Camelia vuelve a mirar hacia afuera, sin poder creer todavía la sorpresa que le tenía preparada su jefe. Allí, sonriendo felices, están junto a la señora Elvira su mejor amiga Nadia con su esposo Ricardo. Y detrás, el abogado Oliver junto al doctor Félix y otras personas que ella no conoce, pero que le sonríen con alegría.Ariel saca otro pañuelo y le limpia el rostro. Gracias a Dios, piensa, que tuvo la precaución de decirle a las maquillistas que le pusieran un maquillaje resistente al agua, como le advirtiera Nadia. Ahora sí le creía todo lo que le contara, y cree que se quedó corta. Esa terrible familia de Camelia debió haberle hecho la vida un infierno. Pero él se encargará de hacerla feliz.—Listo, estás bella. Vamos ahora, Cami, quiero que sea un día muy hermoso —le dice mientras el chofer abre la puerta—. Tenemos que celebrar un año más de tu vida. Camelia está muy emocionada, justo cuando Ariel se dispone a salir, lo retiene y lo abraza muy fuerte. Al separarse lo mira a los
Ariel y Camelia se besaron apasionadamente, olvidados de todos, sin darse cuenta de que ya habían sido vistos por muchos paparazzi que estaban allí por otra celebridad y se encontraron con un buen espectáculo. A Ariel se le había olvidado ese detalle; lo único que pensó fue en hacer feliz a Camelia, por lo que todos pudieron filmarlo y tomarle fotos, que junto a las luces de colores, no se percibían. —Señor Ariel, quiero que haga algo que siempre quise —comenzó a hablar Camelia, más embriagada por la felicidad que por el beso que su jefe le había dado—. Es algo tonto y loco. ¿Lo hará? Sé que ya me ha hecho muchos regalos por mi cumpleaños, pero es algo que siempre he querido saber qué se siente. —Lo que quieras, Cami —dijo Ariel con una sonrisa, embargado por la misma felicidad que ella—. ¿Qué es? —El día de mi graduación, el chico que yo creía que me era fiel, que me amaba de veras, me humilló delante de todos —hablaba con un rubor en sus mejillas, bajando los ojos avergonzada ante
Después de que Nadia trajera al mundo a su precioso bebé, todos se retiraron a sus casas. Están súper agotados; Camelia y Ariel se acuestan vestidos, se tiran en la cama y se quedan dormidos, hasta que el incesante sonido de los timbres de los teléfonos los despierta. Se miran, luego miran el reloj en la pared: son las cinco de la tarde del domingo.—Vaya, sí que dormimos —dice Ariel, se sienta y toma su teléfono—. ¿Y esta cantidad de llamadas de todo el mundo?Enseguida le marca a su hermano mayor. La mayoría de las llamadas son de su parte; tiene un gran miedo de que haya pasado algo malo con su papá.—¿Mano, qué es lo que pasa, que me has llamado tanto? ¿Papá está bien? —pregunta asustado, temiendo lo peor.—¡Hasta que al fin respondes! —exclama Marlon al otro lado de la línea—. ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestabas?—¿Qué es lo que pasa? ¿Le pasó algo a papá? —pregunta de nuevo asustado Ariel.El corazón de Ariel salta alocadamente en su pecho, sintiendo un miedo atro
Ariel y Camelia se quedaron en silencio, ambos jugando nerviosamente con sus teléfonos. Él no respondió a la pregunta que ella le había hecho en su desespero y miedo. Estaba convencida de que su padre aparecería en la ciudad y la llevaría obligada al pueblo. La casaría con el hombre odioso que había elegido y la pondría a trabajar como una esclava en la fábrica de cerámica. Por su parte, Ariel estaba asustado de cómo habían resultado las cosas. Su madre le había exigido que llevara a su novia y, según su hermano Marlon, su padre también estaba feliz con la noticia. Se reprochaba haber sido tan descuidado. Quería cuidar de Camelia, incluso sentía que estaba naciendo algo entre ellos, pero las dudas lo paralizaban. ¿Cómo exponer a la inocente e indefensa Camelia al calvario que era su vida? —¿Hablabas con tu papá? —preguntó Ariel, bastante sorprendido por su actitud. Nada que ver con la chica asustada que había tenido que defender el día anterior. —Oh, señor, disculpe por eso, e
Camelia lo mira sin entender mientras trata de recordar todo lo sucedido después de regresar del pueblo. Sabe que bebió sin medida con el deseo de olvidar la vergüenza que le había hecho pasar su familia. Luego había bailado mucho, sus pies dolían y se sentía muy mareada. Todo lo demás son destellos borrosos de lo que sucedió. —Sí, así lo llamaste. A mí me gustó mucho y lo hice. Fue justo antes de salir corriendo con Nadia para el hospital —le cuenta Ariel un poco más seguro. Ella lo mira sin poder creer que su borrachera la haya hecho pedir un nuevo favor a su jefe. Y no solo eso, está convencida de que él cedió a complacerla por pura lástima después de ver cómo la trataba su familia. Camelia se detuvo frente a Ariel y dejó caer los brazos a sus lados derrotada mientras inclinaba la cabeza, realmente avergonzada y arrepentida de lo que había hecho. —Vaya, señor, le pido mil disculpas. Por mi culpa está metido en no sé cuántos problemas. No sé qué pasa conmigo, cada vez le complic
Camelia mira a su jefe sin comprender a cabalidad a qué se refiere. Su cabeza le da vueltas por la resaca y siente que se va a desmayar. ¿Por qué todo en su vida se vuelve tan complicado? Ariel la observa sintiendo casi lo mismo, pero decidido a resolverlo entre los dos. Aunque es un serio problema, piensa que ha encontrado la solución.—Sí, es un serio problema. Principalmente es sobre lo que pasó en su cumpleaños, ya lo vio en la televisión. No pensé que nos fueran a filmar en ese justo momento donde le decía aquello, tampoco en el hospital, y mucho menos que subieran un video de todo. Pero ahora estamos en esto juntos y debemos solucionarlo —trata de hablar lo más tranquilo que puede Ariel, al ver la alteración en que está sumida Camelia.Ella lo mira tratando de comprender la seriedad del asunto que le dice su jefe. Para ella, en su mente todo es sencillo: basta
Camelia lo mira a los ojos por unos minutos que le parecen interminables a Ariel. Es como si tuviera una gran lucha interna por lo que está por decir. Los ojos se le llenan de lágrimas que no llegan a rodar por sus mejillas. Luego suelta todo su aire, como si con ello desatara el inmenso nudo que le aprisiona la garganta, y con una voz que más bien parece el quejido de un animal herido dice:—Papá, en eso tiene razón —habla con tristeza—, aunque me duela aceptarlo, sus padres no van a permitir que se comprometa con una don nadie como yo.—En eso te equivocas, Cami —dice Ariel acercándose lentamente a ella, que lo observa con un atisbo de esperanza en su mirada, que no se le escapa a él—. Mis padres aceptan a la mujer que sus hijos escogen. Mira un ejemplo: mi hermano mayor, Marlon, está casado con una huérfana, ella tenía
Ahora mismo Camelia está tan sorprendida con la confesión de su jefe que tiene que pestañear varias veces para convencerse de que no está soñando, tampoco es una alucinación. Levanta la mano y le toca el rostro como si necesitara sentirlo para acabar de convencerse de que es real. Su jefe le está diciendo que le gusta como mujer y que quiere que sea su novia. Y por un instante decide ser honesta con sus sentimientos.—Sí, me gusta, me gusta mucho, señor Ariel. Pero no sé si estoy enamorada de usted, ni siquiera me he hecho la ilusión de que se enamore de una chica como yo —responde con un suspiro viendo como la boca de su jefe se abre en una sonrisa feliz al escucharla decir que le gusta. Se acerca y la abraza por la cintura al tiempo que pregunta:—¿Y cómo es ser una chica como tú?—Introvertida, que se viste con la ropa que le queda c