Camelia mira a su jefe sin comprender a cabalidad a qué se refiere. Su cabeza le da vueltas por la resaca y siente que se va a desmayar. ¿Por qué todo en su vida se vuelve tan complicado? Ariel la observa sintiendo casi lo mismo, pero decidido a resolverlo entre los dos. Aunque es un serio problema, piensa que ha encontrado la solución.—Sí, es un serio problema. Principalmente es sobre lo que pasó en su cumpleaños, ya lo vio en la televisión. No pensé que nos fueran a filmar en ese justo momento donde le decía aquello, tampoco en el hospital, y mucho menos que subieran un video de todo. Pero ahora estamos en esto juntos y debemos solucionarlo —trata de hablar lo más tranquilo que puede Ariel, al ver la alteración en que está sumida Camelia.Ella lo mira tratando de comprender la seriedad del asunto que le dice su jefe. Para ella, en su mente todo es sencillo: basta
Camelia lo mira a los ojos por unos minutos que le parecen interminables a Ariel. Es como si tuviera una gran lucha interna por lo que está por decir. Los ojos se le llenan de lágrimas que no llegan a rodar por sus mejillas. Luego suelta todo su aire, como si con ello desatara el inmenso nudo que le aprisiona la garganta, y con una voz que más bien parece el quejido de un animal herido dice:—Papá, en eso tiene razón —habla con tristeza—, aunque me duela aceptarlo, sus padres no van a permitir que se comprometa con una don nadie como yo.—En eso te equivocas, Cami —dice Ariel acercándose lentamente a ella, que lo observa con un atisbo de esperanza en su mirada, que no se le escapa a él—. Mis padres aceptan a la mujer que sus hijos escogen. Mira un ejemplo: mi hermano mayor, Marlon, está casado con una huérfana, ella tenía
Ahora mismo Camelia está tan sorprendida con la confesión de su jefe que tiene que pestañear varias veces para convencerse de que no está soñando, tampoco es una alucinación. Levanta la mano y le toca el rostro como si necesitara sentirlo para acabar de convencerse de que es real. Su jefe le está diciendo que le gusta como mujer y que quiere que sea su novia. Y por un instante decide ser honesta con sus sentimientos.—Sí, me gusta, me gusta mucho, señor Ariel. Pero no sé si estoy enamorada de usted, ni siquiera me he hecho la ilusión de que se enamore de una chica como yo —responde con un suspiro viendo como la boca de su jefe se abre en una sonrisa feliz al escucharla decir que le gusta. Se acerca y la abraza por la cintura al tiempo que pregunta:—¿Y cómo es ser una chica como tú?—Introvertida, que se viste con la ropa que le queda c
Camelia ha hecho la pregunta llena de incredulidad y con un poco de esperanza. No puede seguir negándose a ella misma lo que siente por Ariel. Aunque ha tratado de suprimir esos sentimientos, han crecido sin poder hacer nada dentro de ella, pero no quiere dejar que le nublen la mente.—Sí, te quiero de novia, y no me avergüenza nada que hagas —asegura Ariel y la besa con cariño en el rostro—. Puedes seguir vistiendo lo que quieras, siempre y cuando no vayamos a reunirnos con alguien.—De seguro piensan ahora en el trabajo que me diste el puesto porque me acosté contigo —Ariel sonríe lleno de felicidad al escuchar cómo lo tutea, algo que había estado insistiendo desde el inicio de su relación.—¿Te importa? —pregunta divertido al ver que ya lo aceptó.—No, porque sé que no fue por eso —niega con firmeza, luego se queda
Ariel se detiene y la mira sorprendido. No sabe por qué le ha molestado siempre que ella le diga señor. Por lo que quiere que deje de hacerlo de inmediato ahora que son novios.—¡Señor no, Cami! Dime Ariel, no quiero volver a escucharte decirme señor, a no ser en el trabajo en presencia de otros —le molesta realmente, es que cuando siente que ha avanzado un paso, ella con una sola palabra lo hace retroceder diez, no le gusta esa sensación—. ¿Me escuchas? No lo vuelvas a hacer, soy tu novio, tu prometido.—Sí, señor..., digo Rhys..., Ariel, ¡ja, ja, ja! —ríe ella divertida y nerviosa al ver cómo se ha puesto él. Le parece un niño haciendo pucheros, y al reír hace que se relajen las tensiones—. Está bien, no te molestes, Ariel, te dije Ariel, no me mires así, ¡ja, j
Ariel la atrae con fuerza por su cintura, enterrándose en ella, que tira su abundante cabellera hacia atrás, dejando ver su rostro desfigurado por el placer de sentirse poseída de esa manera. Lo mira directo a los ojos.—Te amo, Ariel, hace mucho que te amo, oh, sí..., otra vez —pide al sentir cómo él se entierra en ella—. Te amo... —y otra vez recibe la estocada—. Te amo, te amo, te amo —y como premio se hunde una y otra vez en ella.—Te amo, Cami, te amo —responde acalorado, impulsándose con ahínco una y otra vez en su interior, ayudado por ella, que salta desenfrenadamente sin dejar de decirle.—Te amo, te amo, te amo —hasta que ambos terminan en el éxtasis del placer, abrazándose fuertemente, con miedo al descubrir tanta felicidad.El telé
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está