base Anfibia de Little Creek por una compañera de equipo, Terry se quejó, haciéndose eco de su emoción.—Tienes que cambiar a la tracción a las cuatro ruedas —declaró Mike, con una pequeña sonrisa en los labios.—¿Así? —preguntó ella, haciendo lo que le había visto hacer un par de veces el año anterior.—Eso es todo.Nunca había sido tan feliz en su vida. Mike había engañado a la muerte, saliendo de la UCI al día siguiente de su matrimonio. Cuatro meses de rehabilitación cognitiva en Bethesda le habían dejado prácticamente como nuevo. Todavía sufría dolores de cabeza ocasionales. Su espalda estaba marcada por quemaduras y tenía las extremidades salpicadas de cicatrices de metralla. Estaba
Kamila dejó que Amer Len la sacara del Mercedes y la llevara al asiento trasero de un Dodge. Encerrando a Terry en el área de carga, saltó detrás del volante y los alejó de Silver Spring con una eficiencia que la hizo buscar a tientas su cinturón de seguridad. En cuestión de minutos, salieron de los límites de la ciudad para dirigirse hacia las ondulantes colinas campestres de Maryland.Sentada tras los cristales ahumados, Kamila se sintió reconfortada por el hecho de que no podía ser vista por nadie más en la carretera. Solo Mike y quizá su padre sabían dónde estaba ahora mismo. La idea la ayudó a calmar sus nervios deshilachados. Con alivio, sintió que el medicamento comenzaba a hacer efecto. Su temblor había disminuido. Sus músculos se habían relajado y su respiración se profundizó.«No voy a morir hoy». El pensamiento ralentizó su corazón a un ritmo aceptable.Estudió a su salvador desde el asiento trasero y se preguntó si debía darle ahora las gracias o esperar a más tarde. Él seg
Mike salió del todoterreno y sus fosas nasales se impregnaron con el olor a aire de campo y estiércol de caballo. Había intentado llamar a Cougar mientras conducía, pero la sinuosa carretera que los llevaba lejos de la circunvalación de Washington D.C. hacía que la cobertura del móvil fuese intermitente. Además, el teléfono desechable que había comprado para la misión era una basura barata, que solo funcionaba cuando inclinaba la cabeza treinta grados hacia el sur.Había llegado el momento de que Cougar, que había estado ausente sin permiso, se hiciera cargo, como estaba planeado.Mirando al Durango, se aseguró de que la hija de Stanley siguiese dormida. La píldora que se había tomado antes la había dejado inconsciente, ahorrándole el estrés de escuchar su charla nerviosa. Si llegaba a su destino, podría entregársela a Cougar sin tener que mediar palabra.No era nada personal, pero era el tipo de mujer que hacía difícil no sentir nada y no ser nada. Cuanto menos tiempo pasase con ella