Desde que el capitán la expulsara de la asociación, no había vuelto a aparecer por allí al enterarse de que ni Camelia ni Ariel estaban asistiendo al lugar. Los meses pasaban, y ella seguía planeando su venganza. Era la hija de la abogada y hermana de Leandro, Valeria Martínez, que la tuvo con un maleante después de que muriera su esposo, quien fue anotado como su padre. Marlon la había encarcelado, donde sufrió una enorme golpiza a manos de las mismas mujeres que trabajaban para ella y que, por su culpa, también habían terminado tras las rejas.
Había quedado incapacitada, apenas podía moverse. Debido a la gran golpiza, sufrió un derrame cerebral que la dejó paralizada de un lado. No podía hablar bien, ni moverse. Sin embargo, eso no significó que la sacaran de la cárcel. Lucrecia había logrado, después de muchos años, dar con ella.Ariel se detiene y se pasa una mano por el cabello, visiblemente perturbado por toda la situación. La aparición de Lucrecia en la editorial le preocupa mucho.—Lo sé, Nadia, ella ni siquiera se ha dado cuenta de que está interesado en ella. La conoces —le confiesa Ariel en confianza; Nadia y Ricardo han pasado a ser también sus mejores amigos—. El mundo es cruel. No puedo negar que ella anda para todos lados con él.—¿Sola? —se asombra Nadia.—No, no sola, con Ernesto, Israel y los demás guardias —aclara Ariel—. Sabes cómo inventan chismes. Ayer mismo se fue con él a bañarse a un club con los niños. Ernesto llamó a mi hermano Ismael, y él a mí, para acallar los rumores, y Cami, ¡ni enterada se dio! Cuando le pregunté qué hacía allí, dice que no lo invitó, que estaba ahí
Ariel estaba horrorizado con la historia; pensaba que el problema era más serio de lo que había previsto. Debía poner más guardias para cuidar de su esposa e hijos, mientras escuchaba la escalofriante narrativa que seguía relatando Nadia. Según ella, una noche su esposa se encontraba sola en el apartamento y vio al indigente señalando su casa desde la calle, a unos metros de donde se bajaron unos tipos fornidos.—¡Jesús! —exclamó Nadia, todavía asustada al recordarlo—. Menos mal que Richard apareció en ese momento, junto a unos amigos de él con quienes habíamos acordado ver unas películas en la casa, y afortunadamente impidieron una desgracia llamando a la policía. El portero nos dijo que ellos se dedicaban a robar chicas.Ariel la miró con incredulidad, aún sin poder creer que su esposa se hubiera expuesto de esa manera
Ariel saltó ante el grito de Camelia, asustado. Jamás la había oído gritar de esa manera, todavía sin percatarse de la presencia de Lucrecia.—¡Cami, qué agradable sorpresa! —exclamó, realmente feliz de verla—. Me diste un gran susto.—¿Estás seguro de que es agradable y que no interrumpo nada? —preguntó Camelia, celosa, para sorpresa de Ariel.Fue entonces cuando notó a Lucrecia, que estaba disfrutando de haber puesto a Camelia celosa, y se levantó, colocando los papeles en la mesa.—¡Lucrecia! ¿Cuándo entraste? —preguntó, buscando a Nadia—. ¿Y tu jefa?—Disculpe, señor —se apresuró Lucrecia a decir con seriedad—. Solo vine a preguntar si quería café y vi todo ese trabajo tirado en el pis
Lucrecia saltó asustada al escuchar una voz de hombre detrás de ella y se encontró con Israel, quien la miraba muy serio. Rápidamente recogió todo lo que había tirado del buró de la secretaria en su arranque de celos. Desde el pasillo, se escuchó el sonido de una puerta que se cerraba y las risas de Ariel y Camelia, que a buen entendedor saben a qué se refiere.Ariel se puso de pie, con Lucrecia cargada, riendo pícaramente mientras se introducía en la habitación, cerrando la puerta con el pie. El sonido resonó claramente afuera, y Lucrecia hizo una mueca al darse cuenta de que no había logrado nada, bajo la mirada de Israel, quien le tomó una foto.—¡Oiga! ¿Por qué hizo eso? ¿Quién le dio permiso para tirarme una foto? ¡Bórrela ahora mismo! —exigió, molesta.—No necesito permiso. Eres una
En la asociación, el capitán Miller corría para despejarse en la calle frente al lugar donde está ubicada. Se alejaba cada vez más, sintiéndose frustrado. Camelia ahora le estaba demostrando que no quería nada con él, y al parecer era verdad lo que no paraban de decirle todos, ya fueran trabajadores, familiares o incluso los acogidos en el lugar: que esos dos se amaban con locura y que nunca se separarían.Se detuvo a la orilla de la carretera, apoyándose en sus rodillas con ambas manos. Ismael era otro que le vivía diciendo que Ariel y Camelia se habían salvado juntos, que no debía destruir eso y que confía en él ciegamente.—Miller, yo sé que es algo muy duro para ti verla todos los días después de las ilusiones que te habías hecho con ella —era lo último que le había dicho cuando lo había visitado&mda
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está
Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor! La