Clavel y Camelia se habían marchado, dejando al capitán Miller en la entrada, observando cómo se alejaban abrazadas, riendo y felices. Exhaló con fuerza, soltando el aire contenido, y regresó a su despacho. Ese día, como tantas otras veces, había acompañado a Camelia a diversas reuniones, siendo testigo de cuántas veces Ariel había declinado las peticiones de su esposa debido a sus responsabilidades en la editorial. Camelia, tras buscar apoyo en Marlon o Ismael, terminaba llamándolo a él, quien nunca se negaba. Miller sentía cada vez más que Camelia merecía algo mejor, alguien que le pudiera brindar la atención y el respeto que, creía él, Ariel no le estaba dando. Con esa idea fija, después de una de las reuniones de la asociación, Miller había tomado una decisión: confesaría sus sentimientos a Camelia. Estaba dispuesto a llevársela lejos y ofrecerle la felicidad que creía que ella no tenía. Aunque con ello traicionara la confianza de Ismael, quien en reiteradas ocasiones le había a
Ariel se encontraba ese día enfrascado en la revisión de varias novelas. Quería terminar de escoger una para enviar a publicación y aliviar un poco la presión en la editorial. Perdido entre tramas y personajes, apenas notaba el paso del tiempo cuando su teléfono comenzó a sonar insistentemente. Al ver que la llamada era de su hermano Ismael, contestó de inmediato, sin sospechar lo que estaba a punto de escuchar. —Ariel, ven a salvar a tu esposa Camelia —le soltó Ismael sin preámbulos, con urgencia. Ariel sintió como si la alarma de un incendio se activara en su pecho. Soltó los papeles que tenía en las manos y se levantó de golpe. —¿Qué sucedió ahora? —preguntó apresuradamente mientras salía de su oficina y pulsaba con fuerza el botón del elevador—. ¿Los niños están bien? ¿Ha pasado algo grave? Ismael, al notar en su tono que había alarmado a su hermano más de la cuenta, trató de calmarlo. —Disculpa por asustarte, Ari —se apresuró a aclarar—. No se trata de nada de lo que est
Desde que el capitán la expulsara de la asociación, no había vuelto a aparecer por allí al enterarse de que ni Camelia ni Ariel estaban asistiendo al lugar. Los meses pasaban, y ella seguía planeando su venganza. Era la hija de la abogada y hermana de Leandro, Valeria Martínez, que la tuvo con un maleante después de que muriera su esposo, quien fue anotado como su padre. Marlon la había encarcelado, donde sufrió una enorme golpiza a manos de las mismas mujeres que trabajaban para ella y que, por su culpa, también habían terminado tras las rejas.Había quedado incapacitada, apenas podía moverse. Debido a la gran golpiza, sufrió un derrame cerebral que la dejó paralizada de un lado. No podía hablar bien, ni moverse. Sin embargo, eso no significó que la sacaran de la cárcel. Lucrecia había logrado, después de muchos años, dar con ella.
Ariel se detiene y se pasa una mano por el cabello, visiblemente perturbado por toda la situación. La aparición de Lucrecia en la editorial le preocupa mucho.—Lo sé, Nadia, ella ni siquiera se ha dado cuenta de que está interesado en ella. La conoces —le confiesa Ariel en confianza; Nadia y Ricardo han pasado a ser también sus mejores amigos—. El mundo es cruel. No puedo negar que ella anda para todos lados con él.—¿Sola? —se asombra Nadia.—No, no sola, con Ernesto, Israel y los demás guardias —aclara Ariel—. Sabes cómo inventan chismes. Ayer mismo se fue con él a bañarse a un club con los niños. Ernesto llamó a mi hermano Ismael, y él a mí, para acallar los rumores, y Cami, ¡ni enterada se dio! Cuando le pregunté qué hacía allí, dice que no lo invitó, que estaba ahí
Ariel estaba horrorizado con la historia; pensaba que el problema era más serio de lo que había previsto. Debía poner más guardias para cuidar de su esposa e hijos, mientras escuchaba la escalofriante narrativa que seguía relatando Nadia. Según ella, una noche su esposa se encontraba sola en el apartamento y vio al indigente señalando su casa desde la calle, a unos metros de donde se bajaron unos tipos fornidos.—¡Jesús! —exclamó Nadia, todavía asustada al recordarlo—. Menos mal que Richard apareció en ese momento, junto a unos amigos de él con quienes habíamos acordado ver unas películas en la casa, y afortunadamente impidieron una desgracia llamando a la policía. El portero nos dijo que ellos se dedicaban a robar chicas.Ariel la miró con incredulidad, aún sin poder creer que su esposa se hubiera expuesto de esa manera
Ariel saltó ante el grito de Camelia, asustado. Jamás la había oído gritar de esa manera, todavía sin percatarse de la presencia de Lucrecia.—¡Cami, qué agradable sorpresa! —exclamó, realmente feliz de verla—. Me diste un gran susto.—¿Estás seguro de que es agradable y que no interrumpo nada? —preguntó Camelia, celosa, para sorpresa de Ariel.Fue entonces cuando notó a Lucrecia, que estaba disfrutando de haber puesto a Camelia celosa, y se levantó, colocando los papeles en la mesa.—¡Lucrecia! ¿Cuándo entraste? —preguntó, buscando a Nadia—. ¿Y tu jefa?—Disculpe, señor —se apresuró Lucrecia a decir con seriedad—. Solo vine a preguntar si quería café y vi todo ese trabajo tirado en el pis
Lucrecia saltó asustada al escuchar una voz de hombre detrás de ella y se encontró con Israel, quien la miraba muy serio. Rápidamente recogió todo lo que había tirado del buró de la secretaria en su arranque de celos. Desde el pasillo, se escuchó el sonido de una puerta que se cerraba y las risas de Ariel y Camelia, que a buen entendedor saben a qué se refiere.Ariel se puso de pie, con Lucrecia cargada, riendo pícaramente mientras se introducía en la habitación, cerrando la puerta con el pie. El sonido resonó claramente afuera, y Lucrecia hizo una mueca al darse cuenta de que no había logrado nada, bajo la mirada de Israel, quien le tomó una foto.—¡Oiga! ¿Por qué hizo eso? ¿Quién le dio permiso para tirarme una foto? ¡Bórrela ahora mismo! —exigió, molesta.—No necesito permiso. Eres una
En la asociación, el capitán Miller corría para despejarse en la calle frente al lugar donde está ubicada. Se alejaba cada vez más, sintiéndose frustrado. Camelia ahora le estaba demostrando que no quería nada con él, y al parecer era verdad lo que no paraban de decirle todos, ya fueran trabajadores, familiares o incluso los acogidos en el lugar: que esos dos se amaban con locura y que nunca se separarían.Se detuvo a la orilla de la carretera, apoyándose en sus rodillas con ambas manos. Ismael era otro que le vivía diciendo que Ariel y Camelia se habían salvado juntos, que no debía destruir eso y que confía en él ciegamente.—Miller, yo sé que es algo muy duro para ti verla todos los días después de las ilusiones que te habías hecho con ella —era lo último que le había dicho cuando lo había visitado&mda