La señora Aurora se dirige a la planta baja, donde está la habitación de la abuela Gisela. Al llegar, escucha risas y alegría. Toca suavemente y Camelia abre.
—Hija, disculpa que interrumpa, pero creo que si no vas a ver a tu novio, no se va a dormir y le hace mucha falta —le pide con suavidad.Camelia se asusta de inmediato preguntando si se siente mal. La señora Aurora se apresura a negarlo, pero le recuerda que todavía no se ha recuperado del todo y con tanto ajetreo, se ha cansado mucho. Con cariño le pide que vaya a verlo un momento. Luego deberá regresar para probarse el vestido de novia, ya los han traído y espera que alguno le guste.—No se preocupe, sé que sus nueras y usted tienen buen gusto, alguno me servirá —dice Camelia con sencillez.Nadia, que las había estado escuchando, interviene diciendo que ella también eligió algunos. TamCon los dedos temblorosos, marca nuevamente el número del banco. La espera del tono de llamada se le hace eterna mientras su mente repasa frenéticamente cada documento firmado, cada acuerdo sellado, cada funcionario comprado. En alguna parte tenía que estar el error, y ella iba a encontrarlo.—Tiene que ser un error —repite como un mantra, tratando de convencerse a sí misma—. Simplemente tiene que serlo.—Señor Dubois, soy Mailen nuevamente —su voz, habitualmente controlada, traiciona un dejo de desesperación—. Necesito que me confirme... ¿es cierto que una orden judicial ha congelado todas mis cuentas?—En efecto, señora —la voz del director del banco suena con formalidad profesional—. Tengo la orden judicial frente a mí. Puedo enviársela de inmediato si lo desea.—Por favor, hágalo —exige con un hilo de voz—. Neces
La furia arde en los ojos felinos de Mailen mientras lo observa. Ella, una mujer acostumbrada a conseguirlo todo en la vida gracias al poder de su deslumbrante belleza, no puede digerir que Ariel Rhys se mantenga inmune a sus encantos. Como una reina destronada, ella que siempre ha manipulado a los hombres a su antojo, lo enfrenta con un desdén que apenas disimula su frustración.—¿Tu parte? —exclama con indignación desbordante—. ¡Tu parte fue un fracaso estrepitoso! Ariel y Camelia siguen juntos como dos tórtolos, ¡y ahora alguien se atreve a atacarme aquí, en mi propio territorio! —Se aproxima a él como una pantera acechando a su presa, cada músculo de su cuerpo tenso por la ira contenida—. ¿De verdad crees que mereces que te pague después de semejante desastre?Manuel retrocede un paso calculado, pero mantiene esa sonrisa burlona que tanto la irrita. No puede
Con delicadeza, Camelia se desenreda del abrazo de Ariel, conteniendo la respiración para no perturbarlo. Lo observa dormir plácidamente, su pecho subiendo y bajando con cada respiración tranquila. Una oleada de ternura la invade mientras contempla su rostro sereno, todavía maravillada ante la idea de que en pocas horas será su esposo. Con dedos suaves, aparta algunos mechones rebeldes de su frente, permitiéndose memorizar cada detalle de sus facciones. Se inclina y deposita un beso ligero como una pluma sobre sus labios, temiendo romper su descanso.Al incorporarse y dirigirse hacia la puerta, se encuentra con el doctor Félix en el umbral.—Hola doctor —susurra, llevándose instintivamente un dedo a los labios—. Acaba de conciliar el sueño.—No te preocupes —responde él en el mismo tono bajo—. Solo le pondré el suero para mantenerlo nutrido. Ve tranqu
Camelia mira su reflejo en el espejo con una mezcla de emociones contradictorias. El vestido, aunque hermoso, cuelga suelto sobre su figura, recordándole dolorosamente lo mucho que ha adelgazado en los últimos meses. Sus ojos se nublan por un momento, pensando en todas las noches de insomnio y preocupación que la han llevado a este punto.—Claro que sí, ven, deja que te lo cierre —dice la empleada con voz tranquilizadora—. Como tu abuela no sabía tu talla, le hicimos un cierre que se recoge. ¿Dime dónde sientes que está bien?La empleada le explica mientras aprieta unos cordones en la parte posterior del vestido, que terminan por entallarlo completamente al esbelto cuerpo de Camelia, quien sonríe feliz. Gira una y otra vez mirándose como si no lo pudiera creer, le parece estar soñando, todo ha sido de una manera única en su relación con Ariel desde el pr
Media hora antes…La mansión Rhys bullía de actividad. En el jardín, un ejército de trabajadores montaba el altar bajo un dosel de flores blancas, mientras otros corrían de un lado a otro con sillas y mesas. El tintineo de copas y vajilla se mezclaba con las órdenes de los organizadores y el ir y venir del personal de servicio.De repente, el chirrido de unos neumáticos sobre la grava del camino principal cortó la sinfonía de preparativos. Un auto negro derrapó frente a la entrada principal, y de él descendieron precipitadamente dos hombres de traje: el abogado Oliver y el abogado de la familia Rhys, ambos con expresiones sombrías que contrastaban con el ambiente festivo.—¡Necesitamos ver a Ariel! ¡Es urgente!— gritó Oliver mientras subía los escalones de mármol de dos en dos, con la corbata torcida y una carpeta apretada contra su
Mailen llama a todos los que cree que pueden ayudarla a resolver el malentendido con su dinero. Ella amaba a su esposo y sería incapaz de hacerle daño. Manuel la escuchaba; cuanto más se defendía, más culpable la veía. En ese momento, la puerta se abre violentamente y unos militares entran, los tiran al suelo y los esposan.—¡Suéltenme, malditos! —gritaba Mailen mientras era conducida—. ¿Ustedes no saben con quién se han metido? ¡Yo no hice nada, nada!—No, querida, eres tú la que no sabe quiénes somos nosotros —le responde uno con la cara pintada de negro.Manuel, por su parte, se dedica a contar todo sin parar y a echarle la culpa a Mailen. Sin embargo, un guardia cerca le da un fuerte golpe en la cabeza que lo hace caer desmayado.—Hablaba mucho, jefe —dice ante la mirada del guardia.Los autos salen a toda velocidad, abandona
En la casa de los Rhys, Ariel clamaba aterrado por la ayuda de todos. Félix permanecía a su lado, temiendo que el estado de su amigo empeorara. Su mirada se dirigió al abogado Oliver, quien negaba con la cabeza, visiblemente derrotado. Los brazos de la señora Aurora apretaban el cuerpo tembloroso de su pequeño hijo, sin saber qué más hacer.—¡Tienen que ayudarme, tienen que ayudarme! —repetía Ariel sin parar, en un estado de conmoción que les rompía el corazón a todos.—Lo haremos, lo haremos, cálmate, Ariel, cálmate —le pedía su madre, tratando de tranquilizar a su hijo.Ariel lloraba desconsoladamente en los brazos de su madre, mientras ella no dejaba de acariciarlo y asegurarle que todo se arreglaría. Oliver se acercó, poniendo una mano en el hombro de Ariel y pidiéndole que se tranquilizara. Debían saber alguna
Camelia comienza a andar de nuevo por los senderos del jardín, buscando la salida sin encontrarla. Todos los caminos que toma la regresan a la fuente central una y otra vez. Ariel la sigue, olvidando que se sentía mal; en esos momentos, lo único que le interesa es que ella no lo deje, que lo entienda.—¿Qué locuras son esas que dices, Camelia? —pregunta Ariel—. Tienes que escucharme, por favor. Dijimos que hablaríamos de todo. No te estoy engañando, no lo he hecho hasta ahora y nunca lo haré. ¡Juro por Dios que no lo sabía! No sé cómo ella logró hacerme firmar eso.Hablaba sin dejar de seguirla por todo el jardín, mientras ella giraba por los senderos, desesperada por escapar. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, sintiendo que el mundo se derrumbaba a su alrededor. El largo velo se arrastraba detrás de ella, mientras la cola del vestido le impe