360.  LA CULPA Y LA REALIDAD

Camelia se sentía como una niña pequeña siendo regañada por sus padres. Con el rostro bañado en lágrimas, los miró, poniéndose de pie con la urgencia de regresar a su casa, a su hija. Mientras recogía sus cosas, les respondió con voz llorosa:

—Fui a llevar a la mujer a su escondite y olvidé el teléfono en la gaveta. Perdón, perdón, es mi culpa, es mi culpa. Sé que no debí dejarlos, pero debía ser un secreto para que ese hombre no la encontrara.

—Señora Camelia, ¿desde cuándo desconfía de nosotros? —preguntó frustrado Ernesto.

—¡No lo hago! —afirmó, pero al ver cómo la miraban incrédulos, comenzó a justificar su acción—. Es que el abogado dijo que mejor que nadie más lo supiera. Dios, ¿qué voy a hacer? ¡Ari me lo dijo un montón de veces!

—Esto no se va a quedar así, señora —dijo con voz ronca Israel—. Hasta hoy seguiré sus órdenes. Hablaré con el señor Ariel; a usted parece que se le olvidó todo lo que le pasó y ahora se va sin nosotros a quién sabe dónde.

—¡Ernesto, perdóname, no lo h
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