¡Oh por dios! ¿Es que estoy maldecida acaso con esa palabra? ¿Por qué todos me piden favores? Pensó Camelia apretando sus manos sobre su regazo tratando de que su suegra no se percatara de su incomodidad. —Sí, querida, un gran favor —continuó la señora Aurora sin percatarse de lo que había provocado esa palabra en la joven. —Te estaré eternamente agradecida si me lo concedes. Camelia no sabía cómo reaccionar. Acababa de leer todo lo que significaba la palabra "favor" y por su experiencia y la petición de favores estaba metida en este gran lío. Aunque fiel a su costumbre, imaginó que a lo mejor estaba coaccionada por lo que había leído. Miró a su alrededor, observando los costosos cuadros que adornaban las paredes y el brillante piso de mármol. ¿Qué podría necesitar esta familia que ella pudiera dar? Su respiración se volvió más profunda mientras intentaba mantener la calma. Soltó todo su aire y logró preguntar:—¿De qué habla, señora? ¿Qué favor necesita que le haga?—Necesito que e
El señor Ariel Rhys la examinaba sin disimulo, como si intentara leer su verdadera naturaleza. Aunque compartía el mismo color de iris que su hijo, su expresión era diferente, más profunda y enigmática. Camelia, contrario a su naturaleza tímida, no apartó el rostro. Había algo en la intensidad de aquel escrutinio que la hacía sentir una extraña mezcla de desconfianza y seguridad, como si aquella mirada no fuera una amenaza para ella.—Con esto te aviso que después de mí, te hablarán sus dos hermanos mayores Marlon e Ismael. Tennos un poco de paciencia, por favor. Nos gusta sacar nuestras propias conclusiones sin ayuda —anunció y sin más preguntó con una afable sonrisa—. ¿Así que lograste que ese muchacho se comprometiera contigo?—Bueno, señor, no sé qué decirle, yo... —titubeó Camelia.La mirada sincera y limpia del señor Rhys la hacía sentirse cohibida. No quería mentirle, pero tampoco podía revelar los verdaderos motivos que la habían llevado a esta relación con su jefe, una relac
Gira al sentirse observada, y una versión más joven de su suegro entra por la puerta. Se acerca directo hacia ella, le da un fuerte y efusivo abrazo sin dejar de reír mientras la observa. No sabe cómo reaccionar, se siente extraña; nunca le gustó que los extraños la abrazaran. Pero ellos lo hacen con tanto respeto, como si la conocieran de toda la vida. No puede negarlo, esa calidez familiar la hace sentir bien.—Gracias Camelia, muchas gracias —dice con una amplia sonrisa el joven frente a ella—. No sabes la alegría tan grande que tengo de que al fin el casanova loco de mi hermano menor cayera ante las redes de una mujer.—¿Casanova? ¿Qué quiere decir con eso, señor? —Un gran temor se apodera de Camelia. Sabía que Ariel era mujeriego, pero ¿casanova? Esa palabra pesaba demasiado.—Nada de señor. Marlon es mi nombre, pero todos me dicen Mano, lo harás tú también —pide con una sonrisa que se desvanece para preguntar—. ¿Y por qué me preguntas eso? ¿Es que acaso no eres de este país? ¿N
Al fin entran en un increíble y arreglado comedor. No puede dejar de apreciar la opulencia del lugar, aunque le llama la atención la hermosura y sencillez en medio de tanta riqueza. Ariel termina de hacer las presentaciones con las esposas de sus hermanos. Camelia se asombra de ver que van vestidas muy sencillas, y la mesa no está llena de cubiertos como esperaba encontrar; en ella solo están los básicos, como en cualquier otra mesa familiar, algo que agradeció internamente.—Siéntate querida, Ariel, tráela y siéntala aquí a mi lado —le pide la mamá—. Disculpa lo de antes Cami, ¿te molesta que te trate así?—No, no señora —contesta asombrada del cambio de ambiente.—Sus amigos le dicen Lía, mamá. Yo soy el único que le digo Cami —habla Ariel mientras abre la silla para que ella se siente, para lueg
¿Qué es eso que no quiere que se entere de la vida de Ariel? Si no le hubiera pedido ese favor, ella no se interesaría en saber, pero ahora quiere hacerlo. ¡Malditos favores! Piensa.—Está bien, te entiendo, por favor cuida de mi hermano y hazlo feliz —se resigna Marlon ante su negativa.Le vuelve a dar un abrazo y se retira, para dar paso al otro hermano, que se parece más a la madre. Llega, la observa sin decir nada, le pide que se siente y él lo hace frente a ella.—Te investigué —habla fríamente.—Muy bien, ¿qué hay con ello? No tengo nada que esconder —contesta adoptando una actitud igualmente fría.Camelia siente cómo la tensión se acumula en su cuerpo. El cansancio emocional de las anteriores conversaciones, sumado a esta nueva actitud hostil, hace que su usual paciencia comience a res
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está
Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor! La