Y si eso no fuera suficiente, Ariel..., su Ariel..., la traicionó. Nadie se lo dijo, ella lo vio con sus propios ojos. Y mientras más piensa, mientras las imágenes cruzan por su mente como una película de horror, más llora Camelia sintiendo que todo está perdido, ¡todo! Los brazos fuertes de Ariel Rhys, su suegro, la abrazan también junto a los de su esposa.
—Gracias, Cami, muchas gracias por el respeto con que trataste a nuestro hijo, a pesar de la situación en que lo encontraste —dice con la voz quebrada—. Te estaré eternamente agradecido por salvar la vida de mi hijo. Vamos, tienes que venir con nosotros al hospital.—¿Al hospital? —pregunta ella incrédula.—Sí, hija. Ariel está muy grave —confiesa el señor Rhys, separándose de ella para mirarla a los ojos—. Tienes que venir a verlo, quizáCamelia no se ha movido del lado de Ariel desde que lo vio tendido, inerte, en aquella cama. El terror a perderlo se ha apoderado de ella. Su abuela regresó a casa con los padres de Nadia, quienes vinieron a buscarla. Su amiga no ha podido visitarla, pues el forcejeo con Pedro le provocó una inflamación en el vientre. Ricardo, por mandato del señor Rhys, se ha hecho cargo de la empresa de Ariel.Sus cuñados siguen desaparecidos. Tiene cientos de llamadas de los habitantes del pueblo, pero terminó por apagar el teléfono y ordenó a los guardias que no permitieran el paso a nadie, excepto a su abuela. Sus suegros tampoco pueden estar presentes constantemente; el padre tuvo una recaída y fue hospitalizado, por lo que Aurora y sus cuñadas son quienes vienen a verlos frecuentemente. Sin embargo, ella permanece en silencio, avergonzada de seguir al lado de su prometido después de encontrarlo con otras mujeres
Camelia vuelve a bajar la mirada avergonzada y, ante su gesto interrogante, le explica que el abogado Oliver también es su mejor amigo. Así es como se mantiene al tanto de todo, pues los tres son mejores amigos desde la infancia.—¿Puedo darte un consejo? —pregunta con cautela.—Está bien, me hace falta —suspira Camelia.—Deja que Ariel despierte, se entere de todo y sea él quien decida, no tú. Estabas con él, desconocías las trampas que les tendieron a ambos. Me enteré de que casi te obligan a casarte para saldar una deuda —la mira a los ojos y ve cómo ella los abre sorprendida, señal de que no sabía nada, lo que le confirma que su familia actuó a sus espaldas—. ¿No lo sabías?—No, no he querido que me cuenten nada de ellos —aclara Camelia.—Mejor que te mantengas alejada —dice pensativo&m
Manuel toma asiento frente a ella, que sigue comiendo tranquilamente sin mirarlo, concentrada en sus pensamientos. Él aclara su garganta para llamar su atención. Ella levanta la mirada para observarlo en silencio.—Camelia, quería en primer lugar pedirte disculpas por no advertirte sobre los chocolates. Gracias a Dios que te marchaste mientras me llevé a Leandro a hacer un recorrido —comienza Manuel, para asombro de ella—. En realidad, él y yo no somos amigos. Es un abusador, lo reconozco, le tenía miedo. Por eso lo seguía en todo, pero nunca estuve de acuerdo con nada de lo que te hacía.—No hay problema, Manuel, ya todo pasó y está preso —contesta Camelia con serenidad—. ¿Qué haces aquí, estás enfermo?—Sí, mis riñones no están muy bien —contesta y cambia de inmediato el tema—. ¿Cóm
Oliver lo mira sin entender el motivo de tal petición. Marlon le explica que no le cabe en la cabeza que esas personas terribles sean realmente sus padres biológicos. El abogado asiente, aunque le advierte que no todas las familias son como la de ellos, hay muchas muy disfuncionales.—Está bien, lo sé, pero necesito salir de esta duda —acepta Marlon, con la esperanza de que Camelia no tenga nada que ver con esa familia que casi mata a su hermano—. Me alegraría mucho que fuera adoptada, o que se la hubieran llevado. Es una chica excepcional, no se merece a ninguno de ellos, excepto a su abuela.Unos golpes en la puerta los interrumpen. La cabeza de su esposa y secretaria, Marcia, asoma por ella, informándole que Enrique Mason quiere verlo.—¿Enrique Mason? —preguntan los dos al unísono.—Sí, dice que tiene información valiosa sobre su hermano Ariel —info
La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia. Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado. Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento
Camelia parecía un manojo de nervios, su postura revelaba una incomodidad palpable mientras se retorcía en la silla, como si cada fibra de su ser quisiera escapar de la situación en la que se encontraba. El rubor de su rostro no solo era indicativo de vergüenza, sino también de una lucha interna que parecía consumirla. Sus ojos, que antes destellaban con la oscuridad de la noche, ahora estaban velados por la duda y la humillación, y se desviaban constantemente, incapaces de sostener mi mirada.—Ella trabaja en la empresa, en el almacén. Y debe tener veintitantos años, no sé, no conocía de su existencia hasta esa noche. Ya les digo, si la he visto antes fue muy poco y no me fijé en ella o retuve su imagen —respondió Ariel con un tono que describía que la aparición de la mujer era muy sorprendente a esa hora en su despacho.—Está bien, ¿qué quería? —Oliver no pudo contener su impaciencia.—Les contaré exactamente la conversación —Ariel hizo una pausa dramática antes de continuar.—Está
Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor! La
No lo pensé más, la tomé en mis brazos, la monté en el coche, ella me indicó donde era su casa y allá nos fuimos. No les diré los detalles, pero para empezar era virgen. Tiene un cuerpo de infarto, que descubrí después de quitarse toda la ropa. Cuando se soltó su cabello al bañarse para estar limpia para mí, y sin sus espejuelos, ¡el patito feo se volvió un cisne! —No les miento, no estaba borracho ni nada —aseguró con firmeza Ariel—. La chica insignificante que trabaja oculta de todos en el almacén, es una preciosura sin ropas.—¿De veras? —preguntaron ambos asombrados.—Sí, Camelia es una hermosa mujer natural —aseguró.—¿Entonces, le hiciste el “favor” o no? —quiso saber Félix.—Se lo hice, toda la noche —dijo muy serio—. La estrené en todo, ella no sabía nada, nunca había tenido relaciones, me contó que tuvo un casi novio, pero que no llegó a nada. Ambos amigos se quedaron mirando a Ariel con incredulidad y un atisbo de envidia sana. Intercambiaron sonrisas cómplices mientras b