—¿A quién demonios estamos mirando? —preguntó el agente Kurt, mientras él, Michael y Hebert se inclinaban sobre una captura de pantalla del hombre que se había llevado a su cliente.
Incapaces de encontrar el cuerpo de este entre los escombros, se apresuraron a ir al Centro de Comando Móvil para revisar las cintas de vigilancia. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que la cámara tres de la puerta trasera había sido saboteada y no había grabado la salida de Kamila. Solo la cámara cuatro había hecho una captura periférica, pero no habían podido verla, al ser remitidos a las cámaras dos y tres que mostraban al hombre de UPS en su entrada principal.Nadie se sintió más consternado que Michael al observar al sospechoso vecino atraer a Kamila hacia la otra casa.Por supuesto, ya no estaban allí. Una rápida búsqueda en el edificio y varias llamadas telefónicas revelaron que el dentista retirado Hal Houston disfrutaba de unas vacaciones en Florida, y eso significaba que la identidad del hombre que ocupaba su domicilio era completamente desconocida.Lo único que los agentes podían distinguir bajo la visera de su gorra era una nariz recta, labios apretados y una mandíbula firme. Era treintañero, caucásico, físicamente en forma, y no había dejado huellas.De ahí los guantes, pensó Michael, regañándose a sí mismo con más severidad que su propio supervisor.—No parece un terrorista —musitó Hebert, mirando a través de sus gafas, a pesar de que tenía uno de los cristales rotos. El hombre presentaba una fea contusión en el hombro derecho, pero se negó a que la ambulancia lo llevara al hospital.—Porque no lo es —murmuró Michael.Sus dos colegas fruncieron el ceño.—¿Estás elucubrando otra vez, Michael? —le pinchó Kurt.—Con todo respeto, señor, sé de lo que hablo —insistió Michael—. Ya he visto antes a los de su clase.Kurt cruzó los brazos sobre su pecho. —Muy bien, novato —dijo con mesurada paciencia—. Cuéntanos. ¿Quién es él?—Un soldado profesional, señor, enviado por McClellan para recuperar a su hija —afirmó con seguridad.El labio superior de Kurt se curvó, pero no parecía tan incrédulo como Michael pensaba. —¿Qué hay de la explosión? ¿También ha sido cosa de McClellan?—No, señor. Ese fue el trabajo del terrorista, y este tipo estaba esperando detrás cuando estalló la bomba —añadió Michael. Tenía que admitir que era una explicación más que chocante, pero McClellan llevaba días acosando a su oficina de campo respecto a su hija. Había escuchado al director Bloomberg decirle a Kurt que McClellan se estaba convirtiendo en un verdadero grano en el culo. El comandante quería que su hija fuera entregada a sus hombres, mientras que Bloomberg sostenía que Kamila debía permanecer con el FBI. El resultado final era que McClellan se había salido con la suya. Al menos, Michael esperaba que ese fuera el caso.—Supongamos que tu teoría es cierta, novato —dijo Kurt, lo que hizo que Hebert los mirase perplejo a ambos—. Tendríamos que eliminar al hombre de UPS como sospechoso. O se martirizó por Alá, o estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Hebert, ponte en contacto con UPS —ordenó—. Averigua todo lo que puedas sobre el conductor. Queremos el albarán original de la caja y una copia de su cinta de vigilancia.—Sí, señor. —Hebert salió corriendo de la sala de sonido.Cuando la cerradura biométrica de la puerta del MCC se cerró, Kurt se dedicó a transferir la imagen del soldado a su programa de reconocimiento facial. El software tomó medidas y las comparó con decenas de miles de imágenes archivadas. Kurt le dirigió a Michael una mirada indescifrable mientras el ordenador se ponía a trabajar. Por fin, este arrojó seiscientas sesenta y ocho posibles coincidencias para la imagen.—Mierda —murmuró Kurt.Michael escondió su sonrisa y se preguntó si Kurt tenía alguna pista de qué tipo de agente especial habría elegido McClellan para el trabajo. No solo había llegado a tiempo, sino que además había saboteado la cámara tres sin que ninguno de ellos se diera cuenta hasta que fue demasiado tarde.—Señor —dijo Michael, recordando su incredulidad al estallar la bomba—. ¿Cómo encontraron los terroristas la casa segura? Debieron seguirle cuando usted fue a recoger al perro de la chica.—No seas estúpido, Michael. No me han seguido. Filtramos la dirección de la casa segura a la Hermandad.Durante diez segundos, Michael no pudo hablar. —Pero... ¿por qué? —consiguió decir.Kurt lo miró con impaciencia. —Oh, vamos, novato. Ya sabes cómo es el juego: Sin cebo, no hay peces. No debería sorprenderte —agregó—. Tú, mejor que nadie, deberías saber lo que pasaría si no damos ejemplo con estos bastardos. Esta es la Nueva Cara del Terror de la que la CIA nos ha estado advirtiendo: Atacar al ejército de los EE.UU. atacando a sus familias en los Estados Unidos. Somos el FBI, Michael. Es nuestro trabajo ver el panorama completo.—Pero, señor —dijo Michael— ¡Podría haber muerto!—No lo está, ¿verdad?Michael se sentó, aturdido y desilusionado.—Míralo de esta manera —añadió su supervisor en voz baja—. Necesitábamos pruebas. Ahora tenemos un cuerpo, los restos de una bomba y, pronto, un albarán. Vamos a encontrar a estos malditos, Michael. Y vamos a reaccionar de tal manera que esta nueva tendencia de terror desaparecerá para siempre. Ahora, ¿estás conmigo? ¿O no tienes las pelotas para ello?—Estoy contigo. —Michael había aplastado la insurgencia en Irak.Curioso, pero lo que había ocurrido hoy en un lugar que se suponía era un secreto muy bien guardado, tenía el mismo olor y sensación que esa caliente e impredecible zona de guerra.Mike salió del todoterreno y sus fosas nasales se impregnaron con el olor a aire de campo y estiércol de caballo. Había intentado llamar a Cougar mientras conducía, pero la sinuosa carretera que los llevaba lejos de la circunvalación de Washington D.C. hacía que la cobertura del móvil fuese intermitente. Además, el teléfono desechable que había comprado para la misión era una basura barata, que solo funcionaba cuando inclinaba la cabeza treinta grados hacia el sur.Había llegado el momento de que Cougar, que había estado ausente sin permiso, se hiciera cargo, como estaba planeado.Mirando al Durango, se aseguró de que la hija de Stanley siguiese dormida. La píldora que se había tomado antes la había dejado inconsciente, ahorrándole el estrés de escuchar su charla nerviosa. Si llegaba a su destino, podría entregársela a Cougar sin tener que mediar palabra.No era nada personal, pero era el tipo de mujer que hacía difícil no sentir nada y no ser nada. Cuanto menos tiempo pasase con ella
Mike giró entre los pilares que flanqueaban la entrada de su casa, y silenció su reloj cuando este señaló su intrusión. Una mirada por encima de su hombro le reveló que Kamila McClellan había sucumbido al agotamiento. Ella yacía en una postura desgarbada, tumbada sobre el asiento detrás de él. Su cinturón de seguridad parecía que la estaba estrangulando.Durante la última media hora, la había visto luchar contra los efectos de la droga que había tomado. Era obvio que quería permanecer despierta, probablemente, creía que era víctima de un secuestro. Aunque él admiraba su tenacidad, el hecho de que ella se hubiera tragado esa píldora le preocupaba mucho.Sería su culpa que la hija de Stanley se convirtiera en una abusadora de píldoras recetadas. Pero él tenía una tolerancia cero a las drogas, así que iba a hacer que su estancia en su cabaña fuera una pesadilla. Se estremeció al imaginarla en medio de un delirium tremens. Demonios, tenerla en su casa iba a ser un problema. Una chica que
Kamila tuvo que encender el interruptor de la luz para confirmar sus sospechas. No, la puerta no tenía cerradura. Con un gemido ahogado, se giró para estudiar la habitación.El lavamanos y la bañera estaban manchados por depósitos minerales que atestiguaban que el agua provenía de un pozo. El aseo era tan austero como el resto de la casa, con la excepción de la bañera de patas de garra, que añadía un toque de encanto vintage. Pero, por muy básicos que fueran los servicios, al menos funcionaban.Cuando iba a lavarse las manos, advirtió que solo había un grifo. Agua fría… La única toalla pertenecía al gobierno, con el nombre CALHOUN impreso en ella. Al diablo, no pensaba tocarla. Quizá habría más en el armario. Solo que no se trataba de un armario. Después de un vistazo a los muebles espartanos de su anfitrión, supo que había dos maneras de acceder a su dormitorio.Cerró la puerta, se giró para usar la toalla y entonces vio su reflejo en el espejo moteado. Dios. La mañana le había pasad
La princesa malcriada estaba enfurruñada por sus medicamentos perdidos, decidió Mike, mientras llevaba dos platos con estofado desde la estufa hasta la mesa de campo que servía de comedor.Kamila se sentó rígida en la silla mientras sostenía un vaso de agua helada. El sol, que ya se ocultaba, iluminaba sus ojos hinchados y enrojecidos. Cómo se las arreglaba para estar tan preciosa, incluso regia, después de su arrebato emocional, era un misterio para él. Pero gracias a eso, su suavidad y su olor se habían impreso en sus sentidos, dando lugar a un molesto impulso sexual.—Retrocede —le dijo a Terry, que le cortaba el paso sin dejar de olisquear. El perro se acostó, puso la cabeza entre sus patas, y miró lastimosamente hacia arriba.—Tiene hambre —gruñó Kamila en su defensa.—Ya le he dado de comer.—Oh...Al poner la cena frente a ella, Mike se preparó para una respuesta negativa. Era la hija de un general de cuatro estrellas, por lo que imaginó que estaba acostumbrada a comer en resta
—Vale, así que el hombre de UPS no se autoinmoló —dijo Hebert, poniéndolos al día sobre sus pesquisas—. Ashwin Patel había sido ciudadano estadounidense desde los dos años, además de practicar el hinduismo.—Eso podía ser una carnada—insistió Kurt.—El gerente dijo que un pendejito había enviado el paquete, pagando en efectivo. —Hebert apartó la bolsita con el dinero para que el Equipo de Respuesta de Emergencia la llevara a Quantico y así buscar huellas dactilares—. Está todo en la cinta, la han rebobinado para nosotros.Kurt insertó la vieja cinta de cassette en un reproductor compatible de los viejos, y todos miraron con la boca abierta.—Ese es el chico —afirmó Hebert.—¡Dios! —exclamó Kurt—. ¿Qué edad tiene, quince años?«El mierdecilla», determinó Michael. Acababa de regresar de la búsqueda infructuosa de Pedro, el jardinero. El chico de la cinta parecía demasiado joven para estar involucrado.—¿Cómo diablos vamos a encontrar a un chico tan joven? —se quejó Kurt. A pesar del air
La visión de los senos maduros de Kamila, tan claramente delineados bajo su escueta camiseta de tirantes, le quemó las retinas. Las formas generosas y la sombra de sus pezones endurecidos, le desgastaron los nervios como el raspón de la lengua de un gato.Dios, y él no podía quejarse por ello.Mike buceó hasta las profundidades de su deseo y halló un poderoso anhelo, pero lo echó a un lado con la misma intensidad despiadada. Ella había alterado el delicado equilibrio que había logrado construir para sí mismo, encerrándose en las Montañas Blue Ridge.Aquí, en Overlook, nunca ocurría nada que perturbase su paz. Solo sus sueños lo obligaban a recordar el pasado. En la actualidad, su única preocupación era la supervivencia, una habilidad en la que destacaba, por lo que se dedicó a entrenar a los demás. En su soledad, casi podía autoconvencerse de que el enemigo ya no existía. Después de todo, Osama Bin Laden estaba muerto. Se había hecho una importante mella en la guerra contra el terrori
—Nuestro activo no reconoce al chico de la tienda de UPS —anunció Brad, justo cuando Michael regresaba al motel, con la respiración agitada después de su carrera matutina.La habitación aún estaba oscura con las cortinas cerradas. La pantalla del teléfono móvil de Brad se apagó al terminar la llamada que debió haber despertado a los otros dos mientras Michael se encontraba fuera. Catorce años en el cuerpo de marines habían condicionado al soldado para que se levantara de la cama antes del amanecer y corriera cinco millas.—Eso es porque el chico no es un terrorista.Michael se mordió la lengua. No había necesidad de provocar a Kurt a primera hora de la mañana.—¿Qué hay del tipo que se hace pasar por Pedro? —preguntó Hebert, sofocando un bostezo—. ¿Lo reconoció el activo?—Apenas pudo ver su cara —dijo Kurt, que había empezado a sonar enfadado.—¿Pedro no ha aparecido todavía? —Michael ya sabía la respuesta; solo quería hacer un comentario de manera indirecta.—Todavía no. —Kurt sacó
Kamila McClellan lo estaba castigando con su silencio. Mike sonrió contento. Había logrado pasar veinte minutos sin decir una palabra, probablemente un récord para ella. En el proceso, se había mordido el labio inferior tantas veces que parecía que la habían besado a fondo. Maldita sea, ahora estaba pensando en besarla.«Ni siquiera la mires», se ordenó a sí mismo.Pero no podía dejar de hacerlo. Incluso sin una mota de maquillaje, con su cabello recién lavado recogido en un moño húmedo, su ropa del día anterior y una mirada enfurruñada en su cara, Kamila no se parecía a ninguna otra mujer de Elkton, Virginia, con una población de dos mil habitantes.Era demasiado atractiva y, cuando hablaba —lo que sin duda no tardaría en hacer—, usaba un inglés apropiado y gramatical muy diferente al acento montañés de esta parte de Virginia.Y comprar ropa en Dollar General estaba claro que era una tarea poco habitual para ella. —Casi no hay nada de mi tamaño —gruñó, después de revisar sin éxito l