Camelia mira su reflejo en el espejo con una mezcla de emociones contradictorias. El vestido, aunque hermoso, cuelga suelto sobre su figura, recordándole dolorosamente lo mucho que ha adelgazado en los últimos meses. Sus ojos se nublan por un momento, pensando en todas las noches de insomnio y preocupación que la han llevado a este punto.
—Claro que sí, ven, deja que te lo cierre —dice la empleada con voz tranquilizadora—. Como tu abuela no sabía tu talla, le hicimos un cierre que se recoge. ¿Dime dónde sientes que está bien? La empleada le explica mientras aprieta unos cordones en la parte posterior del vestido, que terminan por entallarlo completamente al esbelto cuerpo de Camelia, quien sonríe feliz. Gira una y otra vez mirándose como si no lo pudiera creer, le parece estar soñando, todo ha sido de una manera única en su relación con Ariel desde el prMedia hora antes…La mansión Rhys bullía de actividad. En el jardín, un ejército de trabajadores montaba el altar bajo un dosel de flores blancas, mientras otros corrían de un lado a otro con sillas y mesas. El tintineo de copas y vajilla se mezclaba con las órdenes de los organizadores y el ir y venir del personal de servicio.De repente, el chirrido de unos neumáticos sobre la grava del camino principal cortó la sinfonía de preparativos. Un auto negro derrapó frente a la entrada principal, y de él descendieron precipitadamente dos hombres de traje: el abogado Oliver y el abogado de la familia Rhys, ambos con expresiones sombrías que contrastaban con el ambiente festivo.—¡Necesitamos ver a Ariel! ¡Es urgente!— gritó Oliver mientras subía los escalones de mármol de dos en dos, con la corbata torcida y una carpeta apretada contra su
Mailen llama a todos los que cree que pueden ayudarla a resolver el malentendido con su dinero. Ella amaba a su esposo y sería incapaz de hacerle daño. Manuel la escuchaba; cuanto más se defendía, más culpable la veía. En ese momento, la puerta se abre violentamente y unos militares entran, los tiran al suelo y los esposan.—¡Suéltenme, malditos! —gritaba Mailen mientras era conducida—. ¿Ustedes no saben con quién se han metido? ¡Yo no hice nada, nada!—No, querida, eres tú la que no sabe quiénes somos nosotros —le responde uno con la cara pintada de negro.Manuel, por su parte, se dedica a contar todo sin parar y a echarle la culpa a Mailen. Sin embargo, un guardia cerca le da un fuerte golpe en la cabeza que lo hace caer desmayado.—Hablaba mucho, jefe —dice ante la mirada del guardia.Los autos salen a toda velocidad, abandona
En la casa de los Rhys, Ariel clamaba aterrado por la ayuda de todos. Félix permanecía a su lado, temiendo que el estado de su amigo empeorara. Su mirada se dirigió al abogado Oliver, quien negaba con la cabeza, visiblemente derrotado. Los brazos de la señora Aurora apretaban el cuerpo tembloroso de su pequeño hijo, sin saber qué más hacer.—¡Tienen que ayudarme, tienen que ayudarme! —repetía Ariel sin parar, en un estado de conmoción que les rompía el corazón a todos.—Lo haremos, lo haremos, cálmate, Ariel, cálmate —le pedía su madre, tratando de tranquilizar a su hijo.Ariel lloraba desconsoladamente en los brazos de su madre, mientras ella no dejaba de acariciarlo y asegurarle que todo se arreglaría. Oliver se acercó, poniendo una mano en el hombro de Ariel y pidiéndole que se tranquilizara. Debían saber alguna
Camelia comienza a andar de nuevo por los senderos del jardín, buscando la salida sin encontrarla. Todos los caminos que toma la regresan a la fuente central una y otra vez. Ariel la sigue, olvidando que se sentía mal; en esos momentos, lo único que le interesa es que ella no lo deje, que lo entienda.—¿Qué locuras son esas que dices, Camelia? —pregunta Ariel—. Tienes que escucharme, por favor. Dijimos que hablaríamos de todo. No te estoy engañando, no lo he hecho hasta ahora y nunca lo haré. ¡Juro por Dios que no lo sabía! No sé cómo ella logró hacerme firmar eso.Hablaba sin dejar de seguirla por todo el jardín, mientras ella giraba por los senderos, desesperada por escapar. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, sintiendo que el mundo se derrumbaba a su alrededor. El largo velo se arrastraba detrás de ella, mientras la cola del vestido le impe
El señor Rhys, que había estado observando la escena en silencio, se adelanta y toma las manos de Camelia con cariño. Del mismo modo, separa el velo que cubre su rostro y le limpia las lágrimas con su pañuelo.—¿En serio piensas que permitiría que mi familia te hiciera una burla semejante? —le pregunta con seriedad y continúa—. No, hija, ¡jamás! Soy un hombre de honor y te doy mi palabra de que Ariel, como todos nosotros, se acaba de enterar. Vamos, hija, vamos todos adentro. No dejes que otro se adueñe y decida tu felicidad; no le des ese poder.Se hace un silencio en el que solo se escuchan los sollozos de Camelia. Ariel se adelanta y la estrecha entre sus brazos, hasta que poco a poco ella se va calmando. La señora Aurora mira a todos, pidiendo que los dejen a solas. Ellos necesitaban un momento; esperarían dentro. Todos la obedecen, sin dejar de girar la cabeza p
Ariel miró a su madre desconcertado, luego a Camelia, que bajó la mirada cada vez más confundida y sin esperanzas. El anciano abogado Oviedo, aunque estaba retirado y había delegado casi todo en Oliver, toma la palabra. El señor Rhys lo había llamado por la mañana para que juntos arreglaran todos los permisos rápidamente. Aclara que si Mailen consintiera en firmar el divorcio de mutuo acuerdo, este sería efectivo de inmediato. Pero, como les explicó Oliver, con un hijo de por medio y conociendo todo su historial de obsesión con Ariel, estaba seguro de que ella no lo haría.—Creo que esa mujer va a exigir muchas cosas, empezando por la manutención del niño desde que nació, y alargará todo lo que pueda el proceso del divorcio antes de firmar —afirma Oliver con frustración—. La conocemos muy bien; ella no cederá tan fácilmente. Te t
Camelia mira a su suegra y levanta los hombros con desgana. A estas alturas, ve su matrimonio con Ariel como algo inalcanzable, a pesar de que todos se empeñan en asegurar que lo resolverán. Observa a su novio, que le toma las manos temblorosas y las aprieta, tirando de ellas para que lo mire.—Lo siento mucho, Cami, lo siento de veras. Yo conozco a Mailen; ella nunca me dejará ir tan fácil. Aunque ellos creen que firmará, yo sé que no lo hará, no lo hará, al menos hoy —habla Ariel desesperado—. No sé cuándo podré casarme contigo, pero te prometo que si me esperas, lo haré. Suspendamos todo.—No hay problema, señora Aurora —susurra apenas Camelia—. Mejor lo suspendemos indefinidamente.—¿Por qué lo van a suspender? —se escucha la voz de la señora Gisela, que vuelve a aparecer en ese momento—. ¡Nadie
Todos han guardado silencio, compartiendo la misma sensación de que la anciana ha perdido un poco la razón con todo lo sucedido con su nieta. Sin embargo, se asombran al ver cómo Ariel mira a Camelia, le toma de la mano y dice con firmeza:—¡Lo haremos! —y continúa—. La abuela tiene razón; no necesito un papel ni a nadie más para aceptarte como mi esposa, y lo haré. Mamá, papá, todo lo demás puede esperar. Hoy vamos a celebrar mi unión con la mujer que amo y con la que viviré el resto de mi vida.—¿Estás seguro de esto, Ariel? —pregunta su madre, preocupada.—Sí, ¿y tú, Cami, aceptas? —pregunta con ansiedad—. Fíjate que pueden verte como a mi amante, eso que tanto odias. Estoy seguro de que esa mujer lo dirá en todas partes. Pero yo lo negaré y te presentaré con orgullo