Si has luchado en la vida con fervor para llegar a ser quien eres, te embarga una sensación de complacencia. Todo lo que con gran esfuerzo y dedicación has conseguido te provoca ese sentimiento. Sin embargo, cuando no alcanzas aquello que deseas con tanto ahínco, lo demás parece insignificante.
Mailen se enamoró de lo que representaba Ariel cuando entró en la universidad. Sabía que era muy bella, motivo por el cual estaba convencida de que merecía lo mejor y, en ese entonces, él lo era. Siempre destacó por su exuberante belleza en todos los lugares. A pesar de ser hija de comerciantes de clase media que se esforzaron al máximo por darle todo, nunca estaba satisfecha. Se prometió a sí misma escalar hasta lo más alto. En la universidad, la insistencia de este chico popular, al que todos adoraban, la complació y la hizo aceptarlo; aunque estaba decidida a termiSi Mailén estaba frustrada, Enrique estaba aterrado. Jamás imaginó que causaría semejante desastre por sus juegos infantiles de querer ser el chico popular y arrogante de la escuela. Conocía a los Rhys, pero nunca había prestado atención a las fotos del hermano menor, pues en las revistas solo aparecían los mayores, como si mantuvieran a Ariel oculto.¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Cómo podría reparar semejante afrenta a los Rhys? Podía sentir la mirada de su padre clavada en él, y eso que aún no sabía nada. Debía contárselo todo para ver si podían adelantarse a la represalia que los Rhys tomarían contra sus negocios.—¡Enrique, te ayudaré en todo, solo tienes que decir que me amenazaste con hacerle daño si yo no hacía esto! Por favor, Enrique, dile que lo hice por él —rogó Mail&e
Vendió todas sus pertenencias y partió a París, donde ingresó en la escuela de actuación. En su primer papel secundario, sedujo al veterano director, quien abandonó a su familia por ella. Se esmeró en cuidarlo hasta que pudo deshacerse de él, quedándose con toda su fortuna gracias a la ayuda de su amante, el abogado. No era exactamente famosa, pero sí reconocida; se introdujo en el modelaje pagando para desfilar en las pasarelas, chantajeando o sobornando a quien fuera necesario. Se convirtió en una maestra de la manipulación.Aparentaba ser feliz, pero nada la satisfacía realmente. En su mente solo existía su venganza contra Ariel Rhys. A estas alturas, se convencía a sí misma de que ella no tenía culpa alguna. Había sido la víctima del niño rico que le ocultó su identidad, obligándola a f
Todo estaba preparado: capturarían a Camelia cuando bajara a emergencias con el pretexto de que habían llevado a su abuela grave. Mientras tanto, había sobornado a un doctor que le reveló exactamente dónde Félix los había ubicado. Para su satisfacción, él mismo los ayudaría a capturar a Ariel; lo drogarían y lo trasladarían al aeropuerto, donde ella esperaría para desaparecer con rumbo desconocido. Jamás volvería a dejar escapar a Ariel Rhys, ¡jamás!Ya no se trataba de dinero, eso le sobraba. Quería doblegar al hombre que la despreciaba. Impaciente, daba vueltas junto al avión, que estaba listo para despegar en cuanto lo trajeran. Llamó a Eleonor para cerciorarse.—¿Eleonor, ya fueron para el hospital? —preguntó nerviosamente, consciente de que era su única oportunidad.—Ya estamos aquí
Ariel abre los ojos y se encuentra en su habitación, en la casa de sus padres. A su lado, sus hermanos dormían abrazados a su cuerpo, como si temieran que alguien pudiera arrebatárselos. En ese momento, comprende el gran error que cometió y lo egoísta que fue con ellos. Debería haberles demostrado confianza, hacerles sentir que lo protegían bien. Ahora entiende que el psicólogo tenía razón cuando le dijo que la única manera de que sus hermanos sanaran era mostrándoles absoluta confianza, no apartándolos de su vida y mucho menos alejándose de ellos. Con cuidado, separa la mano de Marlon de su pecho. Este, al sentir el movimiento, se despierta y abre los ojos. —¿Cómo te sientes, Ari? —pregunta enseguida. —Perdón, Mano, no quise despertarte. Me siento aún mareado —responde con una sonrisa, tratando de tranquilizarlo. Puede ver el miedo en los ojos de su hermano mayor. —¿Cómo pudiste sufrir solo, Ari? ¿Cómo? —le reprocha ahora Ismael, que también se ha despertado—. ¿Por qué no conf
Marlon e Ismael lo miran con disgusto, pero a la vez aliviados al escuchar la promesa de su hermano. Aunque Ariel no les diga nada, están decididos a cuidarlo sin importar qué. Ante su silencio, Ariel agrega: —Digo..., si no les molesta tener un insoportable hermano menor llamándolos cada cinco minutos. —Ja, ja, ja..., a mí no me importará que me llames cien veces al día, todo lo contrario —dice Ismael—. Me encantará, no sabes cuánto te extraño. —Ni a mí tampoco —se apresura a decir Marlon—. Tendré siempre el teléfono a mi lado para responderte, Ariel. Por favor, no vuelvas a dejarnos fuera de tu vida. Sé que nos volvimos obsesivos con tu cuidado después de ese accidente, pero no nos apartes. Somos tres hermanos, en las buenas y en las malas juntos. —¡Los tres mosqueteros! —exclama Ismael riendo—. ¿Te acuerdas, Ari, que nos hacías jugar contigo así, a pesar de ser grandes? Ariel se ríe recordando aquella época. Adoraba jugar con sus hermanos mayores. Luego adopta una expresió
Su abuela asiente mientras le cuenta que los tres están presos por conspirar en el intento de asesinato de Ariel y en el incendio de la empresa. No han parado de llamarla y de suplicarle que fuera a verlos, pero ella se había negado rotundamente y les pidió que las dejaran tranquilas. Ninguna de ellas iba a mover un dedo por ellos. —No vas a hacerlo, Camelia, no te voy a permitir que los ayudes —dice muy seria la anciana, mirando fijamente a su nieta—. Tu madre estuvo con tu padre todo el tiempo, es cómplice. Ni se te ocurra pedirle a la familia de Ariel que los perdonen. Tienen que aprender su lección; no se puede ir por la vida haciendo daño sin pensar en las consecuencias. No, mi nieta, esta vez deben asumir y pagar por lo que hicieron. —¿Y qué va a pasar con la fábrica de cerámica? —pregunta Camelia preocupada. Su abuela mueve la cabeza, pensando que su nieta nunca va a cambiar. Luego le cuenta que la fábrica la vendió. Ante la mirada sorprendida de Camelia, preocupada por la
Marlon hace caso omiso de sus protestas y asegura que no solo Ismael lo vigilará; él personalmente se asegurará de que esté protegido. Jamás volverá a seguir los consejos de su padre en ese sentido. Por hacerlo, Ariel sufrió solo en manos de esa loca. —Ahora resulta que la culpa es mía —dice el padre con pena. —No, no, papá —interviene Ariel al ver la mirada triste de su padre depositada en él—. Vamos, Mano, Isma, fue mi culpa, no de papá. Yo debí venir corriendo a hablar con él en cuanto ella me raptó la primera vez. Aunque no se lo dijera a ustedes, no debí ocultárselo a papá. Perdóname por eso; no es que no confíe en ti, papá, es que me daba vergüenza. —¿Pero te raptó más de una vez? —preguntan Marlon e Ismael al unísono. Ariel baja la cabeza avergonzado y es nuevamente abrazado por su padre. Sus hermanos guardan silencio mientras escuchan a su padre decir que la culpa es de todos. Lo habían puesto en esa situación después del accidente. —Vamos, Ari, deja de sentir vergüen
Todos ríen felices alrededor de la hermosa mesa en la terraza. Después de desayunar, permanecen compartiendo historias entre ellos, la mayoría sobre Ariel cuando era niño y las travesuras que hacía con sus hermanos adolescentes. Se abrazan y acarician, como si temieran que este momento precioso pudiera desvanecerse.Los esposos Rhys, con Ariel entre ellos, no dejan de observarlo. Cada cierto tiempo, casi inconscientemente, lo acarician, le arreglan la ropa o el cabello, insisten en que coma más. Él se deja mimar sin protestar, contrario a como solía hacer antes, sintiendo también esa necesidad del cuidado paternal. Sin importarle quien los observe, a veces recuesta su cabeza en el pecho de su padre o en el de su madre.—¡Vaya niño mimado que tenemos aquí! Se merece unas buenas reprimendas —dice la abuela de Camelia con una sonrisa pícara.—¡Abuela! —exclama Camelia, abochornada.Las risas inundan la terraza mientras todos se ponen de pie para recibir a la señora Gisela, que llega junt