Camelia lo observó ahora con otros ojos, sintiendo que el suelo se hundía bajo sus pies. Sus manos se llenaron de sudor y temblaban ligeramente al darse cuenta de la magnitud de lo que había hecho al pedirle a su jefe que se hiciera pasar por su novio —que Ariel había elevado a prometido— para acompañarla a la boda de su hermana. ¡Era ridículo, absurdo! Todo el mundo notaría la abismal diferencia entre ellos, y si además él revelaba su verdadera identidad... Se le hizo un nudo en la garganta al sentir que su mentira, que creyó inocente, se convertía en una montaña que la aplastaba. ¿Cómo había sido tan ingenua de no investigar quién era realmente Ariel Rhys? Sabía que su jefe tenía dinero, por supuesto. Era el dueño de la empresa donde trabajaba, pero jamás imaginó que perteneciera a una dinastía tan poderosa y adinerada. De pronto, se sintió insignificante, como una hormiga ante un elefante. El peso de la realidad la golpeó con fuerza: había pedido favores que la dejarían etername
El CEO se quedó en silencio, consciente de que las respuestas a estas preguntas podrían cambiar todo lo que creía saber sobre la tímida joven sentada a su lado. Sin embargo, al ver la limpia mirada de Camelia fija en él, sacudió las sospechas de su mente. —Exacto, tú y yo entramos al mismo tiempo en la editorial, por eso dirás que entraste a trabajar allí porque yo te lo pedí —sugirió Ariel, volviendo al tema de lo que debían decir si alguien les preguntaba. —No quiero, ese trabajo lo obtuve sola —protestó ella, era un mérito del que se sentía orgullosa. Ariel observó cómo Camelia volvía a tensarse. Justo cuando parecía que habían avanzado, algo la hacía retroceder. ¿Qué secretos escondía esta joven que la hacían tan temerosa? Y más importante aún, ¿por qué sentía una inexplicable necesidad de protegerla? ¿En verdad estaría enamorándose de Camelia, o era algo debido a su propia situación? —Está bien, entonces diremos que yo no sabía que trabajabas en el almacén de mi propia empres
Camelia mira a Ariel, quien le sostiene la mirada mientras ella busca una explicación plausible para lo que acaba de decir. Puede ver que él la observa con recelo, aunque no entiende muy bien su comportamiento. Por su parte, a ella se le hace un nudo en la garganta; sabe que cuando lo llamó para que la salvara de Leandro, ofreció ser todo lo que él decidiera, pero siempre detestó a las mujeres que jugaban ese papel en la vida de un hombre y había jurado que jamás caería tan bajo. —Es el pago que se da cada vez que cerramos un gran contrato, te corresponde una comisión —explicó Ariel, viendo cómo el semblante de Camelia cambiaba de inmediato. —¿Comisión? ¿Me tocó una comisión? —preguntó, aferrándose a esa explicación como si fuera un salvavidas que la alejara de ser una amante. Es verdad que siempre ha escuchado que se ganan grandes comisiones cuando se cierran esos contratos, pero como nunca había trabajado en su especialidad, no sabe a cuánto pueden ascender. Observa a su jefe, qu
Sabía que su hermana la odiaba, pero de ahí a inventar una historia como aquella, era demasiado, más el día de la boda. ¿Qué pretendía? ¿Qué la expulsaran? ¿Qué placer tan macabro siente en avergonzarla siempre delante de todos? Se pregunta sin poder comprenderlo, por mucho que lo intente. ¿Para qué la invitó e insistió tanto en que viniera entonces? Se sentía muy apenada con su jefe, de hacerlo pasar esa vergüenza. Por eso, tiró de Ariel queriendo alejarlo de todo aquello. —Señor… vámonos, por favor. — Le suplicó muy bajo. Pero Ariel, la retuvo. — Para su conocimiento, señora, yo no necesito alquilar nada —enfrentó Ariel con su voz muy firme, ofendido, sintiendo ahora que todos están unidos en contra de su prometida, porque así la siente, y la defenderá. — Esa limusina es mía, una de tantas que poseo— sigue hablando, acalorado, mirando como su cuerpo de seguridad se le acerca. Les hace una indicación de que no. —Y mi novia, mejor dicho, mi prometida, la señorita Camelia Oduarte,
Comienza a hablar bien alto, como si diera un discurso. Quiere ser escuchado por todos los presentes. Porque como su madre dijera, que un pueblo pequeño, es un infierno grande, lo está comprobando en este instante. Ni una sola persona, se ha puesto al lado de su Camelia, todos, sin excepción, están del lado de la diabólica hermana, pendientes de lo que está sucediendo, como si de un espectáculo se tratara, donde fueron a reírse y burlarse de su Camelia. Por primera vez en su vida, siente que debe utilizar el poder de su familia, como lo hiciera su hermano, en su graduación.— Cuando mi prometida me dijo que su hermana se casaba, estaba feliz por ella. Camelia no quería venir porque me dijo que no iba a ser bienvenida y yo de iluso no le creí, prácticamente la obligué a venir. No podía permitir que el día de mañana se fuera a arrepentir, de no haber estado en el día más importante de la vida de su única hermana. Mis disculpas porque mi chofer paró en la alfombra roja —se gira para Mari
Se hace un silencio después de que Ariel Rhys declarara eso. Todos se quedan observando como la lujosa limusina se aleja con ellos seguida ahora, no de uno, ni de dos, sino de cuatro autos de guardias que aparecieron de la nada. Bajando todos sus ocupantes, corriendo amenazantes, al ver cómo el pueblo había rodeado la limusina de su jefe, y a éste discutiendo con alguien. En un momento alejaron a todos de Ariel, con sus armas afuera. Apuntaron a todos, que retrocedieron asustados, y a la vez admirados como si de una película se tratara. Para, de la misma manera, todos montar en sus autos para seguir a Ariel y cruzar despacio por delante de la aglomeración que había formado el pueblo, fuera del lugar de la boda, observándolos como si quisieran fulminarlos, sobre todo a la familia de Camelia. —Guau —exclamó alguien— Camelia si picó alto, un Rhys, un Rhys —¡Qué no es un Rhys, estúpido, es un actor! ¿En serio se van a creer su actuación? — preguntó histéricamente Marilyn, aunque ella
Camelia vuelve a mirar hacia afuera, sin poder creer todavía la sorpresa que le tenía preparada su jefe. Allí, sonriendo felices, están junto a la señora Elvira su mejor amiga Nadia con su esposo Ricardo. Y detrás, el abogado Oliver junto al doctor Félix y otras personas que ella no conoce, pero que le sonríen con alegría.Ariel saca otro pañuelo y le limpia el rostro. Gracias a Dios, piensa, que tuvo la precaución de decirle a las maquillistas que le pusieran un maquillaje resistente al agua, como le advirtiera Nadia. Ahora sí le creía todo lo que le contara, y cree que se quedó corta. Esa terrible familia de Camelia debió haberle hecho la vida un infierno. Pero él se encargará de hacerla feliz.—Listo, estás bella. Vamos ahora, Cami, quiero que sea un día muy hermoso —le dice mientras el chofer abre la puerta—. Tenemos que celebrar un año más de tu vida. Camelia está muy emocionada, justo cuando Ariel se dispone a salir, lo retiene y lo abraza muy fuerte. Al separarse lo mira a los
Ariel y Camelia se besaron apasionadamente, olvidados de todos, sin darse cuenta de que ya habían sido vistos por muchos paparazzi que estaban allí por otra celebridad y se encontraron con un buen espectáculo. A Ariel se le había olvidado ese detalle; lo único que pensó fue en hacer feliz a Camelia, por lo que todos pudieron filmarlo y tomarle fotos, que junto a las luces de colores, no se percibían. —Señor Ariel, quiero que haga algo que siempre quise —comenzó a hablar Camelia, más embriagada por la felicidad que por el beso que su jefe le había dado—. Es algo tonto y loco. ¿Lo hará? Sé que ya me ha hecho muchos regalos por mi cumpleaños, pero es algo que siempre he querido saber qué se siente. —Lo que quieras, Cami —dijo Ariel con una sonrisa, embargado por la misma felicidad que ella—. ¿Qué es? —El día de mi graduación, el chico que yo creía que me era fiel, que me amaba de veras, me humilló delante de todos —hablaba con un rubor en sus mejillas, bajando los ojos avergonzada ante