Ariel miraba a su esposa con seriedad. No podía entender cómo ella no veía lo malo en las personas, a pesar de todo lo que había vivido desde su nacimiento. Luego, dirigió la mirada hacia el mar, soltando un profundo suspiro antes de intentar hablar con suavidad.
—Cami…, bella. ¿Es en serio? A pesar de lo que nos está pasando, ¿no puedes ver lo malo en las personas? —preguntó, sintiéndose frustrado—. No estoy diciendo que sea verdad lo que dijeron sobre Lucrecia, que está enamorada de mí. Pero no puedes negar que desde que la encontré no me deja tranquilo. Camelia lo observó en silencio, tratando de recordar todas las cosas vividas con Lucrecia que ella había dejado pasar por alto y justificaba. Sin embargo, las imágenes de la joven golpeada y ensangrentada no se alejaban de su mente, y hasta se veía reflejada en ella el d&iaMarlon Rhys cuelga el teléfono y se queda pensativo. Ariel acaba de llamarlo para informarle que se quedará un mes en la isla y que debe verificar no solo el trabajo de la pequeña editorial que dirige Ricardo, con Nadia como asistente ejecutiva, sino que también le pide que investigue al militar que Ismael propuso para dirigir la asociación. Con un suspiro, toma la foto familiar que tiene en su buró. Luego, abre una gaveta donde guarda la prueba de paternidad que le dejó el joven: ¿Dónde estará?Lo ha buscado por todas partes sin resultados; es como si se lo hubiera tragado la tierra. Descubrieron a un tal Reutilio Miravalles, un exitoso hombre de negocios, aunque nadie sabe de dónde salió. Parece ser un hombre correcto y apenas sale de su casa. Como le dijo el detective, todo está detenido y la búsqueda de los hijos perdidos no parece que avanzará.—Se&ntil
Lucrecia sigue recordando su primer encuentro con Ariel. Tras tomar la tarjeta que él le había otorgado, se limpia una lágrima y lo mira, incrédula de que su madre realmente haya logrado ayudarla. A pesar de lo que le acaba de suceder en el club, salió justo a tiempo para encontrarse con Ariel Rhys, por lo que, decidida, continuó con el plan.—¿De verdad eres lo que dice aquí? ¿Pueden ayudarme? —Luego recordó lo que había dicho, que no era una sin hogar—. No me gustaría llegar a casa en este estado, mis padres no me lo perdonarían.—¿De verdad? ¿Y qué haces aquí a estas horas? —preguntó el jefe de seguridad de Ariel.—Es una larga historia. Les juro que no me dedico a lo que parece. Un amigo mío me invitó a una fiesta anoche y, al parecer, me vendió —respondió con sinceridad
Camelia se levantó rauda, como todos los días, y corrió a meterse en el baño, cuando vio aparecer al adormilado Ariel en la puerta. Ella le preguntó:—¿Qué haces, cariño, levantado tan temprano? Aún no ha salido el sol.—Tengo un montón de cosas que hacer. Debo ver si al fin consigo resolver el problema de Lucrecia y ese bebé que no deja de llorar... —se detiene al notar cómo su esposo la observa y es en ese momento que se da cuenta de que no va a ir a trabajar, y que todo lo que acaba de decir no tiene sentido.Camelia se congela y mira a Ariel con un poco de vergüenza. ¿Qué rayos le pasa? Tiene que desintoxicarse de ese trabajo; es como si fuera una droga para ella.—Disculpa, Ari, es la costumbre —balbucea.—¿Quieres que vayamos a nadar? —pregunta Ariel sin darle importancia—. A esta hora, el agua, c
La vida no siempre es justa con quienes creen haber hecho todo correctamente en sus vidas. Este es precisamente el caso del capitán retirado Lorenzo Miller. Toda su familia se dedicó por completo al ejército y al servicio de su país. Una bomba vino a truncar su carrera y su futuro; no solo hirió su cuerpo, que se recuperó poco a poco, sino que también afectó su cerebro, dejándolo incapacitado para servir, ni siquiera en un puesto de oficina dentro del ejército, y mucho menos en la política. Por ello, se alejó de su familia y de su ciudad, y vino en busca de Ismael.Ismael y él habían sido compañeros, no solo en el ejército, sino también en el colegio y la universidad. Compartieron durante mucho tiempo el apartamento en el que vivían. Habían sido cómplices de juergas y travesuras. Se conocían mutuamente todos sus secretos, hasta
Después de amarse en la arena, Ariel y Camelia volvieron a meterse en el mar y corrieron hacia la casa. Se introdujeron en silencio en el baño, donde volvieron a entregarse al amor hasta que escucharon cómo son llamados por sus hijos. Tuvieron a bien poner la cerradura en la puerta del baño. —¡Niños! —los llama Ariel—, súbanse a la cama que ya salimos. —Sí, papá. ¿Mamá está aquí, no se fue? —escucha la voz de Alhelí. —Sí, cariño, aquí estoy. Mamá no se va a ningún lugar sin ti —le responde Camelia, con un nudo en la garganta al percibir la desconfianza en la voz de su pequeña. Ariel, que ha salido de la ducha y se está secando, no dice nada. Solo continúa haciendo lo que hace, empeñado en secarse y salir a ver a los niños. La ve d
Por su parte, Miller estaba sorprendido escuchando toda la historia que le contaba su amigo. Confesó que él no se había casado y que esa era la segunda cosa en la que quería que lo ayudara, como había mencionado al llegar. Pretendía casarse lo antes posible y formar una familia. —Quiero encontrar a aquella chica introvertida que me gustaba mucho y que vivía frente a mi edificio. ¿Te acuerdas de que te hablé de ella? —preguntó Miller—. Quizás con alguien como ella pueda lograrlo. ¿Qué opinas? —¡Claro que sí, la encontraremos, ya verás! Un momento —y se giró hacia la puerta para llamar a su esposa—. ¡Sofi…, ven acá, querida, quiero presentarte a mi mejor amigo! Ahora verás qué linda es mi esposa y mis dos hijos. ¡No lo vas a creer, yo todavía no me lo creo! Ja, ja
Casi estaba por salir del despacho bajo la mirada del capitán Miller cuando se giró lentamente. No quería perder su trabajo y decidió quitarse a Lucrecia de encima, al mismo tiempo que ganaba puntos con el nuevo director. Por eso le dijo:—Señor director Miller, disculpe usted. Sé que es nuestro trabajo, pero ahí está de nuevo esa chica llamada Lucrecia, borracha, queriendo ver a la señora Camelia. Desde que la recogió el señor Ariel, viene casi todos los días a dar problemas; siempre era la directora quien los solucionaba. ¿Puede hacerse cargo, por favor, de ella? Esa chica realmente es algo serio.El capitán se quedó observando a Sonia y asintió. Sí que necesitaba mano dura este lugar, se dijo. ¿A quién con buen juicio se le ocurriría poner al frente de este lugar a una mujer como Camelia? Estaba seguro, y por lo que estaba exp
Camelia guardó silencio al escuchar aquellos comentarios, asimilando que tenían razón. Sin embargo, le era más cómodo encargarse personalmente del cuidado de los niños. Siempre le parecía que las auxiliares no lograban hacerlo con la misma eficacia que ella. Ariel, atento, la tomó del brazo, y juntos salieron rumbo al lugar. Quedaron asombrados al llegar y observar todo lo que el capitán Miller había logrado en el mes que ellos habían estado ausentes. El edificio había sido remodelado y pintado; los jardineros habían arreglado el jardín, y las cercas ahora eran más altas. Los niños practicaban deportes bajo la supervisión de entrenadores, y sus risas y expresión de felicidad llenaban el ambiente. Cerca, las auxiliares se relajaban al sol mientras cuidaban a los más pequeños. —Increíble lo que ha hecho en solo un mes —murmuró Camelia, incapaz de ocultar su asombro. —¿Ya ves que no tenías por qué preocuparte? —preguntó Ariel, con una sonrisa que mostraba satisfacción—. Tendríamos