Ariel se detiene y se pasa una mano por el cabello, visiblemente perturbado por toda la situación. La aparición de Lucrecia en la editorial le preocupa mucho.
—Lo sé, Nadia, ella ni siquiera se ha dado cuenta de que está interesado en ella. La conoces —le confiesa Ariel en confianza; Nadia y Ricardo han pasado a ser también sus mejores amigos—. El mundo es cruel. No puedo negar que ella anda para todos lados con él.—¿Sola? —se asombra Nadia.—No, no sola, con Ernesto, Israel y los demás guardias —aclara Ariel—. Sabes cómo inventan chismes. Ayer mismo se fue con él a bañarse a un club con los niños. Ernesto llamó a mi hermano Ismael, y él a mí, para acallar los rumores, y Cami, ¡ni enterada se dio! Cuando le pregunté qué hacía allí, dice que no lo invitó, que estaba ahíAriel estaba horrorizado con la historia; pensaba que el problema era más serio de lo que había previsto. Debía poner más guardias para cuidar de su esposa e hijos, mientras escuchaba la escalofriante narrativa que seguía relatando Nadia. Según ella, una noche su esposa se encontraba sola en el apartamento y vio al indigente señalando su casa desde la calle, a unos metros de donde se bajaron unos tipos fornidos.—¡Jesús! —exclamó Nadia, todavía asustada al recordarlo—. Menos mal que Richard apareció en ese momento, junto a unos amigos de él con quienes habíamos acordado ver unas películas en la casa, y afortunadamente impidieron una desgracia llamando a la policía. El portero nos dijo que ellos se dedicaban a robar chicas.Ariel la miró con incredulidad, aún sin poder creer que su esposa se hubiera expuesto de esa manera
Ariel saltó ante el grito de Camelia, asustado. Jamás la había oído gritar de esa manera, todavía sin percatarse de la presencia de Lucrecia.—¡Cami, qué agradable sorpresa! —exclamó, realmente feliz de verla—. Me diste un gran susto.—¿Estás seguro de que es agradable y que no interrumpo nada? —preguntó Camelia, celosa, para sorpresa de Ariel.Fue entonces cuando notó a Lucrecia, que estaba disfrutando de haber puesto a Camelia celosa, y se levantó, colocando los papeles en la mesa.—¡Lucrecia! ¿Cuándo entraste? —preguntó, buscando a Nadia—. ¿Y tu jefa?—Disculpe, señor —se apresuró Lucrecia a decir con seriedad—. Solo vine a preguntar si quería café y vi todo ese trabajo tirado en el pis
Lucrecia saltó asustada al escuchar una voz de hombre detrás de ella y se encontró con Israel, quien la miraba muy serio. Rápidamente recogió todo lo que había tirado del buró de la secretaria en su arranque de celos. Desde el pasillo, se escuchó el sonido de una puerta que se cerraba y las risas de Ariel y Camelia, que a buen entendedor saben a qué se refiere.Ariel se puso de pie, con Lucrecia cargada, riendo pícaramente mientras se introducía en la habitación, cerrando la puerta con el pie. El sonido resonó claramente afuera, y Lucrecia hizo una mueca al darse cuenta de que no había logrado nada, bajo la mirada de Israel, quien le tomó una foto.—¡Oiga! ¿Por qué hizo eso? ¿Quién le dio permiso para tirarme una foto? ¡Bórrela ahora mismo! —exigió, molesta.—No necesito permiso. Eres una
En la asociación, el capitán Miller corría para despejarse en la calle frente al lugar donde está ubicada. Se alejaba cada vez más, sintiéndose frustrado. Camelia ahora le estaba demostrando que no quería nada con él, y al parecer era verdad lo que no paraban de decirle todos, ya fueran trabajadores, familiares o incluso los acogidos en el lugar: que esos dos se amaban con locura y que nunca se separarían.Se detuvo a la orilla de la carretera, apoyándose en sus rodillas con ambas manos. Ismael era otro que le vivía diciendo que Ariel y Camelia se habían salvado juntos, que no debía destruir eso y que confía en él ciegamente.—Miller, yo sé que es algo muy duro para ti verla todos los días después de las ilusiones que te habías hecho con ella —era lo último que le había dicho cuando lo había visitado&mda
Una mujer desbordante de elegancia y confianza, de cabello y ojos negros como la noche, se encuentra de pie frente al capitán Miller en su despacho. Él, absorto en la lectura del expediente que ella acaba de entregarle, no le ha dicho que tome asiento. La mujer viste un conjunto de pantalones ajustados color azul oscuro, que delinean con suavidad sus formas, ligeramente rellenitas pero para nada desagradables. Aunque no puede explicarlo del todo, Miller tiene una corazonada: esta mujer le traerá más de un dolor de cabeza. Basta con observarla para darse cuenta de que sabe exactamente quién es, lo que quiere y cómo lo quiere. No parece ser de aquellas personas que obedecen órdenes sin cuestionar, justo lo que él preferiría evitar ahora que todo el equipo funciona como una máquina bien aceitada.—Doctora Elizabeth, veo que su trayectoria profesional es impresionante —afirmó
Miller se puso de pie y, tras darle un firme apretón de manos a Ariel, lo siguió hacia el auto. Durante el trayecto, intercambiaron preguntas triviales, temas comunes que sirvieron para romper el hielo. Pero ambos sabían que esa conversación superficial sería solo el inicio, pues la verdadera razón de ese encuentro todavía no se había revelado. A cada segundo, la anticipación crecía.Finalmente, llegaron al bar al que Ariel solía acudir con Oliver y Félix. Era un lugar modesto pero acogedor, la clase de sitio donde las conversaciones importantes se desarrollaban con la calma suficiente para no atraer miradas. Eligieron una mesa apartada, se sentaron y ordenaron unas cervezas. El silencio cómodo pronto dio paso al motivo real de la reunión.—¿Ya conociste a la doctora Elizabeth? —preguntó Ariel, dando el primer sorbo a su cerveza mientras d
Ambos hombres permanecieron en silencio, observándose con intensidad, como si con la mirada intentaran descifrar lo que el otro realmente pensaba. Ninguno parecía dispuesto a dar el brazo a torcer, aunque el ambiente no era de enemistad, sino más bien de un pulso emocional difícil de interpretar. Sin apartar la vista de su interlocutor, cada uno dio un trago más a su cerveza.El capitán Miller se acomodó en su silla, cruzó los brazos y respiró hondo antes de hablar como era su costumbre, con sinceridad.—Ariel, me vas a disculpar, pero no creo que lo estén haciendo bien —dijo Miller al fin, directo.Ariel se apoyó hacia atrás en la silla, claramente intrigado. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, como si analizara las palabras de Miller.—¿Qué quieres decir? —preguntó con genuino interés.Miller se tom&
Ariel se detuvo, su mirada se perdió por un instante, recreando en su mente los momentos que, sin duda, habían marcado su existencia. Miller lo escuchaba con atención, aunque no podía evitar el amargo sabor de sus confesiones.—Y sé que yo también la rescaté—sonrió levemente. — Por más que te cueste creerlo, la vida que llevaba era… miserable. Pasamos por experiencias realmente amargas los dos, cosas que marcaron nuestras almas. Pero incluso en los momentos más oscuros, cuando todo estaba rodeado de sombras, siempre había algo que nos daba una pequeña chispa de luz. Esa chispa nos mantuvo avanzando, nos dio esperanza para enfrentar lo que venía.Esa declaración fue interrumpida por el leve destello del teléfono de Ariel, que se iluminó con una notificación. Sin pensar, deslizó su dedo para desbloquearlo y la imagen que