185.  UN HECHO INESPERADO

Media hora antes…

La mansión Rhys bullía de actividad. En el jardín, un ejército de trabajadores montaba el altar bajo un dosel de flores blancas, mientras otros corrían de un lado a otro con sillas y mesas. El tintineo de copas y vajilla se mezclaba con las órdenes de los organizadores y el ir y venir del personal de servicio.

De repente, el chirrido de unos neumáticos sobre la grava del camino principal cortó la sinfonía de preparativos. Un auto negro derrapó frente a la entrada principal, y de él descendieron precipitadamente dos hombres de traje: el abogado Oliver y el abogado de la familia Rhys, ambos con expresiones sombrías que contrastaban con el ambiente festivo.

—¡Necesitamos ver a Ariel! ¡Es urgente!— gritó Oliver mientras subía los escalones de mármol de dos en dos, con la corbata torcida y una carpeta apretada contra su
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