Una mujer desbordante de elegancia y confianza, de cabello y ojos negros como la noche, se encuentra de pie frente al capitán Miller en su despacho. Él, absorto en la lectura del expediente que ella acaba de entregarle, no le ha dicho que tome asiento. La mujer viste un conjunto de pantalones ajustados color azul oscuro, que delinean con suavidad sus formas, ligeramente rellenitas pero para nada desagradables.
Aunque no puede explicarlo del todo, Miller tiene una corazonada: esta mujer le traerá más de un dolor de cabeza. Basta con observarla para darse cuenta de que sabe exactamente quién es, lo que quiere y cómo lo quiere. No parece ser de aquellas personas que obedecen órdenes sin cuestionar, justo lo que él preferiría evitar ahora que todo el equipo funciona como una máquina bien aceitada.—Doctora Elizabeth, veo que su trayectoria profesional es impresionante —afirmóMiller se puso de pie y, tras darle un firme apretón de manos a Ariel, lo siguió hacia el auto. Durante el trayecto, intercambiaron preguntas triviales, temas comunes que sirvieron para romper el hielo. Pero ambos sabían que esa conversación superficial sería solo el inicio, pues la verdadera razón de ese encuentro todavía no se había revelado. A cada segundo, la anticipación crecía.Finalmente, llegaron al bar al que Ariel solía acudir con Oliver y Félix. Era un lugar modesto pero acogedor, la clase de sitio donde las conversaciones importantes se desarrollaban con la calma suficiente para no atraer miradas. Eligieron una mesa apartada, se sentaron y ordenaron unas cervezas. El silencio cómodo pronto dio paso al motivo real de la reunión.—¿Ya conociste a la doctora Elizabeth? —preguntó Ariel, dando el primer sorbo a su cerveza mientras d
Ambos hombres permanecieron en silencio, observándose con intensidad, como si con la mirada intentaran descifrar lo que el otro realmente pensaba. Ninguno parecía dispuesto a dar el brazo a torcer, aunque el ambiente no era de enemistad, sino más bien de un pulso emocional difícil de interpretar. Sin apartar la vista de su interlocutor, cada uno dio un trago más a su cerveza.El capitán Miller se acomodó en su silla, cruzó los brazos y respiró hondo antes de hablar como era su costumbre, con sinceridad.—Ariel, me vas a disculpar, pero no creo que lo estén haciendo bien —dijo Miller al fin, directo.Ariel se apoyó hacia atrás en la silla, claramente intrigado. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, como si analizara las palabras de Miller.—¿Qué quieres decir? —preguntó con genuino interés.Miller se tom&
Ariel se detuvo, su mirada se perdió por un instante, recreando en su mente los momentos que, sin duda, habían marcado su existencia. Miller lo escuchaba con atención, aunque no podía evitar el amargo sabor de sus confesiones.—Y sé que yo también la rescaté—sonrió levemente. — Por más que te cueste creerlo, la vida que llevaba era… miserable. Pasamos por experiencias realmente amargas los dos, cosas que marcaron nuestras almas. Pero incluso en los momentos más oscuros, cuando todo estaba rodeado de sombras, siempre había algo que nos daba una pequeña chispa de luz. Esa chispa nos mantuvo avanzando, nos dio esperanza para enfrentar lo que venía.Esa declaración fue interrumpida por el leve destello del teléfono de Ariel, que se iluminó con una notificación. Sin pensar, deslizó su dedo para desbloquearlo y la imagen que
Miller respiró hondo, sintiendo el peso de la declaración de Ariel. Por primera vez, quizá, empezó a ver claro aquello que Ismael le había repetido tantas veces: Ariel y Camelia eran inquebrantables. No perfectos, no fáciles, pero sí completamente reales. Era algo que él no podía romper, no porque no tuviera fuerza para intentarlo, sino porque entre ellos dos no había fisuras que él pudiera aprovechar.El capitán permaneció en silencio, asimilando. Ariel, satisfecho de haber sido claro, bebió el último trago de su cerveza, pero esta vez su gesto no era de celebración ni tampoco de relajación. Quería dejar espacio para que el capitán dijera lo que tuviera que decir. Lo miró con un respeto que parecía casi fraternal. No con desafiante superioridad, sino como quien comprende a su interlocutor y le deja el lugar para co
Miller torció el gesto, como si aquellas palabras fueran más difíciles de digerir de lo que hubiese esperado. Ariel aprovechó su silencio para añadir con un tono de firmeza que no admitía dudas: —Mi hermano Ismael siempre habla de ti como si fueras parte de la familia. Dice que eres su hermano y pone las manos en el fuego por ti —se detuvo como si quisiera que se le grabaran las palabras que iba a pronunciar. — Y yo, Miller... yo a mis hermanos les creo. Nunca he dudado ni por un momento que respetas a Camelia.Miller se pasó la mano por la frente, sintiendo el peso de la situación apretarle las sienes. Pensó que los Rhys eran una familia verdaderamente peculiar, como si hubieran sido moldeados en otro mundo. Ismael, con su temperamento honesto y directo, siempre le había dicho la verdad sin rodeos. Y ahora estaba Ariel, su hermano menor, que lejos de atacarlo o
Camelia juega con los niños en el jardín de su casa; ese día decidió pasarlo con ellos porque era sábado. Ariel había salido sin decir a dónde iba. Desde que fue a la editorial, no ha podido sacar a Lucrecia de su cabeza, ni olvidar la conversación que sostuvo con Nadia. —¿Y dices que estaba agachada debajo del buró de Ariel? —preguntó su amiga. —¡Sí! No sabes el susto que me llevé. Creí que estaban haciendo algo... algo más —dijo todavía asustada por el recuerdo—. Pero enseguida me di cuenta de que Ari ni se había enterado de nada, porque se le iluminó el rostro al verme feliz. Nadia la observó por unos segundos. A pesar de que Camelia insistía en que no estaba pensando cosas raras, su amiga la conocía demasiado bien como para no notar que la duda se habí
Ambos guardias dirigen entonces su mirada hacia Nadia, esperando que ella intervenga, pues saben que es la única persona a la que Camelia escucha sin protestar. Sin embargo, Nadia simplemente se encoge de hombros, impotente, como diciendo que no hay mucho más que pueda hacer. Israel suspira y avanza unos pasos hasta quedar frente a Camelia, quien lo mira con resignación antes de dejar caer los hombros. Después de un momento, parece prepararse para escucharlo, aunque sea a regañadientes. —Señora, por el modo en que se está comportando, parece que volvió a ser la Camelia de antes de conocer al señor Ariel. Por eso todos queremos que reaccione —dijo Israel con determinación mientras conseguía que lo mirara, y con un tono de cariño añadió—: ¿Para qué la entrenamos tanto si a la primera se esconde en su casa? ¡Usted no
Caminando distraído hacia su oficina, se detiene al notar una luz encendida. Intrigado, se acerca con cautela, pero su guardia de seguridad le pide que espere mientras ellos revisan la situación. Ariel accede; no quiere correr riesgos innecesarios en su vida, especialmente ahora. Escucha los pasos de los guardias al entrar en la oficina, seguidos de gritos sorprendidos y alarmados. Sin perder tiempo, corre detrás de ellos y lo que ve lo deja atónito: sentada en su silla, en ropa interior, está Lucrecia, tomándose fotos de manera descarada. —¿Qué cree que está haciendo, señorita Lucrecia? —la interpela Ariel, furioso—. ¿Quién le ha dado permiso para estar en mi oficina? ¿Y cómo demonios entró aquí? —¡No es lo que crees, Ariel! —exclama Lucrecia, tratando torpemente de cubrir su desnudez&mdas